RELaT 88-89

Espiritualidad junto al Pueblo Maya

Un aporte a la cultura occidental ante el III milenio
Fernando Suazo
, op., miembro de Ak' Kutan, Guatemala

Caracteres: 41.200
Palabras: 6.750

Conferencia dictada en el VI CONGRESO DE JUSTICIA Y PAZ, dedicado al tema "El cristianismo en el horizonte del siglo XXI", en Madrid (España), los días 14, 15 y 16 de enero de 1994

Ya es significativo que después de más de 2000 años de predominio de las culturas y formas religiosas que se originaron y desarrollaron en torno al Mediterráneo, hoy nos interesemos por lo que viven y expresan las religiones y culturas desplazadas a la periferia.

A partir de las raíces del judaísmo y del helenismo se ha estado desarrollando en Europa, y extendiendo a partir de ella, un vasto fenómeno religioso-cultural fuertemente proselitista y dominador.

Primero, el imperio cristiano se empeñó en disipar con la espada las que consideraba tinieblas satánicas del Islam. Para éste, someterse al rey cristiano era acceder a la salvación.

Más tarde, a partir de los grandes descubrimientos geográficos, la cristiandad occidental católica se entregó con el mismo fervor de cruzada a someter a los pueblos que ellos llamaban de los confines y consideraban sumidos en las tinieblas. El sometimi ento religioso era la franquicia para el saqueo de las riquezas y la dominación política. Por su parte, la expansión protestante hacia el norte del continente americano, no perdió su tiempo en remilgos misioneros, y eliminó a la población nativa para expl otar directamente sus inmensos territorios.

Más tarde, occidente descubrió que las redes de control económico a nivel mundial generadas por el capitalismo moderno, eran suficientes para asegurar aquella dominación. Es cuando empiezan a resultar de mal gusto los fanatismos religiosos o políticos. La democracia y el pluralismo religioso son ahora proclamados como signos del avance de la humanidad, eso sí, siempre que no se opongan al fanático expansionismo económico y político de occidente.

Y así, aquel hombre renacentista que había desechado la centralidad mítica del planeta tierra, se constituyó, llegada la modernidad, en el nuevo centro mítico del mundo, donde los intereses económicos dictan el saqueo de la tierra y pretenden planifica r la vida y la muerte de sus habitantes, así como imponer su cultura economicista.

Sin embargo, desde las regiones más marginadas de esta sociedad deforme, llegan cada día más intensos los testimonios de otras formas de sabiduría y de espiritualidad. El aporte que aquí ofrecemos contiene algunas observaciones y reflexiones espiritual es suscitadas en la convivencia con el pueblo maya guatemalteco, en concreto en la zona de Rabinal de la Verapaz, situada al sur de esta región cuyo nombre ya designa un proyecto de evangelización alternativa iniciado por los dominicos a mediados del sigl o XVI.

Presentamos pues un testimonio, no una lección de antropología religiosa. Tampoco pretendemos una exposición completa de la espiritualidad del pueblo maya: somos conscientes de no haber alcanzado el corazón de este pueblo. Es, más bien, un testimonio d e cómo interpelan a nuestra espíritu occidental dos elementos: sus condiciones de vida, y su sistema de valores culturales y religiosos.

Ambos elementos se interactúan, aunque conservan cierta autonomía. Sus condiciones de vida son semejantes a las de cualquier comunidad rural del llamado tercer mundo; se caracterizan por graves carencias económicas, sanitarias, educativas e institucion ales; por el despojo de tierras, los atropellos a la vida y los otros derechos humanos; por el racismo... Son elementos que enmarcan la cultura de la pobreza en los países donde la ideología mercantilista y el exceso tecnológico no son predominantes, y qu e gracias a eso pueden tener acceso directo a una experiencia de la realidad más abierta al misterio.

El otro elemento son sus propios valores religioso-culturales, los cuales sugieren otro modo de plantearnos la vida, y también nuestro lugar en el mundo y en la historia. Desde este universo no moderno1 están escritas estas páginas.

Seguiremos estos pasos:

1. Algunos elementos significativos
2. Las claves espirituales
3. Aplicaciones
4. ¿Hacia dónde?

1. Algunos elementos significativos

Una observación cotidiana en este medio es que los acontecimientos transcurren como suspendidos del misterio. Lo que no se ve resulta más real que lo que se ve. Tiene uno la impresión de ser a cada paso desbordado por la realidad.

Muchos escritores han sido cautivados por esta condición fantástica de lo real. Pensemos, entre los latinoamericanos, en Miguel Angel Asturias o Gabriel García Márquez. (Por cierto que en Rabinal algunos comentamos entre bromas y sorpresas que el acont ecer de este pueblo deja pálidos aquellos cien años de soledad en Macondo).

En el contexto cultural de occidente, estas narraciones son apreciadas por su belleza, o porque inundan de fantasía la aridez de la razón; para millones de campesinos latinoamericanos, sin embargo, son simplemente historias de la vida real.

Esta percepción espontánea del ámbito trascendente de lo cotidiano está en la base de su espiritualidad, y más si es iluminada por la religiosidad maya.

Así, por ejemplo, se preparan rezando, incluso ayunando, al iniciar las siembras, la construcción de una casa u otros trabajos comunitarios; aseguran que las enfermedades y desgracias son causadas por los pecados; investigan en los sueños y otras señal es los mensajes de Dios y de los espíritus; se comunican normalmente con sus antepasados; viven místicamente su comunión con Dios a través de la naturaleza y la vida diaria...

Incluso cuando incurren en maldades, que tan deplorablemente contradicen sus valores, se refuerza esta percepción trascendente de la realidad al quedar más manifiesto cómo la vida humana es campo de batalla entre los espíritus del bien y los del mal. L as borracheras tormentosas, los ultrajes a las mujeres, la ejecución de torturas y masacres, el abandono y la explotación de los niños, las peleas familiares o de vecinos por causa de la tierra, el irrespeto por las fiestas o las imágenes sagradas, la adh esión a las sectas religiosas, etc., son otras tantas manifestaciones de los poderes del mal que nunca se encuentran ociosos.

Sin embargo, siempre queda la posibilidad de que Dios con los buenos espíritus ganen de nuevo la batalla. Hasta en los casos que parecen irremediables, ninguna situación es desesperada. En cualquier momento puede empezar lo nuevo, el cambio total. Tal vez por esto la gente no recordaba historias de suicidios en este pueblo donde escribimos, hasta que hace 13 años se desencadenó la locura violenta en Guatemala.

Desde las campañas sanguinarias de Pedro de Alvarado, no se habían conocido años tan espantosos como los 81 al 84 en la historia de los pueblos mayas de Guatemala. La población civil fue, una vez más, víctima inocente del holocuasto. Las consecuencias sociales de aquel exterminio se agravaron al ser con frecuencia los mismos civiles quienes violaron, torturaron, saquearon los bienes y ejecutaron a sus propios vecinos. Para más sevicia, esas ejecuciones no se hacían de lejos con armas de fuego, sino med iante el contacto físico con las víctimas.

Todo esto ha generado gravísimos trastornos psíquicos y sociales cuya intensidad y alcance no es posible calcular. Y así es como en estos años han aparecido los suicidios en Rabinal, a razón de diez por año, aproximadamente, en una población de 35.000 habitantes.

Estamos acompañando en Rabinal el sufrimiento de los que quedaron. Nos dicen: "Ellos -los que se fueron- ya no sufren; están con Dios. Nosotros sí que estamos muriendo todos los días". En estos meses se están realizando las exhumaciones de los restos d e dos de las más grandes mortandades realizadas contra la población civil en este municipio. Hemos celebrado la eucaristía ante amasijos de huesos y ropas multicolores que los forenses iban desenterrando. Recuerdo aquella de la aldea de Río Negro: el mant el sobre el suelo -la tierra misma, carne y hueso de los sacrificados, es altar-, junto a los restos de 180 mujeres y niños. Allí están incluso los cráneos de tres fetos, semejantes a cáscaras de huevo. Los familiares en un corro de silencio y lágrimas, s eñalan las prendas que todavía recuerdan. Oramos llorando en su lengua por los que fueron muertos entre espantosos dolores, por los que todavía caminamos en este mundo... Sus largas oraciones, donde todos entran, tienen a veces unas palabras para los ases inos, a quienes casi siempre conocen. Les oigo decir: "... Ojalá que se arrepientan; ojalá que lloren su maldad. No queremos que les pase a ellos como a nuestros hijos. Ojalá que lloren para que tú, Tata, también a ellos los recibas".

Así oran. Así lo hemos oído en los momentos más emotivos, solos en sus montañas, sin testigos, hablando en su lengua. De esto podemos dar más testimonios. Aseguramos, además, que nunca oímos palabras de venganza en sus oraciones.

He aquí un ejemplo de cómo el misterio de la iniquidad y el misterio de la luz forcejean cada día ante nuestra atónita mirada.

Cuando Rigoberta Menchú narra la corta y lacerante historia de su vida, son millones de mayas los que allí se expresan. Nosotros también acogemos de sus labios las mismas humillaciones sufridas en las fincas, en el servicio militar, en el servicio domé stico, en las oficinas de la administración, en los puestos de salud, en las escuelas...

Pero la historia de esa opresión no es corta, data de quinientos años; es un destino aciago que los dominadores fraguaron con la palabra "indio", y con hierro al rojo vivo marcaron en las mejillas de este pueblo.

Sin embargo, al cercarnos a él, no encontramos el rencor o la malicia que cabría esperar. A diferencia de otros pueblos y culturas, no existe en él la institución social de la venganza. Sorprende su talante sereno y limpio de agresividad. Al tener que traducir a su idioma tantas expresiones del castellano, nos damos cuenta de qué tan agresivo es éste en comparación con aquél. Expresiones como matar el tiempo, matar un color, morir un camino, rematar una tarea, abortar una reunión, tener garra alguien o algo, disparar preguntas o fotos, etc., sonarían insoportables si fueran traducidas al pie de la letra.

Y si se trata de traducir la Biblia, nos encontramos con muchas expresiones insólitas en su lengua y cultura, como las que hablan de dominar y someter la tierra, de exterminar a los pueblos enemigos, de la cólera, la venganza o el rencor de un Dios inv ocado como fuerte guerrero; más aún cuando las propias parábolas de Jesús se refieren al castigo de los malos a manos de verdugos (Mt. 18,24), o de degollar a los enemigos (Lc. 19, 27), o del fuego inextinguible del infierno -no parece ir con la cultura m aya un infierno eterno, donde no acabe triunfando la bondad de Dios.

Nunca imponen su lengua o sus costumbres; más bien se someten y toleran las formas de los ladinos, históricamente dominadores, hasta extremos desconcertantes.

Otro rasgo que nos maravilla en este pueblo dolorido es su incansable capacidad de fiesta. Cada acontecimiento familiar o religioso convoca a los vecinos en las calles o en las casas durante varios días. Se preparan adornos, comidas, cantos y celebraci ones; se tocan instrumentos tradicionales; se organizan procesiones y danzas dramatizadas; se ofrecen flores, candelas, incienso y limosnas; se quema gran cantidad de cohetes...

A veces, uno da en pensar que su mansedumbre es estrategia para sobrevivir en un pueblo siempre vencido por la fuerza bruta. Sin embargo, ¿de dónde le vino la firmeza para resistir quinientos amargos años vivo, es decir, dueño de su identidad, de su g usto por la vida y la belleza, con voluntad de afrontar su adverso destino? ¿Qué fuentes espirituales le alimentan de sentido? ¿Quién o quiénes le respaldan desde el misterio?

2. Las claves espirituales

El Popol Wuj recoge la cosmogonía de los mayas precolombinos. En él se describe cómo el Creador ordena a los pájaros y animales recién creados: "Hablad y gritad...Decid y alabad nuestro nombre. Alabadnos y decid que somos vuestros Padres y Madres, nosotros...el Corazón del cielo y de la tierra, Formadores y Criadores, Madres y Padres de todo. ¡Hablad, invocadnos, saludadnos!".

Los animales, aunque intentan juntar palabras, no sirven para alabar a los Madres y Padres de todo.

Ese es el motivo para proseguir en el intento de crear al hombre. Primero fue hecho de barro. Pero era pesado, sin movimiento...; hablaba, pero no tenía entendimiento; se deshacía con el agua. Después se intentó con madera. Se multiplicaron, pero salie ron tontos, sin corazón ni entendimiento. Anduvieron sobre la tierra sin acordarse del Corazón del cielo y Corazón de la tierra. Por fin, el hombre fue creado de masa de maíz.

Fue creado no tanto para dominar la tierra, cuanto para alabar a Dios.

Para salvar esta trascendencia del Ser Supremo, se cuenta cómo Dios recortó, después de creado el hombre, sus facultades. Deliberan así los Padres y Madres de todo: "¿Cómo haremos para que se les acorte su vista y sólo vean lo que está cerca? ¿No son c reaturas? ¿Han de ver y alcanzar lo mismo que nosotros que somos creadores?". Efectivamente, un atributo de Dios en las culturas mesoamericanas es ser Señor y Conocedor "del cerca y del lejos".

Estamos convencidos de que este celo por la trascendencia divina constituye el núcleo de la religiosidad maya.

No es una trascendencia ajena, desinteresada o incluso hostil, como la del Olimpo griego. Por el contrario, es la trascendencia de quien es el "Corazón del cielo y de la tierra", es decir, el más allá del centro de todas las cosas, el núcleo más vivo d e lo Real.

Ahora bien, la cultura maya no construye abstracciones, sino que conserva siempre la referencia a lo concreto. Lo Real es expresado mediante símbolos binómicos que abarcan los contrarios: el cielo y la tierra, el cerro y el valle, el cerca y el lejos, las madres y los padres, los creadores y los formadores.

Sin entrar ahora a las desviaciones idolátricas en que todas las religiones incurren al legitimar el poder establecido, creemos que en esta teología está latente una alta percepción de la trascendencia y la inmanencia de Dios.

Según ella, la densidad de cada ser le viene de Dios, quien la habita, siempre más allá de su centro, y le confiere así sacralidad. En la más profunda inmanencia de Dios, se realiza también su trascendencia.

La Realidad está pues habitada por Dios. Pero, de acuerdo a la experiencia siempre concreta de lo sagrado, Dios es percibido de muy diversas formas. Sus intervenciones no son obra de atributos divinos abstractos -su Poder, su Sabiduría, su Justicia...- tan propios de la cultura griega, sino de innumerables espíritus que reciben de El su misión y su fuerza. Entre ellos se reconoce a los ángeles, a los santos, y también a otros seres trascendentes.

Sin embargo, el mundo de lo invisible no es sólo luz. Está poblado también por variados y poderosos espíritus malos, los cuales, a las órdenes de Satanás, luchan contra Dios en este mundo. Ellos engañan a los humanos, pueden apoderarse de las mentes y los corazones, acarrear infortunios y hasta la muerte. Todo esto sucede, según el sentir popular, cuando las personas "no se acuerdan de Dios", y están por tanto, indefensas. Los malos espíritus pueden afectar, incluso, a los animales.

Por su parte, cada ser tiene su misterio viviente. En los humanos se llama "mwel" o "anima", que no es el alma en cuanto principio animador del cuerpo, sino el espíritu que tiene cierta autonomía en relación a él y hasta lo puede abandonar, sin que aqu él muera. Por el "mwel" las personas pueden integrarse al mundo trascendente y ser poderosas contra el mal.

Entre los demás seres está el "diosil" o "tyoxil" de los alimentos y objetos sagrados. El es portador de la esencia benéfica que contienen el maíz, el cacao, los alimentos básicos, las imágenes, el incienso y las candelas.

En los seres no sagrados está el "winkil" que es como el garante de sus derechos, ya que todos los seres merecen su respeto, tienen su cometido. En la medida en que se les respeta y se les agradecen sus servicios, se mantiene la armonía. Pero si el ho mbre actúa de forma prepotente y desconsiderada, pueden castigarnos. Cuenta, por ejemplo, el Popol Wuj cómo en el tiempo primordial todos los animales, los árboles y las rocas; las piedras de moler, las ollas y las tinajas; los perros y las gallinas se le vantan, protestan y golpean a los hombres que habían sido hechos de madera porque abusaban de aquellos seres.

La verdadera sabiduría consistirá en saber estar en armonía con estas fuerzas espirituales que lo habitan todo, y también con el propio espíritu. Esa es la garantía de la felicidad para los individuos y para la comunidad.

Para ello es preciso saber comunicarse con el misterio; entender sus señales y realizar lo correcto. Eso servirá para las curaciones, para la solución de conflictos, para discernir nuestro papel en este mundo o para emprender trabajos comunitarios.

Este es el ministerio de los "ancianos" o sabios. Ellos han vivido más, o sea, han servido durante más tiempo a la comunidad, incluso pueden haber sido "llamados" para esa función. Las estrellas y otras señales de la naturaleza ayudan a distinguir esa vocación.

Una vez conocida su misión, la persona debe consagrarse a ella sin desmayar ante las pruebas que conlleve su ejercicio. Se trata, en última instancia, de un compromiso ante Dios, más que ante la comunidad. Así me lo expresaba una vez un "anciano". Yo m e encontraba a la sazón, frustrado y desanimado; sentía insignificante el progreso de mi trabajo al servicio del pueblo indígena de Rabinal. Conversábamos de esto en su lengua. Como único comentario él me dijo: "chwa ri Tat ra chak" (tu trabajo es ante Ta ta Dios).

Más adentro de la Naturaleza y de la Historia está pues la densidad de Dios. El no es concebido como "causa primera" o como esencia consistente, sino como Corazón de un universo poblado por innumerables seres visibles e invisibles. A esa Realidad llega el ser humano, no como el dueño, sino como un invitado que debe respetar lo que estaba de antes y seguirá después de él. Es invitado a participar en la Fiesta de Paz y Belleza ("Utzil Chomal"), que Dios regala.

El destino humano ya no es aquí el heroísmo crispado de Sísifo, de Hamlet o Don Quijote, sino la serena felicidad de quien se sabe hijo y trata de vivir en armonía con el Otro -los demás, la Naturaleza, los antepasados y los espíritus. El ideal no es l a perfección individual, sino la integración feliz en el Todo, cuyo corazón es Dios.

Hablábamos de los valores morales de tolerancia y respeto a todos los seres. Pensamos que en el fondo de ellos se encuentra esa reverencia por la condición sagrada del Otro.

El mundo físico, además de proveer a las necesidades vitales es fuente inagotable de sentido para las personas; está cargado de significados trascendentes. Para decirlo de una vez, lo que nosotros llamados el mundo, para ellos es la Santa Tierra, "Nues tra dulce Madre Tierra".

Como si fuera una gran joya, ella está penetrada de destellos espirituales. Es, sin duda, la imagen de Dios por excelencia. Las otras imágenes sagradas tienen su "diosil" vivo, pero permanecen inmóviles; ella, sin embargo, manifiesta continuamente su d iversa vitalidad. Nos alimenta con el santo maíz, con sus frutos y animalitos, nos regala el agua de quebradas y manantiales, nos cura con sus plantitas, nos amonesta con sus señales, nos corrige a veces con castigos; nosotros la herimos con el hacha y el azadón o al quemar rastrojos, y también cuando nos burlamos de un pobre que cosechó poco, y sin embargo ella siempre nos espera, nos sigue dando vida, no nos termina; aunque no nos acordamos de ella, nunca nos abandona, es, verdaderamente, nuestra Mamá ( "qaNan").

Estas palabras son una pequeña muestra del rico discurso que desarrollan acerca de la Santa Tierra. Según su gusto por lo concreto, ella es la viva imagen de la maternidad de Dios. Con razón le rezan tanto y le presentan sus ofrendas, o encargan misas para darle gracias o suplicarle. Esta sabiduría religiosa no ha sido enseñada por los misioneros, podemos estar seguros, sino más bien, muchas veces burlada y perseguida; y sin embargo, sentimos que no está lejos del mensaje central del Nuevo Testamento, el Abba de Jesús.

La Santa Tierra además se concreta en el ámbito geográfico donde se desarrolló en el pasado y donde pervive la vida del pueblo. Son sus "cerros y valles". Ella por eso mismo está poblada de los espíritus de los antepasados, quienes habitualmente se com unican con sus hijos y sus nietos.

Esta cercanía afectiva de Dios tiene también su complemento en la concepción que tienen del Señor ("Ajaw"), o de Dios "Padre Eterno". A El se atribuyen los grandes "juicios", o sea castigos que acontecen a personas o al pueblo; El gobierna toda la Crea ción, tiene el poder en su mano. El "Padre eterno" y la "Santa Tierra" no son dioses distintos, sino expresiones diferenciadas de los correspondientes atributos divinos; análogamente a como dijimos que sucede con los espíritus. Es su espiritualidad nada r acional, sino afectiva y concreta la que les lleva a personalizar las distintas manifestaciones de Dios.

Por eso mismo no se les ve orar inmóviles con los ojos cerrados. Necesitan decir con palabras, suspiros y lágrimas; con flores, candelas e incienso, su oración. Tocan y besan las imágenes, les muestran sus candelas y su limosna, les dan toquecitos como diciendo: "Míreme, escuche lo que le estoy diciendo"; se postran hasta la tierra, la acarician, la besan, le derraman aguardiente, le dejan trastes con comida, le encienden candelas, y mientras, le dicen palabras bellas de agradecimiento o de súplica com o a su madre. Caminan balanceando sus humeantes incensarios de barro, señalan con ellos los cuatro rincones del mundo, los cerros sagrados, ofreciendo incienso a cada una de las imágenes. Incorporan a su oración las flores y los frutos de su tierra, porqu e forman parte de ellos mismos.

Como la vida, tampoco la muerte está en nuestras manos. El que muere es misteriosamente llamado por Dios. Sin embargo, no todas las muertes son sentidas como buenas, por ejemplo las de aquellos que terminan de mala manera: matando, odiando o suicidándo se. Estas muertes entrañan un mayor misterio, cuyo sentido se pone en las manos de Dios. Algo semejante sucede con las muertes de niños o de personas jóvenes, y con las muertes violentas. No se dan reacciones histéricas ni en los casos más dramáticos. Sor prende más bien el hieratismo con que afrontan los familiares el sufrimiento. Los niños y los adultos se acercan curiosos a ver en su caja al difunto durante la misa de cuerpo presente o durante los rezos que se hacen en la casa.

El acontecimiento de la muerte da lugar a una de las principales fiestas de ámbito familiar y social. Incluso los más pobres piden públicamente limosna para comprar la caja e invitar siquiera pobremente a sus vecinos. La fiesta por el difunto durará nu eve días y se repetirá a los cuarenta. Al cabo de cada año se volverá a celebrar su novena. Todas estas celebraciones se hacen públicamente, previa invitación a los vecinos.

En general se puede decir que la muerte es sentida como un paso más en el camino de la vida. Se vive con gran naturalidad.

3. Aplicaciones

Este universo espiritual es de gran interés para las sociedades occidentales, y ello a pesar de la gran diferencia que existe entre los dos contextos socioculturales.

A partir de los valores religiosos aquí descritos desarrollamos ahora algunas implicaciones referidas a la cultura occidental:

1. La persona y toda forma de comunidad humana, lo mismo que lo que llamamos la Naturaleza y la Historia esconden siempre unas dimensiones de misterio que corresponden a su núcleo trascendente, directamente referido a Dios. La modernidad occidental ha establecido la centralidad del hombre solo, huérfano de trascendencia. Sin embargo, ya sabemos en qué ha devenido esa centralidad: en la de los centros de poder económico mundial.

2. Por tanto, la persona, la naturaleza y la historia no se justifican por sí mismas, ni pueden ser plenamente explicadas según sus propios datos o capacidades, ni transformadas según sus propios recursos; del mismo modo que tampoco pueden ser fin de s í mismas.

3. Cabe deducir también que las ciencias y la tecnología poseen autonomía relativa. Las verdades científicas reciben su sentido desde la esfera trascendente. Una verdad desorientada, no referida al misterio espiritual de los seres, no cumple con su fun ción de aumentar el bien y se torna en destructiva.

4. El objetivo de las ciencias y la tecnología no es la búsqueda incesante del lucro acrecentando el señorío humano sobre la naturaleza, ni menos aún, contra sus semejantes; sino la integración de las personas con la comunidad humana y con el mundo por que son las mediaciones de Dios.

5. La moralidad no pone su acento en la búsqueda de la perfección individual, tan característica de la filosofía griega, sino que se construye a partir del respeto por el carácter sagrado de cuanto existe. Ese respeto es el fundamento de la paz social y de la felicidad individual. Dicho respeto no es fruto de normas positivas o pactos sociales, sino de la convicción religiosa según la cual Dios es el garante de la dignidad de las criaturas. El amor entre las personas no es un pretexto para amar a Dios sin fijarse en ellas; es más bien el amor que viene de Dios y a él regresa atravesando las situaciones humanas concretas, inundando de su plenitud a las personas. Todo pecado implica una falta de respeto, porque quebranta la armonía y genera más sufrimien to.

6. La conducta moral se enmarca dentro de lo que podemos designar la vocación de cada cual; ellos los llaman su estrella o su destino ("rik'ilal, ru ch'umilal"). Es necesario que las personas estén en el lugar que les corresponde, conocer cuál es su mi sión, y cumplirla. Por otra parte, sólo Dios sabe por qué cada uno lleva una determinada vida y realiza determinados actos. Aunque estos sean gravemente lesivos, deberemos reclamar, exigir justicia, pero nadie tiene el poder para condenar.

7. Esta moral del respeto ilumina de forma nueva el trabajo humano y las relaciones sociales.

La actividad económica se orienta a la integración del Todo -individuos, comunidad y naturaleza- mediante el respeto a la condición sagrada de cada ser. El trabajo humano sirve al proyecto creador de Dios respetando el sentido de cada cosa, según el cu al todas se orientan a la vida digna del hombre en comunidad. La actividad económica no es en modo alguno fin de sí misma, ni posee autonomía; no se orienta a generar indefinidamente riqueza. El hombre incurre en inmoralidad cuando impone a otros o a sí m ismo unas condiciones violentas de trabajo que impiden el desarrollo de las demás dimensiones de su persona, así como la solicitud por su familia o por su comunidad.

La relación con la naturaleza está también presidida por este respeto. Su actitud ecológica no pretende preservar o magnificar el lucro en la explotación de los recursos naturales, sino atender la vida integrada de la comunidad en su medio. Su religios idad envuelve y llena de sentido toda la actividad con la naturaleza: se comunican mediante una relación cuasi personal con la Madre Tierra, rostro materno de Dios, y ámbito de la presencia de sus espíritus protectores.

Los conflictos sociales son muy diversos, y no se reducen a la polarización de las clases sociales, entre otras cosas porque la cultura maya no impulsa, como la hace la occidental, la competencia por las riquezas.

Digamos aquí que los criterios con los que se pretende desde fuera inducir el desarrollo en estas sociedades dañan casi siempre los valores de su cultura. Los propulsores de ese desarrollo actúan en el supuesto de que están más desarrollados que los pa íses pobres a causa de su superioridad económica. Erróneamente identifican el desarrollo con la prosperidad económica. A causa de su etnocentrismo no pueden percibir el desarrollo humano, social y espiritual que poseen los pobres; los consideran inferiore s. Desde su pretendida superioridad tratan de impulsar en ellos la cultura del desarrollo económico con una doble intención: dar señales de buena voluntad a las mayorías pobres del planeta, y promover entre ellas un desarrollo económico dependiente, que a crecentará la riqueza en los mismos centros de poder del mundo rico.

El fracaso de los proyectos de desarrollo impulsados desde el Norte no se debe, en última instancia, a la supuesta incapacidad social y política de los pobres para alcanzar los modelos de desarrollo de los ricos, sino a que éstos sólo saben exportar mo delos de desarrollo voraces y excluyentes.

8. Todo cuanto existe es sujeto de derechos, a causa de ser Dios mismo quien le da su densidad. Según esto, los llamados derechos humanos no son resultado del pacto social del individualismo democrático, sino el reconocimiento de la condición sagrada d el ser humano; ésta, a su vez, no se entiende sin la integración respetuosa en el Todo, sentido como rostro de la alteridad de Dios.

9. La espiritualidad brota de la experiencia mística que reconoce y acepta el protagonismo de Dios. El nos amonesta, nos consuela o nos castiga; nos da paz y fuerza en las situaciones más dolorosas. Su amor, sabiduría y poder nos envuelven y se expresa n en cada brizna de la Realidad.

10. Nunca estamos solos. Podemos tener confianza porque son muchos y diversos nuestros compañeros invisibles. Los llaman guías, defensores o abogados. Ellos nos avisan, defienden, ayudan y sanan. La doctrina clásica acerca de la comunión de los santos es vivida cotidianamente con gran riqueza de sentido y de expresión; y lo mismo la relación espiritual con sus difuntos.

11. Su expresión religiosa es vivamente simbólica y concreta; desconocen el discurso racional y abstracto. Su oración es como una representación en la que se integran palabras, símbolos y gestos. Oran con todo su ser integrando a sus seres cotidianos. Espontáneamente conversan con Dios, con los santos o con sus antepasados. A su lado, resultan fríos y torpes los modos usuales de orar entre nosotros los occidentales.

12. Una característica principal de la cultura de los pobres, es que en ella se mantiene relación directa con el misterio latente en la Realidad. Los abismos del mal y del bien se tocan con las manos cada día; los niños nacen familiarizados con ellos. En esas condiciones es fácil sentir que el ser humano, aunque es pequeño, nunca está solo, y es ayudado de muchas formas para salir adelante.

La cultura occidental, sin embargo, al suplantar el misterio mediante la ciencia y la tecnología, se ha rodeado de una realidad ficticia a la cual pretende controlar. Se hace creer a sí misma que no existe aquello que las ciencias no reconocen, y que n o es posible aquello que no logre la técnica. Este sofisma se extiende también al fenómeno de la información: los medios de comunicación social sirven a la gente su consumo diario de noticias, y con tales medios y apariencia de pluralidad, que le hacen se ntirse satisfecha de poseer cuanto de interesante sucede en el mundo. Para ello, además, no es necesario conocer in situ, por ejemplo, las tragedias humanas; se puede seguir plácidamente sentados en la butaca dedicados a las únicas actividades sagradas de vigencia universal: consumir y producir. De esta manera, la realidad ya no interpela; queda frívolamente reducida a otro producto para el consumo de masas.

Y, todavía más, para que nadie quede desazonado después de contemplar desgracias, se hace ver cómo hay personalidades o instituciones responsables que ya se están preocupando de buscar las soluciones.

13. Un última observación: La sociedad occidental no quiere reconocer el misterio, pero sí parece necesitar de mitos y tabúes. Mitos son, por ejemplo, los que sustentan la ideología del lucro, tales como el progreso económico infinito, o la capacidad i ntrínseca de la actividad económica para solucionar espontáneamente todas las contradicciones sociales o ecológicas. Entre los tabúes podemos señalar el de la propiedad privada, y el de la muerte. El primero pretende asegurar la inviolabilidad del primer fetiche en la religión del dinero; el segundo, relega al cuarto oscuro la cuestión del más allá, para la cual occidente se ha quedado sin respuestas.

4. ¿Hacia dónde?

Al avistar el tercer milenio de esta porción de historia que creemos conocer, nos entra la comezón por jugar y combinar los poquitos datos que registran nuestras computadoras. Y eso a pesar de los atronadores fiascos que los analistas sociales, eco nómicos y políticos han cosechado y están cosechando sin ir más lejos en esta década.

Digamos no obstante algo de lo que vemos mirando las cosas desde este rincón de la llamada periferia.

En primer lugar, parece cada día más cierto que la pregunta por el futuro atañe tanto al Norte como al Sur -si se nos permite esta simplificación para designar a la civilización occidental por un lado, y a los pueblos y culturas excluidos, por el otro. Por culpa del Norte, la primera cuestión que se plantea es la de la simple supervivencia del planeta y sus habitantes.

El planeta, tal como ya saben hasta nuestros niños, está amenazado; la población mundial sufre progresivamente las graves consecuencias de una modernidad desorientada. Además de las cifras tan conocidas de la miseria, he aquí otras bien alarmantes, rec ientemente publicadas por UNICEF: En la primera guerra mundial las bajas civiles sumaron el cinco por ciento del total; en la segunda guerra mundial, alcanzaron el cincuenta por ciento, y en estas últimas décadas rondan el ochenta por ciento, de los cuale s la gran mayoría son mujeres y niños. (UNICEF, Estudio mundial de la Infancia, 1992, pág. 26).

Está además el creciente deterioro espiritual que causa el totalitarismo economicista no sólo al interior de sus sociedades, sino en todos los pueblos a donde se extiende su influjo. Quienes acompañamos a estos pueblos somos testigos impotentes no sólo de sus carencias, sino también de la intensa degradación de sus valores culturales y espirituales. Estos, que han sido calificados como "pueblos testimonio", avanzan, sin embargo, en la asimilación de los antivalores de occidente, seducidos en su extrema pobreza por los espejismos del consumo.

Definitivamente, las respuestas para el futuro sólo las puede ofrecer el espíritu. Este debe inspirar y dar sentidos a la economía y todas las ciencias para que -como dicen acá- "se acuerden de Dios".

Han crecido en Occidente, durante los últimos años los señalamientos críticos frente a los llamados engaños de la modernidad; se impugnan sobre todo las pretensiones absolutistas de sus construcciones científicas, de sus realizaciones tecnológicas y de sus proyectos sociales. El pensamiento llamado postmoderno coincide en esa crítica y se empeña en un proyecto alternativo de deconstrucción de todo sistema y todo discurso totalizante.

No parece, sin embargo, tener tan clara su oferta cultural y de sentido para la cultura occidental. En efecto, mientras unos invitan a volver a la sabiduría tradicional, a las narraciones simbólicas y a los mitos, a las dimensiones estéticas del ser h umano, otros insisten en que se trata de trascender a la razón por la vía de su capacidad crítica, supuestamente -¿por qué conservar este absoluto?- infalible; mientras se establece la relatividad de todo sistema y discurso globalizante, se proclama la un icidad y bondad intrínseca del sistema capitalista cuyo avance tecnológico es irreversible y capaz de solventar por sí mismo todas las contradicciones ecológicas y sociales... que él mismo genera y agudiza.

La piqueta postmoderna, al parecer, no lo es tanto: también ella se detiene ante los viejos "tótem" de occidente: la razón y la riqueza. Y, detrás y por encima de todo, el yo humano como único absoluto.

Sin embargo ¿no se ha dicho que el otro es la mediación necesaria que hace posible el yo? ¿Qué taras culturales y qué poderosos intereses ahogan en occidente la voz ya vieja de sus pensadores personalistas?

El otro, que es mucho más que "los demás"; para la cultura maya, por ejemplo, es "lo demás", todo lo que no es yo. Diríamos, la naturaleza, la sociedad, la historia: todo lo que "ex-siste" antes, fuera y después de cada ser individual. Ya hemos visto c ómo ese universo siempre trascendente que llamamos Otro, tiene un corazón, es Dios.

La apertura al otro será un sinsentido si sólo se realiza mediante la razón; deben entrar en juego todos los ámbitos del ser humano. Eso quiere decir que comporta actitudes nuevas que afectan al modo de hacer ciencia y tecnología; a los criterios que i nspiran la producción, la organización social y los servicios comunitarios, tales como la información, la salud, la educación, el transporte, la vivienda; a la relación con el medio natural; a la relaciones interculturales o interétnicas.

En vez de la "segunda revolución individualista"2 , es inaplazable profesar algo así como la "primera transformación personalista".

La agresión mortal contra el planeta y el abismo entre ricos y pobres no desaparecerán hasta que aquellos no tomen conciencia de su propio subdesarrollo espiritual, el atraso humano de los valores que rigen su economía y su organización social. La soli daridad que el mundo hoy espera del Norte rico no está sólo en aumentar sus aportes económicos o perdonar deudas externas, sino antes de eso, en acercarse humildemente a los pueblos del Sur reconociendo su condición de sujetos y su alteridad cultural, ace ptando los cuestionamientos que ella suscita.

Urge, pues, recuperar la vida del espíritu. Pero no todo lo que arroba el ánimo es vida espiritual. Los privilegiados del desorden establecido saben que en el espíritu se generan recursos inagotables de resignación y de sometimiento, de amnesia históri ca y de sublimación de todas las carencias. También nuestra condición humana prefiere a veces dimitir de su misión y retirarse a no sé qué dulzuras celestiales. A estas causas se debe en América Latina el contagio de las sectas, y la difusión de movimient os laicales católicos pietistas que además se aferran a los modelos institucionales de la iglesia europea como la única posible expresión religiosa; digamos de paso que ellos son el principal obstáculo para el florecimiento de una diversidad verdaderament e católica de iglesias locales.

Sin embargo los mayas nos recuerdan cada día que la sustancia de la religión es la reverencia ante el Otro. Dijimos que cada ser oculta un misterio que sólo pertenece a Dios. Aceptar esta alteridad de la naturaleza, de las personas y de los acontecimie ntos, es creer en Dios.

Aceptar la alteridad es lo contrario de manipularla y buscar su posesión; es lo contrario de procurarse satisfacciones seudoespirituales al margen de lo que les acontece a los demás, donde está Dios; es también lo contrario de asegurarse una seudorreli gión confortable al amparo de instituciones eclesiásticas que sólo existen para reproducirse así mismas.

Aceptar la alteridad de Dios es reconocer que él vive y regala su salvación donde quiere, también en las otras religiones y culturas y en todos aquellos que arbitrariamente hemos confinado a la periferia, a los cuales llamamos "alejados de la verdad".

Junto al pueblo maya estamos aprendiendo a observar con circunspección los acontecimientos. Además de los humanos son otros muchos seres invisibles los que intervienen en ellos; y detrás de todo, a pesar de las fuerzas del mal, está el Corazón del ciel o y Corazón de la tierra, nuestro Padre y nuestra Madre. No sabemos, como el apóstol Tomás, por dónde va el camino; pero sí sabemos que no estamos solos.

Hace unos meses contemplaba en televisión la película "Amantes" del español Vicente Aranda. Acababa yo de regresar con los sobrevivientes de la aldea Río Negro de recorrer sus montañas. Tenía el corazón sobrecogido por dos misterios contrarios: la vorá gine de iniquidad que desencadenó aquellos espantos; y el llanto manso, el perdón y la increíble esperanza de mis compañeros de camino. En el televisor se desarrollaba una trama de narcotráfico y amores frustrados. En ella el horizonte se cerraba por mome ntos. El desenlace al fin sucede cuando no quedan salidas; la gótica catedral de Burgos es el único testigo, tan grandioso como inútil, ante la tragedia: se han quedado petrificadas las fuentes de sentido en occidente. La protagonista pide a su amante que lo mate, y la sangre gotea sobre la nieve; mientras, de fondo, se oye un villancico popular: "la nochebuena se viene, la nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más...". El padrenuestro que intenta el protagonista -siempre de fondo la cat edral-, no es una oración, sino una mueca pidiendo auxilio en medio de la pesadilla de su soledad vacía.

Sentado ante el televisor, experimenté la evidencia de que los sobrevivientes de Río Negro y de cinco siniestros siglos en Africa y América sí que está acompañados. Despojados de todo, conservan el tesoro de conocer su sentido: por Quién y para Quién e stamos en el mundo. Su oración y su largo llanto se dirigen a Alguien. Ellos reciben su fuerza del misterio.

Notas:

  • 1 Entiéndase esta palabra en un sentido meramente descriptivo referido al fenómeno de la "modernidad" occidental. Tal como se sugiere en estas páginas, la palabra "moderno" no designa a priori ninguna superioridad frente a otras épocas de la historia . Por otra parte, los falsos mitos, la exacerbada racionalidad y la prepotencia cultural de la llamada modernidad resultan cada día más insostenibles. Volveremos a esto más adelante.

    2 G. Lipovetsky, "La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo". Anagrama, Barcelona, 1986, p. 6. Citado por Amando Robles en "Religión y postmodernidad", p. 40 en "Del buho a los gorriones. Ensayos sobre la postmodernidad". En la última parte de nuestro trabajo tenemos presente este ensayo escrito en colaboración y editado por Ed. Guayacán. San José, Costa Rica, 1993.