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Visión ecológica y supervivencia planetaria

Concept paper for EATWOT’s General Assembly
at Yoghyakarta, Indonesia, 2012


 

El actual sistema económico y productivo mundial, y el modo de vida de la civilización capitalista, son los causantes principales de la «sexta gran extinción de vida» en este planeta. Si no cambiamos radicalmente, vamos hacia una catástrofe ecológica planetaria, y tal vez a nuestra propia extinción como especie viviente. A partir de esta VISIÓN que aquí damos por supuesta -cuyos datos pueden encontrarse por cualquier parte-, entramos a JUZGAR teológicamente esta situación.

Nuestra tesis es que a este destino de destrucción hacia el que parece que nos encaminamos, no le pondrán ponerle remedio, por sí solos, ni el capital, ni la política, ni las religiones institucionales; sólo podrán hacerlo si a ellos se une un cambio de mentalidad religiosa -quehacer propio de la teología-.

Hoy por hoy, la religión sigue siendo la fuerza más profundamente movilizadora de la población mundial. Aun quienes se declaran fuera de las religiones institucionales, no están libres de una visión básica religiosa que condiciona esencialmente su forma de ver el mundo y de verse a sí mismos. Sostenemos que sólo un cambio en esta manera «profunda» (religiosa) de ver, sólo un cambio de esa «visión», puede posibilitar la supervivencia (survival) de la Humanidad, porque

sólo dejaremos de destruir la naturaleza
cuando descubramos su dimensión divina
y nuestro carácter natural

Nos explicamos:

 

I. Ha sido una visión religiosa tradicional la que ha hecho posible que llegáramos a esta situación.

 

a) La imagen del mundo-cosmos que tradicionalmente hemos tenido era...

-  una imagen «pequeñita», por nuestra falta de conocimiento científico (estuvimos supliendo nuestra ignorancia con imaginación y pensamiento mítico),

-  contemplaba la naturaleza como un mero «escenario» para la representación del drama humano;

-  la religión (que es una relación del ser humano con Dios) estaba concebida y vivía de espaldas a la naturaleza.

-  la materia ha sido considerada tradicionalmente como algo inferior, inerte, carente de vida por sí misma, sostenida en el ser sólo por Dios, privada por sí misma de todo valor que no le fuera dado por Dios,

-  y era considerada como la región ontológicamente inferior, el lugar de la imperfección, del mal, de la «carne», del pecado...

-  siendo objeto de una visión dualista que la separaba y la privaba de toda relación intrínseca con lo espiritual y con lo divino.

 

b) La imagen tradicional que hemos tenido de nosotros mismos nos presentaba como seres superiores al resto de la naturaleza;

En realidad, no nos creíamos realmente naturales, sino «sobre-naturales», dotados de una vida superior que sería nuestra principal consistencia (la «imagen y semejanza de Dios» a la que fuimos creados, el ser hijos e hijas de Dios -de un modo eminente, sólo nosotros-, la gracia de Dios de nuestras almas...).

En realidad no seríamos de este mundo, de esta Tierra, porque fuimos creados aparte, cuando ya estuvo preparado todo el escenario, directamente por Dios, lo cual significa que no venimos de esta Tierra, sino que venimos de arriba, y de fuera... y no nos sentimos en este mundo como en nuestro hogar, porque aquí sólo estamos de paso, caminando hacia la vida eterna celestial...

Esta disparidad y oposición tan radicales entre la naturaleza y nosotros hizo que pusiéramos lo humano por encima de todo lo demás: el antropocentrismo, por el que toda la realidad natural ha sido vista en función del ser humano. Lynn White lo denunció con frase lapidaria: el judeocristianismo es la religión más antropocéntrica.

Seríamos los protagonistas de la historia, la especie elegida, la única a ser tenida en cuenta, aquella a la cual todas las demás han de servir (especismo).

Por eso, hemos visto a la naturaleza como algo a ser dominado (dominio al que el mismo Dios del Génesis nos invitó), como una despensa de recursos supuestamente infinitos, inagotables.

 

c) La imagen de Dios tradicional

Parece que desde el neolítico, la civilización agraria transformó su percepción de la divinidad:

-  distinguiéndola y separándola de la naturaleza, desposeyó a ésta de toda sacralidad, desplazando la divinidad hacia la transcendencia,

-  que habitaría en el mundo de las ideas (Platón), el mundo verdadero, perfecto, superior, instalado encima del nuestro -que depende de él-,

-  y la configuró como theos, una divinidad dominadora, masculina, guerrera, patriarcal...

También aquí el dualismo lo impregnó todo: dos pisos en la realidad, dos polos enteramente desquilibrados (un dualismo en realidad “monista”, porque de los dos polos sólo uno concentra todo el ser y todas las potencialidades, siendo el otro pura pasividad, receptividad y negatividad.

Esta transcendencia de Dios -espíritu puro, Creador total, enteramente diferenciado del cosmos, Señor, Kyrios...- nos ha justificado a los humanos -creados a imagen y semejanza suya-, para compartir algo de su transcendencia y todo su señorío sobre la naturaleza.

(Ésta no era la imagen de Dios que tenía el ser humano paleolítico, que vivió en gran armonía con una Naturaleza considerada divina, Pachamama, Gran Diosa Madre nutricia respetada y venerada. ¿Dónde fue, en qué momento de nuestra historia nos equivocamos y torcimos nuestro camino? Hoy los analistas parecen coincidir: tomamos un camino errado a partir de la revolución agraria, y es ahora el momento de enderezar nuestro camino).

Pues bien, esta visión religiosa, tradicional y hegemónica durante milenios en Occidente, es la que ha hecho posible el surgimiento y la consolidación de un sistema civilizacional depredatorio, enemigo de la Naturaleza, responsable del desastre ecológico hacia el que nos encaminamos.

La causa principal no ha sido la mala voluntad de algunas personas o pueblos, sino el conjunto de elementos teóricos (religión, creencias, teologías...) que han permitido y justificado esa concepción despectiva, explotadora y depredadora hacia la naturaleza,

Esta actitud negativa ha visto multiplicarse sus efectos nocivos al aumentar vertiginosamente la población humana en el planeta y al desarrollar el ser humano exponencialmente sus capacidades tecnológicas, que han sido puestas casi exclusivamente al servicio del lucro. Lo que en siglos pasados era un daño fácilmente asimilable por el planeta, hoy está siendo, en verdad, un «eco-cidio»: son muchos los analistas que coinciden en denunciar que esta civilización y su opción por el actual tipo de desarrollo, se han hecho incompatibles con la supervivencia del planeta y de nosotros en él. Estamos realmente, con toda literalidad, en vías de auto-extinción.

Por todo ello, sólo dejaremos de destruir la naturaleza -y de destruirnos, con ello, a nosotros mismos-, cuando sustituyamos esa «visión» dañina que se nos inoculó a través de la religión. Mientras mantengamos la vieja visión, los mejores medios tecnológicos continuarán sirviendo al lucro y depredando la naturaleza. Sólo con una nueva visión podrá poner remedio -si conseguimos llegar a tiempo- al ecocidio. Y nadie como la religión, que educó a generaciones y generaciones inculcándoles las imágenes y visiones más básicas, podrá sustituir la vieja visión por una nueva, inculcar con tanta eficacia como las religiones. Nadie como ella tiene tanta responsabilidad en la situación actual y, asimismo, nadie tiene tanta potencialidad para hacerlo

Pero, ¿cuál es esa nueva visión? La que ha venido fraguándose a lo largo de los últimos tiempos:

 

II. La nueva visión que puede posibilitar de supervivencia de la vida en el planeta.

Necesitamos

a) Una nueva imagen del mundo

La nueva cosmología está revolucionando la imagen que teníamos del mundo, que ahora vemos como un cosmos no quieto sino en movimiento total, en expansión continua, en un proceso de evolución, con saltos cualitativos, autopoiesis, aparición de propiedades emergentes......

La nueva física nos descubre que la materia no es una roca inerte, sino que materia y energía son convertibles, que la materia tienen interioridad, que de la materia (no de arriba ni de afuera, sino de adentro) brota la vida, que la vida tiende a complejificarse continuamente, a recrearse y reinventarse a sí misma...

Una nueva comprensión nos hace descubrir el error en que hemos estado al considerar la naturaleza como una inmanencia desprovista de transcendencia, de sacralidad, de divinidad... Estas dimensiones no pueden estar expatriadas a una «transcendencia» abstracta y metafísica que hemos imaginado. La única transcendencia que hoy podemos aceptar es profundamente inmanente.

Dios no puede estar fuera, ni antes de la realidad cósmica, sino en ella. El cosmos, de alguna manera, viene a ser como el cuerpo del Espíritu.

No hay sobrenaturalidad y sacralidad si no es en la interioridad de la realidad: es la realidad misma la que es sagrada, la que es divina, la «Santa Materia» (Teilhard de Chardin).

Salvando las distancias y los romanticismos, hoy nos parece que debemos desandar el proceso de desacralización y desencantamiento a que hemos sometido a la naturaleza por la vía de la racionalización y el cientifismo, al degradarla de la sacralidad y divinidad con que nuestra misma especie la ha venerado durante muchos milenios (Paleolítico) y la continúa venerando en muchos pueblos cuyas culturas se oponen al racionalismo y al cientifismo.

La nueva visión del mundo supera radicalmente el dualismo entre inmanencia y transcendencia.

 

b) Una nueva imagen de nosotros mismos

Cayendo en la cuenta de que no venimos «de arriba ni de afuera», sino «de adentro y de abajo»... Nuestra edad es de 13.730 millones de años. Nacimos todos con el big ban. Desde entonces, todas las fases, cada uno de los hitos de la evolución del cosmos forma parte de nuestra «historia sagrada cósmica», que es, de entrada, una Gracia ancestral...

No hemos sido «creados de la nada», por un dios-theos separado del cosmos, que nos habría puesto luego sobre un escenario terrestre «creado en cinco días»... sólo destinados a representar el drama de la «historia de la salvación (humana)» para someternos a una prueba y pasar a otra vida distinta... Esa imagen tan tradicional y arraigada es falsa, y vemos además que nos hace daño...

Somos «polvo de estrellas» -literalmente tal, sin metáfora-, formado en la explosión de una de las supernovas,

somos concretamente Tierra, Tierra-Mater-ia, autoorganizada, que ha cobrado vida, y ha llegado a tener conciencia, a sentir, a pensar...

somos una «especie emergente» que reúne en sí los tres cerebros animales -el primario del reptil, el más elaborado de los mamíferos, y el cortex cerebral que nos caracteriza...- y todo el esfuerzo autopoyético de la evolución de la vida...

somos una especie más, aunque muy peculiar, que no tiene el derecho de menospreciar a los demás seres vivos, sentientes e inteligentes a su manera, sino que debe, por razón del mayor conocimiento que se le ha dado, hacerse cargo fomentar con su inteligencia la armonía y el buen vivir y buen convivir de todos los vivientes de este planeta.

No somos pues una realidad distinta, esencialmente espiritual, superior, ajena a esta Tierra. Somos plenamente telúricos, profundamente naturales, flor última y más reciente -por ahora- de la evolución en este rincón del cosmos, evolución que ahora, en nosotros, da un salto y se convierte en cultural y de calidad profunda...

Desde este punto de vista, la persona humana ya no puede ser considerada ya con el carácter absoluto con el que se la ha considerado, orgullosamente (“doctrina social de la Iglesia”),

Estamos inter-religados con todo, en una red absolutamente interdependiente. Al destruir la naturaleza destruimos nuestro hogar, nuestra base nutricia, nos destruimos a nosotros mismos.

 

c) Una nueva visión de la divinidad...

El dios-theos patriarcal, espiritual, inmaterial, acósmico, todopoderoso, señor, kyrios... no sólo ya no es creíble para muchas personas, sino que además descubrimos es una imagen que nos ha hecho y sigue haciendo mucho daño, porque ha justificado el desprecio y la depredación de la naturaleza.

La correcta imagen de Dios ya no podemos encontrarla sólo en las Revelaciones, el «segundo libro» (san Agustín) que Dios escribió, sino en «el primero», la realidad, el cosmos, libro que en los últimos 300 años se nos ha abierto de un modo inimaginable, con un auténtico «valor revelatorio» (Thomas Berry).

Un error sobre el cosmos redunda en un error sobre Dios (Tomás de Aquino): los inmensos errores y el gran desconocimiento que hemos tenido sobre el cosmos, la materia y la vida, ha tenido que redundar en grandes errores sobre la divinidad. Hoy podemos intuir de un modo mucho más certero el rostro divino del cosmos, su alma divina, un nuevo rostro de Dios, que alienta en todo.

El Dios-theos-kyrios que nos ha acompañado tan impositivamente durante milenios, descubrimos hoy que es simplemente un «modelo» con el que hemos intentado habérnoslas con la intuición de la sacralidad, debatiéndonos a oscuras con el Misterio, y confundiendo con frecuencia las creencias, los símbolos y los mapas como si fueran descripciones realistas de un segundo piso...

Para un número creciente de personas, el teísmo (un theos up there, out there) no sólo resulta increíble, sino que es cada vez más señalado como el causante de la desacralización del mundo (al expatriar la divinidad hacia una transcendencia meta-física), del endiosamiento del ser humano, de su sobre/des-naturalización, y de su deriva hasta convertirse en el mayor enemigo actual de la vida en el planeta.

El teísmo (e igualmente el ateísmo) deben ceder paso a una cierta actitud pos-teísta. La divinidad de la realidad, o la Realidad Última, no deben más ser concebidas según el modelo del theos, ni según nuestro propio modelo (teísmo antropomórfico); quizá pueden ser contempladas por un tiempo según el modelo de la vida, biomórfico: lo que vemos en el misterio evolutivo de la vida nos revela de alguna manera algún rasgo real de la Divinidad.

El panenteísmo (literalmente «Dios en todo, todo en Dios») es aceptado hoy -conscientes de que nada es un nuevo dogma, ni una interpretación definitiva- como el modelo más aceptable para esta época ecozoica (Berry) o el antropoceno (Boff y otros). Una divinidad que no está fuera, que no es un alguien como nosotros, ni un Señor... sino la Realidad última que anima el cuerpo del cosmos, la Realidad misma mirada a partir del misterio de sacralidad que envuelve desde dentro...

Una divinidad, por tanto, a la que no encontramos más por apartarnos de la materia, de la tierra o de la vida, sino que nos impulsa a encontrarla apasionadamente en ellas.

 

Conclusión

Nuestra supervivencia (survival) y las de muchas especies en este planeta, está en riesgo, y el peligro se hace cada día más cercano.

En el fondo, ha sido una determinada visión religiosa la que nos ha conducido hasta aquí, y ha sido la misma visión religiosa que ha hecho posible el capitalismo, hoy hegemónico en el sistema económico globalizado.

Es indispensable otra visión religiosa que reconduzca nuestro actual caminar hacia el desastre.

Son las religiones, y la teología concretamente, quienes tienen la mayor responsabilidad sobre el pasado, y una gran capacidad para afrontar la urgente tarea de cambiar nuestra visión

Sólo dejaremos de destruir la naturaleza y de autodestruirnos
cuando nos dotemos de una nueva visión
que nos haga conscientes de la dimensión divina de la naturaleza
y de nuestro carácter plena e inevitablemente natural.

 

Todo lo cual es una tarea urgente de educación teológica planetaria.





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