PRIMERA PARTE
LA PALABRA DE DIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
Capítulo II
LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA MISA
1. Elementos de la liturgia de la palabra y ritos de los mismos
11 «Las lecturas tomadas de la sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y concluyen».25
12 No está permitido que, en la celebración de la misa, las lecturas bíblicas, junto con los cánticos tomados de la sagrada Escritura, sean suprimidas, mermadas ni, lo que sería más grave, substituidas por otras lecturas no bíblicas.26 En efecto, desde la palabra de Dios escrita, todavía «Dios habla a su pueblo»27 y, con el uso continuado de la sagrada Escritura, el pueblo de Dios, hecho dócil al Espíritu Santo por la luz de la fe, podrá dar, con su vida y costumbres, testimonio de Cristo ante el mundo.
13 La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta liturgia de la palabra; las demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición desde el Antiguo al Nuevo Testamento, preparan a la asamblea reunida para esta lectura evangélica.
14 Lo que más ayuda a una adecuada comunicación de la palabra de Dios a la asamblea por medio de las lecturas es la misma manera de leer de los lectores, que deben hacerlo en voz alta y clara, y con conocimiento de lo que leen. Las lecturas, tomadas de versiones aprobadas,28 pueden, según la índole de las diversas lenguas, ser cantadas, pero de modo que el canto no oscurezca el texto, sino que le dé realce. Si se dicen en latín, se observará lo indicado en el Ordo cantus Missae.29
15 Antes de las lecturas, especialmente antes de la primera, pueden hacerse unas breves y apropiadas moniciones. Hay que atender con mucho cuidado al género literario de estas moniciones. Deben ser sencillas, fieles al texto, breves, preparadas minuciosamente y adaptadas al matiz propio del texto al que deben introducir.30
16 En la celebración de la misa con participación del pueblo, las lecturas deben proclamarse siempre desde el ambón.31
17 En los ritos de la liturgia de la palabra hay que tener en cuenta la veneración debida a la lectura del Evangelio.32 Cuando se dispone de un evangeliario, que en los ritos iniciales ha sido llevado procesionalmente por el diácono o por el lector,33 es muy conveniente que el diácono, o, en su defecto, el presbítero, tome del altar34 el libro de los Evangelios y, precedido de los ministros con ciriales e incienso, u otros signos de veneración autorizados por la costumbre, lo lleve al ambón. Los fieles están de pie y veneran el libro de los Evangelios con sus aclamaciones al Señor. El diácono que ha de leer el Evangelio, inclinado ante el que preside, pide y recibe la bendición. El presbítero, cuando no hay diácono, inclinado ante el altar, dice en secreto la oración: Purifica mi corazón...35
En el ambón, el que proclama el Evangelio saluda al pueblo, que está de pie, anuncia el título de la lectura, haciendo la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, luego, si se usa incienso, inciensa el libro y, finalmente, lee el Evangelio. Terminado el Evangelio, besa el libro, diciendo en secreto las palabras prescritas.
La salutación, el anuncio: Lectura del santo evangelio..., y: Palabra del Señor, al final, es conveniente cantarlos, a fin de que la asamblea pueda aclamar del mismo modo, aunque el Evangelio sea tan sólo leído. De este modo, se pone de relieve la importancia de la lectura evangélica y se aviva la fe de los oyentes.
18 Al final de las lecturas, la conclusión: Palabra de Dios puede ser cantada también por un cantor distinto al lector que ha proclamado la lectura, respondiendo luego todos con la aclamación. De este modo, la asamblea reunida honra la palabra de Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias.
19 El salmo responsorial, llamado también gradual, por ser «parte integrante de la liturgia de la palabra»,36 tiene una gran importancia litúrgica y pastoral. Por ello, los fieles han de ser instruidos con insistencia sobre el modo de percibir la palabra de Dios, que nos habla en los salmos, y sobre el modo de convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto «se realizará más fácilmente si se promueve, con diligencia, entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna».37
También pueden ayudar unas breves moniciones en las que se indique el porqué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su relación con las lecturas.
20 Normalmente, el salmo responsorial debe ser cantado. Conviene recordar los dos modos de cantar el salmo que sigue a la primera lectura: el modo responsorial y el modo directo. En el modo responsorial, que, en lo posible, ha de ser el preferido, el salmista o cantor del salmo canta los versículos del salmo, y toda la asamblea participa por medio de la respuesta. En el modo directo, el salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta, y lo cantan, o bien el salmista o cantor del salmo él solo, o bien todos a la vez.
21 El canto del salmo o de la sola respuesta favorece mucho la percepción del sentido espiritual del salmo y la meditación del mismo.
En cada cultura hay que poner en juego todos los medios que pueden favorecer el canto de la asamblea, y en especial el uso de las facultades previstas para ello en la Ordenación de las lecturas de la misa,38 en lo que se refiere a las respuestas para cada tiempo litúrgico.
22 El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, debe leerse de la manera más apta para la meditación de la palabra de Dios.39
El salmo responsorial es cantado o leído por el salmista o cantor en el ambón.40
c) LA ACLAMACIÓN ANTES DE LA LECTURA DEL EVANGELIO
23 También el Aleluya, o, según el tiempo litúrgico, el versículo antes del Evangelio «tienen por sí mismos el valor de rito o de acto»,41 con el que la asamblea de los fieles recibe y saluda al Señor que va a hablarles, y profesa su fe con el canto.
El Aleluya y el versículo antes del Evangelio deben ser cantados, estando todos de pie, pero de manera que lo cante unánimemente todo el pueblo, y no sólo el cantor o el coro que lo empiezan.42
24 La homilía, en la cual, en el transcurso del año litúrgico, y partiendo del texto sagrado, se exponen los misterios de la fe y las normas de vida cristiana, como parte de la liturgia de la palabra,43 muchas veces, a partir de la Constitución sobre la sagrada liturgia del Concilio Vaticano II, ha sido recomendada con mucho interés, e incluso mandada en algunos casos. En la celebración de la misa, la homilía, que normalmente es hecha por el mismo que preside,44 tiene por objeto el que la palabra de Dios proclamada, junto con la liturgia eucarística, sea «como una proclamación de las maravillas de Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo».45 En efecto, el misterio pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y en la homilía, se realiza por medio del sacrificio de la misa.46 Cristo está siempre presente y operante en la predicación de su Iglesia.47
La homilía, por consiguiente, tanto si explica las palabras de la sagrada Escritura que se acaban de leer como si explica otro texto litúrgico,48 debe llevar a la comunidad de los fieles a una activa participación en la eucaristía, a fin de que «vivan siempre de acuerdo con la fe que profesaron».49 Con esta explicación viva, la palabra de Dios que se ha leído y las celebraciones que realiza la Iglesia pueden adquirir una mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente fruto de la meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta, y de que se tenga en cuenta a todos los que están presentes, incluso a los niños y a los menos formados.50
En la concelebración, normalmente hace la homilía el celebrante principal o uno de los concelebrantes.51
25 En los días que está mandado, a saber, en los domingos y fiestas de precepto, debe hacerse la homilía, la cual no puede omitirse sin causa grave, en todas las misas que se celebran con asistencia del pueblo, sin excluir las misas que se celebran en la tarde del día precedente. 52
También debe haber homilía en las misas con niños y con grupos particulares.53
La homilía es muy recomendable en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del tiempo pascual, para los fieles que habitualmente participan en la celebración de la misa, y también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude en mayor número a la iglesia.54
26 El sacerdote celebrante pronuncia la homilía en la sede, de pie o sentado, o también en el ambón.55
27 Hay que separar de la homilía las breves advertencias que, si se da el caso, tengan que hacerse al pueblo, ya que éstas tienen su lugar propio terminada la oración después de la comunión.56
28 La liturgia de la palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la meditación, y, por esto, hay que evitar totalmente cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. El diálogo entre Dios y los hombres, con la ayuda del Espíritu Santo, requiere unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea presente, para que en ellos la palabra de Dios sea acogida interiormente y se prepare la respuesta por medio de la oración.
Pueden guardarse estos momentos de silencio, por ejemplo, antes de empezar dicha liturgia de la palabra, después de la primera y segunda lectura y, por último, al terminar la homilía.57
29 El Símbolo o profesión de fe, dentro de la misa, cuando las rúbricas lo prescriben, tiende a que la asamblea reunida dé su asentimiento y su respuesta a la palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración del misterio de la fe en la eucaristía, la norma de su fe, según la forma aprobada por la Iglesia.58
g) LA ORACIÓN UNIVERSAL U ORACIÓN DE LOS FIELES
30 En la oración universal, la asamblea de los fieles, a la luz de la palabra de Dios, a la que en cierto modo responde, pide normalmente por las necesidades de toda la Iglesia y de la comunidad local, por la salvación del mundo y por los que se hallan en cualquier necesidad, por determinados grupos de personas.
Bajo la dirección del celebrante, un diácono o un ministro o algunos fieles proponen oportunamente unas peticiones, breves y compuestas con una sabia libertad, con las que «el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres»,59 de modo que, completando en sí mismo los frutos de la liturgia de la palabra, pueda hacer más adecuadamente el paso a la liturgia eucarística.
31 El celebrante dirige la oración universal desde la sede, mientras que las intenciones se anuncian desde el ambón.60
La asamblea reunida, de pie, participa en la oración, diciendo o cantando la misma invocación después de cada petición, o bien orando en silencio.61
2. Cosas que ayudan a una recta celebración de la liturgia de la palabra
a) LUGAR DE LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS.
32 En la nave de la iglesia ha de haber un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios y, al mismo tiempo, recuerde con claridad a los fieles que en la misa se les prepara la doble mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo,62 y que ayude, lo mejor posible, durante la liturgia de la palabra, a la audición y atención por parte de los fieles. Por esto, hay que atender, de conformidad con la estructura de cada iglesia, a la proporción y armonía entre el ambón y el altar.
33 Conviene que el ambón esté sobriamente adornado, de acuerdo con su estructura, de modo estable u ocasional, por lo menos en los días más solemnes.
Como que el ambón es el lugar en que los ministros anuncian la palabra de Dios, debe reservarse, por su misma naturaleza, a las lecturas, al salmo responsorial y al pregón pascual. En cuanto a la homilía y la oración de los fieles, pueden hacerse también en el ambón, por la íntima conexión de estas partes con toda la liturgia de la palabra. En cambio, no es aconsejable que suban al ambón otros, como, por ejemplo, el comentador, el cantor o el que dirige el canto.63
34 Para que el ambón sirva adecuadamente para las celebraciones, debe tener la suficiente amplitud, ya que a veces debe situarse en él más de un ministro. Además, hay que procurar que los lectores tengan en el ambón la suficiente iluminación para la lectura del texto, y, si es necesario, puedan utilizarse los actuales instrumentos de orden técnico para que los fieles puedan oír cómodamente.
b) LOS LIBROS PARA LA PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LAS CELEBRACIONES
35 Los libros que contienen las lecturas de la palabra de Dios, así como los ministros, las actitudes, los lugares y demás cosas, suscitan en los oyentes el recuerdo de la presencia de Dios que habla a su pueblo. Hay que procurar, pues, que también los libros, que son en la acción litúrgica signos y símbolos de las cosas celestiales, sean realmente dignos, decorosos y bellos.64
36 Puesto que la proclamación del Evangelio es siempre el ápice de la liturgia de la palabra, la tradición litúrgica, tanto occidental como oriental, ha introducido desde siempre alguna distinción entre los libros de las lecturas. En efecto, el libro de los Evangelios era elaborado con el máximo interés, era adornado y gozaba de una veneración superior a la de los demás leccionarios. Es, por lo tanto, muy conveniente que también ahora, por lo menos en las catedrales y en las parroquias e iglesias más importantes y frecuentadas, se disponga de un evangeliario bellamente adornado, distinto de los otros leccionarios. Con razón, este libro es entregado al diácono en su ordenación, y en la ordenación episcopal es colocado y sostenido sobre la cabeza del elegido.65
37 Finalmente, los leccionarios que se utilizan en la celebración, por la dignidad que exige la palabra de Dios, no deben ser substituidos por otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, las hojas que se hacen para que los fieles preparen las lecturas o para su meditación personal.
Notas.
25 Ordenación general del Misal romano, núm. 33. Volver.
26 Cfr. Sagrada Congregación para el Culto divino, Instrucción Liturgicae instaurationes, 5 de septiembre de 1970, núm. 2: AAS 62 (1970), pp. 695-696; Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 24 de febrero de 1980, núm. 10: AAS 72 (1980), pp. 134-137; Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto divino, Instrucción lnaestimabile donum, 3 de abril de 1980, núm. 1: AAS 72 (1980), p. 333. Volver.
27 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 33. Volver.
28 Cfr. infra, Prenotandos, núm. 111, p. XXXVIII. Volver.
29 Cfr. Missale Romanum ex Decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II instauratum, auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Ordo cantus Missae, editio typica 1972, Praenotanda, núms. 4, 6, 10. Volver.
30 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núm. 11. Volver.
31 Cfr. ibid., núm. 272; e infra, Prenotandos, núms. 32-34, p. XVI-XVII. Volver.
32 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núms. 35, 95. Volver.
33 Cfr. ibid., núms. 82-84. Volver.
34 Cfr. ibid., núms. 94, 131. Volver.
35 Cfr. Ordinario de la Misa celebrada con participación del pueblo, 13, en: Misal romano reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por su Santidad el papa Pablo VI (Coeditores litúrgicos, 6ª edición, 1980), p. 425. Volver.
36 Ordenación general del Misal romano, núm. 36. Volver.
37 Pablo VI, Constitución apostólica Laudis canticum, en Liturgia de las Horas, reformada por mandato del concilio Vaticano II y promulgada por su Santidad el papa Pablo VI (Coeditores litúrgicos 1979); Cfr. también Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núms. 24, 90; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam sacram, sobre la música en la sagrada liturgia, 5 de marzo de 1967, núm. 39: AAS 59 (1967), p. 311; Ordenación general de la Liturgia de las Horas, núms. 23 y 109; Sagrada Congregación para la Enseñanza católica, Ratio fundamentalis, núm. 53. Volver.
38 Cfr. infra, Prenotandos, núms. 89-90, p. XXX. Volver.
39 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núms. 18 y 39. Volver.
40 Cfr. ibid., núm. 272; e infra, Prenotandos, núms. 32ss., pp. XVIs. Volver.
41 Ordenación general del Misal romano, núm. 17. Volver.
42 Cfr. también ibid., núms. 37-39; Missale Romanum ex Decreto Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II instauratum. auctoritate Pauli VI promulgatum, Ordo cantus Missae. Praenotanda, núms. 7. Graduale Romanum, 1974, Praenotanda, núm. 7. Gradúale simplex, editio typica altera 1975, Praenotanda, núm. 16. Volver.
43 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 52; Cfr. Sagrada Congregación de Ritos. Instrucción Inter Oecumenici, 26 de septiembre de 1964, núm. 54: AAS 56 (1964), p. 890. Volver.
44 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núm. 42. Volver.
45 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 35, 2.Volver.
46 Cfr. ibid., núms. 6 y 47. Volver.
47 Cfr. Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei, 3 de septiembre de 1965: AAS 57 (1965), p. 753; Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, núm. 9; Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, núm. 43: AAS 69 (1976), pp. 33-34. Volver.
48 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 35, 2; Ordenación general del Misal romano, núm. 41. Volver.
49 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 10.Volver.
50 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 16 de octubre de 1979, núm. 48: AAS 71 (1979), p. 1316. Volver.
51 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núm. 165. Volver.
52 Cfr. ibid., núm. 42, y también Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, 25 de mayo de 1967, núm. 28: AAS 59 (1967), pp. 556-557. Volver.
53 Cfr. Sagrada Congregación para el Culto divino, Instrucción Actio pastoralis, 15 de mayo de 1969, núm. 6 g: AAS 61 (1969), p. 809; Directorium de Missis cum pueris, 1 de noviembre de 1973, núm. 48: AAS 66 (1974), p. 44. Volver.
54 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núms. 42, 338. Ritual del Matrimonio reformado según los decretos del Concilio Vaticano II, aprobado por el episcopado español y confirmado por la Sagrada Congregación para el Culto divino (Coeditores litúrgicos 1970), núms. 90, 112, 130; Ritual de Exequias reformado según los decretos del Concilio Vaticano II, aprobado por el episcopado español y confirmado por la Sagrada Congregación para el Culto divino (Coeditores litúrgicos 1971), núms. 86, 134. Volver.
55 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núm. 97. Volver.
56 Cfr. ibid., núm. 139. Volver.
57 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núm. 23. Volver.
58 Cfr. ibid., núm. 43. Volver.
59 Ibid., núm. 45. Volver.
60 Cfr. ibid., núm. 99. Volver.
61 Cfr. ibid., núm. 47.Volver.
62 Cfr. supra, nota 23, p. XI. Misal romano, núm. 23. Volver.
63 Cfr. Ordenación general del Misal romano, núm. 272. Volver.
64 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 122. Volver.
65 Cfr. Ritual de Órdenes reformado según los decretos del Concilio Vaticano II, promulgado por mandato de S.S. Pablo VI, aprobado por el episcopado español y confirmado por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto divino, Ordenación del Diácono, del Presbítero y del Obispo (Coeditores litúrgicos 1977), p. 59, núm. 24; p. 98, núm. 21; p. 119, núm. 25. Volver.