El cuidado de los grandes para con los pequeños2003-11-28
Andando por mi calle, por donde casi nadie pasa, en apenas 50 metros contabilicé 58 escarabajos muertos. Como no nos fijamos en esos hermanos nuestros más pequeños, los pisamos y nuestros automóviles los masacran. Si San Francisco los viese muertos, lloraría de compasión. Me acordé entonces de un bello mito de los indios Maué, del área cultural del Tapajós-Madeira, que tiene mucho que enseñarnos. Relato el mito y que cada cual saque sus lecciones, que pueden ser ecológicas y hasta de política internacional. Reza el mito: Cuando el mundo fue creado no existía la noche. Había únicamente día y la luz penetraba en todos los espacios. Solamente no llegaba a las aguas profundas del río. Los Maué, por más que quisieran, no conseguían dormir. Vivían cansados y con los ojos irritados por el exceso de luz. Cierto día, uno de ellos se llenó de valor y fue a hablar con la Cobra Grande, la sucuriju, toda oscura, considerada la señora absoluta de la noche. Era ella quien mantenía a la noche presa en el fondo más hondo de las aguas. La Cobra Grande oyó las lamentaciones del indio y viendo su piel, amorenada por el sol escaldante y los ojos enrojecidos por el exceso de luz, le dio pena de él. Resistiéndose mucho, a causa de los riesgos, le propuso un pacto: "Yo soy grande y fuerte. Sé defenderme. No necesito de nadie. Pero muchos de mis parientes son pequeños e indefensos. Nadie cuida de ellos. Especialmente vosotros andáis por ahí si mirar dónde pisáis y los matáis sin piedad. ¿Cómo van a defenderse? Hagamos un trato: tú me consigues veneno y yo me encargo de distribuirlo entre mis pequeños parientes indefensos. Los grandes no lo necesitan porque pueden defenderse solos. Así, cuando vosotros, Maué, caminéis por ahí, mirad bien dónde ponéis los pies para no pisar los bichitos pequeños. Ellos ahora tendrán cómo defenderse. A cambio te daré un coco lleno de noche." El Maué aceptó el trato. Corrió a la selva y pronto volvió con el veneno para la Cobra Grande. Ella le entregó a cambio un coco lleno de noche. En el momento del trueque, todavía le recomendó: "no se te ocurra abrir el coco fuera de la aldea". El indio prometió mantener el pacto, pero los demás indios estaban locos de curiosidad. Querían conocer en aquel mismo momento la tan ansiada noche. Abrieron juntos el coco, en pleno campo. Y entonces sobrevino la desgracia: las tinieblas cubrieron el mundo. No se podía ver nada. Y una angustia imprevista y terrible invadió el ánimo de los Maué. Hubo una correría general. Y en el corre-corre precipitado, nadie pensó en los bichitos pequeños que ya habían recibido veneno de la Cobra Grande. Los primeros en recibirlo fueron las arañas, las culebras pequeñas y los escorpiones, que se defendieron de las pisadas de los indios mordiéndoles las piernas y los pies. ¡Qué calamidad! Los pocos que sobrevivieron a las mordeduras venenosas, ahora saben cómo comportarse. Y a partir de entonces todos empezaron a tener cuidado con los bichitos pequeños para no pisarlos y no ser mordidos, conviviendo pacíficamente y en el mayor respeto mutuo. ¿Por qué será que nuestros grandes no cuidan de nuestros pequeños?
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