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A Juan, compañero de Jesús, en la isla de PatmosMercedes GARCÍA DE LA RASILLA e Inés NAVARRO
Soy Tamar, hija de Séfora y Neftalí, de la tribu de Aser, la que tú, en la historia que has escrito de Jesús de Nazaret, el hombre que me liberó y me salvó la vida, llamas “la adúltera”. Acabo de aprender a leer y a escribir, porque he tenido la suerte de que a mi pueblo ha llegado una discípula del Maestro, que ha abierto una escuela clandestina para mujeres que se llama “¡Éfeta!” y allí hemos leído tu historia. Te agradecemos el recuerdo de Jesús y el cariño que le tenías. Ahora que ya eres anciano y verás las cosas con más amplitud y comprensión, entenderás que yo quiera aclararte algunos datos que son falsos en mi historia. Para empezar, fue una trampa que me tendieron los maestros de la ley y los fariseos, para tener motivo de acusar a Jesús. Verás: Nunca me preguntaron lo que había pasado, ni escucharon mi versión, ni tan siquiera me llevaron a juicio, y eso que Nicodemo dice: ”¿Acaso nuestra ley permite condenar... sin escuchar primero y averiguar lo que se ha hecho?” (Jn.7, 51); aunque, claro, las mujeres no entrábamos en esa ley. Mi marido, Bernabé, se había ido a Cafarnaún a trabajar y además estábamos pasando por un mal momento en nuestras relaciones. A mí me gustaba un saduceo de nombre Judas, venía mucho por casa, era muy cariñoso conmigo y con mis hijos y siempre nos ayudaba. De su secta le ordenaron que me sedujera, para tener un motivo de ”juntar pruebas contra Jesús”. Yo me sentía muy sola y acepté acostarme con él. Alguien que me espiaba, llamó a algunos de los fariseos, llegaron a mi casa, entraron en mi habitación y, sin cuidar que mis hijos lloraban, me arrastraron por las calles, hasta llegar al Templo donde estaba Jesús. Por supuesto a Judas, le dejaron que se fuera tranquilamente. Mis amigas al verme, quisieron defenderme, pero no pudieron, tuvieron que quedarse a la entrada del Templo, como manda la ley. El resto del relato ya lo cuentas tú. Pero yo, desde entonces me sentí liberada y la fuerza y la ternura de aquel “encuentro”con Jesús, siguen resonando en todo mi ser. En mi grupo están María, la sirofenicia; Jezabel, la samaritana; Noemí la viuda de Naím y otras muchas, ¡cómo gozamos compartiendo nuestras experiencias! Queremos que esta reivindicación de la verdad, la des a conocer, mis amigas de la Escuela de Éfeta, la avalan con su firma. Yo, agradecida por haberme escuchado te envío una flor. (Firmado): Tamar, María, Jezabel, Noemí, Yudit, Abigail, Débora, Sara...
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