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EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS, CAPÍTULO 1

Marcos 1

Marco Antonio CORTÉS


 

 

En reconocimiento de tantos jóvenes que en nuestras iglesias y en nuestras sociedades están construyendo hoy alternativas para América Latina.

Diario según el Sub Pueblo; La Buena Noticia de Salvador y compañer@s encarnad@s en cada persona de América Latina que construye la paz con justicia:

 

En pleno siglo XXI, durante el invierno del año 2006, se encontraron bajo los escombros de una vecindad de Tuxtla que dejó el huracán Stan, un documento inédito a los pies de un pequeño altar a la santísima Virgen de Guadalupe, que se salvó de milagro. Dicho documento suponen pudo ser un pequeño diario, está escrito a mano, y solamente quedó legible lo que parece ser el primer capítulo.

Jacinto, Mariana y sus hij@s, Fernando y Dora (quienes migraron de Amatán), se han sentado a leer el contenido:

“Herman@s, quiero hablarles de un tal Salvador, verdadero hombre, hijo de nuestr@ madre y padre dios; nacido como todos nosotros.

En las homilías de nuestro santo Monseñor Romero, está escrito: “Hermanos, en nombre de éste sufrido pueblo, les suplico, les ordeno, cese la represión”. Cese ya la injusticia, no sean sord@s a la voz de la justicia, no escuchen la voz de la muerte, preparen una sociedad justa, preparen el camino del señor, sean just@s.

Y así sucedió: Ramón, Sara, Rene, Laura, comenzaron a hablar al pueblo, trabajaban y compartían su vida, eran pueblo e iban transformando los pecados en organización y lucha por la tierra, por los derechos humanos, por el derecho a la educación y a la salud. Se reunían con gente de todas las regiones de América Latina y tenían un corazón abierto hacia toda la humanidad. No se preocupaban por aquello que habrían de comer o de vestir, o en que lugar podrían dormir. Hablaban claramente de su misión. Lo que estaba detrás de ell@s, lo que l@s impulsaba era algo más grande que ell@s mism@s, era alguien más grande que l@s del EZLN.

Pues fue en estos tiempos que Salvador se hizo presente. Vino a América Latina y quiso compartir la mesa con Don Pedro Casaldáliga y también con don Sergio Méndez Arceo. Salieron juntos para andar por los caminos de América.

Salvador atravesó nadando el río Bravo, que divide a América Latina y a los Estados Unidos. Lo agarraron los de la migra y le dijeron: “¿qué, acaso te crees el elegido? Podrás llamarte “Salvador” o ser el hijo de dios, pero ante nosotros eres sólo un mojado”. Lo sacaron de Estados Unidos y lo fueron a tirar en el desierto. Allí permaneció cuarenta días y el mismito Satanás (que así le decían al jefe de la migra) le gritó: “Aquí es donde debes estar, para que vivas como los animales”. Pero campesin@s e indígenas de la región lo encontraron y lo atendieron.

Después del golpe de estado en Haití y del exilio de Jean Bertrand Aristide, Salvador se fue a la isla de Cuba y empezó a proclamar la Buena Nueva de nuestr@ madre y padre dios. Hablaba en ésta forma: “El plazo se ha vencido, es tiempo de que termine el bloqueo económico”. Así el pueblo cubano tomó el camino de la lucha a nivel internacional y en la ONU pelear porque se acabe el bloqueo que han sufrido por más de 40 años. Salvador caminaba por la orilla de un río de aguas negras. Ahí estaban Miguel y su hermana Emilia, trabajando con pala y pico, porque eran pobres. Salvador los vio y les dijo: “Síganme, es necesario que nos organicemos con más personas. Poco más adelante, caminaban los tres y vieron a Porfirio, hijo de José, que también estaba trabajando a pala y pico con su hermano Francisco. De inmediato se detuvieron a ayudarles y después les dijeron que se trataba de buscar la forma de organizarse para acabar con el neoliberalismo y construir una América Latina donde se incluya a todos. Ellos también decidieron unirse al grupo, y así comenzaron a formar algo más que una organización, una verdadera comunidad.

Fueron hasta el cerro del Tepeyac y ahí en la Basílica de Guadalupe, Salvador empezó a comunicar sus propuestas. Jorge y Lupita que también se habían unido a él, hablaban con autoridad, la autoridad que les daba el pueblo y su testimonio de vida: Todo lo contrario a muchos obispos y sacerdotes, y otras autoridades públicas y empresariales. Recuerdo que en una ocasión, quiso un párroco que tenía un espíritu orgulloso y autoritario correr a Salvador de su parroquia. Y le gritaba: “¿Qué quieres de nosotros, Salvador de mierda? ¿has venido a derrocarnos? Yo te he reconocido: Tú eres ese que anda de barrio en barrio, de comunidad en comunidad reuniéndose con la gente y predicando la solidaridad entre los pobres, excluidos y pequeños”. Por ahí andaba cerca Catalina, hija de Rufina, y ella se enfrentó al párroco con autoridad: “Cállate, el que tiene que salir de aquí eres tu”. El párroco que era muy autoritario se moría de coraje, lanzó un grito tremendo, pero luego salió. Así, sucedieron otros casos semejantes en barrios, templos y parroquias, tod@s estaban tan asombrad@s que se preguntaban un@s a otr@s: “¿Qué está pasando? ¡Cómo están ayudando, cómo hablan! Gracias a las organizaciones que han surgido, incluso los gobernantes y patrones más fuertes han tenido que ceder y someterse a decisiones populares”. De ésta manera la fama de Salvador, de Catalina, de don Miguel, de Carmen, y de algun@s otr@s se extendió por todo el territorio de América Latina.

Un día salían de la bodega de la organización comunitaria, después de haber hecho oración, y Salvador que andaba con Diana e Irene se fueron a casa de Nacha y Maru. La mamá de Maru estaba en cama con fiebre, por lo que muy luego, les hablaron de ella. Dina e Irene que eran promotoras de salud le prepararon un remedio. Al poco rato se le quitó la fiebre, y luego, se puso a atenderl@s. Pasaron ahí toda la tarde, conviviendo con don Ventura y doña Lupe. Aquel barrio era pobre y difícilmente la gente podía ir donde un médico. Antes de que se metiera el sol, ya estaban trayendo a Dina e Irene tod@s l@s enferm@s y las personas que se sentían mal. El pueblo estaba ahí reunido, delante de la puerta. Dina e Irene curaron a much@s enferm@s con dolencias de toda clase, Salvador atendió a otr@s que se sentían mal, y realmente les reconfortaba.

José acostumbraba levantarse muy temprano, y le gustaba caminar por el monte, andar sólo para hacer oración. Salvador y sus compañer@s fueron a buscarlo y, cuando lo encontraron, le dijeron: “Tod@s te estábamos buscando”. Y él les contestó: “Sigamos más allá y vamos de una vez a los pueblecitos vecinos, para que cada quien se solidarice, predique y se una a otra organización comunitaria”.

Blanca, Paty, Jorge, José y l@s demás empezaron a visitar las casas comunitarias que había en esos lugares y recorrieron toda la región: predicaban, atendían puestos de salud, apoyaban las cooperativas, se unían a los diferentes comités y organizaciones de lucha por los derechos del pueblo. Se les acercó un drogadicto, llegó a la casa comunitaria cuando estaban en reunión Luis, Raquel, Janeth, Albino y otras personas más; les dijo: “Si quieren, pueden aceptarme”. Albino tuvo compasión, entonces le estrechó la mano y le dijo: “Esta es tu comunidad, eres bienvenido y digno de integrarte”. Al instante brilló en su cara una sonrisa y quedó dentro de la organización. Después de un tiempo dejó de drogarse.

Unos días después, cuando salían de la reunión, Raquel le dijo al drogadicto: “No digas a nadie lo que hemos hecho; con tu testimonio, la gente que no creía en ti, se dará cuenta de lo sucedido”. José Antonio, así se llamaba el drogadicto, en cuanto salió, empezó a hablar y a contar detalladamente todo el asunto. Resultó que esto llegó a oídos de la policía. También se enteró todo el pueblo. Raquel, Janeth, Luis y Albino no podían andar públicamente en el pueblo; tenían que andar por las afueras, en lugares apartados. Pero de todas partes llegaba gente a donde estaban. Un@s iban con buenas intenciones, a integrarse a la organización o a pedir ayuda. Pero otr@s, iban como espías, a ver que hacían en esas comunidades.”

Dora, mira hacia atrás la destrucción que ha dejado el huracán y que no sólo se debe a la fuerza de la naturaleza, sino a la desigualdad del neoliberalismo, con sus 15 años bien vividos dentro de su cultura indígena, con la fuerza que le ha dado el trabajo del campo, y al leer una historia de la que se siente parte le dice a su familia, caminemos que necesitamos reconstruir nuestra casa, pues otra gran casa es posible.

 

Marco Antonio Cortés

Jalisco - MÉXICO

 


 



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