La dimensión política
de la fe desde la opción por los pobres.
Una experiencia eclesial en El Salvador, Centroamérica
Mons. Oscar Arnulfo
ROMERO
Discurso de Mons. Oscar Arnulfo Romero al recibir el doctorado
honoris causa por la Universidad de Lovaina, pronunciado el 2 de febrero
de 1980, 50 días antes de su asesinato. Considerado como su testamento
teológico y político, este texto nos da lo esencial de su lectura
del Evangelio y de su vida de fe.
Tema
Experiencia y reflexión que, de acuerdo con la amable sugerencia
de la Universidad, tengo el honor de situar en el ciclo de conferencias
que aquí se desarrolla sobre el sugestivo tema de la dimensión
política de la fe cristiana. Desde luego, no pretendo decir,
ni Vds, pueden esperar de mi, la palabra de un técnico en materia
de política, ni tampoco la especulación con que un experto
en teología relacionaría teóricamente la fe y
la política.
Sencillamente voy a hablarles más bien como pastor, que, juntamente
con su pueblo, ha ido aprendiendo la hermosa y dura verdad de que
la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos sumerge en él,
de que la Iglesia no es un reducto separado de la ciudad, sino seguidora
de aquel Jesús que vivió, trabajó, luchó
y murió en medio de la ciudad, en la "polis".
En este sentido quisiera hablar sobre la dimensión política
de la fe cristiana; en el sentido preciso de las repercusiones de
la fe para el mundo y también de las repercusiones que la inserción
en el mundo tiene para la fe.
Una Iglesia al servicio del mundo
Debemos estar claros desde el principio de que la fe cristiana y
la actuación de la Iglesia siempre han tenido repercusiones
socio-políticas. Por acción o por omisión, por
la connivencia con uno u otro grupo social los cristianos siempre
han influido en la configuración socio-política del
mundo en que viven. El problema es cómo debe ser el influjo
en el mundo socio-político para que ese influjo sea verdaderamente
según la fe.
Como primera idea, aunque todavía muy general, quiero avanzar
la intuición del Concilio Vaticano II que está a la
base de todo el movimiento eclesial en la actualidad. La esencia de
la Iglesia está en su misión de servicio al mundo, en
su misión de salvarlo en totalidad, y de salvarlo en la historia,
aquí y ahora. La Iglesia está para solidarizarse con
las esperanzas y gozos, con las angustias y tristezas de los hombres.
La Iglesia es, como Jesús. para "evangelizar a los pobres
y levantar a los oprimidos, para buscar y salvar lo que estaba perdido"
(LG 8).
El mundo de los pobres
Todos Vds. conocen estas palabras del Concilio. Varios de sus obispos
y teólogos ayudaron mucho en los años sesenta para presentar
de esta forma la esencia y misión de la Iglesia. Mi aporte
consistirá en poner carne concreta a esas hermosas declaraciones
desde la propia situación de un pequeño país
latinoamericano, típico de lo que hoy se llama el Tercer Mundo.
Y para decirlo de una vez y en una palabra que resume y concretiza
todo, el mundo al que debe servir la Iglesia es para nosotros el mundo
de los pobres.
Nuestro mundo salvadoreño no es una abstracción, no
es un caso más de lo que se entiende por "mundo"
en países desarrollados como el de Vds. Es un mundo que en
su inmensa mayoría esta formado por hombres y mujeres pobres
y oprimidos. Y de ese mundo de los pobres decimos que es la clave
para comprender la fe cristiana, la actuación de la Iglesia
y la dimensión política de esa fe y de esa actuación
eclesial. Los pobres son los que nos dicen qué es el mundo
y cuál es el servicio eclesial al mundo. Los pobres son los
que nos dicen qué es la "polis", la ciudad y qué
significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo.
Permítanme que desde los pobres de mi pueblo, a quienes represento,
explique entonces brevemente la situación y actuación
de nuestra Iglesia en el mundo en que vivimos, y reflexionar después
desde la teología, sobre la importancia que ese mundo real,
cultural y sociopolítico, tiene para la propia fe de la Iglesia.
1. Actuación de la Iglesia de la arquidiócesis
de San Salvador
En los últimos años nuestra Arquidiócesis ha
ido tomando una dirección en su actuación pastoral que
sólo se puede describir y comprender como una vuelta al mundo
de los pobres y a su mundo real y concreto.
a) Encarnación en el mundo de los pobres
Como en otros lugares de América Latina después de
muchos años y quizás siglos han resonado entre nosotros
las palabras del Exodo:
"He oído el clamor de mi pueblo, he visto la opresión
con que le oprimen" (Ex 3,9). Estas palabras de la Escritura
nos han dado nuevos ojos para ver lo que siempre ha estado entre nosotros,
pero tantas veces oculto, aun para la mirada de la misma Iglesia.
Hemos aprendido a ver cuál es el hecho primordial de nuestro
mundo y lo hemos juzgado como pastores en Medellín y Puebla.
"Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama
al cielo " (Medellín, Justicia, n. 1). Y en Puebla declaramos
"como el más devastador y humillante flagelo, la situación
de inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada
por ejemplo en salarios de hambre, el desempleo y subempleo, desnutrición,
mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud,
inestabilidad laboral" (n. 29).
El constatar estas realidades y dejarnos impactar por ellas, lejos
de apartarnos de nuestra fe, nos ha remitido al mundo de los pobres
como a nuestro verdadero lugar, nos ha movido como primer paso fundamental
a encarnarnos en el mundo de los pobres. En él hemos encontrado
los rostros concretos de los pobres de que nos habla Puebla. (cfr.
31 -39). Ahí hemos encontrado a los campesinos sin tierra y
sin trabajo estable, sin agua ni luz en sus pobres viviendas, sin
asistencia médica cuando las madres dan a luz y sin escuelas
cuando los niños empiezan a crecer. Ahí nos hemos encontrado
con los obreros sin derechos laborales, despedidos de las fábricas
cuando los reclaman y a merced de los fríos cálculos
de la economía. Ahí nos hemos encontrado con madres
y esposas de desaparecidos y presos políticos Ahí nos
hemos encontrado con los habitantes de tugurios, cuya miseria supera
toda imaginación y viviendo el insulto permanente de las mansiones
cercanas.
En ese mundo sin rostro humano, sacramento actual del Siervo Sufriente
de Yahvé, ha procurado encarnarse la Iglesia de mi Arquidiócesis.
No digo esto con espíritu triunfalista, pues bien conozco lo
mucho que todavía nos falta que avanzar en esa encarnación.
Pero lo digo con inmenso gozo, pues hemos hecho el esfuerzo de no
pasar de largo, de no dar un rodeo ante el herido en el camino sino
de acercarnos a él como el buen samaritano.
Este acercamiento al mundo de los pobres es lo que entendemos a la
vez como encarnación y como conversión. Los necesarios
cambios al interior de la Iglesia, en la pastoral, en la educación,
en la vida religiosa y sacerdotal, en los movimientos laicales, que
no habíamos logrado al mirar sólo el interior de la
Iglesia, lo estamos consiguiendo ahora al volvernos al mundo de los
pobres.
b) El anuncio de la Buena Nueva a los pobres
Este encuentro con los pobres nos ha hecho nos ha hecho recobrar
la verdad central del evangelio con que la palabra de Dios nos urge
a conversión.
La Iglesia tiene una buena nueva que anunciar a los pobres. Aquellos
que secularmente han escuchado malas noticias y han vivido peores
realidades, están escuchando ahora a través de la Iglesia
la palabra de Jesús: "El reino de Dios se acerca",
"dichosos ustedes los pobres porque de ustedes es el reino de
Dios". Y desde allí tiene también una Buena Nueva
que anunciar a los ricos, que se conviertan al pobre para compartir
con él los Bienes del Reino. Para quien conozca nuestro continente
latinoamericano será muy claro que no hay ingenuidad en estas
palabras ni menos aún opio adormecedor. Lo que hay en estas
palabras es la coincidencia del anhelo de liberación de nuestro
continente y la oferta del amor de Dios a los pobres. Es la esperanza
que ofrece la Iglesia y que coincide con la esperanza a veces adormecida
y tantas veces manipulada y frustrada, de los pobres del continente.
Es una verdad en nuestro pueblo que los pobres vean hoy en la Iglesia
una fuente de esperanza y un apoyo a su noble lucha de liberación.
La esperanza que fomenta la Iglesia no es ingenua ni pasiva. Es más
bien un llamado desde la palabra de Dios a la propia responsabilidad
de las mayorías pobres, a su concientización, a su organización
en un país en que, unas veces con más intensidad que
otras, está legal o prácticamente prohibida. Y es un
respaldo, a veces también crítico, a sus justas causas
y reivindicaciones.
La esperanza que predicamos a los pobres es para devolverles su dignidad
y para animarles a que ellos mismos sean autores do su propio destino.
En una palabra, la Iglesia no sólo se ha vuelto hacia el pobre
sino que hace de él el destinatario privilegiado de su misión
porque como dice Puebla "Dios toma su defensa y los ama (n. 1142).
c) Compromiso en la defensa de los pobres
La Iglesia no sólo se ha encarnado en el mundo de los pobres
y les da una esperanza, sino que se ha comprometido firmemente en
su defensa. Las mayorías pobres de nuestra país son
oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas
y políticas de nuestro país. Entre nosotros siguen siendo
verdad las terribles palabras de los profetas de Israel. Existen entre
nosotros los que venden el justo por dinero y al pobre por un par
de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios;
los que aplastan a los pobres; los que hacen que se acerque un reino
de violencia, acostados en camas de marfil; los que juntan casa con
casa y anexionan campo a campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse
solos en el país.
Estos textos de los profetas Amós e Isaías no son voces
lejanas de hace muchos siglos, no son sólo textos que leemos
reverentemente en la liturgia. Son realidades cotidianas, cuya crueldad
e intensidad vivimos a diario. La vivimos cuando llegan a nosotros
madres y esposas de capturados y desaparecidos, cuando aparecen cadáveres
desfigurados en cementerios clandestinos, cuando son asesinados aquellos
que luchan por la justicia y por la paz. En nuestra Arquidiócesis
vivimos a diario lo que denunció vigorosamente Puebla: "Angustias
por la represión sistemática o selectiva, acompañada
de delación, violación de la privacidad, apremios desproporcionados,
torturas, exilios. Angustias de tantas familias por la desaparición
de sus seres queridos de quienes no pueden tener noticia alguna. Inseguridad
total por detenciones sin órdenes judiciales. Angustias ante
un ejercicio de la justicia sometida o atada"(n. 42).
En esta situación conflictiva y antagónica, en que
unos pocos controlan el poder económico y político la
Iglesia se ha puesto del lado de los pobres y ha asumido su defensa.
No puede ser de otra manera, pues recuerda a aquel Jesús que
se compadecía de las muchedumbres. Por defender al pobre ha
entrado en grave conflicto con los poderosos de las oligarquías
económicas y los poderes políticos y militares del estado.
d) Perseguida por servir a los pobres
Esta defensa de los pobres en un mundo seriamente conflictivo ha
ocasionado algo nuevo en la historia reciente de nuestra Iglesia:
la persecución. Vds. conocerán los datos más
importantes. En menos de tres años más de cincuenta
sacerdotes han sido atacados, amenazados y calumniados. Seis de ellos
son mártires, muriendo asesinados; varios han sido torturados
y otros expulsados. También las religiosas han sido objeto
de persecución. La emisora del Arzobispado, instituciones educativas
católicas y de inspiración cristiana ha sido constantemente
atacadas, amenazadas intimidadas con bombas. Varios conventos parroquiales
han sido cateados.
Si esto se ha hecho con los representantes más visibles de
la Iglesia comprenderán ustedes lo que ha ocurrido al pueblo
sencillo cristiano, a los campesinos, sus catequistas delegados de
la palabra, a las comunidades eclesiales de base. Ahí los amenazados,
capturados, torturados y asesinados se cuentan por centenares y miles.
Como siempre también en la persecución ha sido el pueblo
pobre cristiano el más perseguido.
Es, pues, un hecho claro que nuestra Iglesia ha sido perseguida en
los tres últimos años. Pero lo más importante
es observar por qué ha sido perseguida. No se ha perseguido
cualquier sacerdote ni atacado a cualquier institución. Se
ha perseguido y atacado aquella parte de la Iglesia que se ha puesto
de lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa. Y de nuevo encontramos
aquí la clave para comprender la persecución a la Iglesia:
los pobres. De nuevo son los pobres lo que nos hacen comprender lo
que realmente ha ocurrido. Y por ello la Iglesia ha entendido la persecución
desde los pobres. La persecución ha sido ocasionada por la
defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino
de los pobres.
La verdadera persecución se ha dirigido al pueblo pobre, que
es hoy el cuerpo de Cristo en la historia. Ellos son el pueblo crucificado,
como Jesús, el pueblo perseguido como el Siervo de Yahvé.
Ellos son los que completan en su cuerpo lo que falta a la pasión
de Cristo. Y por esa razón, cuando la Iglesia se ha organizado
y unificado recogiendo las esperanzas y las angustias de los pobres,
ha corrido la misma suerte de Jesús y de los pobres: la persecución.
e) Esta es la dimensión política de la fe
Esta es en breves rasgos la situación y actuación de
la Iglesia en El Salvador. La dimensión política de
la fe no es otra cosa que la respuesta de la Iglesia a las exigencias
del mundo real socio-político en que vive la Iglesia. Lo que
hemos redescubierto es que esa exigencia es primaria para la fe y
que la Iglesia no puede desentenderse de ella. No se trate de que
la Iglesia se considere a sí misma como institución
política que entra en competencia con otras instancias políticas,
ni que posea unos mecanismos políticos propios; ni mucho menos
se trata de que nuestra Iglesia desee un liderazgo político.
Se trata de algo más profundo y evangélico; se trata
de la verdadera opción por los pobres, de encarnarse en su
mundo, de anunciarles una buena noticia, de darles una esperanza,
de animarles a una praxis liberadora, de defender su causa y de participar
en su destino. Esta opción de la Iglesia por los pobres es
la que explica la dimensión política de su fe en sus
raíces y rasgos más fundamentales. Porque ha optado
por los pobres reales y no ficticios, porque ha optado por los realmente
oprimidos y reprimidos, la Iglesia vive en el mundo de lo político
y se realiza como Iglesia también a través de lo político.
No puede ser de otra manera si es que, como Jesús, se dirige
a los pobres...
2. Historización de la fe desde el mundo de los pobres
La actuación descrita de la Arquidiócesis ha partido
claramente de la convicción de fe. La trascendencia del evangelio
nos ha guiado en nuestro juicio y actuación. Desde la fe hemos
juzgado de las situaciones sociales y políticas. Pero por otra
parte es también verdad que precisamente en ese proceso de
tomar postura ante la realidad socio-política tal cual es,
la misma fe se ha ido profundizando, el mismo evangelio ha ido mostrando
su riqueza. Sólo quisiera hacer ahora unas breves reflexiones
sobre algunos puntos fundamentales de la fe que se han visto enriquecidos
por esta encarnación real en el mundo socio-político.
a) Conciencia más clara del pecado
En primer lugar ahora sabemos mejor lo que es el pecado. Sabemos
que la ofensa a Dios es la muerte del hombre. Sabemos que el pecado
es verdaderamente mortal; pero no sólo por la muerte interna
de quien lo comete, sino por la muerte real y objetiva que produce.
Recordamos de esa forma el dato profundo de nuestra fe cristiana.
Pecado es aquello que dio muerte al Hijo de Dios, y pecado sigue siendo
aquello que da muerte a los hijos de Dios.
Esa fundamental verdad de la fe cristiana la vemos a diario en las
situaciones de nuestro país. No se puede ofender a Dios sin
ofender al hermano. Y la peor ofensa a Dios, el peor de los secularismos
es, como ha dicho uno de nuestros teólogos: " el convertir
a los hijos de Dios, a los templos del Espíritu Santo, al Cuerpo
histórico de Cristo en víctimas de la opresión
y de la injusticia, en esclavos de apetencias económicas, en
piltrafas de la represión política; el peor de los secularismos
es la negación de la gracia por el pecado, es la objetivización
de este mundo como presencia operante de los poderes del mal, como
presencia visible de la negación de Dios". (P. Ellacuría,
Eca n. 353, p. 123).
No es por ello pura rutina que repitamos una vez mis la existencia
de estructuras de pecado en nuestro país. Son pecado porque
producen los frutos del pecado: la muerte de los salvadoreños,
la muerte rápida de la represión o la muerte lenta,
pero no menos real, de la opresión estructural. Por ello hemos
denunciado la idolatrización que se hace en nuestro país
de la riqueza, de la propiedad privada absolutizada en el sistema
capitalista, del poder político en los regímenes de
seguridad nacional en cuyo nombre se institucionaliza la inseguridad
de los individuos (IV Carta Pastoral, nn. 43 - 48).
Por trágico que parezca, la Iglesia ha aprendido en su inserción
en el mundo real socio-político a conocer y profundizar en
la esencia del pecado. En ese mundo se desvela la más profunda
esencia del pecado como la muerte de los salvadoreños.
b) Mayor claridad sobre la encarnación y la redención
En segundo lugar sabemos ahora mejor qué significa la encarnación,
qué significa que y Jesús tomó carne realmente
humana y que se hizo solidario de sus hermanos en el sufrimiento,
en los llantos y quejidos, en la entrega. Sabemos que no se trata
directamente de una encarnación universal, que es imposible,
sino de una encarnación preferencial y parcial; una encarnación
en el mundo de los pobres. Desde ellos podrá la Iglesia ser
para todos, podrá también prestar un servicio a los
poderosos a través de una pastoral de conversión; pero
no a la inversa, como tantas veces ha ocurrido.
El mundo de los pobres con característcas sociales y políticas
bien concretas, nos enseña dónde debe encarnarse la
Iglesia para evitar la falsa universalización que termina siempre
en connivencia con los poderosos. El mundo de los pobres nos enseña
cómo ha de ser el amor cristiano, que busca ciertamente la
paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y
la inactividad; que debe ser ciertamente gratuito pero debe buscar
la eficacia histórica. El mundo de los pobres nos enseña
que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad
de la justicia para las mayorías y no debe rehuir la lucha
honrada. El mundo de los pobres nos enseña que la liberación
llegará no sólo cuando los pobres sean puros destinatarios
de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores
y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación
desenmascarando así la raíz última de falsos
paternalismos aun eclesiales.
Y también el mundo real de los pobres nos enseña de
qué se trata en la esperanza cristiana. La Iglesia predica
el nuevo cielo y la nueva tierra; sabe además que ninguna configuración
socio-política se puede intercambiar con la plenitud final
que Dios concede. Pero ha aprendido también que la esperanza
trascendente debe mantenerse con los signos de esperanza histórica,
aunque sean signos aparentemente tan sencillos como los que proclama
el tercer Isaías cuando dice que "construirán su
casa y que la habitarán, plantarán viñas y comerán
de sus frutos" (Is 65, 21). Que en esto haya una auténtica
esperanza cristiana, que no se esté rebajando la esperanza
a lo temporal y humano, como se dice a veces despreciativamente, se
aprende en el contacto cotidiano de quienes no tienen casa ni viña,
de quienes construyeron para que otros habiten y trabajan para que
otros coman los frutos.
c) Fe más profunda en Dios y en su Cristo
En tercer lugar la encarnación en lo socio político
es el lugar de profundizar en la fe en Dios y su Cristo. Creemos en
Jesús que vino a traer vida en plenitud y creemos en un Dios
viviente que da vida a los hombres y quiere que los hombres vivan
en verdad. Estas radicales verdades de la fe se hacen realmente verdades
y verdades radicales cuando la Iglesia se inserta en medio de la vida
y de la muerte de su pueblo. Ahí se le presenta a la Iglesia,
como a todo hombre, la opción más fundamental para su
fe: estar en favor de la vida o de la muerte. Con gran claridad vemos
que en esto no hay posible neutralidad. 0 servimos a la vida de los
salvadoreños o somos cómplices de su muerte. Y aquí
se da la mediación histórica de lo más fundamental
de la fe: o creemos en un Dios de vida o servimos a los falsos de
la muerte.
En nombre de Jesús queremos y trabajamos naturalmente para
una vida en plenitud que no se agota en la satisfacción de
las necesidades materiales primarias ni se reduce al ámbito
de lo socio-político . Sabemos muy bien que la plenitud de
vida se realiza históricamente en el honrado servicio a ese
reino y en la entrega total al Padre. Pero vemos con igual claridad
que en nombre de Jesús sería una pura ilusión,
una ironía y, en el fondo, la más profunda blasfemia,
olvidar e ignorar los niveles primarios de la vida, la vida que comienza
con el pan, el techo, el trabajo.
Creemos con el apóstol Juan que Jesús es "la palabra
de la Vida". (1 Jn 1,1) y que donde hay Vida ahí se manifiesta
Dios. Donde el pobre comienza a vivir, donde el pobre comienza a liberarse,
donde los hombres son capaces de sentarse alrededor de una mesa común
para compartir, allí está el Dios de vida. Por ello
cuando la Iglesia se inserta en el mundo socio-político para
cooperar a que de é surja vida para los pobres no está
alejándose de su misión ni haciendo algo subsidiario,
sino que está dando testimonio de su fe en Dios, está
siendo instrumento del Espíritu, Señor y dador de vida.
Esta fe en el Dios es lo que explica lo más profundo del misterio
cristiano. Para dar vida a los pobres hay que dar de la propia vida
y aún la propia vida. La mayor muestra de la fe en un Dios
de vida es el testimonio de quien está dispuesto a dar su vida.
"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por el hermano"
(Jn 15,13). Y esto es lo que vemos a diario en nuestro país.
Muchos salvadoreños y muchos cristianos están dispuestas
a dar su vida para que haya vida para los pobres. Ahí están
siguiendo a Jesús y mostrando su fe en él. Insertos
como Jesús en el mundo real, amenazados y acusados como él,
dando la vida como él están testimoniando la Palabra
de la Vida.
Nuestra historia es, pues, antigua. Es la historia de Jesús
que intentamos proseguir modestamente. Como Iglesia no somos expertos
en política ni queremos manejar la política desde sus
mecanismos propios. Pero la inserción en el mundo socio-político,
en el mundo en que se juega la vida y la muerte de las mayorías,
es necesaria y urgente para que podamos mantener de verdad y no sólo
de palabra la fe en un Dios de vida y el seguimiento de Jesús.
Conclusión: Opción por los pobres: orientación
de nuestra fe en medio de la política
Para terminar quisiera resumir lo central de lo expuesto hasta ahora.
En la vida eclesial de nuestra Arquidiócesis la dimensión
política de la fe, o si se quiere, la relación ente
fe y política, no se ha ido descubriendo a partir de reflexiones
puramente teóricas y previas a la misma vida eclesial. Naturalmente
que tales reflexiones son importantes, pero no decisivas. Estas reflexiones
se hacen importantes y decisivas cuando recogen de verdad la vida
real de la Iglesia. Hoy, el honor de expresar en este ambiente universitario
mi experiencia pastoral me ha obligado a hacer esta reflexión
teológica. La dimensión política de la fe se
descubre y se la descubre correctamente más bien en una práctica
concreta al servicio de los pobres. En esa práctica se descubre
su mutua relación y su diferenciación. La fe es la que
impulsa en un primer momento a encarnarse en el mundo socio-político
de los pobres y a animar los procesos liberadores, que son también
socio-políticos. Y esa encarnación y esa praxis a su
vez concretizan los elementos fundamentales de la fe.
En lo que hemos expuesto aquí hemos delineado sólo
los grandes rasgos de ese doble movimiento. Quedan naturalmente muchos
temas por tratar. Se podría haber hablado de la relación
de la fe con las ideologías políticas, en concreto con
el marxismo. Se podría haber mencionado el tema candente entre
nosotros de la violencia y su legitimidad. Esos tomas son objeto constante
de reflexión ente nosotros, y los enfrentamos en la medida
en que se van haciendo problemas reales, y aprendemos a dar una solución
dentro del mismo proceso.
En el breve tiempo que me ha tocado estar dirigiendo la Arquidiócesis
han pasado ya cuatro gobiernos diferentes con diversos proyectos políticos.
También las otras fuerzas políticas, revolucionarias
y democráticas han crecido y evolucionado en estos años.
La Iglesia por lo tanto ha tenido que ir juzgando de lo político
desde dentro de un proceso cambiante. En el momento actual el panorama
es ambiguo, pues por una parte están fracasando todos los proyectos
provenientes del Gobierno. mientras Que está creciendo la posibilidad
de una liberación popular.
Pero en lugar de detallarles todos los vaivenes de la política
en mi país he preferido explicarles las raíces profundas
de la actuación de la Iglesia en este mundo explosivo de lo
socio-político. Y he pretendido esclarecerles el último
criterio, que es teológico e histórico, para la actuación
de la Iglesia en este campo: el mundo de los pobres. Según
les vaya a ellos, al pueblo pobre, la Iglesia irá apoyando
desde su especificidad uno u otro proyecto político.
Creemos que ésta es la forma de mantener la identidad y la
misma trascendencia de la Iglesia. Insertarnos en el proceso socio-político
real de nuestro pueblo, juzgar de él desde el pueblo pobre
e impulsar todos los movimientos de liberación que conduzcan
realmente a la justicia de las mayorías y a la paz para las
mayorías. Y creemos que ésta es la forma de mantener
la trascendencia e identidad de la Iglesia porque de esta forma mantenemos
la fe en Dios.
Los antiguos cristianos decían: "Gloria Dei, vivens homo",
(la gloria de Dios es el hombre que viva). Nosotros podríamos
concretar esto diciendo: "Gloria Dei, vivens pauper". (La
gloria de Dios es el pobre que viva). Creemos que desde la trascendencia
del evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad la vida
de los pobres; y creemos también que poniéndose del
lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué consiste,
la eterna verdad del evangelio.
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