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«UN PUEBLO QUE CREÍA ESTAR CIEGO»

Relectura del ciego de Jericó desde Venezuela (Mc 10,46-51)

Vivian VALENCIA y José Adalberto GONZÁLEZ


 

 

Aquel día, desde temprano, el sol se plantó en el cielo y parecía recitar un poema con un místico Lenguaje de Luz. Jesús, iba por Los Caminos de América hacia el Sur del sur. Como siempre, lo acompañaba mucha gente, en especial, indígenas, afrodecendientes, campesinos, refugiados, desplazados, jóvenes en búsqueda y chamos inquietos que llevan en su rostro sucio la alegría de los barrios.

A la vera del camino estaba un Pueblo. Llevaba muchos años allí con una extraña ceguera, era una oscuridad tan densa que le impedía hasta reconocerse así mismo. Tenían rato escuchando mucho movimiento de gente y sintiendo en el ambiente algo especial como el sacramento de un cafecito o el calor un abrazo de Buena Noticia. Cuando se enteraron que era Jesús que estaba pasando por ahí entonces se pusieron a gritar: «¡Jesús, Luz y Hermano nuestro, ten compasión de este Pueblo!» Inmediatamente aparecieron las mordazas internacionales de siempre y surgieron, dentro del mismo pueblo, manos sin rostros especialistas en tapar bocas. Pero ellos gritaban con más fuerza: «¡Jesús, Luz y Hermano nuestro, ten compasión de este Pueblo!»

Jesús se detuvo y dijo: «Por favor, Llámenlos». Convocaron, pues, al Pueblo ciego, diciéndole: «¡Levántense hermanos, apúrense!, los está llamando.» Con la premura emocionante por aquella Buena Noticia, se pusieron de pie dejado a un lado el bozal de arepa que los mantenía paralizados y caminaron hacia donde estaba Jesús. Él también caminó hacia donde ellos estaban. Se encontraron.

Jesús les preguntó: «¿Para qué me están llamando?» Ellos contestaron: «Hermano, queremos ver» Jesús, preguntó nuevamente: «Pero ¿quién les dijo que ustedes estaban ciegos?» Contestaron: «Desde hace muchos años en la escuela nos han educado en la invidencia, los medios de comunicación nos han transmitido e interpretado la realidad, los líderes religiosos nos han inculcado la fe y la humildad para ser guiados en la oscuridad, las autoridades políticas han desarrollado planificaciones estratégicas y proyectos sociales para la atención de la minusvalía de este pueblo maldito por esta ceguera colectiva y también hemos vivido bajos lineamientos económicos de la globalización para una sociedad de ciegos donde nos han estructurado, para nuestro bienestar, unos conceptos especiales de dependencia y una simbología de lectura capitalista. Por eso, no hay duda, estamos ciegos».

Entonces, Jesús les dijo con cariño: «Hermanos, abran los ojos. Ustedes no están ciegos. Todo ese tiempo los han engañado, les han hecho creer que no son capaces de ver la realidad e interpretar la memoria de su proceso histórico. Les han ido sembrando oscuridad en los ojos y, peor aún, invidencia en el corazón. ¡Vamos, es hora, quítense la venda que les pusieron y descubran que pueden Ver y que la Luz los habita! La verdadera ceguera acontece cuando se pierde la capacidad de Ver lo Humano que Hermana. Porque Ver es un Don y una forma de Comprometerse». Jesús hizo una pausa, se acercó un poco más, tocó a algunos de ellos y les dijo: «Hermanos, ya pueden irse. La búsqueda atrevida de su Fe los ha salvado».

Fueron abriendo los ojos y, al instante, empezaron a darse cuenta que sí podían Ver y reconocerse a sí mismos. No hay palabras para describir la alegría de aquel acontecimiento tan especial. Algunos de ellos comentaban que mientras Jesús les hablaba sentían que el corazón les ardía, otros decían que tenían que aprender a Ver con ojos de Vida-y-Esperanza y a desaprender la oscurana cotidiana para poder recuperar la capacidad de asombro.

Aquella tarde soplaron en la región Vientos Nuevos de esos que elevan la Esperanza cual papagayo multicolor. En el horizonte volaron turpiales, loros y guacamayas con una algarabía como de alabanza Entonces aquel Pueblo decidió caminar con Jesús hacia el Sur del sur.

 

Vivian Valencia y José Adalberto González

Esperanzas de Venezuela

 


 



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