La Historia de las Religiones en la interpretación de Paul Tillich.
Prolegómenos
para el diálogo interreligioso hoy
Alberto Fernando ROLDÁN
Resumen: En el presente artículo, el
teólogo argentino Alberto Fernando Roldán analiza la famosa «última conferencia»
pronunciada por Paul Tillich en 1965, sobre “El significado de la historia de
las religiones para el teólogo cristiano”. Roldán expone los argumentos
desarrollados por el teólogo y filósofo alemán en los que se destacan sus
críticas a Karl Barth y a una “religión-sin-dios” expresada en la “teología de
la muerte de Dios”. En la última parte de su trabajo, Roldán analiza la
propuesta de Tillich en la que intuye la posibilidad de una “Religión del
Espíritu Concreto”. Tal designación supone la alternativa de una religión en la
que destaque la teonomía como instancia superadora de la heteronomía y
la autonomía y donde el simbolismo religioso permita enriquecer el diálogo
entre las distintas religiones del mundo. Es en ese sentido que Roldán
interpreta el mensaje de Tillich como providencial y emblemático.
Palabras clave: Religiones. Teología
cristiana. Teonomía. Simbolismo.
Lo
que necesitamos es una teología
de dicha historia de las religiones
en la cual haya un equilibrio entre la valoración positiva
de la revelación universal y la crítica. Ambas son necesarias.
Paul
Tillich
En
sus últimos descubrimientos y preocupaciones teológicas,
Paul Tillich fue, una vez más, un innovador y un precursor.
Mircea
Eliade
Introducción
Situados en pleno desarrollo del siglo
XXI es dable apreciar el interés que la religión ha despertado en filósofos,
sociólogos y pensadores en general[1]. En efecto, las tendencias de la sociedad hacia una
secularización que derivaría en un secularismo total no han perdurado
demasiado. En efecto, hoy por hoy se asiste a una resignificación del fenómeno
religioso en el mundo y ha resurgido un interés por analizarlo desde distintas
ópticas. Otra evidencia de la actualidad de lo religioso lo constituye lo que
hoy se da en llamar “diálogo interreligioso”. Como si hubiéramos superado el
diálogo ecuménico, tanto de vertiente protestante –primera instancia histórica-
como de la católica –a partir del Vaticano II- ahora asistimos a un nuevo
escenario mucho más complejo y, acaso, prometedor: el diálogo interreligioso. A
pesar de tendencias religiosas hegemónicas como la que se observa en el famoso
y criticado documento de Joseph Ratzinger Dominus Iesus, el diálogo
interreligioso es un hecho hoy, un dato de la realidad y de ello dan testimonio
numerosos trabajos realizados en América Latina. Algunos de ellos, sólo a
título de ejemplo, son los de Marcelo Barros: “Por uma Igreja Conciliar e
Pluralista (O Vaticano II, o diálogo Inter-religioso e a vida consagrada”, de
Jorge Pixkey, “¿Nos ayuda la Biblia en el diálogo interreligioso?”, y José
María Vigil, “Desafíos de la Teología del Pluralismo a la fe tradicional” o su
“Teología del Pluralismo Religioso”[2], así como sobre todo, la serie “Por los muchos caminos de Dios”,
dirigida por la Comisión Teológica Latinoamericana de la ASETT/EATWOT con la
colaboración de más de 50 teólogos y teólogas del Continente[3].
No es nuestro propósito referirnos al
mismo en forma directa sino más bien analizar los conceptos del teólogo y
filósofo Paul Tillich. Más allá de su notable aporte a la teología sistemática,
a la filosofía en general, a la filosofía de la religión y a la ética[4] –entre los muchos campos de su investigación– Tillich, se
interesó vivamente por el diálogo interreligioso. En lo que fue –y según define
Mircea Eliade constituyó un acto simbólico– la última conferencia pronunciada
por Tillich, apenas diez días antes de su imprevista muerte, versó,
precisamente, sobre la historia de las religiones. Su ensayo se tituló
exactamente así: “La significación de la historia de las religiones para el
teólogo sistemático”[5]. El objetivo del presente trabajo es analizar el contenido de esa
ponencia como especie de prolegómenos al actual diálogo interreligioso.
1. Dos actitudes hacia la religión
En la primera parte de la ponencia
citada, Tillich hace referencia a dos actitudes básicas que son, también,
“decisiones básicas” que se toman hacia las religiones. Por un lado, está lo
que Tillich describe como “una teología que rechaza a todas las religiones con
la excepción de aquella de la cual es teólogo”[6]. La otra actitud es aquella en la que se acepta positivamente y
con seriedad el tema en cuestión, pero que “ha rechazado la paradoja de una
religión de la no-religión, es decir, una teología sin dios, que podemos
también denominar de la secularidad”[7]. Ambas posiciones tienen, según Tillich, una larga historia pero
han experimentado renovaciones en el siglo XX. La primera, ha sido reavivada
por Karl Barth y supone una oposición absoluta entre vera religio y religiones
falsae. Específicamente, aunque Tillich no lo indica en su texto, se hace
referencia aquí a la oposición que Karl Barth establece entre revelación y
religión en su famoso trabajo titulado “La revelación como abolición de la
religión”.
2. Ampliación del punto de vista de
Barth.
A modo de ampliación, es oportuno
indicar algunos aspectos del mismo y sintetizar sus argumentos. Debe notarse
que Barth inserta ese tema dentro de su monumental Church Dogmatics[8]. Barth se pregunta cómo se da el problema de la religión en la
teología, definiendo la revelación como el evento que “ha sido comprendido y
expuesto tal como es atestiguado a la Iglesia de Jesucristo por la Santa
Escritura”[9]. En lenguaje dialéctico, Barth dice luego que “la revelación de
Dios es realmente la presencia de Dios y por lo tanto el ocultamiento de Dios
en el mundo de la religión humana”[10]. Se trata de una dialéctica en la que Barth establece dobles
opuestos:
Revelación vs. religión
Presencia vs. ocultamiento
A la pregunta de ¿dónde radica el
problema de la religión?, Barth responde: radica simplemente en que la religión
es la expresión del problema del hombre en su encuentro y comunión con Dios. Y
esto es, para Barth, una clara posibilidad de caer en la tentación. La
tentación puede ocurrir –tornándose por ello en más grave y peligrosa– aun en
el ámbito de la religión, de la relación del hombre con lo divino. Y,
criticando a la teología protestante, Barth dice que su real catástrofe fue que
“la teología protestante ha perdido su objeto, la revelación en toda su singularidad,
y perdiendo eso, pierde la semilla de la fe con la cual podría remover
montañas, aun la montaña de la moderna cultura humanística”[11].
Otra cuestión que desarrolla Barth es la
referida al sentido en que la religión puede ser incredulidad. ¿Por qué es
incredulidad? Dice: “Es el interés, verdaderamente debiéramos decir que es el
único gran interés del hombre impío”.[12] Barth ofrece dos elementos que para él demuestran su aserto en
modo claro y contundente. El primero se relaciona con que la revelación es la
auto entrega y auto manifestación de Dios porque
[...] la
revelación encuentra al ser humano sobre la presuposición y en la confirmación
del hecho de que los intentos del ser humano por conocer a Dios desde su propio
punto de vista son total y enteramente fútiles; no por causa de alguna
necesidad en principio, sino por causa de una necesidad práctica de hecho[13].
La revelación es el propio venir de Dios
hacia nosotros, ya que no es fruto de la actividad humana. A partir de este
principio, Barth dice que “la religión es claramente vista como un intento
humano de anticipar lo que Dios en su revelación desea hacer y hace”[14]. En la religión, el ser humano en lugar de escuchar y creer,
habla. Y es allí donde surge la contradicción: “Por causa de ser un apoderarse,
la religión es la contradicción de la revelación, la concentrada expresión de
la incredulidad humana, es decir, una actitud y actividad que es directamente
opuesta a la fe”[15]. La base bíblica para elaborar tan contundentes afirmaciones
Barth la encuentra en pasajes como Jeremías 10,1-16 e Isaías 44,9-20, donde
observa el cúmulo de religiones paganas en el cual el ser humano es artífice de
su propio dios. En cuanto al Nuevo Testamento, el desarrollo del mismo
pensamiento lo ve en Romanos 1,18ss; Hechos 14,15ss y 17,22ss. En su análisis
de Romanos 1, Barth llega a la conclusión de que Pablo no dice nada acerca de
que el paganismo tuviera cierto conocimiento “natural” de Dios. Por el
contrario, la ira de Dios ha sido revelada contra esa defección. En todo caso,
lo que el ser humano produce es una falsa religión de incredulidad[16].
Otro aspecto de la argumentación de
Barth transita por el camino de la reconciliación. Barth dice que como auto
entrega y auto manifestación de Dios, la revelación es el acto por el cual Él
reconcilia en gracia al ser humano consigo mismo por gracia. “La revelación de
Dios en Cristo Jesús afirma que nuestra justificación y santificación, nuestra
conversión y salvación han sido efectuadas y logradas de una vez por todas en
Cristo Jesús”[17]. Finalmente, Barth intenta demostrar el modo como el juicio de
Dios también cayó sobre la religión de Israel y el cristianismo, de forma tal
que el mismo, con todos sus detalles, no es como debiera ser: una obra de fe y
de obediencia a la revelación. ¿Cómo es posible, entonces, revitalizar a la
verdadera religión? Con total convicción Barth apela pura y exclusivamente a la
gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo. Dice: “una verdadera religión es
un evento en el acto de la gracia de Dios en Jesucristo. Para ser más preciso,
es un evento en el derramamiento del Espíritu Santo”[18]. En síntesis: sólo podemos hablar de revelación bajo cuatro
aspectos: como un acto de la creación divina, la elección divina[19], la justificación divina y la santificación divina. Y finaliza
resumiendo: “La religión cristiana es el área sacramental creada por el
Espíritu Santo, en la cual el Dios cuya Palabra llegó a ser carne, continúa
hablando a través del signo de su revelación”[20].
Hemos realizado esta amplia digresión para
entender la crítica que Tillich formula a la posición barthiana. Dos cosas
debiéramos comentar aquí: que Tillich tiene razón cuando presenta a Barth como
un ejemplo de una posición radical y antitética entre la verdadera religión y
las religiones falsas y, por otro lado, más allá de la sólida argumentación
bíblica y teológica de Barth, debiéramos tener en cuenta que su posición tan
extrema corresponde quizás a la etapa en la que, para elaborar su teología
dialéctica en oposición al liberalismo, establece una clara posición contraria,
la que parece matizar en trabajos posteriores como “La humanidad de Dios”[21]. La argumentación de Barth suscita preguntas no respondidas:
aunque es cierto que la revelación plena y definitiva se da en Jesucristo, ¿qué
lugar ocupa la “revelación general” de Dios a través de la creación y de la
conciencia humana? ¿Cómo entender pasajes en los cuales se desliza la idea de
que Dios se ha manifestado a toda la humanidad de diversas maneras? ¿Cómo
entender la expresión de Juan cuando dice, con referencia al Logos, que era la
“luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano” (Jn 1,9) y que los padres de
la Iglesia, como Justino Mártir, interpretaban que se refería a los filósofos
griegos? ¿Qué valor e importancia siguen teniendo las argumentaciones de Pablo
y de Bernabé cuando, en un contexto pagano, afirman que Dios “no ha dejado de
dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del cielo y
estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón” (Hch 14,17)?
¿Tiene vigencia o no el concepto que Pablo recoge de los poetas griegos como
aquel que dice que “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28)[22]. En suma: se trata de dilucidar un tema complejo pero que
requiere ser considerado con seriedad: el lugar y los alcances que tiene la
revelación de Dios a toda la humanidad más allá de la afirmación doctrinal
cristiana de que Jesús de Nazaret es la revelación definitiva y personal de
Dios. Todo esto pareciera ser desconocido por Barth y de ahí la fuerte crítica
de Tillich.
3. La “religión de la no religión”:
crítica y autocrítica
La otra decisión básica que Tillich
critica es la “religión de la no religión”, la “teología del
lenguaje-sin-Dios”. Pero antes de analizarla es pertinente señalar las cinco
presuposiciones que debiera tener el teólogo/a sistemático/a que son: Primera,
que las experiencias revelatorias son universalmente humanas y en ellas no se
puede separar revelación de salvación; segunda, que el ser humano recibe la
revelación en el contexto de su finitud humana; tercera, que cuando el
teólogo/a sistemático/a asume la significación histórica de las religiones,
ello implica la convicción de que no sólo existen determinadas experiencias de
revelación, “sino que también hay un proceso revelatorio en el cual los límites
de la adaptación y los errores de la distorsión están sujetos a la crítica”[23]. La cuarta presuposición es que puede haber –Tillich subraya puede–
un acontecimiento central en la historia de las religiones que posibilita una
teología concreta que tiene significación universal. La quinta presuposición es
que la historia de las religiones no se desarrolla dentro de la historia de la
cultura porque lo sagrado no se coloca junto a lo secular.
Tillich cree que si el teólogo/a acepta
voluntariamente estas cinco presuposiciones estará en condiciones de defender
la significación de la historia de las religiones para la teología contra
aquellos que la rechazan en nombre de un antiguo o un nuevo absolutismo.
Precisamente con respecto a este último, Tillich hace unas precisiones muy
importantes: invita a rechazar enérgicamente toda “teología del
lenguaje-sin-Dios”. Aquí, como luego lo va a indicar, el autor hace referencia
a la “teología de la muerte de Dios”[24]. El teólogo/a cristiano/a debe rechazar, dice Tillich, “el
énfasis exclusivista sobre la secularidad, o la idea de que la sacralidad ha
sido, por decirlo así, absorbida por la secularidad”[25]. La religión debe emplear la secularidad como elemento crítico
contra sí misma. Para Tillich el teologo/a debe asumir que la religión tiene
una permanente necesidad: una cultura más secularizada y una teología más
desmitologizada. La Sacralidad, lo Último, la Palabra, se encuentran dentro del
domino de la secularidad. Tillich explica que para poder afirmar que algo
está adentro de otra cosa, debe existir la posibilidad de estar afuera. O sea que lo
de adentro y afuera, de alguna manera, tienen que diferir en sus
manifestaciones. Ilustra su concepto con los reformadores, para quienes todos
los días eran “Día del Señor”, pero para llegar a ello, primero debió haber un
“Día del Señor” específico y distinguible de otros. En conclusión, Tillich dice
que debemos derribar dos barreras que se oponen a la libre aproximación a la
historia de las religiones: la ortodoxa-exclusivista (representada por Barth) y
el rechazo que procede de la secularidad. El neo-ortodoxo convierte a Jesús en
el único lugar donde se puede oír la palabra de Dios. El secular lo convierte
en el representante de una secularidad que considera teológicamente adecuada.
4. Posibilidad de una teología de la
historia de las religiones
Hay una segunda consideración que
Tillich hace sobre la posibilidad de una teología de la historia de las
religiones. La imagen tradicional al respecto es que esa historia se reduce a
lo narrado en el Antiguo y Nuevo Testamentos, la historia de la Iglesia y su
continuidad. Desde esa óptica, las otras religiones son perversiones de una
especie de revelación original. Pero ese principio, para Tillich, nunca
prosperó. La razón radica en que tanto judíos como cristianos estuvieron
sometidos a la influencia de las religiones de los pueblos que los
conquistaron. A la luz de ello, define lo que necesitamos: “una teología de
dicha historia de las religiones en la cual haya un equilibrio entre la
valoración positiva de la revelación universal y la crítica. Ambas son
necesarias”[26]. Tillich cuenta, a modo de testimonio, la influencia que sus
maestros ejercieron sobre él en su período formativo, abriéndole los ojos para
advertir en qué medida la tradición bíblica se nutrió de ideas del Asia Menor,
del Mediterráneo, del existencialismo helénico y de la escatología persa,
rasgos que se pueden detectar en el Antiguo y Nuevo Testamentos. De manera
osada, Tillich dice:
Desde esta
perspectiva, toda la historia de las religiones produjo símbolos de figuras
salvadoras que luego estructuraron la visión neotestamentaria de Jesús y su
obra. Esto constituyó una liberación. No fue algo que cayó del cielo como
piedras, sino que hubo una extensa revelación histórica previa que, por último,
en el kairos, el tiempo preciso, el cumplimiento del tiempo, posibilitó
la aparición de Jesús como el Cristo[27].
Decimos “osada” en el sentido de la
valentía de Tillich para decirlo. Pero, leída con total sinceridad, su
declaración tiene suficiente fundamentación en la historia de las religiones y
de las filosofías[28].
5. Historia de las religiones: el aporte
de la filosofía
Aquí, Tillich es muy escueto. De todos
modos es conveniente tomar en consideración lo que dice sobre los aportes
filosóficos a la cuestión de las religiones. Parte de la premisa de que una
teología de la historia de Israel y de la Iglesia se encuentra dentro de la
historia de la salvación pero, a su vez, esa historia de la salvación se
encuentra dentro de la historia general de la humanidad. Para Tillich, la
historia de la salvación se expresa en grandes momentos simbólicos que
denomina kairoi, o sea, momentos clave y significativos que son “como los
diversos intentos de reforma en el curso de la historia eclesiástica”[29]. Tillich ve esos kairoi en movimientos como el Iluminismo
y la filosofía de Hegel. En cuanto al primero, señala que para los teólogos –se
supone que de la época– ese movimiento constituía una etapa preparatoria para
lo que denomina el gran kairos, en el cual la humanidad alcanzaría la
madurez racional. Cita como ilustración la filosofía de Kant en la cual
persisten elementos religiosos como Dios, libertad, inmortalidad, tal como los
desarrolló en su obra La religión dentro de los límites de la Razón Pura. El
otro intento fue la filosofía de Hegel en la cual “hay una historia evolutiva
de la religión que progresa de acuerdo a categorías fundamentales que sientan
las bases de toda la realidad”. Y agrega Tillich a modo de síntesis: “El cristianismo
es el punto más alto y último; constituye una ‘religión revelada’, pero
filosóficamente desmitologizada. Una idea así combina la filosofía de Kant con
el mensaje del Nuevo Testamento”[30].
Es oportuno aquí, ampliar la visión que
Hegel tenía de la religión. Para ello, nos remitimos a su obra El concepto
de la religión[31], en
la cual el pensador alemán desarrolla el tema. La
religión, para Hegel, es el ámbito en el que los pueblos formaron su concepción
del carácter último de realidad, del mundo y de Dios. La religión es la
autoconciencia del Espíritu absoluto, definición que cabe asignar a la
realidad. Los individuos participan de la religión. Así como hemos recibido la
ciencia y el arte de Grecia, la religión la hemos recibido de Oriente. El
cristianismo, para Hegel, es el hecho decisivo en la historia de la humanidad, por
lo tanto intenta justificar filosóficamente al cristianismo y no desde “el
sentimiento de absoluta dependencia” propuesto por Shleiermacher. En este
sentido, procura desarrollar especulativamente las grandes doctrinas cristianas
en las que la Trinidad ocupa un lugar decisivo. En efecto, la Trinidad
configura la tercera y última parte de su filosofía de la religión, cuya
estructura interna es el espacio en que se despliega el contenido de la misma.
Por eso, dedica tres apartados fundamentales a: el Reino del Padre, el Reino
del Hijo y el Reino del Espíritu. La Trinidad es, en suma, la expresión dela
dialéctica interna del Espíritu Absoluto, por eso el Dios de Hegel es
esencialmente trinitario, de lo contrario no sería el Dios del cristianismo,
etapa superadora de la religión. Al cuestionamiento de que fueron los teólogos
de la escuela alejandrina y los neoplatónicos quienes introdujeron esa
doctrina, dice Hegel:
[...] resulta,
no obstante, indiferente de dónde procede esa doctrina; la cuestión consiste
tan sólo en si es verdadera en y para sí. Pero esto no es objeto de
investigación y, sin embargo, esa doctrina constituye la determinación
fundamental de la doctrina cristiana[32].
Hegel distingue entre “religiones
determinadas” y la “religión revelada”. Identifica a esta última con el
cristianismo. Dice: “Esta religión revelada es, pues, la cristiana. La religión
cristiana se nos mostrará como la religión absoluta [...]”[33]. Y “la religión revelada es la manifiesta, puesto que Dios se ha
manifestado totalmente en ella [...]”[34]. Finalmente, en cuanto al tiempo de su manifestación, Hegel
distingue entre “tiempo contingente” y tiempo determinado”, explicando:
[...] la
religión revelada ha llegado a su tiempo. No se trata de un tiempo contingente,
de un capricho, de una ocurrencia, sino que se funda en los decretos esenciales
y eternos de Dios, es decir, es un tiempo determinado en la razón eterna, en la
sabiduría de Dios [...][35].
Volviendo al texto de Tillich, el
teólogo luterano indica que dentro del esquema hegeliano de la historia, las
religiones “son aufgehoben, expresión que sólo se puede traducir con las
palabras castellanas, a saber: incorporadas y asimiladas”[36]. Lo que fue parte del pasado ha perdido su significado ya que es
sólo un estadio previo de una evolución posterior. Dentro de ese esquema
evolutivo, Hegel considera a las religiones de la India como algo del pasado,
ya concluido, sin valor actual. Como cierre de la referencia a los aportes de
la filosofía, Tillich menciona al historiador Arnold Toynbee y a Teilhard de
Chardin, el pensador jesuita que propone una especie de evolucionismo teísta en
el cual el cristianismo incorpora todos los elementos espirituales del futuro.
6. Tres elementos en la experiencia de
la sacralidad
En un nuevo tramo de su reflexión,
Tillich desarrolla lo que da en llamar “elementos en la experiencia de la
sacralidad”. Distinguiéndose de Hegel, sostiene que no existe un desarrollo
progresivo que evolucione constantemente en la religión. Pero sí hay elementos
que predominan en la religión. Admite que su enfoque es demasiado esquemático
pero arriesga en proponerlo. Esos cinco elementos son:
a) La base sacramental de todas las
religiones. Si unas religiones carecieran de este elemento se convertirían,
según Tillich, en una asociación de clubes morales, como aconteció, en su
opinión, con buena parte del protestantismo.
b) Una tendencia crítica contra la
demonización de lo sagrado. “Este elemento se corporiza de diversas y críticas
maneras”[37]. El místico es uno de los movimientos críticos que muestran que
uno no puede conformarse con expresiones concretas de la sacralidad porque ella
se encuentra más allá de sus corporizaciones, aunque éstas se justifiquen, pero
son, en todo caso, secundarias.
c) El del “tener que ser”. Se trata del
movimiento ético o profético. Aquí hay una crítica a la religión sacramental y
a la tendencia, que Tillich juzga de “demoníaca” de negar la justicia en nombre
de la santidad[38]. La crítica profética hacia esa tendencia es ilustrada en los
casos de Amós y Oseas que llegan al punto de abrogar el culto. Tillich hace
aquí, una importante aclaración:
Esta crítica
de la base sacramental es decisiva en el judaísmo, y es un elemento del
cristianismo. Pero otra vez debo aclarar que si éste carece del elemento
sacramental y del místico, se convertirá en moralista y, por último, en secular[39].
Tillich, entonces, pasa a describir lo
que denomina “la religión del Espíritu Concreto”.
7. La religión del Espíritu Concreto
Tillich intuye la existencia de un telos interior que implica el propósito interno de algo, como la bellota que
después se convierte en árbol, y, a partir de esa imagen, piensa en las
religiones como algo que tiende a convertirse en una Religión del Espíritu
Concreto. Por el momento, no ve que esa religión pueda ser identificada con
ningún movimiento, ni siquiera el cristianismo. De todos modos, cree que el
ejemplo más elevado de esa síntesis es la doctrina paulina del Espíritu.
Allí tenemos
dos elementos fundamentales: la unión del elemento extático y el racional. Hay
un éxtasis, pero su máxima creación es el amor en el sentido del agape. Hay
un éxtasis, pero su otra creación es la gnosis. Se trata de eso, un
conocimiento, no el desorden ni el caos[40].
La historia de las religiones recibe su
carácter dinámico de la relación positiva y negativa de los elementos
indicados. Esto le permite decir a Tillich: “El telos interior del que
hablé, la Religión del Espíritu Concreto es, por decirlo así, aquello a lo cual
apuntan todas las cosas”.[41] Para Tillich, la Religión del Espíritu Concreto no es algo
simplemente del futuro, sino algo que se está realizando en el presente. Es la
lucha contra dos frentes: “la resistencia demoníaca de la base sacramental, y
la distorsión diabólica y secularista de la crítica a esa base”[42].
La apertura que Tillich manifiesta de
aprender de la historia de las religiones no le hace olvidar su posición como
cristiano. Al contrario, sostiene que en esa lucha decisiva, planteada ante lo
demoníaco y lo diabólico de la base sacramental y de la secularización, es
fundamental ver la aparición de Jesús como el Cristo y, particularmente, como
el Christus Victor. Porque esa confesión del Cristo victorioso “apunta a
la victoria en la cruz como una negación de todo derecho demoníaco”[43]. Porque:
Nuestro
criterio, como cristianos, se encuentra en el acontecimiento de la cruz.
Aquello que allí se produjo de manera simbólica, que otorga el criterio,
también ocurre, de modo fragmentario, en otros lugares, en otros momentos, y ha
sucedido y sucederá aun cuando éstos no estén conectados histórica o
empíricamente con la cruz[44].
¿Cuál es el telos o el objetivo
intrínseco de la historia de las religiones? Apelando al neologismo que él
utiliza en muchos de sus textos, Tillich dice que ese telos es la teonomía, que es la superación tanto de la
heteronomía como de la autonomía. Explica: “Si las fuerzas autónomas del
conocimiento, de la estética, de la ley y la moral apuntan hacia el significado
último de la vida, existe teonomía”[45]. Para Tillich, la teonomía, que vendría a ser la realidad imbuida
de presencia de lo divino, se lleva a cabo en lo que denomina Religión del
Espíritu Concreto. Pero su realización, sin embargo, es fragmentaria, por tanto
es escatológica, trasciende el tiempo y marcha rumbo a la eternidad. Es, en
algún sentido una tendencia a progresar sin que sea “progresista” tal como lo
plantea Teilhard de Chardin. Tillich intuye que para que se realice la Religión
del Espíritu Concreto será necesario que la estructura del pensamiento
religioso se desarrolle en relación con otra perspectiva que comporte una
manifestación diferente y fragmentaria de la teonomía, o sea, de la Religión
del Espíritu Concreto. Sobre esto nos ocuparemos en las conclusiones de este trabajo.
Ahora vamos al último aspecto de la ponencia de Tillich.
8. El método de la historia de las
religiones
El método, según Tillich, consta de
cinco pasos:
a) Utilizar material de la tradición
como una experiencia existencial de aquellos que trabajan teológicamente.
b) Apropiarse del análisis de la mente y
la realidad de la metodología naturalista para demostrar dónde se encuentra el
aspecto religioso dentro del plano de las experiencias humanas.
c) Presentar una fenomenología de la
religión, mostrando los fenómenos en los cuales se expresa, en especial
aquellos que se revelan en la historia de esa religión: símbolos, ritos, ideas
y actividades.
d) Destacar la relación de esos
fenómenos con los conceptos tradicionales y con los problemas que se van
presentando.
e) Colocar los conceptos reinterpretados
dentro del marco de la dinámica de la historia religiosa y secular, en especial
el marco de nuestra actual situación religiosa y cultural.
Ampliando el tercer paso, Tillich
señala: “Los símbolos religiosos no son piedras caídas del cielo. Tienen sus
raíces afianzadas en la totalidad de la experiencia humana, incluyendo los
límites particulares en todas sus manifestaciones, tanto políticas como
económicas”[46]. Los símbolos son importantes en tanto comunican algo respecto al
modo en que los hombres deberían analizarlos, o sea, en el contexto de su
verdadera naturaleza. Al contrastar la simbólica de una religión con otra,
notaremos que hay a veces diferencias notorias. Un caso típico que menciona
Tillich a modo de ilustración es el tema del pecado, tan presente en el
cristianismo y ausente en el Islam. Esto le conduce a pensar que: “debemos
ampliar nuestra comprensión de la naturaleza humana de manera que constituya
algo más que una determinada técnica psicológica”[47].
La pregunta final que Tillich formula
es: ¿cuál debiera ser nuestra actitud hacia la religión de la cual somos
teólogos? Y responde: “Una teología tal, seguirá aferrada a su base
experimental, y sin ella, ninguna teología es, al fin y al cabo, posible. Se
trata de formular las experiencias básicas que son universalmente válidas en
términos que también lo sean”[48]. Aclara que la universalidad de una declaración religiosa no
radica en una abstracción sino en las profundidades de la religión y en la
libertad espiritual que refleja.
9. Implicaciones de la propuesta de
Tillich
Lo primero que surge de la mera lectura
del trabajo de Tillich es su capacidad podríamos decir “profética”, tanto en el
sentido de pronunciar un mensaje cristiano como también en la acepción más popular
de “anticipación” o “vaticinio”. Tillich pensó este tema hace más de cuarenta
años, cuando todavía se vivían los efectos del Vaticano II y sus implicaciones
para el ecumenismo entendido como la relación y unidad entre las iglesias
cristianas. Fue más allá para pensar en los desafíos que la historia de las
religiones implicaba para el teólogo/a cristiano/a. En este aspecto, debemos
ponderar, una vez más, su insight para ver el fenómeno religioso en una
mirada mucho más amplia que el mero ecumenismo cristiano.
En segundo lugar, su crítica a la
posición de Barth en la cual radicaliza la revelación y la coloca en
yuxtaposición a toda religión es cierta aunque algo parcial. En efecto, aunque
es verdad el claro pronunciamiento de Barth en contra de la religión como
factura humana y, por tanto, condenada al fracaso por ser signo de
incredulidad, también es cierto que parece matizar su posición en ensayos como La
humanidad de Dios y en su replanteo de la doctrina de la elección en la
cual ubica a Cristo como el Elegido y el Rechazado. Justamente allí, en un
lenguaje cercano al universalismo, Barth insinúa la posibilidad de una
salvación de toda la humanidad. Sobre este asunto tan particular como
controversial, David L. Mueller dice:
Barth es muy
sensible a esta acusación. Sin embargo, sostiene que no cae dentro de la
prerrogativa humana determinar el alcance de la elección de Dios. En deferencia
a la libertad de la gracia de Dios, nosotros estamos impedidos, en principio,
de negar la posibilidad de una salvación universal”[49].
No es este el lugar para abundar en un
análisis del universalismo, pero lo que es dable observar es que difícilmente
alguien que insinúa la posibilidad de la salvación de toda la humanidad pueda
mantener, al mismo tiempo, la exclusividad de la revelación cristiana sino que
implica el reconocimiento de la validez de otras religiones.
En otro aspecto, la reflexión de Tillich
sobre el desafío de la historia de las religiones para la teología cristiana
implica, también, dos actitudes: una valoración positiva y una crítica. Debe
haber, dice Tillich, una teología en la que haya un equilibrio entre la
valoración positiva y la crítica ya que ambas son necesarias. Esto ayudará a
comprender la situación histórica propia de la religión cristiana y su misión
universal. En este sentido, el camino recorrido desde cuando fue pronunciada
esta conferencia ha sido fértil. La propia Iglesia Católica Romana ha hecho
avances al definir a los protestantes como “hermanos separados” y a los judíos
como “hermanos mayores”. Estas nomenclaturas marcan a lo menos un cambio de
perspectivas que permiten un diálogo más abierto y -se espera- más fructífero.
Por otra parte, la exposición de Tillich
pone de manifiesto que las religiones –todas ellas- no han caído del cielo sino
que son producto de muchas tradiciones e influencias. Ilustra esta realidad con
los ejemplos de las religiones bíblicas: el judaísmo y el cristianismo, a los
cuales debiera agregar el Islam. En el caso nuestro, el cristianismo, es dable
observar influencias de Persia, el helenismo, el estoicismo y otras corrientes.
Esto plantea preguntas insoslayables: ¿Qué hacer con esas influencias? En
actitud iconoclasta, ¿hay que “purgar” al cristianismo de ellas para
“purificarlo” y hacerlo más genuino? ¿Qué pasa con las influencias posteriores?
¿Cuáles son válidas y cuáles no lo son? ¿Qué debe aprender el cristianismo y
una teología cristiana de las otras religiones? Son preguntas que surgen del
enjundioso ensayo de Tillich y para las cuales no hay respuestas fáciles.
Finalmente, en su propuesta concreta,
Tillich define la religión del telos interior, como la “Religión del
Espíritu Concreto”. No encontramos en el desarrollo del tema una especificación
más amplia a lo que quiere designar con esa nomenclatura. El lenguaje, sin
embargo, parece ser un eco de la filosofía hegeliana que postula al Espíritu
como la realidad última y que distingue entre el Espíritu subjetivo, el
Espíritu objetivo y el Espíritu absoluto. Hablar de “Espíritu concreto”, como
lo hace Tillich, pareciera acercarlo al lenguaje de Hegel, aunque no
totalmente. Quizás el eco más fuerte o el paralelismo podría ser con el
“Espíritu objetivo”[50]. De todos modos se trata sólo de cierta intuición o hipótesis por
parte de Tillich que no alcanza a desarrollar plenamente. Sí nos parece más
claro su apelación a la teonomía, superadora de las dos tendencias
antagónicas: heteronomía y autonomía. Tillich vislumbra en el
horizonte la posibilidad de un progreso en el mundo de las religiones que
permita arribar a una cultura imbuida de presencia de lo divino.
Las religiones, cuyo lenguaje es primordialmente simbólico,
están llamadas a profundizar sus relaciones hasta corporizarse, acaso algún
día, en una religión de alcances universales. En todo caso, una teología
de las religiones está llamada a formular las experiencias básicas
universalmente válidas tendiendo a ese telos que se logrará al fin de la
historia o acaso, luego de ella. De todos modos, el largo camino a transitar
debe bucear en las profundidades de toda religión concreta y ser apertura hacia
la libertad espiritual. Para ello, son condiciones sine qua non el
respeto mutuo entre las religiones, el diálogo franco y, al mismo tiempo, un
claro pronunciamiento en contra de la guerra, junto a un mea culpa por
tanta muerte, exterminio y masacre que se ha hecho de la humanidad en nombre de
la religión[51]. Porque la paz entre las religiones es un presupuesto para la paz
entre las naciones. Éste es el gran desafío a que nos conduce la última
conferencia de Tillich, que no sólo es fértil y profunda, sino que se
constituye, también, en un legado providencial y emblemático[52]. En suma: el mensaje de Tillich para nosotros hoy significa la
toma de conciencia de la importancia del diálogo interreligioso, considerar con
seriedad la historia de las religiones como el resultado de la confluencia de
muchas corrientes que interactúan entre sí, y apuntar a una comprensión mutua,
respetuosa con todas sus manifestaciones, a fin de propender a una cultura de
la paz, de la libertad y de la realización de la persona humana en nuestro mundo.
* Alberto Fernando Roldán. Doctor en
teología por el Instituto Universitario ISEDET de Buenos Aires y la Escola
Superior de Teologia de São Leopoldo, Master en Educación por la Universidad
del Salvador, de Buenos Aires, y candidato a la Maestría en Ciencias Sociales y
Humanidades por la Universidad de Quilmes (Argentina). Profesor de teología,
ética y hermenéutica contextual en varios países de América Latina. Vive en
Buenos Aires. Director de la revista digital: Teología y cultura: www.teologos.com.ar Mantiene los blogs: teologiapoliticaysociedad.blogspot.com y karlbarthenlatinoamerica.blogspot.com/
Publicado en RELaT en noviembre de 2010.
[1] Véanse, como ejemplos, los textos de: Jacques
Derrida y Gianni Vattimo (eds.), La religión, Madrid: PPC, 1996; Gianni
Vattimo, Después de la cristiandad. Por un cristianismo no religioso, Buenos
Aires: Paidós, 2004; José María Mardones, Posmodernidad y cristianismo. El
desafío del fragmento, 2ª Edición, Santander: Sal Terrae, 1988; Peter
Berger, Una gloria lejana. La búsqueda de fe en una época de credulidad, Barcelona:
Herder, 1994.
[2] Estos y otros artículos han sido publicados
por la Revista Latinoamericana de Teología y son accesibles en: http://servicioskoinonia.org/relat El libro ha sido publicado por
Abya Yala, Quito 2006, y por Paulus en São Paulo en portugués.
[3] Editorial Abya Yala, Quito
2005-2010. Puede verse en http://tiempoaxial.org/PorLosMuchosCaminos Publicada
también en portugués, inglés e italiano.
[4] Entre las muchas obras producidas por Paul
Tillich, merecen citarse aquí: Teología sistemática (3 volúmenes),
Barcelona: Ariel (nuevas ediciones por Sígueme, de Salamanca); Filosofía de
la religión, Buenos Aires: La Aurora, 1973; Teología de la cultura y
otros ensayos, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1974; Moralidad y algo
más, Buenos Aires: La Aurora, 1974.
[5] La conferencia fue pronunciada por Paul
Tillich el 12 de octubre de 1965 en la Escuela de Teología de la Universidad de
Chicago. Tillich murió el 22 de octubre de ese año, o sea, diez días después de
ofrecer esa ponencia. El texto es tomado de Paul Tillich, El futuro de las
religiones, Buenos Aires: La Aurora, 1976, pp. 95-118. La obra que en
adelante citaremos como EFR contiene un prólogo de Mircea Eliade,
historiador de las religiones, de origen rumano, una de las más importantes autoridades
sobre el tema en el siglo XX. Precisamente el prólogo inserto en el libro
indicado, es fruto del hecho de que ambos pensadores tuvieron a cargo un
seminario en Chicago en 1964. Como dato curioso cabe recordar que, según da
testimonio, el filósofo y ensayista argentino Víctor Massuh participó de ese
seminario y, mientras no destaca demasiado las conferencias de Eliade porque se
le asemejaban demasiado a una lectura oral de su Traité d’histoire des
religions, señala: “El aporte novedoso, en cambio, eran las memorables
reuniones de un seminario que Eliade llevaba a cabo juntamente con Paul
Tillich, el gran teólogo alemán protestante radicado en los Estados Unidos
desde la última Gran Guerra”. Agonías de la razón, Buenos Aires:
Sudamericana, 1994, pp. 45-46. Lo que no se llega a entender bien es el juicio
que Massuh hace de Tillich cuando dice: “El riesgo de una actividad como la de
Tillich, se sabe, es la caída en la cerrazón, el sectarismo y el orgullo de la
verdad absoluta”. Ibíd., p. 47. Si algo caracterizó a Tillich fue
precisamente lo contrario a cerrazón, sectarismo y orgullo, como quedará
reflejado en el presente trabajo.
[6] EFR, P. 95.
[7] Ibíd.
[8] Se trata de la tercera parte del capítulo 2 de
la Church Dogmatics, volumen I/II. Hay traducción española de esa
sección con traducción de Carlos Castro y Daniel Vidal y publicada en coedición
por Fontanella de Barcelona y Marova de Madrid, 1972. En el presente trabajo
citamos de la versión en inglés.
[9] Church Dogmatics, vol.
I.2, The Doctrine of the word of God, Edimburgo: T. & T. Clark,
1956, p. 280.
[10] Ibíd., p. 282.
[11] Ibíd., p. 294.
[12] Ibíd., pp.
299-300.
[13] Ibíd., p. 301.
[14] Ibíd., p. 302,
[15] Ibíd., pp.
302-303.
[16] En su comentario a los Romanos, que tan
decisivo papel jugó en la historia de la teología, Barth dice al hacer la
exégesis de 1,18ss: “Los ídolos ideados y manipulados por el hombre, obscurecen
y cubren la visión de los que los sirven con tan densas tinieblas al punto de
hacer desaparecer de la vista la exuberante luz que brilla, no al lado, ni encima,
ni más fulgurante, sino única, absoluta, incomparable: la Santa Luz de Dios.” Carta
aos Romanos, São Paulo: Novo Século, 1999, p. 58. Hay traducción española
de esta obra por BAC de Madrid. Como un dato que muestra que la influencia de
esta obra de Barth fue mucho más allá de la teología, es oportuno citar el
comentario que hace un discípulo de Heidegger cuando señala: “La Carta a los
Romanos de Karl Barth (que apareció en 1818) le parecía a Heidegger uno de
los pocos signos de una auténtica vida espiritual [...]”. Karl Löwith, Heidegger,
pensador de un tiempo indigente. Sobre la posición de la filosofía en
el siglo XX, Buenos Aires: FCE, 2006, p. 360. Su carácter de discípulo
de Heidegger no impidió a Löwith a realizar una profunda y respetuosa crítica a
su maestro, a quien define como “un ‘teo-logo cristiano’ (con el acento
en el logos) que tenía la única tarea, por completo inadecuada a la
enseñanza y la prosecución, de destruir críticamente las concepciones
tradicionales de la filosofía y la teología occidentales [...]”, ibíd.,
p. 281. Cursivas originales. De paso, es dable consignar que en esa obra se
incluye un trabajo de Löwith titulado: “Martin Heidegger y Franz Rosenzweig. Un
agregado a El Ser y el Tiempo”, en el que muestra las coincidencias y
contrastes entre la filosofía de Heidegger y la del pensador judío Rosenzweig a
partir de su obra: La Estrella de la redención, publicada seis años
antes que El Ser y el Tiempo. La correspondencia entre ambas obras es un
tema poco conocido, dice Löwith, al punto que señala que Rosenzweig fue
consciente de la correspondencia entre ambos trabajos. El énfasis central de la
obra de Rosenzweig es, precisamente, la revelación ya que “el puente entre lo
más subjetivo y lo más objetivo lo constituye exclusivamente el concepto
teológico de la revelación, pues sólo como recipiente de la revelación tiene el
ser humano ambas cosas en sí.” Heidegger, pensador de un tiempo indigente, p.
100. Además de La Estrella de la Redención, de la cual hay versión
española por Ediciones Sígueme, se ha publicado en castellano El Nuevo
Pensamiento, Madrid: Visor, 1989, donde está el pensamiento germinal de
Rosenzweig que luego desarrollará plenamente en La Estrella de la Redención.
[17] Church Dogmatics, I.2,
p. 308.
[18] Ibíd., p. 344.
[19] Aquí, Barth habla que así como hay una creatio
continua también hay una electio continua.
[20] Ibíd., p. 359.
[21] Véase ese trabajo en: Ensayos teológicos, Barcelona:
Herder, 1978, pp. 9-34.
[22] Se trata de la cita de un poema del cretense
Epiménides, cuya primera parte aparece en Tito 1,12 y la segunda en el discurso
de Pablo en Atenas registrado en Hechos 17.
[23] EFR, P. 97.
[24] De amplio y fugaz desarrollo en la década de
los 1960s y que tuvo, entre sus abanderados, a teólogos como William Hamilton,
Paul Van Buren y John A. T. Robinson, entre otros. Este último, célebre por su
obra: Honest to God. Estos teólogos resignificaban la idea nietzscheana
de la “muerte de Dios” pronunciada en la Gaya Ciencia a través del
relato del loco que, linterna en mano, buscaba a Dios y luego espetaba a la
concurriencia: “¡Vosotros lo habéis matado!” y, también, las ideas de
Bonhoeffer de un cristianismo a-religioso que pergeñó en su encarcelamiento en
Tegel.
[25] EFR, p. 99.
[26] EFR, P. 102.
[27] EFR, p. 103. Cursivas
originales.
[28] Véase, para más datos, la reflexión de Tillich
sobre las influencias de mitologías griegas, semíticas e indias en algunos
aspectos del mensaje cristiano en su ensayo: “Naturaleza del lenguaje
religioso”, Paul Tillich, Teología de la cultura y otros ensayos, Buenos
Aires: Amorrortu editores, 1974, pp. 54-65.
[29] EFR, P. 104.
[30] EFR, p. 105.
[31] Hegel, El concepto de religión, Madrid:
Fondo de Cultura Económica, 1981.
[32] Ibíd., pp. 100-101. El
tema de la Trinidad recibe un tratamiento más profundo por parte de Hegel en su Fenomenología del Espíritu, México: Fondo de Cultura Económica, 2006,
pp. 444-457, donde destaca la función del Espíritu. Partiendo del concepto de
que el espíritu no consiste en ser significación sino en ser “lo real”, dice
luego: Pero la representación de la comunidad no es este pensamiento conceptual, sino que posee el contenido sin su necesidad y transfiere al reino de la
pura conciencia, en vez de la forma del concepto, las relaciones naturales
entre Padre e Hijo”. Ibíd., p. 445.
[33] El concepto de religión,
p. 126. Negritas en el original.
[34] Ibíd., p. 127.
[35] Ibíd.
[36] EFR, p. 105.
[37] EFR, p. 107.
[38] Este es un tema que siempre apasionó a Tillich
y que menciona en otros trabajos como, por caso, Moralidad y algo más,
Buenos Aires: La Aurora, 1974, donde dice: “Es lamentable que el cristianismo
haya tan a menudo ocultado su falta de voluntad para hacer justicia, o su no
disposición para luchar por ella, oponiendo la justicia y el amor y realizando
obras de amor, en el sentido de la ‘caridad’, en lugar de luchar por la
eliminación de la justicia social”. Ibíd., p. 38.
[39] EFR, p. 108.
[40] Ibíd., pp. 108-109.
Cursivas originales.
[41] Ibíd., p. 109
[42] Ibíd.
[43] Ibíd., p. 110. En el
esquema hegeliano a que hemos hecho referencia, la cruz significaría negación
de la negación a partir de lo cual se puede plantear la resurrección de Jesús.
[44] Ibíd.
[45] Ibíd., p. 112
[46] Ibíd., p. 117
[47] Ibíd., p. 118.
[48] Ibíd.
[49] David L. Mueller, Karl Barth. Makers of the
modern theological mind, Peabody:
Hendrickson, 1972, p. 109.
[50] Ver la exposición de Hegel en: Enciclopedia
de las ciencias filosóficas, 8ª edición, México: Porrúa, 2004.
[51] En este sentido, pensadores como Cornelius
Castoriadis formula una acerba crítica a este fenómeno al comentar: “Ninguna
prescripción ética parece más evidente que el ‘no matarás’. A la vez, ninguna
ha sido y sigue siendo tan constante, cínica y oficialmente transgredida. [...]
Que yo sepa no hubo una sola guerra entre naciones cristianas en que las armas
de los beligerantes no hayan sido bendecidas por sus respectivas Iglesias. La
razón de Estado es infinitamente más fuerte que la razón práctica y que los
Diez Mandamientos.” El avance de la insignificancia, Buenos Aires:
Eudeba, 1997, p. 37.
[52] De la misma opinión es José María Vigil al
subrayar: “Al final de su vida, el día 12 de octubre de 1965, Tillich pronunció
una conferencia programática sobre el tema de «El significado de la historia de
las religiones para la teología sistemática». Allí afirmó que le gustaría
reescribir toda su teología desde la nueva perspectiva del diálogo de las
religiones. No podía saber Tillich que aquélla era su última conferencia, y que
vino a ser su testamento teológico, en el que vino a señalar proféticamente la
visión de una nueva teología sistemática en el horizonte de las religiones del
mundo, como una nueva tarea a ser realizada.” “Desafíos de la Teología del
Pluralismo Religioso a la fe tradicional”,
http://servicioskoinonia.org/relat/366.htm
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