Familia: utopía y realidad2004-08-13
Por más valores irrenunciables que reúna, la familia no deja de inscribirse dentro de la condición humana, que es siempre convivencia de contrarios. Por eso, hay en ella, simultáneamente, dimensiones de luz y de sombra. En las culturas reviste muchas formas de concretización. En la nuestra, junto a las familias-matrimonio, se dan las familias-pareja (cohabitación de uniones libres), que dan origen a la familia consensual no conyugal. La introducción del divorcio ha dado lugar a familias uniparentales (la madre o el padre con los hijos/as) o multiparentales (con hijos/as provenienes de matrimonios anteriores) y también uniones entre homosexuales (hombres o mujeres). ¿Hasta qué punto estas formas son realizaciones concretas de la sustancia de lo que llamamos familia? Antes de cualquier respuesta, la actitud cristiana más adecuada y no moralizante es: si en todas estas formas existe amor -y no hay por qué dudar de ello-, entonces estamos ante algo que tiene que ver con Dios, que es amor y bondad. En ese campo, lo que debe regir es el respeto y no los prejuicios. Pero la respuesta a la pregunta deriva de la concepción que tengamos de lo que es la familia. En esa concepción debe estar siempre presente lo utópico y lo concreto, pues ambas dimensioones constituyen juntas la realidad, también la realidad de la familia. Lo concreto son las cosas tal como están ahí. Lo utópico es lo que es virtual y posible en lo concreto, su referencia de valor, por cierto: nunca totalmente alcanzable, pero que tiene como función mantener a la familia siempre abierta y perfectible y jamás cerrada, ni estancada en alguna forma considerada como la única posible, por muy buena que fuere. Un especialista brasileño, Marco Antônio Fetter, creador de la primera Universidad de la Familia en Brasil (en Rio Grande do Sul), define así la familia: «un conjunto de personas con objetivos comunes y con lazos y vínculos afectivos fuertes, cada una de ellas con un papel definido, donde aparecen naturalmente los roles de padre, de madre, de hijos y de hermanos». Juan Pablo II en la Carta Apostólica Familiaris Consortio (1981) y en la Carta a las familias (1994) enseña que la familia es «una comunidad de personas fundada sobre el amor y animada por el amor... un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad/maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales cada persona humana es introducida en la familia humana». El núcleo utópico e inmutable de la familia es el amor, el afecto, el cuidado de uno para con otro y la voluntad de estar juntos, estando la pareja abierta a la procreación, cuando es posible, o, al menos, abierta al cuidado de todas las formas de vida, que es un modo también de realizar la fecundidad. Este núcleo debe poder realizarse en varias formas concretas de convivencia. ¿Qué sería de la familia y de sus miembros si no ardiese en ellos la llama de la utopía? Todos viven de la voluntad de encontrar y vivir el amor; sueñan poder realizarse a dúo y ser mínimamente felices. Sin ese motor, la vida humana sería menos humana y perdería sentido, a pesar de todas las dificultades, deformaciones y frustraciones. Análisis transculturales han demostrado que cuando ese núcleo de amor existe, hay menos violencia, hay más sensibilidad para la cooperación social, disminuyen los conflictos familiares y disminuye el número de divorcios o separaciones desgarradoras. Para los cristianos, la familia es el lugar donde la Familia divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se revela y donde también se realiza la Iglesia en su expresión doméstica. Todas estas perspectivas formarán parte del debate de la Semana Nacional de la Familia que se realizará del 9 al 15 de agosto en todo Brasil.
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