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¿Emparedar a Lula?

2005-07-15


  Luis Gonzaga de Souza Lima, brillante politólogo de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro, trabaja desde hace años la hipótesis interpretativa según la cual Brasil sería mejor entendido históricamente si partiésemos de la constatación de que, desde sus orígenes, fue y sigue siendo una empresa privada multinacional de las más exitosas de las que se tenga noticia en Occidente. Ha habido épocas en que su moneda era con mucho la de mayor valor del mundo. Por ser empresa privada nunca pudo construir realmente una sociedad organizada ni crear un Estado que realizase un proyecto colectivo.

Élites portuguesas, españolas e inglesas, articuladas con élites criollas, se hicieron cargo del simulacro de Estado en beneficio propio, manteniendo entre un 50 y un 60% de la población esclavizada o empobrecida. El espíritu privatizador de las capitanías hereditarias, del esclavismo, de la posesión de tierras compradas por dinero, el asalto organizado a los bienes de ese simulacro de Estado, la confusión de lo público con lo privado, el patrimonialismo, los compadreos, la falsificación de documentos y la corrupción más descarada, son propios de la lógica de esta empresa. Cada generación le dio su molde, pero su estructura de base permaneció idéntica hasta hoy. Se ha formado una clase política con este tipo de ethos de salteadores. Consideran la república cosa suya. Una vez arriba se sienten con el derecho de depredarla para sí. Para no cometer un error de valoración, digamos que ha habido sus excepciones.

¿Cuál es el escándalo actual? Que un metalúrgico, un superviviente del hambre, asentado en un vasto movimiento social que siempre se opuso a ese descalabro, consiguió romper el blindaje institucional y ser elegido Presidente. Las clases adineradas nunca lo han aceptado, pero han tenido que tragarlo política y económicamente. Con una estrategia sutil, avalada por los organismos del orden económico mundial, consiguieron mantener el proyecto de la macroeconomía con el pretexto de evitar el caos generalizado y de garantizar la gobernabilidad. Pero esta estrategia no ha tranquilizado a las élites. Sospechan que los movimientos sociales podrían, en un momento crítico, presionar al Gobierno y cambiar las reglas del juego económico dando centralidad a lo social. Hay que emparedar a Lula, proclaman. Es un obstáculo para que las élites vuelvan al poder. Un estorbo para su enriquecimiento perverso. Hay que alejarlo.

El lugar del obrero es la fábrica, la cadena de producción, no el gobierno o la gestión de la cosa pública. Se trata de una cuestión de cultura de clase. La existencia de la corrupción, que debe ser investigada y condenada, ha presentado ahora la ocasión para resucitar el viejo sueño traicionero de las élites.

¿Cómo realizarlo? Políticos del PFL (Partido del Frente Liberal) y del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasilera), por lo general personas sin mayor sentido de responsabilidad por el país, han puesto en marcha ya un proceso de destitución. La otra estrategia ha sido anunciada por una figura de la vieja política carcomida y corrupta, cuando ha dicho con todas las letras: «No queremos la destitución de Lula, queremos desmoralizarlo, desangrarlo y liquidarlo, para que sea avergonzado públicamente y derrotado en las elecciones, y desaparezca para siempre del escenario político».

Estoy convencido de que esos políticos manejan viejos esquemas. Pero ahora no les va a valer. El pueblo sabrá, por millones, defender su conquista histórica. Van a correr a esos vendedores como lo hizo Jesús en el templo de Jerusalén: «Que se vayan, que se vayan todos».

 

Leonardo Boff




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