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Leví: Del servilismo a la justicia

Marcos 2, 13-17

Arnaldo Javier DE LA CRUZ SANTISTEBAN


 

 

Pasaba Jesús por la oficina del “Ministerio de la Vivienda de la Municipalidad” y vio allí a Leví sentado a su buró. Aprovechando las necesidades de las personas, y las ventajas de su puesto, ofrecía soluciones “por la izquierda” a los recomendados por su jefe, que contaban con los miles de pesos de comisión para resolver la legalización de cualquier asunto relativo a su vivienda. Muchas personas desesperadas por el largo tiempo de gestión de sus papeles hacían un verdadero sacrificio para reunir de alguna forma el dinero que necesitaban para sobornar a los responsables de ello.

Leví no robaba, no; él solo “luchaba” para ganar más que su salario. Trataba de aquietar su conciencia diciéndose a sí mismo: “Cada uno se defiende como puede.” En realidad no se hacía rico con lo que hacía; pero entraban unos cientos de pesos más al mes. También estaban involucrados, al menos, su superior y el arquitecto del Municipio.

Se detuvo Jesús cerca de la oficina y enseñaba a las personas diciéndoles: “Den al Estado lo que corresponde al Estado y a Dios lo que es de Dios. Hagan lo que es recto con sus semejantes, confórmense con su paga. La vida del hombre no depende de la cantidad de bienes que posee. De que sirve ganar mucho dinero si perdemos la esencia de la vida y la tranquilidad de la conciencia.” “¡Ay de los que dictan leyes injustas!¡Ay de los que ayudan a que permanezcan estructuras sociales que facilitan que otros se coman lo que el trabajador produce y que otros habiten las casas que con muchas privaciones y esfuerzos los obreros construyen! ¡Ay de los que dictan leyes que exasperan al obrero que trata de vivir de su salario, que frustran la esperanza y la utopía de las masas en nombre de ídolos filosóficos, ideologías degeneradas en dogmas o de un Dios hecho a imagen y semejanza de los poderes de turno.”

Oyó Leví estas palabras y se dijo: “Este hombre no habla como otros líderes religiosos o políticos. No repite frases estereotipadas. Este habla como quien tiene autoridad, no le importa concordar con lo que otros han dicho sino lo que su conciencia percibe ante la justicia de Dios enseñada en la Ley y los Profetas.”

Toda la noche la pasó meditabundo. Al día siguiente, Leví llegó a su trabajo, se apresuró a procesar los papeles de gente que estaba muy necesitada y agobiada de pasar días y horas en la oficina esperando ver resuelto su asunto de vivienda. Al concluir su jornada fue a casa de varias personas y devolvió su parte de la comisión recibida, y ¡hasta les pidió perdón por haberse aprovechado de su necesidad!

Pasaron tres meses y muchos en la oficina ya no reconocían a Leví, había cambiado mucho: trataba con rapidez de ayudar a los clientes, y algunas personas que solían maldecirle hablaban muy bien de él. Se murmuraba que ahora era seguidor de Jesús de Nazaret.

Una mañana el jefe le trajo un caso para resolver “por la izquierda.” Para su sorpresa, Leví se negó esta vez. Con respeto y decisión admitió sus delitos anteriores y confesó como había devuelto su parte a los que había podido. Su jefe le amenazó con denunciarle y le avergonzó diciéndole: “Ahora te quieres hacer el santo, después que tanto gozaste. Te voy a dar tiempo para que te decidas.”

Leví estaba triste sentado a su buró. Pasó Jesús otra vez por allí y le vio, le pidió permiso para entrar y luego le dijo: “No tengas miedo, ven y sígueme.” Leví entendió; escribió una carta de renuncia, se levantó decidido a abandonar una vida de delito y servilismo; fue a ver a su jefe y le entregó la carta. Jesús le esperaba para acompañarle; juntos buscarían un nuevo empleo donde Leví pudiera servir como un funcionario justo que ayudase a resolver los problemas del pueblo.

Leví comenzó a asistir a los estudios populares de la Palabra de Dios con el Maestro de Galilea. Varios discípulos lo juzgaban mal teniendo en cuenta su pasado. Jesús, sin embargo, veía en él un hombre dispuesto a recibir sus enseñanzas de justicia. Un día Leví invitó a su casa al Maestro; y para asombro suyo, Jesús aceptó gustoso. Allí se reunieron otros amigos de Leví que tenían fama de “vive bien.” Ellos eran testigos de la nueva vida que Leví estaba viviendo.

El Maestro fue respetuoso y amigable con todos, no hizo comentarios innecesarios que ofendieran a los asistentes. Al mismo tiempo, no suprimió una letra de la verdad respecto a la injusticia social y la responsabilidad de los que ocupan cargos públicos. El aceptar la invitación de Leví le atrajo no poco disgusto de personas del pueblo y de dirigentes religiosos y políticos. Pero Jesús no padecía de esa tendencia obsesiva a etiquetar a las personas por ser de un grupo u otro, porque en un mismo grupo hay personas muy diferentes unas de otras. Con sabiduría sembró la Palabra del Reino, despertando nuevos impulsos y mostrando la posibilidad de una vida distinta y una sociedad mejor.

Varios amigos de Leví se decidieron a cambiar sus vidas de injusticia. Otros no dijeron nada y se fueron reprimiendo y marginando su conciencia, sujetándose al servilismo de la codicia. Siguieron engañando y siendo engañados. Unos perdieron luego sus puestos y tuvieron que enfrentar a los tribunales; otros siguen escapando hasta que la “buena suerte” los traicione.

Hubo un cambio en la Municipalidad, iniciado por unos pocos que decidieron romper con aquel ciclo de extorsión, facilitado por un sistema incompetente y burocrático. Ya no había que ir con una “palanca” y miles de pesos para resolver los papeles necesarios en asuntos legales diversos. Jesús de Nazaret había pasado por aquel lugar y se había quedado en Leví y sus amigos que decidieron obrar poniendo en práctica, a cualquier precio, “el Reino de Dios y su justicia.”

 

Arnaldo Javier DE LA CRUZ SANTISTEBAN

La Habana, Cuba

 

 


 



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