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¿Interrumpir el proceso?

2005-09-16


  Ante una crisis como la actual, el analista no debe contentarse con análisis meramente coyunturales, sino que debe mirar lejos y hasta el fondo. En realidad, Brasil es una periferia de centros que desde el siglo XVI nos mantienen atados a ellos: fuimos colonizados, neocolonizados y hoy globocolonizados. Siendo sinceros hemos de decir que Brasil no se sostiene autónomamente en pie. Yace «eternamente echado en una espléndida cuna». La mayor parte de su población está constituida por sobrevivientes de una interminable tribulación. Sorprendentemente, ha sabido conservar el buen humor, el sentido lúdico y una invencible capacidad de festejar y esperar.

Antes de la llegada de Lula al poder, nunca hubo una ruptura que permitiese la emergencia de un nuevo sujeto de poder, capaz de ocupar efectivamente la escena histórica y de comenzar a moldear la sociedad brasileña de modo que todos pudieran caber en ella. Pero, vergonzosamente, errores y traiciones de sectores dirigentes del PT desperdiciaron esta oportunidad histórica, volviéndose execrables frente al pueblo sufriente y a todos los que se alaron con él, durante toda una vida. Eso explica la iracundia sagrada que se ha apoderado de sectores de la sociedad comprometidos con las transformaciones y con la ética, crucificadas por el hambre desenfrenada de poder.

Por lo demás, el comportamiento de las élites es conocido. En su camaleonismo, han quedado y quedan siempre de parte del poder, sea el que sea, para mantener sus privilegios. Si no, conspiran. Ello hace que el juego nunca cambie; simplemente se vuelven a barajar las cartas de la misma y única baraja, como bien lo mostró Marcel Bursztyn en «El país de las alianzas. Élites y continuismo en Brasil» (1990).

Esta situación viene de lejos, del tiempo de la fundación de Brasil, como mostraron maestros como Sergio Buarque de Holanda con su «Raíces de Brasil» (1936), como Caio Prado Júnior con su «Formación del Brasil contemporáneo» (1945), como Simon Schwartzmann con su «Bases del autoritarismo brasileño» (1982) y como Darcy Ribeiro con su «El pueblo brasileño» (1995). Marilena Chaui, con su notoria contundencia, en una conferencia en Portugal ya en 1993, resumió este legado perverso: «La sociedad brasileña es una sociedad autoritaria, violenta, que posee una economía depredadora de recursos humanos y naturales, y convive con naturalidad con la injusticia, la desigualdad, la ausencia de libertad y los espantosos índices de las varias formas institucionalizadas –formales e informales- de exterminio físico y psíquico y de exclusión política y cultural».

Gobernar un país así y pretender todavía revolucionarlo es un desafío para gigantes y para héroes. Por eso, entendemos las dificultades del Gobierno Lula. La cisis actual representa para la sociedad y los movimientos organizados, pero especialmente para el Gobierno, una prueba crucial rumbo a un salto de cualidad política que nos redima del pasado y pase el país a limpio. El gran obstáculo es la miopía y el reaccionarismo de algunos líderes políticos, acantonados especialmente en el PFL, ávidos de hechos que les justifiquen una eventual destitución del Presidente Lula. Una cosa así significaría interrumpir el proceso de lo nuevo, volviendo a abrir el camino para la antigua dominación y para que continúen mamando de las ubres del Estado.

Esas personas son más execrables incluso que los corruptos del PT; por ejemplo el reaccionario senador Bornhausen, que dijo: «finalmente nos vamos a librar de esta raza por lo menos para treinta años».

 

Leonardo Boff




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