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El chipopote

Martín Humberto GONZÁLEZ LÓPEZ


 

 

A Hélder, mi hijo, por darme la idea sobre el Chipopote.

Los conservantes para algunos productos son buenos, pero no para todo, mucho menos para el fascinante caudal de La Vida: nuevas y refrescantes aguas nos trae cada instante y rotundas novedades cada día. Así desde siempre, desde que la razón y la memoria están prendidas y resembradas en toda la comarca.

Pero hay unos señores rechonchos que hasta al correr de La Vida le quieren aplicar conservantes. Su lema es: “Detengamos la corriente”, o “Si algo cambia en la corriente es para que siga igual nuestro beneficio”. Son los que hasta ahora han llenado de represas la comarca buscando contener el caudal inmenso de La Vida (como se le llama por acá al río que recorre la comarca). Pero todo tiene un límite, y hasta el aguantar de los niños llega un día a desbordarse:

- “Te va a salir El Chipopote”, molestos y cansados los niños ahora amenazan.

Las cejas arqueadas, las manos hechas puño, los brazos curvos y el cuerpo esponjado prueban que la amenaza va en serio. Los niños reunidos de pie frente al financiero de una represa más, ahora quieren hacer oír su voz

- “Nos dejarás sin agua en el río” dice el morenito más pequeño y de ojos lechosos.

- “Sin lugar donde bañarnos y divertirnos”, agrega el flaco de en medio, alargado como una saeta.

- “Nos dejarás sin risas ni alegría y a las mamás sin donde ir a lavar”, agrega La Chongos mostrando sus disparejos molotes. Y atrevida como es, reafirma: “¡Pues, te va a salir El Chipopote!”.

Sin embargo, tomando el suceso como cosas de niños el financiero Fregoso continuó con su obra y no volvió a acordarse de aquellas amenazas. Las máquinas seguían haciendo su ruido infernal, se oían sonidos de silbatos, de martillos y de voces de mando: “más arriba”, “por el otro lado”... “ahí está”...

La máquina buldózer parecía endiabladamente incontenible, abría el terreno en un extremo por la mañana y por la tarde ya andaba al otro lado de la cañada; el lunes se miraba allá abajo y hacia el fin de semana ya andaba arriba por la ladera. Hasta que un día, sin saber por qué, apareció dormida y aflojerada recargada contra el paredón. Pasaron tantos días que hasta llegó a figurarse una máquina enferma y abandonada. El chofer salió huyendo sin dar explicación a nadie y el financiero Fregoso no encontraba otro voluntarioso chofer. Lo mismo pasó con el trascabo, y luego dos volteos... y cinco... y más volteos.

Fregoso se fue quedando sin empleados y no había a la redonda gentes disponibles de donde echar mano. El tiempo de la obra se fue alargando, los costos duplicando y la inversión adelgazando. “Bola de miedosos –se decía hacia dentro, totalmente molesto, el financiero Fregoso-, veremos como sacamos este trabajo”. Y es que la empresa ya no se miraba tan fácil, tantas gentes huyendo del lugar era de tomarse en serio. Y los comentarios en la comarca eran de que algo espantoso todos habían mirado: “Así parece”... “Así lo dicen”..

No paró ahí la cosa. El material de la represa provisional que se colocó para permitir el trabajo en la cañada comenzó a sufrir fisuras. Al principio eran pequeñas y desperdigadas, pero en un momento llegaron a ser tan grandes que atravesaban de arriba abajo y de lado a lado toda la represa provisional. Fregoso tuvo que mandar hacer trabajos de reparación... y luego de evacuación de maquinaria y herramientas. Las fisuras parecían como si algo intencionalmente las hubiera provocado, alguien con herramienta filosa y fuerza descomunal. Pero mientras arriba todo se cuarteaba, un caudal del río empezó a fluir como nacimiento por una ancha y profunda fosa que de la noche a la mañana apareció abierta en el rincón más hondo de la cañada. ¿Quién pudo tener la fuerza y las herramientas para abrir tamaña fosa y en tan poco tiempo?.

Aquello entonces ya era irreversible. Los niños nuevamente prepararon sus baldes y sus palas para volver a jugar en el río, las mamás volvían a hacer sus nudos de ropa para cuando regresara el caudal de agua y los hombres se fueron al monte para volver a bajar los animales ahora que inevitablemente regresaría el caudal imperioso de La Vida. Y sucedió lo esperado.

Muchos fuereños ahora han venido para confirmar los rumores. Se acercan a los ancianos que reposan en las hamacas colgadas en los sauces al borde del río y escuchan la repetida respuesta: “Fue El Chipopote”. Preguntan a las mujeres que lavan sobre las piedras chapaleando libremente el fresco caudal de agua, y “El Chipopote” también es su respuesta. Pero “¿Es enorme? ¿Tiene garras? ¿Traga gente? ¿Es peludo?... ¿Dónde habita?...” Son las insistentes interrogantes de los fuereños.

La Chongos se acerca presurosamente y levantando el dedo de su mano izquierda sólo advierte:

- “Mucho cuidado para los que pretendan frenar nuevamente el caudal inmenso de La Vida, porque El Chipopote ya anda libre en la comarca”.

Y se regresa aprisa como llegó, introduciéndose alegremente al río hasta perderse entre la multitud de niños bañándose y las mujeres desperdigadas cada una sobre su piedra de lavar.

 

Martín Humberto González

Ciudad Guzmán, México

 


 



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