Queridos hermanos:
El pueblo peregrino en la tierra que marcha guiado por el Espíritu del Señor y por su divino conductor, Cristo, rey de las naciones, llega al final del año litúrgico. Como que termina, pues, una meta de esta peregrinación. El año litúrgico es el despliegue, a lo largo de los doce meses, de la personalidad de este rey y de su reino, de sus características. De modo que, a esta altura, todos nosotros que gloriamos del título de cristianos, debíamos de estar más conscientes del personaje que seguimos, Cristo rey, y de las características del reino al que él nos ha convocado y nos ha admitido por el bautismo. Este reino, y este rey, está bien encarnado en esta tierra. Su reino es un reino para los hombres, concretos de la historia. Y por eso al llegar a este final litúrgico del año 1977, me da gusto que hemos ido pasando con nuestra peregrinación por los hechos concretos de nuestra patria, de nuestra sociedad, de nuestra familia, de nuestras mismas preocupaciones personales.
Este es el objeto de enmarcar la homilía de cada domingo, aunque tenga que abusar un poco de su tiempo. Yo les agradezco su paciencia en escucharme, pero es necesario para que el evangelio del Reino de Dios se sienta evangelio nuestro, salvadoreño, que tengamos en cuenta estas realidades en las cuales el Reino de Dios se desarrolla y vive aquí en El Salvador de 1977. Por ejemplo, esa semana podríamos caracterizarla por un ambiente de violencia y de miedo. Y sería bueno analizar un poco las características de esta violencia y de este miedo y remontarnos, si es posible, hasta sus orígenes. Los hombres creamos los estorbos del Reino de Cristo en el mundo. Cristo no quiere violencia. Cristo no quiere terror. Cristo no quiere ambientes de desconfianzas mutuas, de acusaciones, de calumnias. Estos son obstáculos al Reino de Cristo.
En esta semana se ha dado una peligrosa interpretación a un asesinato; ¿Quién mató a don Raúl Molina Cañas? Este es papel de la Corte Suprema de Justicia. Que no se queden esos crímenes así, para que los interpreten echado la culpa y tomando de allí causas para pedir represiones contra tal vez quienes no tienen la culpa. Que se investiguen tantos crímenes cometidos para que no se dé de ahí el origen a ambigüedades muy peligrosas, entre las cuales se quiere hasta involucrar la misión santa de la Iglesia.
Creo que también en torno de este asesinato ha habido una escandalosa profanación del dolor. La Iglesia, como madre, se solidariza (yo lo dije en su funeral) con la familia doliente, con los que sienten de verdad la separación dolorosa de un miembro querido; pero no puede estar de acuerdo en que de una situación dolorosa se tome causa para excitar a la violencia. Por las señales conozco el grupo que iba azuzando esa manifestación. Se caracteriza por una exageración que podríamos llamar fanatismo, y es peligroso. Pocos días antes, cuando salían aquí del entierro de un campesino también, yo le exhorté que el silencio en el dolor es mucho más conmovedor. Si después no se hace a la voz serena de la Iglesia, no se echa la culpa a la prédica de la Iglesia de lo que sucede cuando se excitan así las pasiones, aún valiéndose de dolor, de la angustia de una familia y de un difunto.
También quisiera denunciar, pues, esa imprudente provocación a la represión contra el clamor del pueblo. Ya les dije, en una ocasión, hoy más que nunca se necesita ese don del Espíritu Santo que se llama el don del discernimiento. Discernir, distinguir entre lo malo y lo bueno. No te fijes en quien lo hace, sino en quien lo dice, sino en que es lo que dice. El clamor que clama justicia era el clamor del pueblo en Egipto, y la Biblia dice: "El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos". Dios escucha el pueblo clama por más justicia era el clamor del pueblo en Egipto, y la Biblia dice: "El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos". Dios escucha cuando el pueblo clama por más justicia, por más caridad, por más orden, más fraternidad.
Y no es pues de reprimir todo clamor, sino discernirlo. Los clamores que no merecen ser escuchados, sí reprímanse. Son las voces del crimen, de los secuestros, de las cosas infinitas que se han quedado sin castigo. Esas, sí, reprímanse, dondequiera que se encuentren, aunque sea en el ejército. Los abusos tienen que ser castigados. Por eso, invoca la justicia de nuestra patria para discernir, y no para simplemente reprimir sin distinciones. Y lo que es justo, óigase, óigase el clamor justo que puede ser respondido con justicia, principalmente por quienes tienen en sus manos el poder de la política y del dinero. Pueden oír tantos clamores y hacer felices a tanta gente, si no se aprovechara únicamente para excitar a la represión a toda costa.
De ahí también ha derivado una injusta campaña de difamación contra la Iglesia. La Iglesia de nuevo protesta, porque su predicación no es odio ni violencia. He repetido mil veces: como Cristo nuestro Señor, mi palabra ha resonado en público, y reto a quien me diga que yo he excitado a la venganza, al odio, a la violencia. La voz de la Iglesia ha sido siempre la voz del evangelio; no puede ser otra. Que ese evangelio toque muchas veces la llaga viva, es natural que arda y que duela; pero es la voz del evangelio, y la respuesta no debe de ser la difamación contra su mensaje, que no puede ser otro que el de Cristo Rey.
De ahí, queridos hermanos, que este ambiente que nos encuentra ya frente a las temporadas en pleno trabajo de recoger las cosechas, la Iglesia llama, como representante de Dios en la tierra, a alabar al Señor, que nos da lluvia de rubíes en nuestros cafetales; esas nevadas en nuestras tierras tropicales, que son las algodoneras; esas cañas que, como dijo nuestro poeta, cuando las cortan, "por sangre dan miel". ¡Qué cosa más bella nuestra tierra! En vez de ser manzana de discordia todo esto, yo llamo a la comprensión a los que poseen cafetales, algodoneras, cañales y todo lo que la tierra produce, y a los que van a colaborar también a cortarlas, a recogerlas. Unos y otros son hijos de Dios, bendecidos por esta tierra pródiga. Un poco de amor, nada más, no legalidad solamente. Las leyes, (se llaman de salarios mínimos o como se quieran llamar) no son suficientes. Porque aquel dicho tiene una gran verdad: "hecha la ley, hecha la trampa", y hay muchas injusticias cuando se cumple simplemente la ley sin amor. El amor es el alma de la justicia cristiana. El amor es el que le da sentido divino a la ley de los hombres. Si no hay amor, las leyes salen sobrando.
Por eso, hermanos, aunque no haga leyes, pero que haya diálogo, que haya comprensión, que haya fraternidad. Que no vayamos a lamentar en nuestras fincas en esta temporada, cosas de violencia. La Iglesia está llamando, pues, a la cordura, a la comprensión, al amor. No cree en las soluciones violentas la Iglesia. Cree en una sola violencia, en la de Cristo, que quedó clavado en la cruz, como nos lo presenta el evangelio de hoy. Él quiso recibir en sí todas las violencias del odio, de la incomprensión, para que los hombres nos perdonáramos, nos amáramos, nos sintiéramos hermanos.
Quiero informar también, a la luz de Cristo rey: el domingo pasado les hablaba del desaparecimiento de José Justo Mejía, allá en Dulce Nombre de María. Y esta semana se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa, con sus nueve niños pequeños, que venían a informarme. Según ella pues, lo encontraron con señales de tortura y muerto. Ahí está esa esposa y esos niños desamparados. Yo creo que el que comete un crimen de esa categoría está obligado a la restitución. Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como éste reciban la ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en conciencia de ayudar a sostener ese hogar.
Quiero informar también, en esta fiesta de Cristo rey, con inmensa satisfacción, que la huelga de la fábrica León, quedó solucionada en el primer diálogo. Monseñor Urioste, que llevó la representación de la Iglesia, ha expresado su admiración por la apertura de ambas partes, y quiero agradecerles y felicitarles. En cambio, lamento que todavía está sin solución la huelga de la empresa Inca de Santa Ana. El mediador de la Iglesia denuncia que no hay comprensión, que hay dureza, que hay terquedad. Hermanos, el diálogo no se debe de caracterizar por ir a defender lo que uno lleva. El diálogo se caracteriza por la pobreza: ir pobre para encontrar entre los dos la verdad, la solución. Si las dos partes de un conflicto van a defender sus posiciones, solamente, saldrán como han entrado.
Quiera el Señor iluminar pues en esta semana los conflictos sociales laborales, para que el Señor le dé esa riqueza que se encuentra en el diálogo sincero. En la lectura de San Pablo de hoy, se nos presenta Cristo Rey, no solamente rey del universo, sino de una manera especial cabeza de la Iglesia. Y desde esta Iglesia, que se llama aquí concretamente la Arquidiócesis de San Salvador, queremos agradecer a Cristo Rey estas noticias, y dárselas como homenaje en el día de su reinado, de esta Iglesia que trabaja por ser cada día más auténtica Iglesia, cuerpo de esa cabeza divina.
En este sentido, les informo, y les pido oraciones, en primer lugar por los sacerdotes. Por primera vez cada vicaría, o sea cada grupo de párrocos, ha organizado sus ejercicios espirituales, esa semana de intensa reflexión en que el sacerdote revisa, evalúa su trabajo. Y en esta hora de sinceridad, yo les pido a todos, principalmente a aquellos que no están contentos de nuestro clero, que pidan mucho al Señor para que el Espíritu del Señor les ilumine a ser fieles a su verdadera misión. Por mi parte, les digo, que todo sacerdote que está trabajando en comunión, es un auténtico representante del mensaje de Cristo. Tratemos de comprenderlo y de dialogar con él cuando no estemos de acuerdo en sus cosas, pero no a difamar así en forma general los curas "comunistas, tercermundistas". Quisiera casos concretos, quisiera que se denunciara al Padre Fulano de Tal, que en tal misa dijo esto que no está de acuerdo con el evangelio. Y yo soy el responsable de llamar la atención y siento, que, en esta hora de sinceridad de nuestros queridos sacerdotes, ellos buscan en la luz de la revelación divina, la fuerza y la orientación de su misión en la tierra. Los acompañantes, pues, con nuestras oraciones y yo le pido a todo el pueblo de Dios en estos días mucha oración por nuestros queridos sacerdotes, en días de reflexión.
Una gran noticia es también sacerdotal, que el 10 de diciembre, a las 10 de la mañana, aquí en Catedral, vamos a ordenar dos nuevos sacerdotes, los diáconos Héctor Figueroa y Jorge Benavides, dos nuevas fuerzas que vienen a nuestro presbiterio. Bendito sea Dios.
En cambio, doy una noticia triste, también sacerdotal, y es que un sacerdote, que ya no está en el ejercicio, en comunión con el obispo, ha tratado de usurpar la parroquia de Quezaltepeque, atropellando al verdadero párroco, y al Padre Roberto, el cual está en comunión con el obispo. Desde aquí hago llegar mi voz a Quezaltepeque para decirles que el pastor auténtico es el Padre Roberto y los que trabajan con él son los que construyen la Iglesia. El grupito político que acuerpa al Padre Quinteros está buscando otros intereses; no constituye la Iglesia. Quiero agradecer al Vicario, al Padre Nieto, a las religiosas y a los laicos en comunión con la Iglesia por haber acuerpado con valor y valentía y verdadero sentido jerárquico a la verdadera Iglesia. Dios ha de bendecir esa parroquia, puesta hoy también en esta prueba.
En el seminario, la esperanza de la Iglesia, esta semana se tuvo un retiro de fin de año. Era hermoso ver a estos jóvenes estudiantes, ya de filosofía y teología, analizando a la luz de la revelación divina, de la espiritualidad sacerdotal, su caminar como jóvenes hacia el sacerdocio. Y ayer una cosa emocionante: la capilla del seminario, después de haber estado en reflexión con las familias, padres de familia de los seminaristas, daba gracias a Dios por terminar el año. Era hermoso también ver salir del seminario, acuerpado a cada seminarista, su grupo familiar. Qué bien se comprende que el primer seminario es la familia y que de familias organizadas cristianamente tenemos la esperanza de nuevas y buenas vocaciones. En el seminario menor está llena la matrícula con 52 alumnos, cosa que nunca se había esperado, muchos ya próximos al bachillerato.
En Chalatenango se organiza un preseminario para recoger en aquella región a los jovencitos que quieran terminar su bachillerato, ya orientándose al sacerdocio. Lo mismo, va a funcionar una escuela para religiosas y laicos comprometidos en la pastoral de la Arquidiócesis del departamento de Chalatenango.
Finalmente, hermanos, un recorrido por las comunidades: en Santa Tecla, en la Casa San Vicente, se está celebrando la novena de la Medalla Milagrosa, y quiero agradecer a las hermanas de la caridad la atención que han dado a esta jornada de plegarias por el obispo y por los sacerdotes. En San Marcos, se tuvo el miércoles la entrega de Biblias al grupo catecumenal. Yo les pido perdón por no haber podido estar con ustedes, como les había prometido. En Panchimalco, también esta tarde, entrega de Biblias a otro grupo de estudios de la sagrada Escritura. En Ilopango una hermosa convivencia juvenil, que sacó como conclusión que la renovación del mundo no se podrá hacer mientras cada joven y cada hombre no trate de ser un hombre renovado por dentro. Es lo que hemos dicho siempre: que la renovación del mundo no es cambio de estructuras, sino el cambio sincero del hombre. También allá lamentamos la muerte del papá del Padre Fabián, a cuyo funeral asistimos. En la academia de San Vicente de Paul, una hermosa ceremonia de confirmación de jóvenes y una carta emocionante de las ancianitas que me dicen que ofrecen todos sus achaques de vejez por esta Iglesia que trabaja en El Salvador.
En la Palma se edita un boletín muy bonito: La Voz del Espíritu y quiero agradecerle al párroco el apoyo que siempre presta allí a la palabra del obispo, llamándolos a escuchar.
De Suchitoto también vino una visita del comité de construcción de la fachada de la Iglesia para hacer un llamamiento a la comunidad a ayudarles. Recibí también del cantón Teteytenango una generosa ayuda. Dios se lo pague.
Quiero anunciarles también, hermanos, que el jueves de esta semana, tercer jueves de noviembre, según una tradición, se celebra el día de la acción de gracias. Aquí en Catedral la misa de las 12 tendrá ese objetivo: dar gracias a Dios por todos los beneficios. Los que no puedan venir a misa, en sus hogares elevan sus corazones a Dios, dándole gracias por todo lo bueno que Dios es con nosotros.
Finalmente, quiero agradecerles que este año se va a llevar a cabo como siempre el concurso de nacimiento de Navidad. Pueden inscribirse en la Librería Cultural Católica o la Librería Ercilla. Los párrocos de las colonias son invitados a promover este concurso y dar los nombres de sus triunfadores, para que el 6 de enero, día de Epifanía, entreguemos los premios a los mejores nacimientos de San Salvador y de sus colonias.
Hermanos, como ven, es un marco muy denso de realidades históricas y eclesiales, en las cuales hemos leído la palabra de Dios. La primera lectura nos remonta a los orígenes terrenales del Rey Cristo, Hijo de David. Un momento solemne de la historia de Israel reúne al pueblo en Hebrón para ungir en nombre de todo el pueblo y proclamarlo su rey y pastor al que va a ser el principio de una dinastía, David, de la cual nacerá Cristo, verdadero rey. Cuando le aclame el evangelio "Jesús, Hijo de David", le está diciendo "Rey de Israel". La segunda lectura, de San Pablo, a los colosenses, Capítulo 1º. 12-20, es una teología preciosa del apóstol San Pablo sobre los orígenes divinos, no terrenales, como David, sino divinos, de este Hijo de Dios que se hace hombre y que por tanto es verdadero principio y subsistencia de todas las cosas, finalidad hacia la cual converge todo el cosmos y del cual deriva toda la fuerza del universo, y de la Iglesia, naturalmente. Y el evangelio, que nos presenta un raro trono de este rey, una Cruz, entre burlas, muere el Rey. Pero al que no descubren las persecuciones de los poderosos de su tiempo, un malhechor arrepentido lo descubre: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino". Y Cristo le ofrece: "Hoy mismo, porque yo, aunque me ves, deshaciéndome los dolores de la Cruz, soy el rey que está conquistando al mundo por el dolor de la expiación de la Cruz. Hoy mismo estarás en mi Reino, en mi paraíso".
Hermanos, si a la luz de estas lecturas recorremos la hermosa perspectiva el año litúrgico, encontremos las características de este reino y de este rey. El año litúrgico comienza el próximo domingo: los domingos de Adviento, preparación para Navidad; Navidad, que se prolonga hasta la Epifanía; Adviento y Epifanía, una temporada el año en que la liturgia nos proclama que este niño que nace en Belén viene a ser como el germen de un reino que ya se inicia en esta tierra. Es la verdad que ha venido a hacerse hombre. Por eso vemos que la característica el reino de Cristo es el Verbo que se hizo hombre, la palabra, la verdad, el profeta; Cristo es profeta. Su realeza es profética. Es un rey que habla la Palabra de Dios y deja un mensaje: "Id por todo el mundo a predicad esto que yo os he enseñado". Esto que yo estoy predicando ahora en la Catedral de San Salvador y, a través de los micrófonos de la Voz Panamericana, está llegando a las diversas comunidades que están reflexionando con nosotros, que es la voz profética del reinado de Cristo.
Es Cristo rey que está hablando como profeta las verdades del reino de Dios, las bellezas de su verdad y las negruras del pecado; las denuncias para que en la historia se purifiquen los hombres y sean dignos de este reino de la verdad. No quiere hombres de la mentira. Cuando frente a Pilato, que le pregunta: "Tú eres rey?" Cristo contesta que sí e inmediatamente declara que es un reino de la verdad; "para eso he venido al mundo, para proclamar la verdad". Y el poderoso Pilato, escéptico, porque no creía en la verdad, como muchos hombres no creen en la verdad, le pregunta con escepticismo, dejándolo ya: "¿Qué es la verdad?. Así viven muchos, hermanos, de espaldas a la verdad, dándole un desprecio a la verdad. Y por eso, en este año litúrgico que clausuramos hoy, me da mucha alegría de que el pueblo haya comprendido que el reino de Cristo que predica es el reino de la verdad. Y se ha analizado profundamente la situación y la actuación del Arzobispado y de sus sacerdotes, para decir que la Iglesia ha mantenido la verdad, el reino de Cristo, el reino de la verdad, el reino del profeta.
Terminada la Epifanía, comenzaron los días que se llaman del Tiempo Ordinario. Son 34 domingos, que se comienzan entre Epifanía y Cuaresma y luego se interrumpen para dar lugar a la Cuaresma y a la Pascua, y se continúan después de Pascua, hasta este domingo en que el domingo 34 coincide con el día de Cristo Rey.
Todo ese largo período del Tiempo Ordinario, como hemos ido caminando y reflexionando juntos aquí en Catedral, se han dado cuenta que es un continuo enseñar de Cristo: su doctrina, su modo de pensar, cómo quiere a los hombres. Es precioso el Evangelio que se escondió para este año, el de San Lucas; nos presenta este magisterio de Cristo, caminando hacia Jerusalén. Si ahora recordáramos los diversos evangelios que hemos venido siguiendo estos años, todos han sido episodios que el Evangelio de San Lucas nos presenta en un caminar hacia Jerusalén. Y ahora hemos llegado, y la cumbre de Jerusalén es el Calvario. Cristo está crucificado; pero su meta, su recorrido, ha sido una larga enseñanza de maestro, un profeta que ha enseñado a los hombres las bienaventuranzas, el perdón, el amor, la comprensión. El evangelio es el único camino iluminado, hermanos, para encontrar la solución de las cosas. Y la interrupción que se hizo en Cuaresma, en Semana Santa y Pascua, es precisamente para darle la otra característica a este reino de Cristo, reino sacerdotal. Cristo es el Hijo de Dios que se encarna, se hace hombre en las entrañas purísimas de María Virgen, y al unirse la naturaleza de Dios con la naturaleza humana proporcionada por una mujer, resulta ese conjunto que se llama Cristo, Hijo de Dios e Hijo de Hombre. Y como hombre, ungido por la personalidad de Dios, por el Espíritu Santo, es sacerdote eterno.
María concibe en sus entrañas un Dios que, al hacerse hombre, se hace sacerdote, medianero de las causas humanas. Por eso, María es también Madre de la Iglesia. Y en esta fiesta de Cristo Rey, nuestra mirada se vuelve filial y cariñosa, a la Virgen María, Madre de Cristo, Madre del rey, Madre del profeta, Madre del sacerdote eterno. Y como sacerdote, Cristo sube a Jerusalén callado ya; ya habló, ya enseñó con la boca. Ahora un ejemplo es la entrega absoluta, sacerdotal silenciosa. En la cruz, Cristo muere, Cristo muere como sacerdote, sacerdote que da su vida por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres. El reino de Cristo no lo podemos concebir sin este gran concepto salvífico, mesiánico.
Cuando los profetas del Antiguo Testamento anunciaban la venida de Cristo, confunden una doble perspectiva: la perspectiva mesiánica-temporal de Cristo y la medida escatológica, la eterna, donde el reino de Cristo va a llegar a su consumación, o sea que Cristo, viniendo al mundo como sacerdote, da un sentido sagrado a la creación, da un sentido de orientación hacia Dios de todo lo creado. Cristo encarnado, naciendo, viviendo entre los hombres, es Dios que le está dando, a la historia y al universo, su sentido divino, su verdadera orientación.
Cristo, sacerdote y redentor. Su primera fase, es ésta que estamos viviendo, desde su primera venida, hace veinte siglos, hasta la hora del fin del mundo, que no sabemos cuando será. No importa la hora, lo que importa es que ya nos encontramos en esa fase en que las promesas del Antiguo Testamento se hicieron realidad en el rey que nació de María Virgen y que ese rey ya vive eterno, porque murió en la Cruz y resucitó. Resucitó y está lleno de vida y su vida la está ofreciendo a este pueblo que lo va siguiendo. Este reino pues de la verdad y de la vida, reino sacerdotal. Todos los pecadores encontramos en El, el perdón, porque su sangre derramada en la Cruz es el sacrificio que alcanzó el perdón de todos los crímenes. Por eso, cuando desde allí denunciamos los pecados que manchan nuestra historia, llamamos a los pecadores a conversión. Nunca llamamos a las víctimas a la venganza eso no es cristiano sino que llamamos al que cometió el crimen conviértete que Jesús murió también por tí, te está esperando para perdonarte.
¿Quién me diera, hermanos, esta palabra del sacerdote eterno, Cristo rey, llegara hasta esos antros donde están escondidas tantas manos criminales, tantos que han dejado en el misterio hombres muertos y desaparecidos y les tocara la gracia de Cristo: conviértanse, volvamos al reino de este amor donde no caben esas situaciones sangrientas? Cristo, sacerdote, en esta primera fase nos está dando tiempo hasta la hora de nuestra muerte, hasta la hora en que Él venga a juzgar a vivos y muertos. Entonces, cuando termine la historia, Cristo terminará también su misión sacerdotal, mesiánica, temporal, para iniciar entonces con aquel juicio final, que ya lo describe el evangelio de San Mateo, tremendo, apartando a la derecha a los que no quisieron obedecer: "Venid, benditos de mi Padre a poseer el reino; un reino que yo conquistaré en la tierra y que ahora lo entrego al Padre para que Él sea todo en todas las cosas".
Hermanos, yo auguro a todos ustedes que aquel día nos encontraremos a la derecha del Juez para ser llamados benditos del Padre por el perdón sacerdotal de Cristo. Y en cambio a los réprobos, a los que no aprovecharon su misericordia, a los que, en vez de oír la voz misericordiosa de la Iglesia, la calumnian y la desprestigian, todos aquellos que le ponen murallas al reino de Dios, todos aquellos que pecan contra el Espíritu Santo, todos esos estorbos del reino de Cristo en la tierra, si no se convierten a tiempo, ya está la sentencia, ya están juzgados, dice Cristo: "Apartaos, malditos al fuego eterno, preparado para el demonio, el rebelde y sus seguidores. Porque tuve hambre y no me distéis de comer. Tuve sed y no me distéis de beber. Estuve desnudo y no me cubristeis. Estuve encarcelado, desaparecido asesinado, y no tuvisteis misericordia de mí, y asustados, los réprobos le preguntarán: "¿Cuándo, Señor?" Y Él dirá: "Siempre que atropellasteis a uno de mis hermanos pequeños, a mí me atropellasteis.
Ah, si se supiere, hermanos, que en esta hora del mesianismo temporal de Cristo, Él está encarnado en cada hombre, cómo nos respetáramos, cómo nos amáramos, cómo desaparecería esa explotación del hombre por el hombre. No hay clases sociales ante Cristo. Él es todo en cada hombre, hasta en el más harapiento, hasta en el más rico. Cristo está en todos y no es justo odiar ni al rico, ni despreciar al pobre, que es la ley del amor que Cristo quiere establecer en la tierra. Este es el reinado temporal de Cristo. Y cuando Él dice ante Poncio Pilato, "Mi reino no es de este mundo", y cuando huye de las turbas que lo quieren hacer rey, no es porque él no tenga potestad en las cosas de la tierra, sino porque eso lo ha dejado para que los hombres los administren según su pensamiento. El gobernante, el legislador, el juez, no es dueño de la patria, ni de las leyes ni de la justicia. Es un administrador del reinado de Cristo que tiene que administrar la justicia, el gobierno, el bien común, según el pensamiento del rey justo, del rey amor, del fraternal. Y si un gobernante no cumple con esta soberana ley del Rey de Reyes y Señor de Señores, el también será el azote inservible, ya que castigó a un pueblo pero que es echado al fuego eterno.
Hermanos, ésta es la historia bajo la luz de Cristo rey. Y cuando llegue la consumación final, el reino escatológico, que ya lo explicamos en otro domingo, cuando Cristo caminando en esa peregrinación luminosa hacia el reino de los cielos a poseer la felicidad para siempre (y mientras van los réprobos también camino de su castigo eterno), qué feliz será que esta Iglesia que ya inició el reino de Dios en la tierra, toda ella congregada por su pastor divino, se encuentre en ese número de los que se salvan. No digo que sólo los de la Iglesia se salvan. En la misma se dice, muy hermoso: "Oh Dios, que tendiste tu mano misericordiosa para que la encuentres todo el que te busca". Ya les expliqué en una ocasión que hay religiones paganas, que no son cristianas, no han conocido a Cristo, pero sus hombres viven con una moral intachable, mejor que la de muchos cristianos, y ellos se salvarán, y no muchos cristianos, porque no basta estar en el cuerpo de la Iglesia que es el reino de Cristo (pero muchos sólo están en el cuerpo en pecados, sino que hay que estar en el corazón de la Iglesia. Y los que están fuera de los límites geográficos o visibles, jerárquicos, de la Iglesia, pero cumplen la ley de Dios por la iluminación de Cristo que misteriosamente les está llegando, ellos están el corazón de esa Iglesia de Cristo, mejor que muchos que viven en la Iglesia, pero no viven la Iglesia.
Por eso, hermanos, es necesario que a la luz de Cristo rey, examinemos que esas tres categorías de Cristo, profeta, sacerdote y rey, son características que el bautismo ha dado a cada bautizado, para que colabore con Cristo. Como sacerdote, cada cristiano tiene que colaborar para que el mundo sea consagrado a Dios. El padre de familia, la madre de familia, los jóvenes, los niños, los bautizados todos tienen que sentirse pueblo sacerdotal y hacer que su hogar, su empresa, su hacienda, su finca, su negocio, su trabajo, su taller, todo sea iluminado por esta realeza de Cristo nuestro Señor.
Qué hermoso será el día en que cada bautizado comprenda que su profesión, su trabajo, es un trabajo sacerdotal, que así como yo voy a celebrar la misa en este altar, cada carpintero celebra su misa en su banco de carpintería, cada hojalatero, cada profesional, cada médico con su bisturí, la señora del mercado en su puesto, están haciendo un oficio sacerdotal. Cuántos motoristas sé que escuchan esta palabra allá en sus taxis; pues tú, querido motorista, junto a tu volante, eres un sacerdote si trabajas con honradez, consagrando a Dios ese tu taxi, llevando un mensaje de paz y de amor a tus clientes que van en tu cuerpo.
Y así, hermanos, cuánto bien haríamos si en vez de difamarnos desacreditarnos, y odiarnos, trabajáramos como un solo pueblo sacerdotal, orientando con Cristo hacia Dios esta naturaleza creada para Dios. Y como profeta, Cristo nos ha hecho también participantes de su misión de llevar la palabra, el mensaje. El padre de familia es sacerdote en su hogar y profeta. Tiene que corregir, tiene que orientar. El patrono, el profesional también tienen, todos, hermanos, aquí no hay nadie en la Catedral, no los que están escuchando por radio, no hay nadie que no tenga una misión profética, la misión profética de anunciar el reino de Cristo, de denunciar los pecados contra este reino y de atraer a todo el mundo hacia Cristo.
Y finalmente, la función de Cristo rey; su realeza quiere decir un reino social, un reino de justicia cristiana, de amor y de paz. Todos tenemos que colaborar para que los bienes creados por Dios las cosechas que ahora se están levantando, las leyes, las estructura sociales, económicas, políticas, respeten los derechos de los hijos de Dios. Sea el reino de Dios verdaderamente una realidad que abre los caminos a la predicación del evangelio.
Gracias, hermanos, por escucharme y por reflexionar. Yo les invito a que celebremos esta misa íntimamente unidos, con esa presencia que todavía es invisible. En la hostia y en el cáliz Cristo no se ve, pero está. Y eso basta a un cristiano. Está Cristo aquí en medio de la sociedad cristiana; en medio de esas comunidades de base, donde ahora están reunidos reflexionando, ahí está Cristo. Aquí en Catedral, Cristo es ustedes, hermanos. Este Cristo vive. En El pongamos nuestra esperanza. No desesperemos. Cierto, les decía que hemos vivido una semana que inicia, parece, una nueva fase de terror, de miedo, de violencias quiera Dios que no. Los cristianos, desde luego, no se dejen llevar por el miedo, vivan en su corazón la certeza de que Cristo vive. Vive ofreciéndonos todas las soluciones de los problemas. Únicamente nos pide que no seamos sordos mucho menos perseguidores de su mensaje, sino que lo escuchemos y tratemos, sobre todo, de vivirlo. No señalemos en otros las culpas de los males. Veamos a nosotros mismos, si hemos vivido realmente como verdaderos seguidores del Cristo Profeta, del Cristo sacerdote, del Cristo rey.
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