Servicios Koinonía    Koinonia    Vd esta aquí: Koinonía> Cuentos cortos > 012
 

 

Carta a papá querido

Patricia SUÁREZ


 

 

“-María Chucena, ¿qué estás techando?

-No estoy techando mi choza, ni la choza ajena.

Estoy techando la choza de María Chucena”.

Trabalenguas popular

Leyó:

“Papá querido:”, en el comienzo de esa extraña carta sin fecha, en el papel amarillento, con la letra igual que pequeños obreros de los ingenios, con íes con puntos como sombreros, con íes como hongos,

“Papá querido”, decía la carta, y a continuación hacía una sangría y la lapicera hacía un corte profundo sobre el papel, signo que el padre a quien iba dirigida la misiva, al verlo en esa carta escrita para a él, habrá interpretado como signo de nerviosismo. “Yo sé que usted dijo”, decía la carta inmediatamente, “que prefería que su mano derecha perdiera la destreza antes de olvidarse de su familia y de su tierra, y por eso nos prometió que vendría, apenas pudiera, del sur, aunque más no fuera para devolver la cortitrilla que no era suya, por más cosecha que usted tuviera que recoger los Jarma reclaman la cortitrilla y no supimos que hacer, con los reclamos, y cuando la mamá les dijo que usted nos había jurado que prefería perder la destreza de la mano derecha antes de olvidarse de nosotros y de la tierra, y que eso quería decir que tampoco se olvidaba de los amigos ni de ellos de los Jarma, ellos se le rieron a la mamá en la cara. Yo no puedo recordar que usted, papá, haya dicho que prefería perder la destreza de la mano derecha antes que olvidarse de nosotros, no lo puedo recordar, porque usted sabrá, si me recuerda, que yo era muy chica. Me gustaría saber si usted se acuerda de mí, papá querido, como yo me acuerdo de usted a veces. Me parece estar viéndolo, levantándose con el canto del gallo, y saliendo a sembrar, -siempre le pido a la virgen santa por usted, papá-, yo no recuerdo muy bien qué sembraba usted, papá, pero mi hermano dice que usted era un buen sembrador, y también me dijo que lo extraña, aunque él no lo perdona. Cuando el tiempo en que usted dijo que iba volver se cumplió y usted no volvía, empezó a rondar la casa la gente rara. Yo tampoco me acuerdo de eso porque seguía siendo muy chica, pero me dijo mi hermano que por aquel tiempo la mamá estaba muy asustada, y creía que nos iban a sacar la tierra y que nos iban a echar del pueblo por la fechoría que usted había hecho en el sur, que se comentaba que debía había matado a un cristiano. La mamá tenía el susto de que nos sacaran la tierra, porque decían que a los parientes de ella, los que vivían en los cerros se lo habían hecho. La madrina de la mamá, ya sabía que iban a llegar las gentes raras a sacarles la tierra, que ella lo había leído en las entrañas de la cabra, que la madrina de la mamá era muy sabia en eso. Que les habían pedido, primero, que les mostraran las escrituras, y la madrina de la mamá no tenía escritura de la tierra, que esa tierra era suya y de sus gentes de toda la vida, desde antes que llegaran los otros hombres, que las tierras eran de las gentes. Entonces los hombres de traje que fueron les gritaron que ellos era indios y que los indios no valen nada en ningún país y que no tienen tierra, mataron el ganado, los pollos, los cabritos y todo, hasta el guanaco que la madrina de la mamá tenía para hacerse compañía, y así les sacaron la tierra, por ser indios, aunque la madrina de la mamá tuviera también la sangre de un blanco, su padre era un español, de esos que fueron por el oro que escondía el valle, igual eso no les importaba a ellos, ellos lo único que querían era la tierra, por codiciosos, porque son así, porque dicen que un hombre sin ambiciones no es un hombre. Y la madrina de la mamá y la mamá misma les replicaron que ellos no eran hombres, no eran gentes buenas, que ellos eran buitres, que eran peor que los cuervos y los perros del desierto cuando están muertos de hambre. Y a los hombres no les importó nada. Los hombres solamente querían la tierra, y para ellos las gentes no eran gentes, papá, eran no más indios; y los indios no valían nada en ningún país, decían ellos. Yo siempre pensé, papá, que si usted mató a alguien sus razones habrá tenido, porque usted es muy hombre para matar por matar, para andar cuchilleando porque sí a cualquiera. Pero la mamá dice que usted se daba a la bebida, y que el vino es lo peor que le puede pasar a un hombre y a un padre, que después se le olvida todo, nomás por tomar muy mucho, aunque haya prometido que prefería perder la destreza de la mano derecha antes que el olvido, muy bebedor dice que era usted la mamá, y que se le olvidó que nosotros seguimos en el pueblo, que somos su familia, y que pensamos en usted aunque usted esté en la cárcel. Yo lo tengo en mi pensamiento, papá, todo el tiempo, a cada momento. Cada cosa que hago, me digo, ¿cómo sería si estuviera el papá conmigo? Y a veces le pregunto a mi hermano, le pregunto, ¿Cómo sería si papá estuviera con nosotros?, pero a mi hermano no le importa, porque no lo perdona a usted, y dice que todo seguiría igual, que las cosas del mundo no cambian por un padre que esté o que no esté, sino que van a cambiar cuando cambien los patrones, los patrones de la tierra, que son los que nos dañan, ellos, aunque la Lili, por nombrarle alguno, que es la hija del Viejo Álvarez, parezca tan calma y tan buena, ellos, los patrones son los que nos hacen mal, dice mi hermano, y que cuando los patrones se terminen se van terminar nuestros problemas, que son muchos y no se los voy a andar numerando, papá, para que no se me ponga triste. Mi mamá dice que si nosotros, mi hermano y yo decimos estas cosas vamos a terminar presos igual que usted, porque estas cosas no se dicen, claro que no se dicen, a los patrones no les gusta escuchar lo que uno piensa. Creen que ellos solos tienen lengua y seso, y que nosotros somos como un atajo de piernas y brazos, que no somos personas, que no somos gentes. A mí no importaría ir presa, papá querido, si supiera que así voy a estar más cerca suyo, que es lo único que yo deseo, y que la virgen me lo tiene que cumplir. Yo lo único que quiero es que usted vuelva, se lo pido a la santa virgen todo el día, pero la mamá dice que ella tampoco nos escucha, y que a lo mejor no nos escucha porque ella una vez cometió un gran pecado, y de ese pecado le viene el dolor de los huesos de las manos, viera, papá, usted, cómo le duelen a la mamá los huesos de la mano, la dolor de ella es más grande de lo que dice. Mi hermano dice que habría que ir al médico de la ciudad, para que la vea, pero el Viejo Alvárez que sabe mucho le dijo que no sea una burra, que no hace falta ir a la ciudad para que se le vaya el dolor en los dedos, que si se pone la crema de ordeñe el dolor se le va a ir y los dedos no se le van a disformar nunca ni se le van a poner morados, dice, que eso es lo que hace la Señora. Pero la Señora, papá, a la Señora del Viejo Álvarez yo jamás la ví andar lavando la ropa que mamá lava, y menos en esa cantidad, si hasta da pena, por eso no sé por qué lo dice el Viejo, yo creo que nos miente, yo creo, al final, que es como dice mi hermano, que los patrones son los dueños de nuestros dolores. Le dije a la mamá que igual vaya a la ciudad a hacerse ver las manos, pero ella, vió cómo es, papá, cabezuda como una mula, dice que el Viejo Álvarez es bueno y no va a querer hacerle mal, ni tampoco los Jarma, que le hacen lavar la ropa y atender los críos sólo porque usted, papá querido, y no vaya a enojarse por esto que le digo, los Jarma la hacen trabajar a la mamá nada más que porque usted no les devolvió la cortitrilla en aquel tiempo, cuando se fue al sur para la cosecha de la soja, y nos dijo aquello de la mano, que usted prefería perder la destreza en la mano derecha antes que olvidarse de su familia y de su tierra. Yo tengo miedo por la mamá, que se desloma de sol a sol, y se va poniendo vieja, y a veces no quiere comer ni dormir, ni le dice a mi hermano “mi negrito” que es como le decía ella antes, cuando parecía más contenta, tal vez usted se acuerde, papá, de cuando mi mamá estaba contenta. Ha dicho que quiere volverse a los cerros, que ella nunca debería haber dejado su tierra, que su padre era baqueano y su mamá era una criolla guapa que pasaba las horas tejiendo ponchos, y que ella dejó aquello, para venirse con usted, que ella le tenía a usted tantas ganas que eso la hizo venirse de los cerros; yo creo que ese es el gran pecado del que ella habla: haber dejado el cerro, por las ganas del cuerpo que tenía de usted; si usted supiera, papá, qué triste que estoy a veces. La mamá dice que los suyos le ordenan que se vuelva, que la están esperando, se lo dicen a cada rato, en los sueños, la mamá habla con las almas de los suyos. Tiene metido en la cabeza lo de la vuelta, porque las almas de sus gentes se lo dicen en los sueños. Uno de los Jarma, dice, papá, pero yo no le creo, que la vió a la mamá andando dormida por el campo, como perdida. El Jarma que la vió, yo no creo que usted se acuerde de él, uno con cara de bien turquito, que cuando usted se fue, aún él estaba adentro de la panza de su madre, que su madre estaba gruesa de él, y cuando el turquito nació, ella le quiso poner a él su nombre, papá, el nombre de usted, para recordarlo, pero Jarma el viejo dijo que no, se lo prohibió, porque si le ponía el nombre de usted, decía, el chico iba a salir matungo y asesino, y no es justo, papá, que ese viejo amarrete diga lo que dice de usted. Cuestión que el turquito de los Jarma dice que él salió afuera porque sintió la bulla que hacían las gallinas, y pensó que una comadreja estaba dándose una panzada con sus huevos. Salió con la escopeta, el hijo de los Jarma, viera qué atorrante, papá, salir con una escopeta por unos pocos huevos que pierde, y capaz que mata a una persona, pero ellos son así, qué se le va a hacer, parece que no se puede hacer nada con cómo son ellos, tienen el espíritu violento. El turquito dice que vió a la mamá, que andaba en redondo alrededor del álamo que plantó el Viejo Álvarez en el tiempo viejo, cuando esa propiedad todavía era suya y no se la había vendido a los Jarma. Los Jarma odian la tierra en que viven, se lo juro, papá. Es porque el Viejo Alvarez hizo la porquería de vendérselas sabiendo que la tierra estaba agotada, que él la había agotado sembrando maíz y trigo durante más de cinco años seguidos. Trató a la tierra peor que a las bestias de carga. Que cuando los Jarma compraron la tierra, ni los cardos crecían ahí, y la mamá les hizo un trabajo, una vez, para ayudarlos, usted debe acordarse de eso, papá, usted todavía no se había ido al Sur, y debe de acordarse de cuando la mamá hizo aquel trabajo con un toro negro y muy bravo y lo puso a montarse a las vacas justo encima de aquella tierra yerma, la de los Jarma, para que se les volviera fértil. Y ahora uno de ellos viene con el cuento de que la mamá se pasea en sueños por sus tierras, que les pisotea la siembra, dicen, y hablan de la mamá como de una vaca que se cruza los cercos y arruina los sembrados, y una de las Jarma dice que la mamá es bruja porque hizo que ella perdiera la criatura que estaba esperando. Que ni mi mamá ni yo ni nadie, sabíamos que esa estaba preñada, y que si lo perdió fue porque era un hijo malhabido, que vaya a saber con quién lo hizo, papá, esa Jarma que es una víbora. Yo quisiera que todo esto no pasara, papá, que no ocurriera, y que las cosas volvieran a ser como antes, cuando usted estaba en la casa. Yo siempre me acuerdo de cuando usted se levantaba al alba con el canto del gallo, qué lindo hombre era usted, papá, cuando yo le veía en la madrugada y usted se iba a sembrar, que era un buen sembrador, usted, me dijo mi hermano. Y lo que más me apena, papá, es que mi mamá dice que si ella se vuelve para los cerros, nosotros, mi hermano y yo, deberemos quedarnos en el pueblo, porque ese es nuestro lugar, ha dicho ella, nuestro lugar en la tierra. Pero fíjese, papá, ¿qué va a ser de mí? Porque mi hermano es un hombre, y yo sé que el se está buscando mujer, y la hija del Viejo Álvarez, la que parece tan buena, la que le he dicho antes, ella, antes de irse a la ciudad a estudiar a las leyes, me regaló una chiva, para que me hiciera compañía y para que yo no la extrañara a ella, a la Lili, porque ella creía, pobrecita, que con todos sus caprichos y las bondades esas que le venían y se le iban, yo la iba a querer como a una hermana. La cosa es, papá, que ella me regaló una chiva, hasta le puso un nombre y todo pero que me resulta muy difícil de pronunciar porque no es en este idioma que hablamos usted y yo. O sea, papá, que si mi mamá se empeña en irse a los cerros, y cuando mi hermano se encuentre una mujer, yo me voy a quedar sola con la chiva, sirviendo a los Alvarez hasta que las manos se me hagan de polvo, un polvo hasta más chiquito que el cubre la tierra, porque para eso están los patrones, dice mi hermano, les voy a lavar todas sus ropas, la blanca, la de vestir, viera usted, que ni los calzones se lavan, y eso que hay entre ellos tres muchachas ya grandes. Más valiera, papá, morirme, que la vida que me espera. Y yo ni siquiera, puedo decir que estoy pagando un pecado muy grande, porque ni tiempo para pecar he tenido, y todavía ninguno se me arrimó para hacerme un hijo, cosa que espero, papá, según la mamá me ha dicho, que no me pase, nunca, nunca, papá, hasta que yo lo encuentre a usted otra vez, hasta que usted vuelva, papá querido, acuérdese de lo que usted prometió, aquello de que prefería perder la destreza de su mano derecha antes que olvidarse de su familia y de su tierra; y después, quiso el diablo o quien haya sido, que usted se entremetiera a matar al hombre que mató y lo llevaran preso, sin hacerle verdadera justicia, papá, y a la mamá y a nosotros nos rodeara la gente rara y nos obligara a trabajar para pagar la cortitrilla que usted se llevó, y la tierra, el trozo de tierra que tenemos y que es nuestro, y donde no podríamos cavar ni nuestras tres tumbas de estrechito que es, pero es nuestro, aunque mi hermano diga que la tierra no es ni debería ser de nadie, que la tierra es como el aire y como el agua de los ríos y de los lagunas, donde todos toman, yo quiero que mi tierra sea mía, papá, mía para mí sola, y que mi hermano se busque otra para él, y para la mujer que tenga cuando la tenga, y que mi mamá se vaya a los cerros, si ella está emperrada con eso, pero yo quiero mi tierra, la mía, papá, para cuando usted venga. Yo le pido siempre a la virgen santa que usted vuelva. Cuando usted venga, papá, yo voy a estar esperándolo en nuestra tierra. Y vamos a ser usted y yo, solos, papá, para toda la vida“

 

Patricia Suárez

Buenos Aires, Argentina

 


 



  Portal Koinonia | Bíblico | Páginas Neobíblicas | El Evangelio de cada día | Calendario litúrgico | Pag. de Cerezo
RELaT | LOGOS | Biblioteca | Información | Martirologio Latinoamericano | Página de Mons. Romero | Posters | Galería
Página de Casaldáliga | La columna de Boff | Agenda Latinoamericana | Cuentos cortos latinoamericanos