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RELECTURA DE MARCOS 5, 24-34Marcos 5, 24-34Carlos ROJAS
«Página Neobíblica» que ha obtenido mención honorífica en el concurso de Páginas Neobíblicas, otorgado por la Agenda Latinoamericana’2005   Ese día se levantó temprano, pues, aunque quisiera no podría conciliar el sueño por más tiempo. Dormir, debido a su condición, se había vuelto un lujo exótico. Era lunes, día en que todo se alborota: el mercado, las calles, las plazas. Sabía que mucha gente estaría buscando, como ella, una cura milagrosa, una pócima mágica, capaz de curar el mal más rebelde, la dolencia más aguda. Ella era soñadora, como el pueblo; ingenua, como el pueblo. Creía en el horóscopo, las cartas del tarot, en amuletos, talismanes y demás enseres cuasi-divinos que “aseguraban, una vida “plena” y “próspera”. Credulidad e ignorancia: la peor de las combinaciones. Río revuelto, donde los oportunistas: léase: demagogos de turno, y en un modo más elegante, políticos infernales, buscan, ávidos de poder y grandeza, el pez dorado que sacie su sed desmedida de ostentación y opulencia. Pobre mujer-pueblo. De tanto creer-sin-saber, lo fue perdiendo todo: su dignidad, su vida. Y todo sin conseguir alivio. Pero, con todo, aún hoy se aferra, con uñas y dientes, a una utopía, sin importar si es posible o no, pues, tanto sufrimiento le ha hecho creer que es más cómodo ser engañados que enfrentar la verdad. ¡Doce años! Mucho tiempo para una mujer; mucho tiempo para un pueblo que se de-sangra continua y dolorosamente. La sangre, de tanto fluir, ha inundado las calles y plazas y ya a nadie le llama la atención, ya a nadie le importa. ¡Doce años! Es mucho y es poco. Mucho porque narcotiza, hace olvidar. Poco porque la gente no termina de aprender nunca de los mismos errores. El letargo nos vuelve apáticos, incapaces de re-accionar, de buscar el verdadero manto sagrado que libere nuestra energía liberadora. Esperamos soluciones porque nos han hecho creer que somos parte del problema y que del mismo no puede emerger ninguna solución. Ese día se sintió diferente. Tenía la sensación, como tantas otras veces, de que algo grande sucedería. Recordó el sueño que tuvo la noche anterior: un prado multicolor lleno de flores de estación y ella corriendo entre los arbustos, libre, libre, libre. Un sueño, nada más. Tiempo atrás oyó hablar de un hombre singular. Historias fantásticas se tejían en torno a él, tanto que se hacía imposible separar la ficción de la realidad. Que curaba endemoniados, que devolvía la vista a los ciegos, que hablaba de amor y perdón, que con fe todo era posible. ¡Y fe era todo lo que ella tenía! Sin pensarlo dos veces, decidió que iría a verlo, pero ¿cómo? Siendo mujer sólo era útil como objeto y enferma no servía para nada y, como si fuera poco, era considerada impura, y como tal no podría acercarse a los puros que, con seguridad, rodearían al maestro. Ideó una estrategia, porque de eso dependía su vida. Se cubrió la cabeza y se tapó el rostro para no ser reconocida. Y así fue acercándose más y más hasta que… todo pasó. De pronto se encontró arrodillada en el suelo, aferrando fuertemente con sus manos el borde de un manto. Algo extraño sucedió. Su cuerpo entero se con-movió. Algo se detuvo, algo cesó de fluir. Definitivamente, algo grande sucedió ese día. Temblaba, pero no de miedo, sino de alegría. Temblaba ante la perspectiva nueva que se abría ante sus ojos. Ya no era impura, de ahora en más debía enfrentar la vida sin la excusa de su impureza. Había descubierto el precio de la libertad: la responsabilidad. Y el maestro le dijo: -¡Vete! –pues ella tenía una misión que realizar: anunciar que las cárceles exteriores no tienen poder si rompemos nuestras cadenas interiores.   Carlos Rojas Minga Guazú – Paraguay
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