La realidad como futuro2003-10-31
Hay amplio consenso en la comunidad científica de que el universo y todos los seres se originaron de un proceso evolutivo, iniciado hace unos 15.000 millones de años a partir del vacío cuántico y de la primera singularidad, el Big bang, de millones de grados de calor. Después comenzó a enfriarse y a expandirse, haciendo surgir campos energéticos, topquarks, átomos, galaxias, estrellas y planetas como el nuestro. Hace 3.800 millones de años irrumpieron en los pantanos primordiales de la Tierra formas primitivas de vida. Éstas fueron haciéndose complejas a modo de plantas, reptiles, pájaros y mamíferos. Uno de ellos, los humanos, se dotó en los últimos 4-5 millones de años de autoconciencia y de subjetividad. El proceso global no tuvo prisa ni fue progresivamente lineal. Conoció rupturas, devastaciones y mucho desperdicio. A pesar de esto, desde una perspectiva global se puede identificar en el proceso cosmogénico una línea ascendente que va de lo simple a lo complejo, de la materia a la vida y de la vida a la conciencia. Hace tiempo que la astrofísica viene afirmando que para que la vida apareciese fueron necesarias condiciones previas a los primeros micromovimientos de la materia y de la energía primordiales. Sin ellas no habría habido suficiente densificación y, por eso, no se habría formado la materia, las estrellas, la vida, la conciencia, ni nosotros mismos, que estamos aquí. De este relato se infiere que el universo tenía y tiene un futuro por delante. Todavía está naciendo y está grávido de promesas. En esta visión (llamamos a esto metafísica) el futuro es más importante y decisivo que el pasado y el presente. El pasado y el presente fueron un día futuro. Pero, ¿cómo hay que entender este futuro? En la visión estática, el futuro como producción de lo nuevo no existe. Lo que existe es el pasado que contiene seminalmente todo. Presente y futuro son un despliegue del pasado. La filosofía clásica de Occidente y la teología oficial de la Iglesia piensa en el marco de esta metafísica del pasado. Curiosamente también modernos neodarvinistas, del materialismo evolucionista, como el influyente zoólogo inglés, Richard Dawkins (El río del Edén, Debate 2000) y el filósofo estadounidense Daniel Dennett (La peligrosa idea de Darwin: evolución y significados de la vida, Galaxia Gutenberg 2000) niegan un futuro portador de lo nuevo. Lo que realmente se da, según ellos, es un determinismo estrictamente físico que reorganiza la materia inanimada que siempre ha existido. Esta materia contiene desde el principio de manera latente lo que se va desplegando después. El proceso evolutivo sólo necesitó un largo tiempo para permitir que surgiesen la vida y la materia. Y todavía hay en reserva otras posibilidades. Esta visión reduce todo a la física y a la química de la materia y prescinde de cosas que no pueden faltar, como la forma por la cual se dan las combinaciones. Para que una cosa sea real necesita información, es decir, de algún grado de forma, de orden y de estructuración, como la cadena ADN. Ese orden no es algo físico, sino un modo de ser. Irrumpe como imprevisible y novedad. Viene del futuro por hacer y no del pasado ya hecho. El futuro es un repositorio ilimitado de posibilidades. Por eso es imprevisible. Pero mirando al pasado percibimos que aunque imprevisible todo está dirigido hacia el futuro, hacia arriba y hacia delante. El universo llama a la vida y la vida a más vida. ¿No es éste el designio del Creador, el Futuro absoluto?
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