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Muchas cosas por hacer

Manuel PACHÓN


 

 

El Juchas llegó temprano hasta la puerta de su víctima y con los nudillos de la mano derecha dio tres golpes. Las señas de la casa eran precisas y si lograba matarlo temprano, hoy mismo podría tener en sus bolsillos el dinero. Le habían visto la mala cara, le conocieron el hambre inocultable, las andanzas en los barrios de abajo, y fácilmente lo volvieron asesino. Eso era él, un sicario a sueldo que por unos cuantos pesos mataba a quien ellos le señalaran. Tocó la pistola en la cintura, la encontró tibia por el calor de su propio cuerpo y se sintió seguro.

- Buenos días joven- dijo una anciana en un tono que lo estremeció por lo amable.

- Bue...nos... dí...as- respondió casi tartamudeando- ¿Está... el profesor?

- Se nota que no lo conoce... él salió hace raaato – El alargue de la a le indicó que el rato era bastante largo.

Cualquier día en que hubiera llegado una hora antes lo habría visto subir a la bicicleta y alejarse silbando o cantando siempre alguna tonada del cancionero latinoamericano. Esa mañana quienes estaban por ahí le oyeron tararear “gracias a la vida que me ha dado tanto”, se extrañaron de verlo partir sin bicicleta y le gritaron – ¡Adiós, profe!

Se había despertado temprano como siempre, con la ayuda de su relojito barato, antes de salir de la cama repasó mentalmente los deberes del día y ya en el baño tarareó la primera canción de la mañana; de verdad es imposible imaginarlo sin música. Ya vestido, con su ropa descomplicada, entró a la cocina a dar una manito a la mamá que a esa hora estaba redondeando las últimas arepas, mientras el café terminaba de asentarse. La saludó con naturalidad, como cada quien en su casa, sin esa falsedad con que se saludan los que se dejan maleducar por las telenovelas. Luego, sosteniendo la arepa y la taza con una sola mano, recorrió su cuarto, recogiendo un libro aquí, un papel allá, una camisa para echar a lavar... y atendió en la puerta y contestó una llamada telefónica de algún vecino que le pedía un favor: que si sabe llenar el formulario del sistema de salud, que si de casualidad no va a pasar hoy por el centro para que le haga el favor de conseguirle un tornillo para la maquina de moler o que si sabe la fecha de nacimiento de Don Pablo Neruda que se lo dejaron de tarea a la niña. Nada raro que le haya llenado el formulario a uno, prometido el tornillo a la otra y buscado, deprisa, en un libro para informar que el 24 de julio de 1904 fue el nacimiento del poeta. - Con mucho gusto - debe haber respondido con sinceridad a cada palabra de agradecimiento. Al pensar en fechas y nacimientos se acordó del cumpleaños de Manolo, lo llamó y sin decirle nada le puso a sonar por el teléfono “Si yo no hubiera nacido” y “Este es un nuevo día”; todos saben que en su presencia jamás se canta el “japi vertí tuyú”. Enseguida le mandó a Manolo un abrazo por teléfono prometiéndole visitarlo más tarde, cuando saque un tiempito. Salió de afán, casi sin despedirse de su vieja, porque tenia que pasar por el sindicato para recoger información para los compañeros; al parecer, según se había enterado en la reunión de hace tres días, la lucha contra la privatización de los colegios públicos iba a ser tenaz... hacía falta leer, documentarse bien, llenarse de argumentos para participar, con razón en la huelga... él no iba a permitir que los niños del barrio perdieran su acceso a la educación y la cultura. Pero ¿Los compañeros y las compañeras que tanto estarían dispuestos a arriesgar? Bueno esa era su función, llevar los documentos y explicarlos, ponerlos en discusión.

- Va para el sindicato – dijo la anciana- si se baja derechito por esta calle allá lo alcanza.... y tome, cómase esta arepa, la hizo mi hijo...perdone, pero se nota que usted no ha desayunado... si quiere entre y le sirvo un cafecito...

- No, gracias. De verdad es urgente que lo alcance –dijo él y se marchó en la dirección que le había indicado la anciana, saboreando la arepa más deliciosa que había probado en su vida.

Por la misma calle bajaban unas cuantas personas y él hizo lo posible por escuchar su conversación.

- ...es muy buena gente, esta mañana le resolvió por teléfono la tarea a mi niña. - dijo una mujer joven.

- Y a mí me llenó este formulario para inscribirme en el sistema de salud- dijo un viejito levantando una bolsa plástica donde llevaba un papel arrugado.

- A nosotros nos prometió traernos esta noche un tornillo para el molino que se nos dañó - dijo una señora que iba tomada del brazo de su esposo. Y añadió: - Si ...es muy buena gente el profe.

El Juchas no pudo contener el impulso que lo llevó a preguntar: - ¿Cuál profe?

- Pues José, el que vive allí arriba... Donde usted estaba ahoritica. – dijo la mujer joven.

- ¿Saben dónde queda el sindicato? – les preguntó.

- Si. Después de este paradero, donde nosotros nos quedamos a esperar la ruta, usted sigue derechito 10 cuadras y ahí llega a un edificio gris que tiene una estrella amarilla pintada en la fachada...

- Bueno, gracias. – Respondió el Juchas y se alejó más callado que antes.

Cuando llegó a la sede del sindicato, se sorprendió porque no sólo una estrella amarilla habían pintado en su fachada, era todo un mural: en el suelo un libro gigantesco con renglones de palabras que también eran surcos de una cosecha y sendero de una marcha de profesores, estudiantes y campesinos que enarbolaban unas pancartas donde se leía claramente: No a la guerra. Viva el Foro Social Mundial. Otro mundo es posible. La pintura fresca del mural tenía un brillo especial bajo el sol, y como aun no estaba terminado, un grupo de muchachas y muchachos daba retoques a distintas figuras y elementos del paisaje con brochas y pinceles finos. ¿Se atrevería a dispararle allí, delante de esos muchachos? No. Mejor esperar a que saliera y matarlo unas cuadras más abajo.

De todos modos se acercó y les preguntó. – ¿Han visto al profesor José?

- Hace un momentico estuvo aquí, nos miró como íbamos en esto del mural, nos ayudó a pintar la carita de esta niña y el púrpura del arco iris ¿Verdad que le quedó bonito?...pero después recogió unas fotocopias en la oficina y se fue rapidísimo.

- ¿Si?... ¿y para dónde se habrá ido?

- Pues para el colegio- respondió otra muchacha- Hoy tienen una reunión antes de iniciar las clases.

- ¿ Al colegio… Bolívar?

- Si, allá donde él trabaja.

Y hacia allá se fue. Algunas veces había pasado al frente de aquel enorme colegio, así que no le fue difícil encontrarlo. Se acercó a la portería y le preguntó al vigilante: - ¿Dónde es la reunión de profesores?

- Acaba de terminar. La hicieron allí en el salón múltiple, pero puede seguir, ahora los profesores están informando a los padres de familia y a la comunidad sobre la situación. Parece que la cuestión está muy difícil…

El Juchas dudó un instante. Pero para no parecer sospechoso, fingió calma y dando las gracias secamente se dirigió hacia aquel salón que el vigilante le había señalado. Tal vez no era aun el momento de ejecutar su trabajo, pero le serviría identificar bien a su víctima. Saber qué ropa llevaba puesta ese día. Atraparlo primero en la pupila… para luego, al momento de dispararle, no dejarlo escapar.

-Buenos días, señor. - le dijo una profesora sin poder ocultar un gesto de desagrado por su mala apariencia- acérquese a aquel grupo y escuche la explicación del conflicto… mire, aquí hay una fotocopia de los documentos que anuncian la privatización. El Juchas estuvo a punto de confesar que no sabía leer prácticamente nada, pero se contuvo, recibió los papeles y preguntó: - ¿Y dónde está el profesor José?

- Ya se fue para el salón de clases. Vino, nos explicó todo, repartió las fotocopias, atizó el debate… pero cuando sacamos las conclusiones más importantes y decidimos las acciones de esta tarde, se fue rapidito porque no quería perder la clase con los de grado décimo.

-¿Y a dónde van a ir esta tarde?

- Nos uniremos a la movilización general contra las privatizaciones… es que no sólo quieren privatizar los colegios, también los hospitales y hasta el agua…

- No puede ser… ¡Cómo van a privatizar el agua! – exclamó El Juchas distraído momentáneamente de su objetivo.

- Si usted quiere nos puede acompañar a la protesta. Ya que va a hablar con el profesor José él también le puede explicar como participar...

- ¿Y en que salón lo encuentro?

- Por aquel pasillo a la derecha en el salón marcado con el numero 10-03… aunque no se si le guste que le interrumpan la clase…

- Gracias- dijo el Juchas y se dirigió hacia aquel salón, obsesionado por alcanzar a ese profesor tan activo y tan evasivo, que en esa mañana no se había detenido ni siquiera a descansar. Este pensamiento lo hizo sentirse un poco fatigado.

Atisbando por una ventanilla sin vidrio intentó verlo por primera vez. Y a simple vista le pareció alguien normal, igual a cualquier vecino de su barrio, confundido entre el grupo numeroso de jóvenes estudiantes. Como nadie percibió su presencia se quedo allí un buen rato. Si hubiera entendido algo, el Juchas habría sabido que en esa clase se usaba una canción de Silvio Rodríguez para realizar un taller y un micro foro sobre un tema de filosofía antigua: la relación platónica entre ética y estética. Pero lo único que entendió es que una clase con música y con plena participación parecía una clase feliz. Se apartó de la ventanilla y se fue hacia la calle decidido a esperar la salida de los profesores hacia la manifestación de esa tarde.

Mientras caminaba rumbo a una cafetería cercana no dejaba de pensar en todo lo que había vivido esa mañana y sus ideas eran un remolino de contradicciones desordenadas. Se tomaría un cafecito bien oscuro, se fumaría un cigarrillo y mataría el tiempo haciendo nada mientras llegaba el momento oportuno, ya decidiría como actuar cuando llegara la precisa ocasión, el instinto nunca le había fallado y ya muchas veces las cosas le habían salido bien. Aquel hombre si que hacía cosas, en realidad le servía mucho a la comunidad, en cambio él no servía para nada… ¿Por qué querrían matar a alguien tan bueno? Era difícil comprenderlo, pero algo de malo debería tener si había quienes se gastaban dinero en su asesinato…Nunca le explicaban los motivos, ni admitían dudas o preguntas simplemente mátelo y tome su plata. Un problema era que el profesor parecía estar siempre en movimiento y siempre acompañado… pero ya se las arreglaría, podría dispararle escondido como un francotirador de los de las películas o esperarlo en la noche en las cercanías de su casa… Desechó esta idea porque necesitaba dinero para ese mismo día, y entre más pronto haga uno las cosas pues mejor.

Con otro café y una galleta el Juchas remplazó el almuerzo. Se sintió un poco débil y con sueño, pero reaccionó al ver salir a los profesores con estudiantes, madres y padres de familia. Pronto identificó al profesor José desenrollando una pancarta verde con la ayuda de unos estudiantes. Reconoció a uno que había visto hablando en la clase. Luego los oyó ensayar una consigna y los vio reírse pues el coro les salió destemplado e incomprensible, él no pudo evitar una sonrisa; sonrisa que se endureció en una mueca al sentir el peso de sus frustraciones, él nunca fue buen estudiante, desertó prematuramente de la escuela, y nunca tuvo un maestro amigo…Su infancia, dolorosa y llena de privaciones le paso por la mente como una vívida película distrayéndolo de la realidad momentánea. Cuando retornó de su abstracción, casi a punto de llorar, abrió bien los ojos para comprobar que todos se habían ido en dirección al centro de la ciudad y que su objetivo se encontraba lejos. Algo doloroso se removió en sus adentros, tal vez el peso de la tarea en que se había comprometido, quizás no debió seguir tan de cerca a aquel maestro, pero sino lo seguía de cerca ¿cómo lo iba a matar? Cada vez estaba más confundido… Impulsivamente partió con rapidez hacia el centro de la ciudad, aunque por una calle diferente a la de la manifestación, así llegaría al centro antes que ellos.

Mientras caminaba fue repasando su vida sin sentido, los rostros ya sin nombre de otros muertos por los que le pagaron, la maldición de esos dineros que se le iban en vicio, el dolor de una indolencia mal fingida, el arrepentimiento que se le ocultaba debajo de la piel como una desesperación, a la que ya se había acostumbrado pero que nunca terminaba de irse. Hasta su nombre propio había desaparecido aplastado por su personalidad de pandillero y sicario, ahora era El Juchas, sobrenombre que odiaba, le parecía inmundo, pero nadie sabía su verdadero nombre.

Al llegar al centro, escuchó desde las otras calles los ecos de varias manifestaciones que se acercaban desde distintas áreas de la ciudad. Una voz aguda, de timbre metálico aunque frágil, elevaba una arenga por encima de la plaza que él no podía ver e imaginaba llena de gentes indignadas… pero de algún modo felices, unidas y solidarias en su lucha.

Intempestivamente entró a un edificio sucio y destartalado, subió por una escalera de maderas que crujieron a punto de romperse por el peso de sus pisadas. El centinela lo reconoció y sonriendo lo miró pasar. Empujó una puerta asustando a unos hombres elegantes que rodeados del humo de sus cigarrillos suspendieron la conversación y lo miraron con alegre sorpresa.

- ¿Ya lo liquidó? - pregunto uno de ellos, levantando la voz para hacerse oír por encima del fragor de las marchas de protesta que en ese momento confluían hacia la plaza central.

- No. – dijo El Juchas.

Y poniendo la pistola con brusquedad sobre la mesa les dijo casi gritando: - Búsquense a otro, Yo no puedo.- Giró y se precipitó corriendo por las escaleras mirando hacia la multitud de abanderados que en ese momento pasaban frente a aquel edificio.

-¡No se puede! – Gritó con todas sus fuerzas antes de fundirse en aquel río de personas donde reconoció la pancarta verde del profesor José - ¡Este maestro tiene muchas cosas por hacer!

 

Manuel Pachón

Bogotá, Colombia

 


 



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