Ya eran las ocho de la noche. La oscuridad empezaba a tomar cuenta de la ciudad. Todos caminaban rumbo al “conventillo”. Cada uno iba tratar de descansar lo que podía, al final la jornada había sido laboriosa y el día siguiente era preciso estar tempranito para tomar el camión que los llevaría nuevamente a la Quinta. Sus manos que olían cebollas, la ropa muy sucia y el aspecto rústico de estos hombrecillos “espantaban” cualquier ciudadano del pueblo.

En medio al caminar apresurado de centenares de “golondrinas” nadie se daba cuenta de lo que sucedía en la calle del fondo. Unos “pibes” que, entre un trago y otro de vino con gaseosa, aprovecharon para quitar lo poco que aquél pobre “paceño” había logrado con el esfuerzo de sus manos y el sudor de su rostro. Pero, si no bastará esto también le dieron una golpiza y lo echaron en la zanja mugrienta.

Unos paisanos que volvían más tarde, al pasar por ahí, lo miraron y siguieron adelante sin detenerse. Así lo hicieron también los policías que andaban por ahí cerca tomando unos mates. Unos vecinos del barrio, que volvía del trabajo, vieron el pobre morocho caído al costado. Sin embargo, dijeron: es un “bolita indocumentado”, y siguieron a sus casas. Finalmente pasó por aquella callecita angosta un “charrúa”. Hombre bien intencionado que no hace mucho rumbió a estas bandas por falta de trabajo en su país. Al acercarse se sintió identificado por la “extranjeridad” y luego lo ayudó a pararse. El pobre hombre no tenía fuerzas ni para sostenerse en pié. El “charrúa”, conmovido y viendo como las heridas eran muchas lo llevó a su pobre casita. Allí, donde sus nueve hijos y la esposa lo esperaban, trato de curar al pobre, darle un pedazo de pan y una alfombrita donde pudiera pasar la noche.

Alexandre De Nardi

Merlo, ARGENTINA