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Rodar la segunda piedraConversatorio de mujeres (Mc 16, 1-8)María Esperanza CÓRDOBA SOSA
- Compañera: soy María Esperanza, una misionera laica del siglo XX y, que por gratui¬dad de la vida he arribado al siglo XXI, que quiere entablar contigo un diálogo de pasa¬do en presente: El evangelio según Marcos queda en suspenso... El silencio que tú y tus compañeras guardan tienden un halo de misterio. Pero me gustaría saber por qué calla¬ron. Caroll Suussy -una feminista de mi tiempo- dice: “Las mujeres necesitan contar su historia y ser escuchadas.” - María Magdalena. La tarde de ese viernes en que crucificaron a Jesús de Nazareth, a diferencia de los varones “escogidos” del Maestro, que se escabulleron como conejos asustados, estábamos las mujeres, pero no tres, sino muchas...quizá con temor pero, lle¬nas de coraje y solidaridad. - María Esperanza. Precisamente este hecho de estar juntas, unidas en el dolor y la es¬peranza es el que me hace dudar sobre su huida silenciosa y, aparentemente llena de miedo... ¿Qué pasó realmente la madrugada de aquél domingo? - Mª Magdalena. Esa madrugada bajábamos silenciosa y tristemente todo el grupo de seguidoras del Maestro. Pero a pesar del dolor se levantaba en nosotras, la esperanza. Esa esperanza de tantas mujeres que en todas las épocas y culturas ha vencido la muerte. Bajábamos como tantas esposas, amigas y madres a honrar a nuestros muertos, porque estábamos convencidas que la Vida es más fuerte que la muerte. - Mª Esperanza. Se lee en este evangelio que ustedes estaban preocupadas por la forma de cómo iban a rodar la piedra que cerraba el sepulcro... - Mª Magdalena. ¡No compañera! Ese no era el tema central de nuestra conversación. Sabíamos que éramos muchas y que todas unidas a nuestro deseo de encontrar al Maes¬tro bastaría, para hacer rodar la piedra. Nuestro conversatorio era otro... - Mª Esperanza. ¿cuál? - Mª Magdalena. De nosotras. Esposas incomprendidas, “usadas”, maltratadas, relega¬das a los “oficios domésticos” “paridoras pagadas con pan” como cantó Silvio Rodrí¬guez, un poeta de tu generación. Viudas libres de ataduras masquiles gracias al encuen¬tro con Jesús de Nazaret, pero miradas como “huérfanas” por falta de un varón que cui¬dara de ellas... Mujeres solas, independientes como yo, quizá sin reglas ni normas -una rara especie femenina- que levantaba escozor en el sistema preestablecido de esa época y de las épocas posteriores... En fin, éramos un Movimiento femenino caminando en las filas de Jesús, con los mismos derechos de los varones. De eso hablábamos. Y, de que precisamente esta igualdad de género a los ojos de Jesús podría convertirse en piedra de tropiezo, para nosotras en la Iglesia naciente... Nosotras no teníamos miedo. Ellos sí, y mucho, a nuestro silencio “sonoro” por eso se escondieron. - Mª Esperanza. En el grupo de seguidoras también aparece María la de Santiago, ma¬dre de dos de los discípulos. ¡paradójico! - Mª Magdalena. Efectivamente, ella era la madre de dos de los discípulos elegidos del grupo de Jesús de Nazaret y junto con ellos también se sentía discípula, pero la oculta¬ron por ser mujer y la llamaron por el nombre del padre de sus hijos como si fuera menor de edad o, peor aún: “propiedad privada” del “esposo.” Pero no es mejor en tu tiempo: Esta tradición maldita se repite en los siglos. De hecho en la Edad Media, To¬más de Aquino uno de los teólogos más renombrados de la iglesia católica dijo: “La mu¬jer es un objeto que es preciso conservar, para preservar la especie y procurar alimento y bebida.” Absurda y grotesca concepción... - Mª Esperanza. Tienes tazón compañera. No ha cambiado mucho la situación. En mu¬chos lugares del Planeta en pleno siglo XXI muchas mujeres seguimos siendo “propie¬dad privada” de los varones; esclavas del sistema patriarcal, y, lo más triste: donde más se vive esta desigualdad es en la Iglesia (el cuerpo mutilado del Maestro) Pero, volva¬mos a la mañana de ese domingo después de la crucifixión. ¿Qué pasó? - Mª Magdalena. En tu tiempo, dos mujeres: Nancy J Bene King y Pamela Carter Joern escribieron: “Contar nuestra historia y decir la verdad de nuestra experiencia es un modo de plantar un jardín:” Y, otra gran teóloga y psicóloga social, también de tu época, Joan Chistester refutó: “Pero, sin eres mujer ¿Quién quiere escuchar tu historia? - Mª Esperanza. Yo quiero escuchar tu historia. - Mª Magdalena. Como te dije antes, veníamos conversando bajito como acostumbra¬mos hablar las mujeres de las cosas íntimas e importantes, para nosotras. Estábamos preparadas y decididas a unir nuestras manos y rodar la piedra. Abrir el sepulcro... Nuestros sepulcros llenos de tradiciones, normas y degradaciones contra las mujeres. ¡Y la rodamos! Sí, compañera ¡Abrimos el sepulcro! Y la Luz de una experiencia reno¬vadora nos inundó. El sepulcro estaba vacío y los “nuestros”, vacíos. Y nosotras, resuci¬tadas. Confirmamos que el Maestro estaba vivo. Experimentamos que el Dios de Jesús de Nazaret en un Dios de vivos, no de muertos. - Mª Esperanza. ¿sintieron miedo? - Mª Magdalena. Al principio, sí. Era una presencia masculina y femenina a la vez y esto nos maravilló...y asustó. Pero, al igual que a María de Nazaret en su concepción responsable y madura se nos dijo: “No tengan miedo, no se asusten ante la Vida que flu¬ye y transforma.” - Mª Esperanza. Este personaje o ángel ¿les pidió algo? - Mª Magdalena. Sí. Decir, avisar a los hombres del grupo de Jesús con Pedro a la ca¬beza -piedra-que el Maestro iría delante de ellos a Galilea -a la Misión- y que allí, en el anuncio de la Buena Noticia, lo verían. - Mª Esperanza. pero no lo hicieron... - Mª Magdalena. No. - Mª Esperanza. ¿por qué? - Mª Magdalena. Por miedo. - Mª Esperanza. ¿a qué? - Mª Magdalena. A que no nos creyeran y nos llamaran chismosas, histéricas, ilumi¬nadas...Miedo a la burla de las cosas de mujeres, a que nos ridiculizaran como lo hizo a finales del siglo XX un obispo de tu Iglesia en una editorial de Pascua: ”Las pobres desmemoriadas”. Miedo a que nos acusaran como sucedió siglos después con Teresa de Ávila, Catalina de Siena, Juana de Arco, Sor Juana de la Cruz, Laura Montoya, Carmiña Gallo, Joan Cistester...y muchas más... de iluminadas, hechiceras, locas, desadaptadas, desobedientes a la jerarquía, solteronas amargadas, rebeldes sin causa,,, y mil vituperios más contra todas las mujeres de todas las épocas, que han luchado por reivindicar los derechos de su femineidad madura en el mudo y en la sociedad empezando por el ámbito religioso. - Mª Esperanza. Por eso huyeron... - Mª Magdalena. Sí, compañera. Nos asustamos y huimos porque nos sentimos incapa¬ces de hacer rodar la segunda piedra. - Mª Esperanza. ¿La segunda piedra? - Mª Magdalena. Sí, la piedra en el corazón de los hombres del grupo... la piedra engas¬tada en el sistema patriarcal. Tuvimos miedo de que el patriarcado nos robara el derecho -como lo hizo más tarde- de ser anunciadoras de la Palabra, Misioneras de la Buena No¬ticia. Miedo a que nos quitaran el derecho de celebrar el Banquete de la Vida, a la cons¬trucción del Reino, de pertenecer al Proyecto de Jesús... Por eso huimos del sepulcro ya vacío y oscuro – la Luz iba con nosotras- pero, no callamos. Fuimos anunciando y se¬guimos anunciando a todas las mujeres en todas las épocas y situaciones la Buena Noti¬cia de la Liberación. A través de los siglos nuestra voz “silenciosa” y pertinaz como llu¬via temprana ha horadado las piedras que cierran los sepulcros donde permanecen mu¬chas mujeres ocultas, pisoteadas... permitiendo a través de la concienciación que estas fosas comunes se llenen de luz y de esperanza y salgan las mujeres resucitadas por Jesús de Nazaret, para continuar forjando el gran Movimiento de las seguidoras del Maestro y anunciadoras de la Buena Noticia: De que el Reino ya está en medio de nosotras y noso¬tros. Que todas y todos somos llamadas y llamados al Banquete del Vida. - Mª Esperanza. Te admiro María Magdalena, a ti, y a tus valientes compañeras por te¬ner el coraje de abanderar la lucha de la otra mitad del género humano, para entre todas, hacer rodar la segunda “piedra”. - Mª Magdalena. Por esa razón nuestra huida misteriosa y nuestro silencio enigmático era necesario. - Mª Esperanza. Gracias María, por contarme tu Historia. - Mª Magdalena. Gracias María Esperanza, por escuchar mi historia.   María Esperanza Córdoba Sosa Putumayo, Colombia
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