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YO SOY... VIDA

Éxodo 3,1-14. 4,1-17

María BAFFUNDO


 

 

Una vez más deambulaba sin rumbo, era una de esas tardes en que mi corazón estaba oprimido y mi cuerpo acusaba el cansancio y el desgano...

Entré a la pequeña capilla; que como un oasis se levantaba en la mitad del campo, allí perdida entre los árboles, era la “tienda del encuentro” que cobijaba mis broncas, mis lágrimas, las pequeñas alegrías y la esperanza frustrada.

Afuera soplaba un viento fuerte que hacía crujir las copas de los árboles; dentro, en la rusticidad del barro y la madera, de la paja y el cuero el Señor se hacía presente y colmaba por entero el espacio.

En el último tronco me senté, más cerca de la puerta que del pequeño fuego que indicaba su presencia, solo miraba.

No sé si fue que el viento aumentó o cesó por completo, no sé si los pájaros acallaron su canto y los grillos se mantuvieron a la espera, solo sé que entre tantos sonidos conocidos alguien susurró mi nombre...

Los hombres aún estaban en el campo y con ellos los niños, las mujeres, algunas guardando la cosecha y otras en la tertulia de la tarde junto al fuego y el mate compañero. ¿Quién podrá ser?.

Nuevamente mi nombre resonó en la soledad de la Capilla, asustada corrí a la puerta y al tomar mis manos el picaporte la voz resonó más clara en el silencio: -“Miriam, Miriam”.

No había dudas esa voz venía de adentro, cerré suavemente la puerta y recorrí con mi mirada el pequeño lugar. Solo la Biblia agitada por la brisa parecía llamarme, intrigada me acerqué, la tomé en mis manos y comencé a leer: “Dios lo llamó en medio de la zarza; ¡Moisés, Moisés! y el respondió: Aquí estoy”.

Mis piernas flaquearon y caí de rodillas; con la Biblia en mis manos.

Al levantar la mirada la luz de Sagrario se hizo más intensa... y las lágrimas comenzaron a surcar mis mejillas.

La Palabra me atrapó, sin querer elevar mis ojos seguí leyendo y dentro mío resonaba este diálogo...

“Yavé dijo: he visto la humillación de mi pueblo, he escuchado sus gritos y lamentos en medio de la ciudad, se que se sienten aprisionados por muchos dioses; que el poder y el dinero, la vida fácil los atormenta y ellos a su vez esclavizan y usan a sus hermanos.

Sé que no reciben el salario justo, que su hijos no tienen futuro, que sus mujeres son obligadas a prostituirse, que los hombre se desloman trabajando por un poco de pan y matan sin conciencia... ¡sé que han despedazado sus sueños!...”

No podía controlar el llanto que poco a poco fue subiendo por mi garganta... no podía pararme para salir corriendo... no podía dejar de leer.

“He visto a tantas mujeres, ciegas por el placer, reivindicar el derecho a “su vida” sin pensar en la vida que llevan en sus entrañas, las he visto gritar y vocear, discutir y golpear por “su libertad”, “sus necesidades”. ¿Es que acaso se han olvidado que todo es obra de mis manos? ¿Es que se creen dueñas de la vida? Y aquellos que la arrastran por los caminos de la cobardía y cobran por arrancar la existencia. Sexualidad es sinónimo de plenitud de la persona y no solo de un hedonismo barato. ¿Se estiman superiores a mí? ¿No piensan en la magnificencia de esas dos células que han dado un nuevo ser? ¿Pueden dormir tranquilos sin que la conciencia les remuerda?

Por esa razón estoy junto a ti, ¡ellos necesitan mirar al futuro!, una nueva tierra de armonía y de vida en abundancia, donde la alegría sea el plato más excelente de cada mesa, donde matar no sea un juego, donde la esperanza tenga cabida.

He escuchado su dolor, y no puedo quedarme indiferente, por eso te necesito, quiero enviarte para le muestres, les enseñes el camino hacia esa nueva tierra. ¡Vamos! ¡Apresúrate!”

Yo le contesté atropelladamente: “Señor ¿quién soy yo? ¿Quién soy para ir a la ciudad y querer llamarlos a tu orden?. Yo que escapé de allí por no poder soportar esa vida. Yo que abandoné mi gente, mi grupo, porque tenía miedo de las amenazas. Yo que renuncié a mi lugar en esa sociedad antes de tener mis manos llenas de sangre inocente. Señor ¿quién soy yo?

Tu me conoces, soy una mujer insignificante, derrotada que prefirió la vida anónima  de este campo antes que luchar por la verdad. Miriam, la que dejó atrás los libros, el nombre, la posición para ser esposa, hermana y madre entre esta gente sencilla y buena... a ellos no les importa el número de hijos, siempre hay lugar para uno más. Y se sienten libres al elegir la vida.

Ellos me conocen y saben que huí de las prisiones donde tantos han muertos anónimamente, esas clínicas de pequeños despojos humanos... Saben que no me animé a gritar contra los señores del poder que solo dictan leyes para llenar sus bolsillos de verdor, y no se animan a buscar soluciones integrales a problemáticas como la pobreza, la insalubridad y la injusticia. Saben que bajé la cabeza ante las armas y valoré mi vida antes que la verdad.  Señor, ¡no puedo hablar!”

Dios me respondió: “No temas, esta será para ti la señal de que yo te he enviado y de que me adelanto a ti en este camino hacia tu pueblo. Y cuándo lo hayas sacado de la chatura  y  la mediocridad, del llanto del que ya no puede volver atrás, del gris de su vida y del dolor volverán a cantar y hacer fiesta, y mi nombre será bendecido como dador de la vida sin fin.”

La Biblia cayó de mis manos, mirando el Sagrario me animé a insistir: “Si yo voy a este pueblo y a su gente, si recorro sus calles y levanto a mis hermanas mujeres del polvo, si les digo que el Dios de la historia me envía a ellos, si me preguntan cual es su nombre, ¿qué les respondo?”.

Dijo Dios: “Yo soy. Así les dirás a este pueblo. El Dios de sus padres me ha enviado, Él que con cariño los cuidad y protege, el verdadero liberador, quiere que vuelvan a Él  y no lo abandonen. Yo soy, y para ustedes, Yo soy Vida plena, ese es mi nombre”

“No me creerán” -les respondí– “se burlarán, recordarán mi pasado, ¿Cómo es que se te ha aparecido Yavé?. Él, que nos ha dejado de lado, ahora vuelve... ¿y tú eres su enviada?”

Entonces Dios me dijo: “mira, el atardecer, se ha pintado de vida el cielo, esa es mi señal y te acompañará en cada jornada, esos colores, esa energía, esa paz, te darán la fuerza, y tus piernas no se cansarán y tus rodillas no flaquearán, y tu palabra será mi Palabra”

Una música tenue se dejo escuchar a lo lejos, una paz profunda invadió mi cuerpo y por los ventanas de la Capilla la luz del atardecer se hizo más fuerte y colorida ¡la vida bullía desde dentro!

“Todo el que reciba a este luz volverá a soñar y a creer, a confiar, a ser hermano, será libre. Ve... si te ven entre ellos y con ellos, si el miedo no te atenazas y te escuchan defender sus derechos en primera fila te creerán. Ve, no demores.”

Cerré los ojos, y bajé la cabeza aceptando el mandato y rompiendo las últimas resistencias. Al abrirlos nuevamente me encontraba en el último tronco de la Capilla... nada a mi alrededor había cambiado. Solo mi corazón palpitaba fuertemente y por mis mejillas aún corría alguna lágrima. ¿Habrá sido solo un sueño?.

La puerta a mi espalda estaba abierta, la brisa seguía agitando las hojas de la Biblia y al pararme para salir, el cielo se vistió del color del trigo, y entre las nubes el sol regaba su luz.

¡Sí!, iría a mi pueblo.

 

María Baffundo

Uruguay

 


 



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