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Respeto a todo ser

2004-05-21


  La humanidad ya existe hace algunos miles de años. Pero la guerra, sólo hace unos cinco mil. El gran historiador Arnold Toynbee atribuye a los sumerios la invención de la guerra, pues fueron ellos quienes por primera vez desarrollaron disciplina y organización, y consiguieron, en el valle fértil del Tigris y del Eúfrates, el excedente en recursos materiales necesario para poder hacer la guerra. Eliminar esta perversa institución que en los días de hoy se volvió suicida -dada su destructividad- consta en la agenda de todos los humanismos y movimientos pacifistas. La Carta de la Tierra postula que «se eliminen las armas nucleares, biológicas, químicas y otras, de destrucción masiva, y que se conviertan los recursos militares en propósitos pacíficos como la regeneración ecológica.

La democracia, los derechos humanos y la cultura de la paz son los antídotos más eficaces contra la guerra. Son formas civilizadas que permiten que los seres humanos se abracen fraternalmente. Pero hasta hoy, tales valores no consiguieron impedir el recurso continuo a la guerra y al terrorismo, como forma de imponerse a los demás. ¿Por qué este fracaso?

Prescindiendo de muchas explicaciones, podemos decir que el impase reside, de entrada, en la persistencia del patriarcado. Instaurado en los últimos diez mil años, su característica fundamental consiste en poner el poder, en la forma de violencia, como el eje organizador de todo. Marginó y volvió invisible a la mujer y a los valores ligados a lo femenino como la visión del todo, la gentileza y el cuidado. Creó el Estado, sus aparatos y la guerra. Proyectó un tipo de ciencia asentada sobre la violencia contra la naturaleza. Dio origen a una cultura marcada por la competición y no por la cooperación.

La Declaración universal de los derechos humanos sirve como baluarte contra la tiranía del poder autoritario. Es un avance civilizatorio significativo. Pero siempre que se instaura un conflicto con los intereses del poder patriarcal, los derechos son dejados de lado. Y se dan razones para no respetar al otro: la mujer, porque tiene más sentimiento que razón, el indio porque es salvaje, el negro por causa de su piel, el musulmán porque es un terrorista virtual. Se hace entonces la distinción entre lo humano y pseudo-humano para poder oprimir sin mala conciencia. Los serbios cortaban el pene de los prisioneros musulmanes para mostrar que éstos no son humanos como nosotros, son pseudo-humanos contra los cuales se puede hacer limpieza étnica sin herir los sentimientos humanos.

¿Cómo salir de esta maraña perversa? Seguramente, uno de los puntos es la integración dinámica de los principios masculino/femenino, superando históricamente el patriarcado. Pero fundamentalmente, mediante el respeto a todo ser y a cada forma de vida. La razón de este respeto es el hecho de que somos un eslabón de la cadena de la vida, que somos todos interdependientes y que todo lo que existe y vive merece existir y vivir. El respeto por los derechos humanos debe comenzar pues por el respeto de cada ser, por la naturaleza y por la vida. No respetaremos la vida de nuestros semejantes si no respetamos la vida en toda su diversidad y cada ser. Si ejercemos violencia contra ellos, tarde o temprano ella se vuelve contra nosotros. Estamos enraizados en el ser y en la naturaleza. Respetar a todos los seres es respetarnos a nosotros mismos. Ésa es la base real que sustenta el respeto a los derechos humanos. Sin este respeto fundamental, no hay cómo esperar resultados efectivos de nuestro empeño por los derechos humanos.

 

Leonardo Boff




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