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¿Tiene Dios un cubo de la basura?

2006-06-02


  Hoy día está de moda el interés por los apócrifos, evangelios no oficiales que tienen más que ver con la fantasía que con la historia. Pero, la fantasía también tiene sus derechos. Por eso son significativos, porque muestran la vida cotidiana de Jesús y de sus compañeros.

Vamos a transcribir un trecho de un apócrifo del siglo IX, muy popular en la piedad rusa, llamado «El apocalipsis de la Madre del Señor». Es conmovedor. Muestra el triunfo de la misericorida divina sobre la justicia. Y relativiza la eternidad del infierno. Helo aquí:

La santa y gloriosísima Señora, madre de Dios y madre de Cristo, se levantó. Quiso saber todo sobre las penas y preguntó por los condenados. Dijo al arcángel Miguel: «¿Cuántas penas existen ahí donde es castigado el género humano?». El arcángel respondió: «Las penas no tienen número». Y abrió el infierno por el lado de Occidente. La santísima Madre de Cristo vio las muchas penas de los humanos, llantos de mucho tormento. Desde el lugar de las penas los condenados exclamaron a voz en grito: «Hace siglos que no vemos la luz. Pero ahora te vemos a ti, que diste a luz al Señor». Los ángeles, a su vez, clamaron: «Alégrate, Virgen, luz que nunca se apaga. Alégrate también tú, arcángel Miguel, justo intercesor de las almas de todos». Los ángeles vieron a los condenados, y lloraron. La honorabilísima Madre del Señor vio el lamento de los ángeles por causa de los condenados. Y también lloró.

Nuevamente los condenados gritaron: «Bendita tú eres entre nosotros los que estamos en las tinieblas por toda la eternidad». La santísima Madre dijo al arcángel Miguel: «Di a los ángeles que me lleven ante el Padre Invisible». Vinieron entonces los querubines y los serafines y la llevaron ante el Padre Invisible. Ella extendió sus manos ante el trono terrible y dirigió los ojos hacia su Hijo, Señor del Cielo y de la tierra. Y suplicó: «¡Ten piedad, oh Señor, de los cristianos! He visto tormentos imposibles de soportar. Quiero sufrir con ellos».

Cristo respondió: «¿Cómo podría tener piedad de ellos, cuando ellos no tuvieron piedad de mis hermanos y hermanas menores, los pobres?». A pesar de ello, suplicó la honorabilísima: «Aun así, ayúdame, oh Señor». Y el Hijo le respondió: «No hay en la tierra un solo ser humano que me invoque y que no sea escuchado por mí. Pero éstos no quisieron invocar mi nombre». La Virgen María se volvió hacia los ángeles y santos y justos del Reino, hacia todos los que tienen la audacia de pedir por los condenados. El arcángel Miguel invitó a todos a arrodillarse y él mismo lo hizo, seguido de los ángeles y de toda la corte de santos y santas, con gran caridad.

Y dijo la radiante Madre a su Hijo: «Hijo mío amadísimo, desciende de tu trono y mira la oración por los condenados». El Hijo del Padre, Cristo Señor, descendió de su trono. Viéndolo, gritaton los atormentdos en alta voz: «Ten piedad de nosotros, Hijo de Dios». Y el Señor les dijo entonces: «Escuchen todos. Por causa de la piedad de mi Madre, y por causa de la oración de los ángeles y santos, a partir de mi resurrección en el día de pascua hasta el domingo de todos los santos, habitaréis en el paraíso. Después, volveréis al tormento». Y todos los santos y santas glorificaron a Dios, quedando a la expectativa de la fiesta de la resurrección del Señor.

Esta narración insinúa la victoria, por lo menos parcial, de la misericordia (religión de la madre) sobre la justicia (religión del padre). Dios-madre no tendría un cubo de la basura eterno, a donde arrojar a los que se malograron. Sería una derrota para Él. Corresponde a su propia naturaleza perdonar y reconducir a todos a su seno bienaventurado.

 

Leonardo Boff




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