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Dos moneditas de a diezMarcos 12, 41-44Cynthia Esther ALARCÓN MUGICA
 
Ambos se dirigen al templo, parece que ajustaron sus relojes, cada uno toma un camino distinto, en realidad puede tratarse de senderos paralelos para llegar al Reino aquí en la tierra. Por un lado, don Eufrasio, por otro doña Lucía; mientras se encaminan se preparan para dirigir sus oraciones al Dios creador. Coinciden en la puerta de la iglesia, Eufrasio mira a Lucía con lástima y se frota la nariz, luego busca el bulto de morralla que le sobró de sus cobros. Lucía se percata de que el prestamista la mira, pero sigue en recogimiento, parece que el gozo se sale de su corazón cuando mira al Santísimo que la aguarda silencioso y consolador, como abriéndole los brazos para que ella se acomode. Se hincan de extremo a extremo, y entonces… empiezan a orar: -Señor, soy Eufrasio, vine a darte las gracias porque tengo vida, porque tengo un cuerpo saludable sin el cual no podría servirte ni trabajar, gracias porque los males terribles de estos tiempos no me han alcanzado, porque no han robado mis bienes, ni me han asaltado en la noche, gracias porque yo no nací para la enfermedad como otros, porque tú quieres que yo sea bueno de otra forma, pídeme otros sacrificios, y aquí están tus moneditas, para que sigas haciéndome los favorcitos que sólo tú sabes, sí ésos: salud, dinero y amor. -Señor, aquí estoy, soy Luci, ya sabes, el pecho me duele cada día más, la bronquitis no me deja ni a sol ni a sombra, mi hijo aún no me llama, y tengo miedo de que le haya pasado algo en el otro lado, cuídamelo Jesusito. Hoy se cumplen diez años de que Julián, mi señor, dejó este mundo, pero eso no importa, pues yo sé que tú desde entonces me cuidas y que tu voz sigue siendo más fuerte que mi grito de dolor. ¿Sabes? Hoy sólo me pagaron con dos moneditas de a diez, y me da tristeza Cristo, porque es lo único que pude traerte, cada día dan menos por lavar ajeno, pero sé que tú también fuiste pobre y te lo ofrezco y espero poder traerte más el viernes, hoy nomás abrázame y si quieres sigue quedito… yo te amo mucho mi Dios. Las abundantes monedas de Eufrasio simularon un aguacero, la gente volteaba al escuchar el ruido y luego de mirar la alcancía de la Divina Providencia miraban el diente de oro del devoto prestamista, quien entre risas decía: “ahí te va otra Diosito, agárrala bien”. Lucía tuvo que esperarse a que el bulto de Eufrasio quedara vacío, sin darse cuenta de que el sol ya se había metido y las veladoras brillaban más que cuando había llegado. Finalmente echó sus dos monedas; al caer la segunda resbaló una lágrima de su rostro arrugado y se fue tosiendo a su casa de palma.   Cynthia Esther Alarcón Xalapa, Veracruz, México  
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