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LA CONFESIÓN DE LA COMUNIDAD
¿Y USTEDES CUÁL DICEN QUE ES LA VERDADERA REVOLUCIÓN?

Mateo 16, 13-20

Salvador LACUNZA


 

 

Otra vez acabamos nuestra reunión de formación política en la Casa del Pescador, allá en el sur, donde los seres humanos crecen como palmeras en un oasis en medio del desierto y la pobreza. Cada día se nos abrían más los ojos, pero para ser sincero, no llegábamos a comprender del todo el mensaje. Talvez serían nuestras torpes mentes, maleducadas por décadas por los gobiernos.

Terminada la reunión nos dirigimos hacia un lugar del cuál no recuerdo el nombre. Lo cierto es que tuvimos que pasar la frontera. Allá la gente no creía que la política podía ser otra. En sus mentes no se imaginaban a Dios metido en la política, menos aún que los ídolos se habían convertido en políticos. Nadie los había concientizado, sinceramente muy pocos querían hacerlo debido a que igual que otros grupos cuando alcanzasen su conciencia crítica habrían destruido a los ídolos.

Pero volvamos. Éramos muchos los que hacíamos el camino, lo hacíamos dialogando sobre los últimos acontecimientos en Latinoamérica y nos preguntábamos con la Biblia en una mano y con la Vida en la otra sobre el sentido de lo que acontecía. Justo en ese momento se nos ocurrió parar en la casa de esteras de Felipe. Allí la comunidad, porque aquí era la comunidad la que lideraba el movimiento, se preguntó a si misma: ¿Cuál dice la gente que es la verdadera revolución que traerá el cambio? Otra vez la bendita pregunta sobre nuestra identidad. Si dábamos en el clavo todo el camino revolucionario aparecería claro y diáfano a nuestros ojos.

Revisamos un poquito todo lo que habíamos dialogado con la gente, estudiado en las comunidades y, sobretodo, vivido día a día. Y se dieron diversas respuestas:

Unos respondieron que era la revolución de Elías. Era la más antigua, este había entregado la materia prima en abundancia a los pobres, no les dio de comer sino que les dio los recursos para ser ellos los productores. Su presencia en la Patria Grande había suscitado vida en las conciencias muertas. Le había costado esta labor liberadora. Su presencia valiente había callado a 400 teólogos neoliberales, sacerdotes de Baal – Dólar.

Otros dicen que la auténtica revolución era la de Jeremías, la más joven. Aquella que nació en el sur del norte. Argumentaron que era allí donde los pobres habían suscitado un proceso comunitario para llegar al servicio. Era allí donde se mandaba obedeciendo; el cambio lo suscitaban los olvidados: los indígenas.

Algunos que venían de procesos más antiguos dijeron que el auténtica cambio provenía de más al sur, del centro de la Patria Grande. Allí donde Sandino gritó revolución y los cardenales sin capelos lo siguieron. Pero un grupo se había robado el nombre de Sandino y ya eran otros los que marcaban el paso.

Pero otros apostaban que el verdadero cambio se hacia al este, en la tierra de las caminadas por la concientización, del PT y de la liberación. Allí después de tiempo se había logrado un cambio demócratico socialista. Allí ya se contaban a los más pobres. Era en esos lares donde había nacido el pernambucano, aquel hizo el camino como pobre entre los pobres hacia la gran urbe. El que fue acusado de no tener diploma universitario. El trabajador terco que va delante con los pobres…

Unos que escucharon a la gente del oriente vinieron a manifestarnos que eran los hermanos que se sentaron a dialogar y con paciencia y perseverancia esperaron pacientemente a que las tinieblas se pusieran. Eran los que venían de Babel con la pluralidad de propuestas los que se sentaron y buscaron la unidad, se colocaron al frente y ofrecieron amplitud a la política. Una política de tod@s para tod@s.

Y los compañeros que vinieron de las tierras verdinegras, aquellas que energizan el mundo, nos hablaron de otro proyecto donde los bienes son de todos, donde al pobre no se le engaña con la caja boba, tierra preocupada por compartir el fruto negro de su verde tierra. Allí la revolución naciente leyó los deseos de Bolívar y volvió a resonar en la Patria Grande anhelos fuertes y profundos de soñar y construir juntos la liberación.

Un pequeño grupo que venía de lo alto de la amerindia y que cada vez eran MAS, nos hablaron de los más abandonados de este rincón del mundo, de los dueños de parte del oro de la conquista, quienes en estas horas del nuevo siglo hacían oír su voz de protesta, la voz de los indígenas.

Y sería largo contar los que trabajaban por la nueva revolución y que creían ser la opción más viable. Vinieron del norte, del centro y del sur; del este y del oeste.

Y la misma comunidad política se preguntó: ¿Y nosotros quién decimos que somos? Por allí se levantó el compañero más pobre, aquel que no era parte de los cuadros, sino de la base sencilla; y dijo: “Tú, Patria Grande, eres la verdadera revolución; dentro de ti está la nueva política que de forma diversa va resucitando. Eres tu Amerindia, Amerinegra, Amerimestiza y Americriolla; en ti resonó y resuena el ser humano y su grito de liberación. Y la verdadera revolución no vendrá de aquí o allá sino de todo lugar; se vestirá con el manto verde de la ecología, estará coronada con la honradez y la corrupción no la ensuciará; caminará con las botas del compromiso de los trabajadores y la cara pintada por los tintes naturales de los indígenas; en su corazón no llevará rencores sino justicia y misericordia que incluirán a todas las que fueron incluidos por todos; sus entrañas estarán llenas de solidaridad y sensibilidad hacia las minorías; sus manos se extenderán ecuménicamente a todas las formas en las que el ser humano conoce y conocerá a Dios; la opción por los pobres le dará calor a su vida, pues, son multitudes los pobres, y se alejará el frío invernal de los pocos ricos del mundo. Será una revolución que comunique verdades, que hable de todos… talvez tenga que ser por eso una revolución lejana a los medios de comunicación social que tiñen el alba con la sangre de la mentira poderosa. Llegará en ese momento la apuesta por el ser humano y por la comunidad.

Y el pueblo advirtió que no se hablara más de la revolución a nadie. En este momento histórico solo se necesitaba trabajar duro para que aparezca el sol, tal como lo hace en medio de los Andes. El final de la historia no había llegado al mundo. Solo era el comienzo de la unidad; el cuerpo histórico y político del Cristo resucitaba. Todos los procesos y propuestas juntos.

 

Salvador Lacunza

Perú

 


 



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