Un maravilloso hogar creado: la Patria Grande
(El Capítulo 1 del libro Génesis en el contexto latinoamericano)
Gerson TERRERO AMADOR
En el principio Dios creó
la tierra que hoy es la Patria Grande.
La edificó en el trayecto de la luz
y, a golpes de su cayado,
hizo que le brotaran árboles,
pájaros, amaneceres, movimientos,
valles y mares, peces y plantas,
albas y soles, animales y gentes.
Entonces nació la vida,
entonces nació un continente
convocado siempre por el crepúsculo
a mirar los soles lejanos
que recorren, antes que el viento,
la mañana que se expande
por haciendas fértiles y meridionales.
Y el Creador reía y gozaba
con la maravilla de su Obra.
La Patria Grande es la morada
y la morada es, a la vez,
el bosque para las aves,
la brisa para el canto
y el río para los peces.
El hogar es el cobijo sagrado
que nos da la tierra a cambio
de un trato digno y razonable
que pocas veces le sabemos dar.
La lucha por su preservación
ha sido tan dura y constante
hasta el hecho de desgarrar
nuestros cuerpos y el suyo.
Ha habido que verter lágrimas
para salvaguardar la naturaleza
y los dones constantemente
amenazados por la avaricia
propia del género humano.
Hay que disfrutar del fruto
de la heredad, pero de manera
razonable y sin causarle daño.
La creación es alegre y rica,
pero en cualquier momento
la puede tornar triste la voluptuosidad
de nuestros estómagos insaciables.
Debemos preservarla al latir
de los corazones, tomando su sagrado
calor y lo que de ella brote, sin sacarlo con violencia.
Se desarrollará así con esplendor
un mundo poblado de proyecciones
y de culturas, buscando una correcta
identidad social, política y religiosa
que habrán entonces de consagrarle
finalmente como un gran continente.
Solfean las auroras divinizadas
deslumbrando selvas y brindando
extensos ardores elaborados
de bellezas hechas de coplas
matinales y con el sabor de madres
que luchan por la subsistencia
de sus hijos y que le arrancan
a la tierra bienhechora
el fruto de la vida que se multiplica.
Nostálgico es el pájaro herido
por la sutilidad que le trajo el alba.
Una cultura empapada de vida
es la de los aborígenes inverosímiles
que miran la floresta sólo con la intención
de desprenderle un fruto para alimentarse.
El ser creado es aquel que tras morir
la madrugada se traslada a acompañar
a los pueblos que con vital energía
hacen florecer los cimientos de un patria
inmensa que le soporta con orgullo
porque esa fue su misión creacional:
sostener y cubrir lo que en ella se estableció.
 
Gerson Terrero Cuevas
La Ciénaga de Barahona, República Dominicana
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