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La justicia en Lc 15, 11-32. Una lectura desde lo juvenil

Lucas 15, 11-32

Milton CALDERÓN


 

 

Varias manifestaciones de los jóvenes son verdaderos gritos provenientes de la impresión de que algo no anda bien, de que “hay gato encerrado”. Sin embargo muchas veces se los manda a callar, y ¿por qué?, pues precisamente porque hablan, expresan, cuestionan. Por eso el joven es hoy un lugar privilegiado (por supuesto no exclusivo) donde Dios encuentra su morada. Lo que pretendo a continuación es hacer una lectura bíblica desde lo juvenil, con el tema “justicia”, tomando como icono el texto de Lc 15, 11 – 32.

 

De qué justicia estamos hablando

Es importante iniciar mencionando que los Evangelios se escriben en plena etapa del florecimiento griego donde hay ciertas “injusticias normales”. Recordemos que de la “democracia” solo participaban los hombres de ciudad, y no los campesinos, ni las mujeres, ni los esclavos, que eran más del cincuenta por ciento de la población.

El esquema de estas injusticias donde el cuadro era más o menos: ser humano-animal, hombre-mujer, libre-esclavo, sabio-iletrado, etc., no cuadra con el pueblo judío, ni con las intenciones de las primeras comunidades cristianas. Tampoco cuadraron en su historia, donde habían logrado vencer estas relaciones al descubrir a un Dios que caminaba con ellos y que diría “Yo soy el que está”.

En el Éxodo, el pueblo había descubierto la justicia como el hecho de que cada uno tenga lo necesario para Vivir. En Ex 16,16-20, Dios les había dado una lección, les había enseñado que el ser humano es tal cuando elimina el deseo de poseer más de lo que necesita, que donde hay acumulación hay muerte, gusanos y podredumbre. Esa es la justicia que está en la mentalidad de los autores sagrados cuando ponen en boca de Jesús muchas palabras y parábolas.

 

El Joven interpelado por la realidad

A veces se considera a los jóvenes como “peligrosos” e “incompetentes” lo que hace que muchas veces no se les escuche. Sin embargo, desde el espacio simbólico, es decir cultural, los mismos construyen una sociedad alternativa, tomando en cuenta que la ideología sustenta el sistema. Son maneras de expresar inconformidad, verdaderos actos políticos que muestran una juventud en resistencia.

Es lo que pasa con el hijo menor en la parábola icono. En primer lugar se trata del más joven de la familia, quien es favorecido en su petición de la herencia. Resulta que el joven emigró a un país lejano, donde derrochó todo viviendo en medio de desordenes y placeres. No resulta nada curioso esto, traduciéndolo al hoy en que nos vemos azotados por la publicidad que nos invita al consumo. Lo que hace en este caso el joven es reflejar a la sociedad. No se trata de una perversión del joven como tal, sino de la sociedad que se ve reflejada en él como en un espejo. Los jóvenes son un síntoma, pero la enfermedad no está en el síntoma.

Una vez gastado todo, una gran carestía azotó el país y entonces empezó a pasar necesidad. Creo que es imprescindible detenerse para descubrir las razones por las cuales el joven empezó a “pasar necesidad”, pues como mencioné en la primera parte, la justicia es precisamente “no pasarla”. Y la necesidad viene desde fuera, desde el país en carestía. Es el sistema, la estructura, la que genera la injusticia. La necesidad no se la crea uno, pues entonces se vuelve capricho. Cuando uno es consciente de estos problemas estructurales, es cuando inicia la inconformidad, y muchos que se dan cuenta de ello, son precisamente jóvenes.

Ahora bien, la estructura está pensada para que a uno no le queden opciones, y es cuando nace la explotación y con ella más injusticias. Nuestros países son un claro ejemplo de ello, pues la pobreza (generada por el sistema esencialmente injusto) obliga a muchas personas a convertirse en ladrones o a regalar prácticamente el producto de su trabajo a grandes hacendados que lo venderán a precios exorbitantes. Y no se diga de los jóvenes que se ven obligados a trabajar con sueldos miserables para poder estudiar y que luego se ven excluidos de la posibilidad de acceder a mejores empleos por falta de “experiencia laboral”. Es lo que le pasa al joven de la parábola que no le queda otra opción que dirigirse a uno de los más hacendados del lugar, y por lo tanto generador de injusticia, y pedirle trabajo. El trabajo que consigue es el de cuidador de cerdos. Un detalle muy significativo pues en el mundo judío, los cerdos son legalmente impuros, al punto que no se los puede ni siquiera tocar (Lv 11). Trabajando con los cerdos, el joven es un perpetuo pecador. Si nos regimos a la ley religiosa de la época, dicho joven es un completo excluido, pues ni siquiera le es permitido el acceso a Dios. He ahí la importancia del Padre como personaje, en la segunda parte del relato. La lección es muy clara. La ley no siempre es justa, por lo tanto no se puede hablar de justicia con el simple cumplimiento de una norma.

El relato añade que el joven deseaba llenarse el estómago con la comida de los cerdos, pero nadie se las daba. Es entonces cuando toma conciencia, cuando se dice a sí mismo: “A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre”. Es toda una expresión de indignación, pues es el develamiento de la injusticia. Es de esa manera que los jóvenes descubren la realidad en la que viven y es allí donde la conciencia toma voz, donde se vuelven actos los pensamientos. Es allí donde los jóvenes se vuelven ciudadanos culturales, en tanto colaboran, desde la cultura y la palabra en la transformación del mundo. Los jóvenes se vuelven verdaderos agentes políticos en la búsqueda del bien común.

 

El joven como agente de cambio

Entonces el joven se puso de camino hacia la casa de su Padre, es decir, emprendió el camino de la justicia, que es al mismo tiempo el de la conversión. El Padre, lo ve a lo lejos y “enterneciéndose”, corre, se le hecha al cuello y lo besa. Luego haciendo caso omiso de la expresión de su hijo pide a sus sirvientes que lo vistan, lo adornen, y preparen un banquete. Añade a todo este cúmulo de atenciones, que todo ello es porque su hijo “estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y ha sido encontrado”. El Padre valora la búsqueda del joven hijo.

Este Padre representa a Dios. Resulta que en el momento en que se pierde el horizonte de la justicia, también se pierde a Dios. Y el momento en que Dios se vuelve cercano a los más necesitados, ese momento se puede posibilitar la liberación. El joven opera aquí en una dinámica de conciencia y de libertad, desde la que vuelve a encontrarse con el Dios de la Vida. ¿Cuántos jóvenes nos interpelan desde su incredulidad y desde su vivencia de lo espiritual, respecto de imágenes que nos hemos ido creando sobre Dios?

Al final aparece un personaje, se trata del hijo mayor que se acerca a la casa y percibe la fiesta y la música. Llama a los sirvientes para informarse de lo que está pasando y entonces se irrita y se resiste a entrar, ¡no entiende!. La parábola nos propone un Padre que ama a los dos hijos, la diferencia de este amor la impone el hijo mayor, no el Padre.

Esa es la actitud que tomaría una persona que no entienda que el joven, a su modo, hace ciudadanía. Lo escandaloso de la parábola es ver cómo Jesús nos muestra a un pecador que acapara el amor del Padre. No se trata aquí de la retribución como en el AT sino de la gratuidad. Para quien no mira los esfuerzos y las ideas de resistencia que los jóvenes manifiestan, les será muy complicado ver los signos del Reino que ellos posibilitan.

A lo largo de todo este proceso es el joven el que va permitiendo que se realicen muchos cambios en su entorno. Pero el principal cambio es el regreso a su hogar, en el que podrá celebrar la alegría de la justicia lograda después de su camino. El texto termina en la fiesta, en el banquete que continúa a pesar de las quejas del hijo mayor. La comida en este sentido es muy importante pues la justicia pasa por el compartir, y cuando uno come junto al otro, se comparte no solo el alimento, sino la Vida como tal.

Esa mesa la posibilita el joven que en su retorno, el camino de la justicia, hizo posible el compartir, la mesa en la que todos pueden celebrar. La actitud del Padre, es la actitud ejemplar de una persona que escucha al joven y que no le frena en sus actos de ciudadanía.

Las juventudes tienen mucho que decirnos, y cuando el río suena, hay que escucharlo. He querido poner de manifiesto en estas páginas a un joven que “se da cuenta” de la realidad en la que vive, que se indigna ante esa realidad, que emprende un camino hacia la justicia, que posibilita la mesa del compartir, que nos transmite una imagen de Dios, que es ciudadano y además “ciudadano cultural”, que es símbolo de la resistencia, y finalmente que es lugar teológico, pues en todo ese camino ha permitido que se descubra a Dios y a Jesús. Lugar privilegiado en el que Él se encuentra y en cuyos rostros hemos de descubrirlo.

 

Milton Calderón

Quito, Ecuador

 

 


 



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