Hacia un Paradigma Pos-religional
Propuesta Teológica
Comisión Teológica
Internacional de la EATWOT
Cada vez se está hablando más del
declive del cristianismo en Occidente. El catolicismo y el protestantismo por
igual, atraviesan una grave crisis, tanto en Europa como en América del Norte.
Son cada vez más los observadores que pronostican que a continuación la crisis
va a afectar también a otras religiones. Se sospecha que la crisis no parece
deberse a un problema propio del cristianismo, sino a la naturaleza misma de
«las religiones», y la incapacidad creciente que éstas experimentan para
acomodarse al profundo cambio cultural que está en curso. La hipótesis del
advenimiento de un «paradigma posreligional» quiere plantear la posibilidad de
que estemos ante una transformación socio-cultural de hondo calado, en la que
las «religiones neolíticas» van a dejar de ser viables cuando se implante a
fondo la adveniente de «sociedad del conocimiento»[1], que será una sociedad «pos-religional»
[2],
y que las religiones que no se liberen de sus condicionamientos «religionales»
ancestrales se verán abocadas a los márgenes residuales del curso de la
historia.
Es obvio que este paradigma-hipótesis
estaría conviviendo con fenómenos bien contrarios de conservadurismo religioso,
revivals espirituales, carismatismo y neopentecostalismo. Sólo en algunos
sectores geográficos puede estarse dando mayoritariamente, pero algunos
observadores afirman que crecen los síntomas de que en las capas urbanas,
cultas, tanto de jóvenes como de adultos, con acceso a cultura y tecnología...
estaría empezando a hacerse presente este paradigma, también en América Latina
(¿también en África y Asia?). Prescindiendo de sondeos cuantificadores de
campo, nos queremos concentrar en la elaboración teórica de una primera
presentación reflexiva e indagatoria de lo que aquí queremos llamar «paradigma
pos-religional», que proponemos a debate y contraste de la comunidad de
estudiosos de la teología y de las ciencias de la religión, así como de los
«pastores» y de todas las personas preocupadas por la evolución actual de lo
religioso.
POSIBLE FUNDAMENTO DE LA HIPÓTESIS
Una ampliación del conocimiento humano y
un callado enfrentamiento de la ciencia actual con la religión parecerían ser
causas intelectuales de este nuevo paradigma, entre otras. El desarrollo de las
ciencias está llevando a la humanidad a observarse a sí misma y a hacerse de su
religiosidad una idea en gran medida diferente de la que hasta ahora tenía de
ella, lo cual repercute en una actitud nueva frente a la religión.
A estas alturas de la historia, la
antropología cultural se cree ya en capacidad de poder hacer sobre la religión
un juicio diferente al que ésta ha venido haciendo de sí misma, a la
auto-definición con la que durante milenios la religión se ha presentado y con
la que ha fraguado la opinión mayoritaria de las sociedades tradicionales,
hasta hoy. Aunque quede mucho por investigar, y aunque otras ciencias también
pueden aportar mucho, la antropología cultural –interdisciplinariamente considerada–
cree saber ya cuándo y cómo se fraguaron las religiones, con qué mecanismos
sociales y epistemológicos operan, y cuáles son las dimensiones humanas
profundas en juego en su relación con el ser humano, individual y colectivo. La
novedad de estos juicios es radical, y parece generalizarse y difundirse en las
sociedades evolucionadas tan rápida como subliminalmente, generando un cambio
profundo de actitud hacia la religión, que estamos interpretando precisamente
como la llegada de un nuevo «paradigma pos-religional».
Éstos serían –muy en síntesis– los
puntos nucleares de esta nueva visión que la antropología cultural está
presentando hoy día sobre la religión:
• Las
religiones no son «de siempre», no existen desde
que el ser humano está sobre la faz de la Tierra. Hoy sabemos que las
religiones son jóvenes, casi «recientes». La más antigua, el hinduismo, sólo
tendría unos 4500 años. El judeocristianismo, 3200. En términos evolutivos, aun
limitándonos a los tiempos del género homo (entre 5 y 7 millones de años),
o más todavía de la especie homo
sapiens (150 mil o 200 mil), las religiones son
«de ayer mismo». Hemos pasado muchísimo más tiempo sin religiones que con
ellas, aunque espirituales parece que lo hemos sido desde el primer momento: homo
sapiens y homo
spiritualis parecen ser coetáneos. Las religiones
no son por tanto algo que acompaña necesariamente al ser humano, como muestra
la historia[3].
• Las religiones se
han formado en la época neolítica, tras la gran
transformación que vivió nuestra especie al pasar de ser tribus nómadas de
cazadores y recolectores, a vivir sedentariamente en sociedades urbanas ligadas
al cultivo de la tierra, a raíz de la «revolución agraria»[4]. En esa coyuntura evolutiva (tal vez el momento más difícil de su
historia evolucionaria) la humanidad ha tenido que reinventarse a sí misma
creando unos códigos que le permitieran vivir en sociedad, no ya en bandas o
manadas, con derecho, moral, cohesión social, sentido de pertenencia... para
ser viable y sobrevivir como especie. En esa coyuntura, nuestra especie ha
echado mano de la que es quizá su fuerza mayor desde su aparición como especie
emergente: su capacidad simbólica y religiosa, su necesidad de sentido y de
experiencia de trascendencia. Quizá podría haber sido de otra manera, pero ha
sido de hecho así.
• Desde el neolítico hasta nuestros
días, las sociedades han sido religiosas, «religiocéntricas», transidas de religión en todas sus
estructuras: su conocimiento (y su ignorancia), sus creencias, su cultura, su
sentido de identidad, su cohesión social y el sentido de pertenencia de sus
miembros, su derecho, su política, su legitimidad, su estructura social, su
cosmovisión, su arte... «La cultura ha sido la forma de la religión, y la
religión ha sido el alma de la cultura» (Tillich). El impulso religioso, la
fuerza de la religión, ha sido el motor del «sistema operativo» de las
sociedades. Si exceptuamos los dos últimos siglos, desde la revolución agraria
no hemos conocido sociedades ni grandes movimientos sociales ni siquiera
revoluciones no religiosas; es claro que sus motivaciones eran también y
fundamentalmente económicas y políticas, pero era a través de lo religioso como
eran gestionados esos impulsos sociales. La religión misma –con un prestigio
cuasidivino, su autoridad incuestionable, sus creencias, mitos, dogmas, leyes,
moral... e incluso sus instancias inquisitoriales- fungía como software
programador de cada sociedad. Eso ha sido así
durante todo el tiempo neolítico –o «agrario» en el sentido amplio que estamos
utilizando-, que ahora la antropología cultural sostiene que se está acabando.
• ¿Con qué mecanismos
internos las religiones han ejercido esta su
capacidad programadora de la sociedad? Por medio de:
• la creación e imposición de su
cosmovisión sobre la sociedad: ella es quien ha dicho a la humanidad, en cada
sociedad, qué es la realidad, cuál es su origen, su sentido y sus exigencias
morales;
• las creencias fundamentales
vehiculadas por los mitos sagrados, que han fungido como los presupuestos,
axiomas, postulados, presupuestos profundos de cada sociedad, como la
arquitectura epistemológica misma de la sociedad humana;
• una «epistemología mítica», que ha
atribuido a Dios sus propias elaboraciones, para presentarlas como revelación o
voluntad de Dios, y así absolutizarlas para dar seguridad a la sociedad humana;
• una exigencia radical de sumisión [islam significa sumisión],
de fe [una exigencia primera en el cristianismo], de «creer lo que no
se ve» (o lo que ni siquiera se entiende);
• ejerciendo con todos estos mecanismos
como sistema operativo de la sociedad (lo que se evidencia en los sistemas sociales de
los imperios con su religión de Estado, la «sociedad de cristiandad» o los
«regímenes teocráticos» en otras religiones, por ejemplo).
A partir de estas premisas podríamos
dotarnos ahora de una nueva definición técnicaad
hoc de las «religiones» en el sentido que aquí queremos dar al término: llamamos
técnicamente «religión» a la configuración socio-institucionalizada que la
religiosidad (espiritualidad) constitutiva del ser humano adoptó en la edad
agraria, configuración que ha fungido como sistema fundamental de programación
y de autocontrol de las sociedades agrarias neolíticas. En esta exposición
entendemos «religión» en este estricto sentido técnico, y no en cualquiera de
las otras acepciones de la palabra (religiosidad, dimensión religiosa,
espiritualidad, institución religiosa...); no tener en cuenta esta precisión de
vocabulario nos llevaría inevitablemente a la confusión. Derivadamente,
llamaremos técnicamente «religional» a lo relativo a esta «configuración socio-religiosa propia del
tiempo agrario o neolítico»
En este sentido, es de notar que el
paradigma que queremos presentar es calificado como «pos-religional», no como «pos-religioso», porque continuará siendo «religioso»
en el sentido normal del diccionario, en cuanto «relacionado con la dimensión
espiritual del ser humano y de la sociedad», aunque cambien las culturas y las
épocas; lo llamamos pos-religional porque ciertamente se instalará en la
superación de la citada configuración de lo religioso (aquellos modos de
funcionar a los que luego nos vamos a referir propios de las religiones que
genéricamente llamamos «agrarias» -incluyendo ahí las ganaderas y otras formas
más especializadas-).
El prefijo «pos» no lo tomamos en el
sentido literalmente temporal (como un «después de») sino en un sentido
genéricamente superador: «más allá de». Por ello, igualmente sería válido decir
«a-religional», sin posible confusión en la dimensión temporal. «Pos-religional»
no significa «pos-religioso» ni «post-espiritual», sino, estrictamente, «más
allá de lo «religional», es decir, más allá de «lo que han sido las religiones
agrarias», o una «religiosidad sin religiones (agrarias)», una espiritualidad
sin la “configuración socio-institucionalizada propia de la edad neolítica”
(sin programación social, sin sumisión, sin dogmas...). Obviamente, nos
apoyaremos en otras mediaciones, gestos, símbolos, instituciones o
«sistematizaciones» de otro tipo, porque la experiencia espiritual humana no
puede darse en el vacío...; pero no es éste el momento dirimir este punto.
ELEMENTOS PRINCIPALES DEL PARADIGMA
POS-RELIGIONAL
Tratemos de establecer ya los elementos
principales de la nueva conciencia «pos-religional» propia de ese fenómeno complejo de la cultura social emergente,
consecuencia principal de la ampliación del conocimiento humano.
1. Las Religiones son
otra cosa que lo que tradicionalmente pensábamos,
que lo que todavía piensa mucha gente, que lo que ellas piensan de sí mismas y
han difundido en la sociedad durante milenios. Las religiones no están
respaldadas por una especie de preexistencia que haría de ellas un cuerpo
supremo primordial de sabiduría, unas formas de sabiduría divina reveladas por
Dios mismo, lo que las convertiría en el único medio de acceso a esa revelación
y a la relación con el Misterio. Las religiones -siempre, no se olvide, en el
sentido específico que estamos dando al término- son, más bien, un fenómeno
histórico, una forma
sociocultural concreta que la dimensión profunda
de siempre del ser humano ha revestido en una determinada era histórica. No son
«la religiosidad misma». No son equiparables sin más a la espiritualidad humana
de todos los tiempos.
Las religiones son formas, históricas, contingentes,
y cambiantes, mientras que la espiritualidad es una dimensión constitutiva
humana, permanente, anterior a las formas, y esencial al ser humano... La
espiritualidad puede ser vivida en, o fuera de las religiones. Podríamos
prescindir de las religiones, pero no podremos prescindir de la dimensión de
transcendencia del ser humano...
2. Las religiones son también construcciones
humanas... Como hemos dicho, la ciencia y la
sociedad ya saben mucho sobre su origen, su formación, sus mecanismos. Ello cambia
radicalmente nuestra percepción sobre ellas: las religiones son obra nuestra,
creaciones humanas, geniales, pero humanas –a veces, demasiado humanas-, y que
deben estar a nuestro servicio, no al revés.
Las religiones -sus creencias, sus
mitos, su moral...- no son obra directa de un Dios out
there, up
there, que nos envió ese don de las religiones,
sino que son algo que ha surgido de aquí abajo, algo muy terrestre, que nos lo
hemos hecho nosotros los humanos, impulsados ciertamente por la fuerza del misterio
divino que nos invade, pero según nuestras posibilidades y con nuestros
condicionamientos muy concretos
Las religiones se absolutizaron a sí
mismas al atribuir su propio origen a Dios. Fue un mecanismo que sirvió para
fijar y dar consistencia inamovible a las construcciones humanas que ellas
eran, en el afán de asegurar las fórmulas sociales de convivencia con las que
la humanidad había logrado dotarse. Hoy estamos perdiendo la ingenuidad, y ese
carácter absoluto de las religiones, que durante milenios fue un componente
esencial de las sociedades humanas, que nos hizo más fácil y más pasiva la vida
de los humanos, se nos evidencia como un llamativo espejismo epistemológico,
que habíamos asumido por vía de una creencia, pero que hoy ya no nos resulta ni
necesario, ni deseable, ni soportable.
3. Entonces, no
estamos sometidos a las religiones, no estamos
condenados a marchar por la historia por el camino acabadamente trazado por
ellas, como si fuera un designio divino que marcara previamente –desde siempre,
y desde fuera- nuestro destino, como si nos obligara a adoptar las soluciones
con que nuestros ancestros trataron de resolver sus problemas y de interpretar
la realidad a la medida de sus posibilidades.. Si las religiones son
construcción nuestra, ello significa que no nos quitan el derecho (ni la
obligación) de pronunciarnos ante la historia y de aportar nuestra propia
respuesta a los problemas de la existencia, y de expresar con autoconfianza
nuestra propia interpretación de la realidad de lo que somos, ayudados por
nuestros descubrimientos científicos. No estamos obligados a tomar como verdad
intocable e infranqueable las interpretaciones obsoletas y las soluciones
ancestrales que se dieron a sí mismas generaciones humanas de hace unos cuantos
miles de años, como si aquellas interpretaciones fueran una supuesta
«revelación» venida de fuera y de obligado cumplimiento. Ese equívoco
«religional» en el que han vivido nuestros antepasados, nos parece, a estas
alturas de la historia, una alienación.
Da miedo sentirnos solos, responsables
ante la historia, libres ante los caminos religiosos tradicionales, sin un
camino seguro e indiscutiblemente obligatorio trazado por los dioses... Esta
nueva visión del mundo, este «paradigma pos-religional», genera una autoconciencia
humana profundamente diferente respecto a la que nos había marcado la
conciencia religional tradicional. Ahora nos sentimos libres de las ataduras
«religionales» para dar rienda suelta a nuestra realización personal y
colectiva, para asumir plenamente nuestra responsabilidad, nuestras decisiones,
nuestra interpretación al propio riesgo, sin ninguna restricción ni coacción
supuestamente externa, aunque bien preocupada por sintonizar con el Misterio
que nos mueve.
4. Las religiones, supuestamente las
únicas conocedoras del principio de los tiempos y del final del mundo, no
son, por naturaleza, eternas, para siempre. Ahora
las sabemos más bien temporales, construidas humanamente, recientes,
contingentes. Y sabemos que no es imposible que puedan desaparecer. No son
esenciales a nuestra naturaleza, y nos han acompañado una pequeña parte de
nuestra historia evolucionaria.
Las religiones agrarias están ligadas a
la época neolítica: podríamos decir que surgieron de hecho para hacer viable la
especie humana al entrar en esa era nueva, la subsiguiente a la revolución
agraria. Pero, es precisamente esa era la que los especialistas dicen que
actualmente está llegando a su fin. ¿Qué futuro podemos pronosticar a las
religiones en una época de transición que anuncia el final de la era que las
hizo surgir? Parece plausible la hipótesis de que las religiones («agrarias»)
pudieran desaparecer. No parece un imposible en sí mismo, ni tendría por qué
ser un desastre histórico gravísimo: hemos vivido la mayor parte de nuestra
historia «sin religiones» (todo el paleolítico), y está demostrado que ello no
impidió nuestra cualidad humana profunda, nuestra espiritualidad.
5. A estas alturas ha quedado ya
indirectamente evidenciada una distinción que se
impone. Tradicionalmente las religiones
detentaban el monopolio de lo espiritual. Una persona podría ser espiritual,
solamente mediante las religiones. Eran consideradas la fuente misma de la
espiritualidad, la conexión directa con el Misterio. Religiones y espiritualidad
eran todo uno, la misma cosa.
Hoy, como acabamos de expresar, la
conceptuación de las religiones está cambiando radicalmente en el paradigma
posreligional emergente. Cada día a más personas se les hace evidente que las
religiones no son la fuente de espiritualidad, sino sólo unas formas
socio-culturales que la espiritualidad ha revestido históricamente; con
frecuencia son un freno y un obstáculo para la espiritualidad, que es una
dimensión esencial y característica del ser humano, que le acompaña permanente
desde su surgimiento como especie. Las palabras religión, religioso,
religiones, que tradicionalmente venían cubriendo intercambiablemente todo el
ámbito de lo relativo a la espiritualidad, hoy deberán pasar, escrupulosamente,
por la criba de la distinción entre lo religioso (lo que tiene que ver con esa
dimensión misteriosa del ser humano) y lo religional (lo que pertenece
simplemente al ámbito de esas configuraciones socio-culturales e
institucionales que hemos llamado religiones agrícola-neolíticas).
EL PARADIGMA POS-RELIGIONAL EN SÍNTESIS
Una vez expuestos estos elementos
principales de la visión constitutiva del paradigma posreligional, podríamos
tratar de expresar su núcleo argumentador en apretada síntesis:
• Primera
premisa: Las religiones (no «la religión, ni la
espiritualidad, ni la religiosidad...), en el sentido técnico que hemos dado
aquí al término, son una creación neolítica, de la edad agraria de la
humanidad, tanto productos de ella como causas de la misma.
• Segunda: La transformación socio-cultural que estamos atravesando en la
actualidad implica, precisamente, el final de esa época agrario-neolítica. Lo
que ahora está siendo superado y barrido ha estado en los fundamentos de la
sociedad humana y en la forma de la conciencia humana de la especie durante los
últimos 10.000 años (desde el comienzo de la edad; ésa es la profundidad del
cambio actual). Emerge un tipo nuevo de sociedad, con unos fundamentos
distintos –sobre todo epistemológicos- que resultan incompatibles con el
“sistema operativo” milenario neolítico. Se impone, por ello, un cambio
sistémico tanto a nivel epistemológico como a nivel del tipo de conciencia
espiritual de la humanidad. De ahí la radicalidad y la profundidad del cambio
epocal que estamos viviendo, un nuevo «tiempo axial».
• Consecuencia: las religiones (agrario-neolíticas), identificadas con el tipo
de conciencia, cosmovisión y epistemología agrarios, están perdiendo base y
entrando en un profundo declive a medida que -por la acumulación de
conocimientos científicos, tecnológicos, sociales y experienciales- va
emergiendo un tipo de conciencia, de cosmovisión y de epistemología nuevo,
incompatible con el tradicional neolítico. Los humanos de la sociedad
adveniente ya no pueden expresar su dimensión espiritual en aquella
configuración concreta de las religiones «agrarias» (tanto agrícolas como
ganaderas), y éstas no logran sintonizar y hacerse entender por la nueva
sociedad. Las religiones agrario-neolíticas se ven abocadas por tanto a
transformarse radicalmente, o a desaparecer. Por su parte, las personas,
comunidades e instituciones de estas religiones, a medida que pasan a la nueva
cultura, se van desprendiendo de los mecanismos y de la epistemología agrarios,
y van pasando a vivir su espiritualidad «pos-religionalmente».
Para verificar consecuentemente esta
hipótesis:
• Habrá que profundizar en el concepto
técnico de «religiones» agrario-neolíticas, no limitándonos a la referencia a
su origen tras la Revolución Agraria, sino adentrándonos en su estructura
epistemológica y sus características esenciales, permanentes durante este
tiempo de la edad agraria.
• Habrá que mostrar más
fundamentadamente la afirmación de que estamos ante «el fin de la edad
neolítica», detallando concretamente en qué elementos antropológicos
sustanciamos esta afirmación, y cuáles son los rasgos de la nueva sociedad que
resultan incompatibles con sus religiones.
• Y habrá que elaborar un proyecto de
acompañamiento a la sociedad en esta época que se avecina de tránsito desde la
sociedad agraria a la nueva sociedad.
Concluyendo, llamamos paradigma
pos-religional a esa forma de vivir la dimensión profunda del ser humano que se
libera y supera los mecanismos propios de las religiones agrario-neolíticas, a
saber:
• su «epistemología mítica»,
• su monopolio de la espiritualidad,
• su exigencia de sumisión, de
aceptación ciega de unas creencias como reveladas por Dios,
• su ejercicio del poder político e
ideológico sobre la sociedad, ya sea en regímenes de cristiandad,
cesaropapistas, islámicos, de unión de Iglesia-Estado, de imposición de las
leyes eclesiásticas sobre la sociedad civil...
• su imposición de una moral heterónoma,
venida de lo alto, con una interpretación de la ley natural desde una filosofía
oficialmente impuesta, con una moral no sometida a un examen comunitario y
democrático,
• su control del pensamiento humano, con
los dogmas, la persecución de la libertad pensamiento, la Inquisición, la
condena y ejecución de “herejes”, la pretensión de infalibilidad, de
inspiración divina, de detentar la interpretación autorizada de la voluntad de
Dios...
• su proclamación como «Santas
Escrituras» reveladas (en el caso de las «religiones del libro») de las
tradiciones ancestrales acumuladas, exaltadas como Palabra directa de Dios,
como normativa suprema e indiscutible para la sociedad y para las personas...
• su interpretación premoderna de la
realidad como un mundo en dos pisos, con un mundo divino sobrenatural encima de
nosotros, del que dependemos y hacia el que vamos...
• su interpretación de la vida y de la
muerte en términos de prueba, juicio y premio/castigo de manos de un Juez
Universal que es el Señor supremo de cada religión...
Con el fin de la era agraria, todas
estas estructuras cognoscitivas, axiológicas y epistemológicas milenarias,
están dejando de ser viables, a medida que adviene la nueva sociedad. Fueron un
gran invento humano. Gracias a esas andaderas, las bandas nómadas de cazadores
y recolectores lograron reinventar su humanidad haciéndola capaz de convivir en
la ciudad, regulada por el derecho, unida por una conciencia religiosa de
pertenencia a una colectividad con una identidad atribuida a los dioses... La
crisis actual no se debe principalmente a procesos de secularización, o a
pérdida de valores, o a la difusión del materialismo o del hedonismo
(interpretación culpabilizante normalmente esgrimida por la oficialidad de las
religiones), ni tampoco a la falta de testimonio o a los escándalos morales de
las religiones, sino a la eclosión de una nueva situación cultural, que culmina
la transformación radical de las estructuras cognoscitivas, axiológicas y
epistemológicas neolíticas, transformación que comenzó con la revolución
científica del siglo XVI, la Ilustración del XVIII y las varias olas de
industrialización. Los síntomas sociales son un cierto agnosticismo difuso, la
pérdida de la ingenuidad epistemológica, un sentido crítico más acentuado, una
conceptuación más utilitarista de las religiones como al servicio del ser
humano en vez de como receptoras de una lealtad total por parte de sus adeptos,
la desaparición de la idea de «la única religión verdadera» y el
desvanecimiento de la plausibilidad de una moral revelada heterónoma; pero el
cambio estructural gravita sobre la citada transformación
epistemológico-cultural.
No estamos pues ante un fenómeno
realmente nuevo, sino sólo ante su radicalización
Y no estamos ante una interpretación radicalmente nueva (este paradigma
pos-religional), sino ante la toma de conciencia de que el eje de acumulación
del cambio es sobre todo epistemológico, y que ello lo transforma radicalmente
todo.
Dos cautelas:
A) Como ya señalamos al principio, no
estamos queriendo decir que sólo esto es lo que acontece en el campo religioso,
como si todo el escenario estuviera actualmente ocupado por esta transformación
del paradigma de las religiones agrarias en un paradigma pos-religional. En el
campo religioso tienen lugar muchos otros fenómenos, simultáneamente, incluso
caóticamente, ya que son en algunos aspectos, contradictorios. Junto a esta crisis
de la religión, decimos que se dan efervescencias religiosas y revivals,
retrocesos y fundamentalismos. En esta propuesta teológica
nosotros hemos centrado nuestro foco selectivamente en un aspecto concreto de
la transformación en curso, que no niega todo el resto de elementos presentes.
Ocurren otras cosas en el campo religioso, pero también ocurre ésta, y esta
propuesta teológica quiere llamar la atención sobre ella, a pesar de su
carácter difícilmente perceptible y todavía minoritario que reviste en muchas
regiones.
B) Lo que venimos diciendo tampoco se
puede aplicar, indiscriminadamente, a TODAS las religiones. Porque no todas las
religiones son «agrarias». Hay una buena cantidad de religiones, todo un género
de las mismas, que no han pasado por la revolución agraria y urbana. Conservan
en su seno una matriz de experiencia religiosa propia de los tiempos anteriores
a la transformación neolítica (a la separación frente a la placenta de la
sacralidad de la naturaleza, a la asunción de la transcendencia divina dualista
y acósmica, etc.), y no cayeron en la deriva controladora y programadora de la
sociedad mediante la sumisión a doctrinas, dogmas, inquisiciones... Aquí
podemos ubicar la gran familia de religiones cósmicas, indígenas, animistas...
así como otras que, aun perteneciendo históricamente al período neolítico y
siendo religiones de sociedades netamente agrarias (agrícolas o ganaderas), se
mantuvieron al margen del ese control dogmático-doctrinal, como por ejemplo el
hinduismo, una «religión sin verdades». Quiere esto decir que tampoco este
paradigma se aplica a todas las religiones. La realidad es pues, más compleja
que nuestros intentos simplificadores de comprensión, lo cual nos urge a una
mayor precisión, a una más serena humildad y a un mayor interés por el estudio
de campo, la investigación y el diálogo.
DE CARA AL INMEDIATO TRÁNSITO
Ésta que estamos haciendo es una
propuesta teológica, una profundización teórica para mejor poder transformar la
realidad que interpreta (interpretar como forma de transformar). Pero es obvio
que tiene repercusiones pastorales, y muy grandes. Porque de lo que estamos
hablando es de un tsunami cultural y religioso, de una metamorfosis que tal vez nos hará
difícil reconocernos a nosotros mismos en un próximo futuro. Y esta puede ser
una situación muy difícil de atravesar para la humanidad; los antropólogos
dicen que el tránsito de la sociedad paleolítica a la neolítica, con la
revolución agraria, fue la situación más difícil que ha experimentado nuestra
especie; tal vez estamos en un momento evolutivo semejante. Se hace necesario
plantear cómo acompañar este «transito» que va a realizar o ya está iniciándose
en la sociedad, desde las religiones «agrarias», a un nuevo tipo de sociedad
cuya realización espiritual va a darse más bien por vías y según modelos que
continuarán siendo religiosos pero «pos-religionales», sin que hoy por hoy
sepamos concretamente cómo serán esas vías y esos modelos, pues... habremos de
inventarlos.
Las religiones se van a ver abocadas –ya
lo están siendo en muchos lugares- a situaciones de declive, de pérdida de
miembros y pérdida de credibilidad y plausibilidad, por una parte, y por otra
van a experimentar la contradicción con sus propios mecanismos agrarios. Ya
muchas personas perciben que necesitan transformar su religiosidad,
radicalmente, pero sienten punzantemente la contradicción con la doctrina
oficial, considerada infalible e inmutable, que les prohibe todo cambio o
abdicación de los principios ancestrales. En algunas sociedades se cuentan ya
por decenas de millones las personas que abandonan calladamente las religiones
para seguir siendo religiosos pos-religionalmente. Es posible que algunas
jerarquías religiosas, prendidas en el espejismo de una lealtad sagrada,
prefieran numantinamente hundir a sus propias instituciones religiosas al
bloquear su evolución, haciéndolo, con la mejor intención, a la mayor gloria de
Dios. Pero es también posible que muchos grupos humanos sean capaces de
transformarse. Es bien posible, y lo creemos además deseable, que las
religiones agrarias evolucionen hacia unas nuevas formas religiosas
(pos-religionales) consistentes con esta nueva sociedad del conocimiento. Se
darán cuenta de que igual que la ciencia contradijo con razón el geocentrismo
que ellas consideraban incluso revelado, hoy la ciencia nos
descubre que el religiocentrismo ha sido un espejismo religional,
y que igual que entonces fue posible abandonar la vieja
cosmovisión y continuar con la vivencia espiritual, así hoy será posible –y
necesario- liberarnos de las ataduras de lo religional, para encontrar la
realización espiritual en un nuevo escalón evolutivo.
Todo parece indicar que el Titanic de las religiones agrarias
no va a llegar a flotar en las latitudes del océano de la
sociedad del conocimiento. Todo parece indicar que no va a durar tanto, y se va
a hundir. Se pasó su kairós,
aunque le queda un poco de cronos. Pero no es el fin del mundo. Es sólo el fin de un mundo, el fin
del mundo agrario-neolítico y de su epistemología, y con ello el fin de las
configuraciones religionales de la espiritualidad, las que hemos llamado
«religiones agrario neolíticas». La vida y su dimensión profunda continúan. Y
es deber nuestro comprender lo que está sucediendo, para no encontrarnos
luchando contra la Realidad, sino para ayudar a este nuevo parto evolutivo de
nuestra especie, para volver a reinventarnos como hicimos al comienzo del
neolítico. Es deber nuestro también ser prudentes, no empujar a nadie más allá
de sus necesidades ni de sus posibilidades, advertir claramente que la
situación es difícil, es un nuevo nacimiento, una metamorfosis, un «cambio de
especie», o un cambio de sistema operativo, y que es un momento de riesgos
importantes, tanto en el plano social cuanto individual. Es deber de la
teología avizorar lo nuevo, no sólo en el aspecto deconstructivo, sino en el
constructivo: no sólo lo que ya no podemos creer, sino cómo podemos pues
desarrollar en plenitud nuestra dimensión transcendente o espiritual, la
cualidad humana profunda que las religiones religionales, después de todo, con
más o menos limitaciones, querían apoyar. Muchas cosas están muriendo, es
inevitable que mueran, y no acaban de morir, tratamos de ayudarles a bien morir
(el ars moriendi de morir dando vida para otros, dando a luz). Mientras tanto, es
todo un mundo nuevo el que trata de nacer, y no acaba de nacer, y queremos
ayudarle a nacer.
Las religiones van a verse en la
necesidad de reinterpretar y reconvertir todo su patrimonio simbólico, que fue
creado bajo los condicionamientos epistemológicos del tiempo agrario. Se
trataría de una reelaboración, una «re-recepción» (Congar) de todo su
patrimonio, elaborado inicialmente hace milenios, y mantenido históricamente
bajo una ignorancia y una incultura de las que hace muy poco que acabamos de
salir, gracias al portentoso despliegue de las ciencias. Las religiones habrán
de buscar cómo re-comprender, y qué queda –si queda algo- de muchas de las
creencias, dogmas, moral heterónoma, ritos agrarios... dentro de esta nueva
situación del conocimiento y de los nuevos marcos de interpretación.
Muchos seres humanos, al verse
incapacitados de seguir apoyándose en las religiones para sobrevivir
espiritualmente, van a experimentar serias dificultades en la integridad
espiritual de sus vidas. Como cuando el avión despega y abandona el sistema de
apoyo de sus ruedas sobre el suelo, teniendo que pasar a apoyarse en un nuevo
sistema de sustentación, totalmente distinto, el de sus alas, la mayor parte de
la humanidad va a tener que pasar por momentos de difícil equilibrio en el
tránsito de uno a otro sistema axiológico, tan diferentes, y hasta cierto
punto, incompatibles, y sin cambio automático.
Lo que viene es un tsunami. Los riesgos son graves, en todos los órdenes. Es deber de la
teología responsable avizorar estos problemas y tratar de acompañar este
«tránsito» inevitable en el que ya estamos. Tanto en el aspecto teórico como en
el práctico, el tema merecería mucha más extensión que la de esta sencilla
«propuesta teológica». Nosotros la dejamos aquí, y la entregamos a consulta y
debate, deseosos de que sea corregida y mejorada. ¿Podríamos ofrecer, a final
de este año, un libro amplio, con las reflexiones, profundizaciones y debates
que esta sencilla presentación del paradigma pos-religioso suscite? Quedan
ustedes cordialmente invitados.
[1] Tratamos de no hacer
énfasis en una caracterización concreta de la nueva cultura o sociedad
emergente para no introducir un debate lateral. Nuestra preferencia sería
denominarla «sociedad del conocimiento», no en el sentido de sociedad muy
culta, sino en el sentido de que el conocimiento probablemente será su «eje de
producción y acumulación», es decir, sociedades que viven de producir
conocimiento. Sea cual sea esa caracterización, lo importante para nuestro
objetivo es atender a la estructura epistemológica de esa sociedad.
[2] Utilizamos los neologismos
«religional» y «pos-religional» como conceptos técnicos a ser distinguidos
cuidadosamente de «religioso» y «pos-religioso», como luego explicaremos.
[3] Con recelo y resignación
aceptamos la palabra «espiritualidad», tratando de no transigir con su
innegable connotación etimológica dualista. Es una palabra consagrada por el
uso, y es sabido que no la aceptamos como referida a un «espíritu» contrapuesto
a una supuesta materia no espiritual... Postulamos una conceptuación más
adecuada de lo que por espiritualidad se quiso significar: aquella dimensión de
profundidad (Tillich), aquella necesidad de enmarcar nuestras vidas en
contextos más amplios (Armstrong), la calidad humana profunda (Corbí), las
motivaciones últimas, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia
a los demás (Casaldáliga-Vigil)... Para subsanar su limitación, tratamos de
reconducir la palabra acompañándola con expresiones paralelas.
[4] Hablamos de sociedad o época
«agraria» no en el sentido de sociedad rural o de sociedad agrícola, dedicada
al sector primario de la economía, la agricultura, sino refiriéndonos, desde
una perspectiva antropológico-cultural, a la sociedad humana posterior a la «revolución
agraria neolítica», como catalogación global de una época que llegaría hasta su
disolución actual.
La llamamos «agraria» en sentido
amplio, incluyendo las sociedades ganaderas, que comparten unas estructuras
epistemológicas propias de todo ese tiempo neolítico posterior a la revolución
sociocultural que se inició con el descubrimiento de la agricultura. Las
revoluciones científica (siglo XVI) e industrial (XVIII y siguientes) pueden
ser consideradas como el comienzo del fin del neolítico o «edad agraria»
profunda, quiebre que actualmente estaría en su fase de culminación.
Estas categorías y las
afirmaciones necesitan mucha matización; adoptamos pedagógicamente este
lenguaje simplificado para facilitar una «presentación» sencilla de este
paradigma.
Estas precisiones de vocabulario
pueden explicar por qué se hace necesario acudir a este artesanal neologismo
–perfectamente dentro de las reglas etimológicas de la lengua-, para evitar el
equívoco, tanto de equipararlo con lo «religioso» en el sentido normal del
diccionario, como de confundirlo indebidamente con lo «anti-religioso» o lo
ateo. De todas formas: ¿es el adjetivo «religional»
el más adecuado para calificar este paradigma? Creemos que es correcto, que es
adecuado, y que es útil (por plástico y efectista), pero creemos que no es
absoluto, y que puede ser mejorado, porque quizá no proviene de lo esencial del
fenómeno al que se refiere ni tal vez evoca lo que pudiera ser su base material
o su especificidad epistemológica. Por eso, nosotros lo proponemos con humildad
como provisional y mejorable.
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