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El excluido de Sodoma

Génesis 19, 1-13

Johan MOYA RAMIS


 

 

Yo recién había sido ordenado diácono, y aquella mañana tenía la solemne responsabilidad de estar en la puerta del templo y dar la bienvenida a todo aquel llegaba. Entonces subió las escaleras en dirección a la puerta un joven de andar delicado y suave. Al llegar me extendió su mano en un gesto que para nada pretendía disimular su evidente condición de homosexual. Le saludé no sin cierta incomodidad. Yo había crecido bajo estrictos códigos machistas y homofóbicos; eso, junto a una interpretación de pulpito acerca de la destrucción de Sodoma y Gomorra, habían conformado mi cerrado criterio sobre los homosexuales: estaban condenados a la ira y la destrucción de Dios si no se arrepentían y abandonaban su pecaminosa condición.

El muchacho ocupó un lugar apartado en el salón y allí estuvo muy atento al desarrollo de la liturgia. Cuando hubo acabado toda la programación, él se quedó solo afuera, como esperando algo. Salvo un par de ancianas, ninguna otra persona le prestó atención, más bien lo ignoraron.

Para la mañana siguiente, se había convocado a los jóvenes de la iglesia para una obra misionera que consistía en ayudar a una señora muy anciana mayor a trasladar unas losas prefabricadas de un sitio, a otro más seguro en su casa. Mientras esperaba en el lugar acordado, me sentí muy decepcionado, el anuncio se había hecho durante el culto, cuando la iglesia estaba llena, pero allí no pasamos de cinco incluyendo al Pastor. Ya casi nos íbamos cuando aquel joven apareció. Nos saludó con timidez y preguntó si ese era el grupo que iba a hacer la obra misionera. Ante el silencio y sorpresa de nosotros el Pastor se adelantó a saludarlo y nos presentó al resto. Ese día supe que se llamaba Daniel. El Pastor propuso irnos. Habíamos acordado ir en bicicleta, pero Daniel había ido a pie. Mi bicicleta era la única que llevaba parrilla , por lo que me tocó llevarlo. Soporté en silencio y de muy mal humor las disimuladas burlas de mis compañeros.

Al llegar a casa de la anciana, el trabajo resultó mucho más pesado y complejo de lo que suponíamos. Las losas eran extremadamente pesadas y numerosas, por lo que era necesario trabajar en dúos. Al ver la cara de mis compañeros, supe que estaban pensando lo mismo que yo: el delicado muchacho se iba a rajar ante el duro trabajo que nos esperaba. Comenzamos a cargar yendo y viniendo en parejas rotativas. Al cabo de la hora eran visibles los signos del cansancio. Comenzaron las quejas y las molestias. En uno de esos viajes me tocó alternar con Daniel. Yo tenía los músculos entumecidos y las manos llenas de ampollas. Estaba fatigado, en el tramo más difícil del traslado, tropecé, casi perdí el equilibrio y la losa por poco resbala de mis manos, pero aquel muchacho no la dejó caer, de haberlo hecho, yo habría salido accidentado. Mediante un gran esfuerzo, asumió el sobre peso hasta que yo me recompuse y continuamos el trayecto. Pero eso no fue todo, cuando depositamos la losa, pude advertir unas manchas rojas en el borde donde antes habían estado las manos de Daniel. En un gesto que tenía más sorpresa y curiosidad que altruismo le pedí que me enseñara sus manos. El las mostró con cierta timidez. Tenía las palmas llenas de llagas sangrantes. Luego dio la espalda y continuó trabajando. Hasta ese momento yo no me había dado cuenta de que salvo el pastor, el único de los jóvenes allí presentes que no se había quejado era Daniel, no había hecho un alto ni para tomar agua. Cuando acabó el trabajo nos retiramos, durante el viaje de regreso no hubo burlas, ni chistes.

Después de aquello, Daniel continuó yendo a los cultos. A cada anuncio de obra misionera que se convocaba, allí estaba él, en un hospital, para arreglar un techo, o visitar a una anciana. Un día de Culto me volvió a tocar la responsabilidad de recibir a los hermanos en la puerta de la iglesia. Daniel llegó temprano como ya era costumbre, y me sorprendí a mi mismo estrechando su mano con regocijo y profundo respeto. Ese día el sermón estuvo a cargo de un Pastor visitante. El texto escogido fue Génesis 19:1-13. Dentro de otros aspectos, el sermón giró en torno al homosexualismo y su perversa pecaminosidad. Mientras el tema avanzaba, yo menos me atrevía mirar hacia el lugar que ocupaba Daniel, pero hubo un momento en que no pude más y lo hice. El lugar estaba vacío, Daniel se había ido. Cuando acabó el culto indagué sobre aquel muchacho, pero ni el Pastor de nuestra congregación conocía su paradero. Nadie sabía donde vivía, a que se dedicaba, cuales eran sus alegrías o sus penas. Avergonzado y furioso con todos y más que nada, conmigo mismo, llegué casa y me encerré en mi cuarto con la Biblia abierta, estuve varias horas releyendo aquel texto y otros que aludían al tema de los homosexuales en la Biblia, pero en ninguno de aquellos casos encontré una situación que hiciera alusión a las personas como Daniel, que aceptaban a si mismos, aunque esa aceptación fuera un estigma social y no por ello dejaban de amar al prójimo y a Dios. Porque quién ama a su prójimo, indudablemente la semilla del Reino de los Cielos está en él. Sobre el texto de la destrucción de Sodoma, después de aquél arduo ejercicio hermenéutico, llegué a la conclusión que los habitantes de Sodoma, no eran perversos por ser homosexuales, como se ha pretendido interpretar y divulgar. Los habitantes de Sodoma ya eran perversos y de todas las formas posibles para hacer daño a aquellos dos extranjeros, eligieron una de las más horribles y perversas que ha concebido la humanidad para humillar la integridad tanto física como espiritual de hombres y mujeres: la violencia física acompañada de la violación y el abuso sexual. Desde aquél día me pregunto que habría sido de Daniel de haber estado en la última noche de Sodoma. Creo habría sido excluido de la destrucción. Por otra parte, el mismo texto bíblico demuestra que no todos los “hombres” de Sodoma rodearon la casa de Lot, sus yernos, los prometidos de sus hijas, no participaron del asalto a la casa de su suegro, sin embargo también sucumbieron a la destrucción según narra el texto bíblico. No dudo que la gracia de Dios hubiese alcanzado a Daniel aquella noche en Sodoma. No dudo que la gracia de Dios alcanzará en el día del Juicio de las Naciones a aquellos como Daniel. Por otra parte, como una curiosa paradoja, Daniel llegó a nuestra iglesia, como los ángeles a Sodoma, y no hubo un Lot a la puerta del templo que se preocupase por la suerte de aquel muchacho, alguien que le brindara hospitalidad, solo encontró personas pre enjuiciadas. Ojalá Daniel no haya sido un ángel, de lo contrario nuestra actitud de frialdad e indiferencia, es y será digna de ser condenada.

Hoy en día el asunto de los homosexuales dentro del cristianismo, a pesar de existir espacios de diálogo sobre toda esta cuestión de Sexualidad y Género, no es algo que se entiende ni se profundiza del todo. Se ha especulado y existen varios mitos negativos y degradantes sobre el hosexualismo. Pero también existen muchos como Daniel, y no sabemos como entenderlos desde la palabra de Dios y los dogmas. Es por ello que se hace necesario una hermenéutica profunda, pero más que todo, un análisis cristocéntrico desde la praxis cristiana. Por lo demás, nunca he visto caer del cielo un rayo, fuego o azufre y fulminar a ningún homosexual, el día que eso ocurra de forma sistemática, quizá comience a reconsiderar la idea de que los homosexuales están excluidos de la gloria de Dios por su condición.

Y Daniel, si aun estas ahí, aquel día cuando tropecé olvidé decírtelo: gracias.

 

Johan Moya Ramis

La Habana, Cuba

 

 


 



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