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UNA CUBANA LLAMADA RUTLibro de RutBeatriz CASAL
  En un tiempo pensé que nunca iba a sentir un dolor semejante al que padecí cuando perdí al “viejo”, no solo por su muerte, sino por la invalidez en la que me dejaba después de haberme traído para Santiago de Cuba, con la promesa de que aquí estaríamos mejor. Sin embargo la pérdida de mi marido no fue nada comparado con la angustia de ver a mis hijos muertos, los dos, en ese horrible accidente en la carretera. Fue difícil hablar con Rut y Ofelia para decirles que volvía a la Habana. No puedo olvidar los ojos húmedos de Rut suplicándome que no la obligara a separarnos y su firme decisión a seguirme en la aventura del retorno a la capital. Recuerdo nuestras incertidumbres a la hora de vender la casa en Santiago, para buscar y comprar el cuartico de la Habana Vieja. Fue triste y desafiante el encuentro con la gente conocida y la pena de sentirme frustrada, inútil. El regreso y el reconociendo del fracaso. Pero todo pasó tan vertiginosamente, que no puedo describir cuanto tiempo duró aquella mala racha, aquel cuarto desvencijado y casi sin muebles, sin lo más elemental para vivir. La pobre Rut en la búsqueda de un trabajo que no aparecía, solo promesas y nada real, sufría las consecuencias de no haberse superado lo suficiente y contar solamente con sus ganas de luchar y su belleza mestiza. Fue un milagro recordarme de Antonio Báez el primo del “viejo” que era Español y estaba en Cuba con un negocio montado en Miramar, no dudé que Rut debía ir a probar suerte e intentar conseguir trabajo con el, aunque fuera en la limpieza. Y tuvo suerte, consiguió entrar a trabajar en la cocina y pudimos aliviar un poco la economía. No pasó mucho tiempo tampoco, en que Antonio comenzó a asediar a Rut, era evidente que le había atraído desde el primer día que la vio. Pero ella no le daba entrada, creo que tenía vergüenza conmigo, pensaba que era una traición a mi hijo, su esposo muerto, si aceptaba las galanterías de otro hombre. Por eso, ese día me decidí a hablarle del asunto claramente, estaba segura que la vida nos había puesto a ese hombre en el camino por nuestro bien. Le dije sin rodeos, que debía aceptar a Antonio si le proponía alguna relación. Me atreví a sugerirle, que usara sus encantos para que el se decidiera de una vez. La adiestré en todo lo que debía hacer, para llevar a aquel hombre a proponerle matrimonio. Ese día Rut me miró sin pestañear, yo era como su madre y cada consejo o idea mía era una ley para ella. Asintió con la cabeza y supe que al día siguiente pondría manos a la obra. Yo había valorado la difícil tarea que sería para ella entregarse a un hombre que le triplicaba la edad, que no tenía ningún encanto físico, pero me aliviaba la idea de que saldría de la miseria y estaría segura al lado de un hombre que la trataría con cariño y le daría todo lo que necesitaba para vivir decentemente. No fue muy difícil para Rut que Antonio aceptara todas sus condiciones, que le prometiera matrimonio, que le comprara una hermosa residencia en Miramar, que le regalara un auto rojo, que la complaciera en sus más mínimos deseos, que la amara hasta la adoración. Tampoco tardó mucho la boda, los viajes a España y aquel sorpresivo e inesperado embarazo. Luego llegó el niño para completar la dicha y yo creía que ya habíamos alcanzado la felicidad. Pero hoy, cuando salí a la terraza y vi a Rut sentada junto a la piscina, noté que dos lágrimas rodaban por sus mejillas. Ella no supo que la observaba, pero entonces, solo entonces me pregunté ¿Qué está sintiendo esta muchacha en medio de todo este rejuego de la vida? ¿Qué siente el corazón de Rut? ¿Cuál es su lamento? Mirando su rostro me pregunté, dónde estaba aquella Rut decidida, resuelta a enfrentar la vida lejos de su Ciudad, aquella que salió de su pueblo sin miedo, por seguirme, por acompañarme. Sus palabras vigorosas resuenan en mis oídos como aquel día, repitiendo: vida y muerte, con tanta fuerza, como si las dos fueran una sola: existencia. Su actitud llegó a renovarme, logró impregnarme de su grandeza, de su espíritu, de su valor. La recuerdo dispuesta al enfrentamiento y la lucha por el sustento, emprendedora, sin temor al trabajo nuevo. La veo allí en medio del sacrificio, deslumbrante, hermosa, reluciente. Me acuerdo de su rostro lleno de alegría por haber encontrado un trabajo y el modo de resolver nuestras necesidades. Ella toda se convertía en brisa de la mañana, en sudor y labor cotidiana. Y la admiré más, cuando supe que no descansaba con tal de salir a fin de mes con algunos pesos de más. Fue necesario la desgracia y las dificultades para conocer la entereza, la fuerza, la capacidad de aquella joven, para verla motivada por el trabajo y dueña de su destino, a través de su esfuerzo y su vigor. En medio del dolor, me demostró cuanta capacidad puede desplegar un ser humano mujer que quiere abrirse paso en la vida, que desea triunfar, que no precisa de un hombre para buscar su sustento y el de su familia. Me enseñó de la mujer que no se amilana porque a su lado no hay un hombre que la representa, o que tiene que hacerse cargo de su vida. Me mostró, que era una mujer para la cual la historia no se componía del esquema riguroso del matrimonio y el absoluto designio de la manutención patriarcal. Es imposible que no me lacere el corazón, haber instado a Rut a un matrimonio sin amor, por qué no vi que aquella joven, que hasta ese momento se esforzaba en su trabajo y era dichosa con lo que cada día obtenía con su esfuerzo, aceptó reproducir un esquema enajenante y cruel, por mi culpa. Soy responsable de que se desgajara su intensa personalidad, para dar paso al tradicional genérico femenino dependiente, instigada por un modelo preconcebido de generación en generación, que yo le trasmití. Soy responsable de que Rut comenzara a apagar su espíritu, su visión de la vida, su entereza, su fuerza y hasta su voz, para convertirse en una mujer más de la triste y odiosa historia androcéntrica del mundo. Es imposible dejar de sufrir un desgarramiento profundo al entender esta realidad. La voz de Rut dejó de ser la misma. Ya no había en sus palabras el júbilo de la libertad inviolable de las cosas por hacer, del tiempo por emprender. Su sonido comenzó a ser hueco, vacío, cuando aceptó la inconsciente orientación mía. Luego ya fue imposible hacer resurgir a Rut. Se perdió, se invisibilizó, dejó de existir. Dejó de tener voz, solo quedó ese quejido sordo que encontré en su rostro esta mañana y que me hace comprender que esta no puede ser siempre la historia. Que había otras formas, otras posibilidades, otras alternativas. Sé que la historia de Rut no es nueva, ni única en mi país, pero esto no significa que le haya dado un buen consejo, una justa solución para resolver nuestros problemas. Debí darme cuenta, que los sueños, cabalgan las lagunas azules de las ilusiones y se hacen realidad cuando aprendemos a amar el trabajo diario, la belleza de una espiga que crece y que nos dará el pan de cada día. Cuando el sol al perderse con su esfera redonda en esa línea lejana, nos indica que mañana volverá por la otra esquina del horizonte. Y que solo es cuestión de perseguirlo, aun y cuando jamás podamos alcanzarlo, porque lo importante no es tocar su círculo candente, sino sentir que nos alumbra y nos da su calor. Qué pena siente mi corazón por esta cubana llamada Rut.
  Noemí
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