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El filósofo de los pobres

2004-01-16


  El fallecimiento del filósofo Norberto Bobbio ha renovado en mí el recuerdo feliz de dos encuentros que tuve con él en Turín, y al mismo tiempo me ha venido un fuerte sentimiento de gratitud por aquello que nos ayudó a entender de la democracia. En medio del conflicto que en los años 80 y 90 envolvió a la teología de la liberación, fue Bobbio uno de los pocos pensadores europeos que, de inmediato, comprendió la relevancia de esta teología para una democracia, como valor universal para ser vivido a partir de la base y de los últimos. Captó la relevancia política de las comunidades eclesiales de base y de la lectura popular de la Biblia, porque no sólo generan cristianos militantes, sino agentes de transformación social.

En razón de estos valores, quiso honrar esta significación política, haciendo que la Universidad degli Studi de Turín, donde él era un eminente profesor, me concediese, en nombre tantos, el título de doctor honoris causa en política, lo que tuvo lugar el día 27 de noviembre de 1991. Me acuerdo de que el Vaticano y el Cardenal de Turín presionaron a las autoridades de la Universidad para que no concediesen ese título a un teólogo «maldito» como yo. El profesor Bobbio protestó con vehemencia e hizo valer la autonomía de la universidad.

Fue en esta ocasión cuando conversamos largamente, el día anterior a la ceremonia, y el día siguiente, cuando participé en un debate público en una de las salas de la ciudad. Penetrante, fue al centro de la cuestión que le interesaba a él y a mí: el sentido singular que nosotros, teólogos de la liberación, dábamos a los pobres. Muchos tienen dificultad de entender esta cuestión y él la había captado en su peculiaridad específica.

Tres comprensiones de «pobre» circulan todavía hoy en el debate. La primera, la tradicional, entiende al pobre como aquel que no tiene. La estrategia entonces es movilizar a quien tiene para ayudar a quien no tiene. En nombre de ello se organizó, durante siglos, una gran labor de asistencia. Y una política de beneficencia pero no participativa. No descubrió todavía el potencial de los pobres.

La segunda, moderna, descubrió ese potencial de los pobres y percibió que no es utilizado. Por la educación y profesionalización es utilizado y potenciado, y así es insertado en el proceso productivo. La tarea del Estado es crear puestos de trabajo para esos pobres sociales.

La lectura tradicional ve al pobre, pero no percibe su carácter colectivo. La moderna, descubre su carácter colectivo, pero no aprende su carácter conflictivo. El pobre es resultado de mecanismos de explotación que lo hacen un empobrecido, generando así un grave conflicto social. Previamente a su integración en el proceso productivo vigente, se debería hacer una crítica del tipo de sociedad que siempre produce y reproduce pobres y excluidos.

La tercera posición, la de la teología de la liberación, dice: los pobres tienen potencialidades, sí. Pero no sólo para engrosar la fuerza de trabajo, sino principalmente para transformar el sistema social. Los pobres, concientizados, organizados por sí mismos y articulados con otros aliados, pueden ser constructores de una democracia participativa, económica y social. Esta perspectiva no es ni asistencialista ni progresista. Es liberadora.

Al converger en las ideas, los ojos cansados del maestro brillaban como los de un niño. Y yo me sentía feliz: el “papa” de la política me quitaba el exorcismo de «maldito».

 

Leonardo Boff




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