Los pobres, interpelación a la Iglesia
Pedro Casaldáliga

Exposición presentada por video en el Congreso de Teología de Madrid de septiembre de 1996


También desde el otro mundo se puede saludar, abrazar y besar. Lo hago, pues, con mucho cariño y con mucha gratitud.

Acepté la invitación que me hace Juan José Tamayo por ser quien sois. La Asociación de Juan XXIII de teólogos y teólogas de España y todos los participantes de este Congreso, me merecen la mayor gratitud.

Si Jon Sobrino me ha presentado, como decían que lo haría, imagino las afectuosísimas tonterías que habrá dicho. Porque la verdad es que Jon Sobrino me quiere mucho y yo le quiero muchísimo a él, entre otros motivos porque él es testigo de testigos, teólogo de mártires, y porque él ha ayudado a obispos tan malos como San Romero, con su teología, y porque Jon Sobrino nos ha actualizado muy teológicamente y muy latinoamericamente el seguimiento histórico de Jesús histórico; la cristología de Jon Sobrino es un gran don de Dios para nuestra iglesia latinoamericana y creo que para la iglesia del mundo.

No voy a dar una conferencia, como podéis imaginar, ni soy para eso, ni os hace falta; doctores tiene Israel, ¿no?, y buenos teólogos y teólogas tiene España, y quiero aprovechar la ocasión para quitarme la mitra delante de ellos y ellas, incluso para reparar la predisposición, una especie de predisposición innata, casi instintiva de ciertos obispos de la jerarquía en general, bastante en general, con respecto a los teólogos. Yo os pido, teólogos y teólogas, que sigáis ayudándonos.

Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que os pido, que no nos dejéis en una especie de dogmática ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas, (las teólogas son más recientes), a la altura de aquel siglo de oro, de las letras, y del pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por citar los países más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería de teólogos que en España tenemos; y pido a la Asamblea un aplauso.

Vayan, pues, unas palabras sencillas, fraternas, acerca del tema «los pobres y el Evangelio interpelación a la iglesia». Me venían ganas de decir que las dos primeras palabras son sinónimas, los pobres y el Evangelio... Ya me entendéis. Para hablar de los pobres y del Evangelio hay que hablar primero del Dios del Evangelio, que es el Dios de los pobres. Él es el que de hecho nos interpela a cada uno de nosotros y el que interpela a la iglesia, como un todo. Pequeño paréntesis Previo.

Si no podemos aceptar que hay varios mundos: Primero, Segundo, Tercero, no podemos aceptar que haya varias iglesias, muchas iglesias; sí, ya me entendéis, yo creo en el ecumenismo creciente y creo que seremos plurales en la unidad más profunda de la fe, pero eso, el Espíritu y la historia lo irán resolviendo. Quiero decir previamente ya, que cuando se habla de pobres, de opción por los pobres, de compromisos sociales, históricos, políticos, con bastante facilidad, la primera iglesia o la iglesia del Primer mundo, piensa que si eso es tema, tarea, compromiso, de la iglesia del Tercer mundo, esa iglesia es la que está metida en medio de los pobres, en medio de mayorías pobres..., pues muy bien: que ella asuma esa responsabilidad. Eso sería cinismo y herejía evangélica.

Él, el Dios del Evangelio, que es el Dios de los pobres, es quien puede cobrarle a la iglesia, opciones, servicio, fidelidad. El Dios de Jesús en quien creemos, a quien queremos amar, y cuyo proyecto -el Reino- queremos servir, es quien está en causa en este tema, en este desafío. Afortunadamente, la teología se está preocupando, ocupando cada vez más y ante todo y sobre todo con Dios y de Dios, es lo más. Ésta es su tarea, Dios. Claro, con todo lo que Dios significa, ¿no?

Lo está redescubriendo, aprendiendo a no abusar de él, a escucharlo, a estar a su disposición, a recordar que Dios es otro, mayor. Y mejor aquí una confesión. Yo he repetido, lo digo con toda sinceridad, que he cambiado de Dios, puedo decir incluso que estoy cambiando de Dios todos los días y que la mayor gracia que el Señor me ha hecho pienso, aquí, en esta especie de sacramento histórico, político, cultural que es América Latina, ha sido ese redescubrir a Dios. Yo también tenía un Dios hecho, encuadrado, heredado y francamente, me he pasado a otro Dios, me estoy pasando a él.

En última instancia pienso que la fe es eso: en la tiniebla del hoy, de la historia, una tiniebla luminosa atravesada por el Espíritu del Resucitado, ir descubriendo a Dios, Dios en su proyecto, Dios y su universo, Dios y su familia, Dios Padre, Dios Madre... ¡curioso!

En la última asamblea de los obispos, aquí en Brasil -y conste que somos una asamblea bastante democrática, bastante abierta; suceden cosas en nuestra asamblea que espantarían a las otras asambleas del mundo entero-, un obispo teólogo de origen europeo, (de Europa teníamos que venir los malos), se puso tenso en una intervención (por cierto en una sesión privativa), porque cada vez más se está hablando de Dios como madre, y se habla de la ternura maternal del Espíritu. Pues... primero, yo digo que no es Padre ni Madre sino que, como los teólogos saben muy bien, es mucho más que todo eso.

Es un hecho real que aquel Papa tan etéreo, Juan Pablo I, nos recordó muy oportunamente que Dios es más Madre que Padre; además, la propia Biblia hace hincapié en recordarnos que Dios tiene entrañas de madre, más que de padre: «si una madre puede olvidarse del hijo que ha engendrado, yo no me olvidaré de ti». Dios es Padre, Madre, es esposo. Estaba leyendo hace unos días en un librito hermoso que el cura o catequista, preparando una primera comunión, se esforzaba en explicarles a los niños que Dios es padre, que Dios es madre, y un muchachito, en una esquina, oyendo, interrogándose, preguntó al cura o al catequista: ¿y Dios no puede ser tía también? El muchacho no había conocido ni al padre ni a la madre, pero había sido criado, como decimos aquí, y mimado por una tía muy cariñosa. Dios es tía también, esas buenas tías, que todos recordamos, mi tía Merce, por ejemplo, que hacían de padres, de madres, que sustituían, que completaban... Bien.

Afortunadamente, la fe en Dios se está haciendo cada vez más práctica y más práctica también la teología. Yo les decía a aquellos amigos claretianos de Salamanca (aquellos buenos tiempos idos) que lo importante era que fueran tan teologales como teológicos. Una verdadera teología, será siempre una auténtica espiritualidad, un compromiso existencial, una misión libertadoramente política. Nuestros teólogos de la liberación, benditos sean para siempre en la Tierra y en el Cielo, nos vienen llevando a la ortodoxia, a la ortopraxis. Estos días, les estaba leyendo yo la nova inocencia, aquella segunda, la de los relámpagos rojos de Raimon Paniker. Allí recuerda que hay que vivir la ortodoxia, la autopoiesis y la ortopraxis, pues hay algo, creer bien, correctamente, ser buenos, ese ser buenos, que Jon Sobrino subraya con tanta frecuencia y que, en última instancia, es lo que nos pidió Jesús: ser buenos como el Padre es bueno, y actuar correctamente, legítimamente en la justicia y en ternura, como Dios.

Ellacuría, el teólogo mártir, nos diría que para realizarse también en fe, hay que asumir, conocer la realidad y hacerse cargo de ella por la fe.

Y ahí vienen los pobres del Evangelio y el Evangelio de los pobres, sinónimos, como digo. A la pregunta qué queda de los pobres, qué queda de la opción por los pobres, qué queda de la Teología de la Liberación, yo respondo siempre que quedan los pobres y que queda el Dios de los pobres. Mientras haya Evangelio y personas dispuestas a pensarlo y, sobre todo, a practicarlo, habrá opción por los pobres, porque pobres habrá, ya sabemos, hasta el fin. Y ahora cada vez más pobres, más en número y siendo más pobre la inmensa mayoría de la humanidad. Éste es el gran escándalo, la gran blasfemia, la idolatría máxima, la extrema herejía de nuestros tiempos modernos o posmodernos, porque no hay más Dios que el Dios de la realidad, de la historia, del Reino. Ya sé perfectamente que el Reino está en ambos lados y que sólo al otro lado, más allá de la muerte se plenifica, pero me gusta recordar en retiros, por ejemplo, en predicaciones, que del otro lado cuida Dios muy bien, que nosotros debemos preocuparnos del lado de acá.

Conste también que atribuyo a Dios todos los posibles nombres en el más ancho y creciente macro-ecumenismo. Pero nosotros, nosotras, cristianas, cristianos, tenemos el don de creer en ese Dios tan precisamente así como el Dios de los huérfanos y las viudas, el liberador de los cautiverios, el que hace retornar de los exilios, el amigo de la humanidad, el Abbá enternecido, el amigo, el verdadero principio y misericordia en persona, en tres personas. Hay que recordar de nuevo a Jon.

Dios no tiene más problemas que los problemas de la humanidad, a no ser que haya en otros mundos también seres problemáticos. Eso, de momento, nuestra teología no lo va a resolver.

Su creación, su problema, los derechos humanos son derechos divinos. Ya hemos superado aquellas divisiones, aquel muro de lo sagrado y lo profano. A estas alturas los cristianos y cristianas ya deberíamos saber que nuestro culto es otro tipo de culto, que, ante todo y sobre todo, no se da en el templo, se da en la existencia, en la historia. El Nuevo Testamento nos ha enseñado a hablar de liturgia, de ofrenda, de culto, de sacrificio con otros parámetros y el gran sacrificio es una cena de fraternidad, una vigilia de muerte, un testamento de despedida y un gesto de utopía, de esperanza en extremo, nuestra eucaristía.

En la creación es, pues, donde Dios tiene sus problemas, su problema, está ante todo y sobre todo en sus criaturas racionales o relacionales, nosotros hijos e hijas suyas, a los que El nos quiere hermanos y hermanas.

El problema de Dios es la creación desbaratada, y en la creación, esta tan amada humanidad, dividida, empobrecida, excluidora y excluida. La humanidad es el gran problema de Dios, y es la gran pasión de Dios, y el gran desafío que Dios tiene y que, lógicamente, Él quiere y puede salvar y salvará. Toda la revelación judaico-cristiana es una síntesis de la confidencia divina de esa preocupación que Él tiene. Libro por libro de la Biblia, grito por grito de los profetas, palabra por palabra, paso por paso, hasta el paso último de Jesús de Nazaret, la encarnación de Dios en Jesús no es más que la venida de Dios a poner todo eso en orden nuevamente, a reponer el sueño de Dios en su lugar. Ésa es la obsesión de Jesús: la pasión de su vida y la pasión de su muerte, el Reino del padre que es el Reino feliz, de los hijos e hijas, hermanos y hermanas porque el Reinado de Dios es nuestro verdadero Reinado.

Ya decía que la blasfemia de nuestros días, la herejía suprema, que acaba siendo siempre idolatría, es hoy la macroidolatría del mercado total. Ésa es la gran blasfemia de nuestros días, la herejía suprema, la extrema idolatría consciente o no. Y es, puede ser, la omisión de la iglesia, la insensibilidad de las religiones, frente a la macroinjusticia institucionalizada hoy en el neoliberalismo, que por esencia, es pecado, pecado mortal, asesino y suicida. Por esencia, digo, el neoliberalismo excluye a la inmensa mayoría de la humanidad. Éste es el pecado del mundo, y éste puede ser el pecado de la iglesia.

¡Esta, nuestra falta de fe, de irreligiosidad, la otra muerte de Dios en tantas vidas humanas muertas, prohibidas! Me espanta oír y ver a tantos sectores de la iglesia, teólogos también, cayendo en la tentación de pasarse a otros paradigmas, porque ya están cansados de hablar y de oír hablar de la opción por los pobres, de la justicia y de la liberación y porque este mundo (aquí san Pablo se pondría furioso) pide ahora que todo sea light, la teología también, la espiritualidad más connivente, una especie de fe del bienestar.

Vengo diciendo últimamente que me parece que, hoy, son tres las tentaciones que acechan a la iglesia y, a su modo, a la entera humanidad: la tentación de renunciar a la memoria, la tentación de renunciar a la cruz y a la militancia y la tentación de renunciar a la utopía, a la esperanza, y siendo en contrapartida ahora cada vez más actuales, más luminosas aquellas tres auto definiciones que Dios nos ha dejado de sí en la misma Biblia:

-«Yo soy el que ha oído el clamor del pueblo y ha bajado para liberarlo, yo soy la liberación;
-yo soy Yavé aquel que iréis viendo quien soy, yo soy el futuro, vuestro futuro, y
-yo soy el amor»;
(dicen los entendidos que la palabra de Juan mejor traducida sería: «Dios consiste en Amar»).

A partir de esas tres autodefiniciones, las tentaciones deben ser vencidas:

-Renunciar a la memoria es renunciar a nuestra fe, nosotros somos hijos de la memoria, «Recuerda Israel», «Haced esto en memoria de mí», aquella memoria subersiva que heredamos.

-Renunciar a la cruz, a la militancia, es renunciar al amor, ya sabemos de que amor se trata, ¿no? El himno de amor de Pablo y, sobre todo, la palabra sobre el amor de Jesús: «La prueba mayor es entregar la vida».

Nosotros estamos celebrando este año los 25 años de la CAMINADA de nuestra iglesia de Sao Félix del Araguaia, que vosotras y vosotros habéis sustentado con vuestro cariño, con vuestra oración, con vuestra ayuda material también, que todo hace falta en ciertos momentos. Porque, claro, estamos del lado de acá, y en el jubileo de los 25 años vamos a celebrar muy solemnemente la romería de los mártires de la CAMINADA latinoamericana en el santuario de Riberao-Cascalheira, que levantamos en el primer aniversario del martirio del jesuita misionero Joao Bosco, que murió asesinado a mis pies por la policía, cuando él y yo intentábamos librar a dos mujeres campesinas que estaban siendo torturadas por la misma policía.

Ahora celebramos los 20 años de martirio de Joao Bosco. Y la gran romería de los mártires, que va a cerrar nuestras celebraciones, tiene como tema y lema «vidas por la vida». Nuestros mártires son los que mueren, pero resucitarán, pues, «dan la vida por la vida». Perder la memoria de los mártires sería, evidentemente acabar con la iglesia de un plumazo y creo yo que sería también acabar con lo más digno que ha tenido, tiene y tendrá, la historia humana.

La mejor historia humana siempre se ha escrito, por aquellos que la han escrito con sangre; la propia, claro, no con la sangre ajena.

Frente a esas tres tentaciones y creyendo de rodillas y con el corazón exultante en esa triple autodefinición de nuestro Dios, estamos filmando esta pequeña charla aquí en la capillita de nuestra casa, de nuestro palacio episcopal, ¿no?, y, por cierto, que quien me filma es Mino, Maximino Cerezo Barredo, nuestro pintor, pintor de la liberación como digo yo, pintor de tantas iglesias nuestras, de tanto local profano o sagrado, que todo es sagrado en esta América Latina y en el mundo.

Bien, pues, de rodillas y con el corazón exultante en ese Dios que así se nos auto define Él, Dios, nuestra ayuda. Nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor sólo se autentifican renunciando a este mundo neoliberal y militando contra él, cargando la cruz de los pobres y la utopía de su esperanza contra toda esperanza porque, hermanas, hermanos, Dios no fracasa, ni siquiera en este mundo, sólo que vence a su modo, claro, y a su tiempo, haciendo fructificar la sangre derramada de Jesús y su resurrección, que para algo ha de servir, y todo ese caudal tan reciente de los muchos testigos -ellos y ellas- que nos preceden, nos abren camino. Imagínense ustedes («ustedes», en Latinoamérica), imaginaos vosotros y vosotras que la iglesia de América latina -por hablar desde casa- fuera capaz de acomodarse, de perder indignación, de arrinconar la profecía.

Otra vez en las vísperas del tercer milenio, aquí en Brasil, ya tenemos incluso un novelón, por la red del periódico «O Globo»: «El fin del mundo». En estas vísperas, pues, del tercer milenio se está recordando -lo he leído en varias revistas- la sentencia de Karl Rhaner: en el siglo XXI un cristiano o será místico o no será cristiano. Yo voy a corregir a Karl Rahner. Que conste que lo considero el mayor teólogo de este siglo. Yo creo, con la más estremecida convicción evangélica, que hoy, ya en el siglo XXI, un cristiano o cristiana o es pobre y/o aliado o aliada, visceralmente, de los pobres, enrolado en la causa de los oprimidos o no es cristiano, no es cristiana. Somos buenos samaritanos, o negamos el Evangelio. Ninguna de las notas famosas de la iglesia se mantiene en pie, si la iglesia olvida esta nota fundamental, la más evangélica de todas: la opción por los pobres. Así nos interpela Dios, el Dios del Evangelio de los pobres.

El Dios de Jesús nos interpela como personas, como familias, como categorías sociales y como iglesias, individual y colectivamente, en nuestra vivencia y acción y relaciones personales, en nuestras alianzas o silencios o conformismos o traiciones y en nuestras estructuras sociales, políticas, económicas, eclesiásticas, en nuestras estructuras, que cada vez más todas ellas son narcisistas y competitivas, o sea, egoístas y excluidoras. Que el espíritu y la sangre y el llanto de tantos hermanas y hermanos nos limpien los ojos y nos renueven las entrañas.

Hans Küng ha convocado a todas las religiones y a las iglesias, a esa gran cruzada, que merece la bendición de la cruz, de acabar con el hambre, con la guerra, con la discriminación. Si la iglesia de Jesús no se pone humildemente, pero denodadamente, como una pequeña abanderada, esta cruzada auténticamente evangélica, se niega a sí misma y niega el propio Evangelio, pierde toda credibilidad. Solamente la causa de los pobres nos hace creíbles. Y dejadme terminar, claro, cómo no, con poesía, yo no soy teólogo, soy poeta.

(Imagino que está por ahí nuestro Forcano, y él como buen moralista es también un buen comerciante; y supongo que a estas alturas está con el tenderete ahí, exponiendo los libros buenos, sólo los buenos, porque los malos él no los expone. Entre esos libros hay un librejo mío, que por cierto Cerezo ha ilustrado también, con dibujos muy majos; el librillo se titula (y es bueno que lo compréis, claro, incluyo ya de antemano indulgencia plenaria para cada una de las páginas que leáis meditativamente y optando por los pobres), el librillo se titula: «Sonetos neobíblicos, precisamente». Termino con uno de esos sonetos:

«Antes de que el gallo cante»:

Por causa de Tu causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel... es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tu paz. No te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.