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Lo divino y nuestro actual momento revelador

Thomas BERRY


 

Este texto es parte del capítulo primero del libro «Reconciliación con la Tierra. La nueva teología ecológica», de Thomas BERRY, con la colaboración de Thomas Clarke Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile 1997. Título original: «Befriending the Earth», Twenty-Third Publications, Mystic 1991.

En este capítulo, Berry señala que estamos al final de una era biológica, la cenozoica, y empezando otra, que él llama período "ecozoico". Este trascendental cambio en nuestra relación con el planeta exige que todas las instituciones humanas sean repensadas. La ciencia del siglo XX nos ha conducido hacia un sentido de un universo de tiempo-evolutivo, en el cual somos considerados descendientes de todo lo demás que hay en él. Además, nuestros patrones de relación con el resto del universo como objetos, en lugar de sujetos, son criticados a la luz de la enorme crisis ecológica.

Según Berry, la idea de un Dios separado de la creación, o trascendente, es uno de los principales problemas de la tradición cristiana. Los pueblos primitivos creían que lo divino penetraba todo y se revelaba en todo el mundo natural. Sin embargo, gradualmente, la idea de inmanencia se unió a la de trascendencia. En el mundo bíblico, los hebreos, y luego los cristianos, comenzaron a ver a Dios en forma singular, masculina, separado de la naturaleza, en algún lugar arriba o más allá de la tierra. Berry señala que el énfasis en la trascendencia debilitó nuestro sentido de lo sagrado en el mundo natural y se convirtió en el contexto para nuestro uso y abuso del planeta. En la teología cristiana académica, la idea de inmanencia continúa. El repensar la teología comienza con la idea de Dios y de la creación. Generaciones previas conocieron la creación en un universo espacial en constante renovación, pero sin desarrollarse. En vez de un cosmos, ahora tenemos una cosmogénesis; nuestro universo ha pasado de ser a devenir. Berry considera que estamos en un nuevo momento revelador acerca de cómo opera lo divino en el universo, cualitativamente diferente de la revelación bíblica. A partir de su comprensión del proceso de cosmogénesis, Berry propone un nuevo modelo de la Trinidad.

 

El contexto

Lo divino y nuestro actual momento revelador

En primer lugar, debemos analizar la magnitud de los acontecimientos de nuestro tiempo. Lo que sucede no es sólo otra transición histórica o un simple cambio cultural. La actual devastación planetaria significa anular cientos de miles e incluso miles de millones de años de desarrollo en la tierra. Es un período de cambio trascendental, un cambio sin precedentes en los cuatro mil quinientos millones de años de historia de la Tierra.

Mientras reflexionamos sobre lo que ocurre, también debemos pensar en quiénes somos y por qué enfrentamos este grave problema. Todo indica que, en cierto sentido, somos una comunidad, generación, grupo elegido. No pedimos estar aquí en este momento, es nuestro destino, ya que nuestro tiempo vital está determinado. Cuando a algunos profetas se les pidió asumir ciertas misiones, dijeron: "No me escojas, es demasiado para mí. Dios les dice: "Lo harás de todas maneras". Nadie nos preguntó si deseábamos vivir en este período. Estamos aquí. Lo ineludible está frente a nosotros.

Mi generación ha vivido gran parte de este trascendental período de cambio. La radio no existía cuando nací. Es maravilloso presenciar todos los descubrimientos científicos y un cambio planetario de esta magnitud. Pero no sólo hemos cambiado lo humano, la civilización occidental y Norteamérica, sino también la estructura planetaria. Hemos cambiado su química, sus biosistemas, incluso su geología. Ahora estamos cambiando la capa de ozono, provocando el llamado efecto invernadero.

Sucesos de este tipo y magnitud jamás habían ocurrido en la historia humana, y posiblemente tampoco en la historia de la tierra. Hubo significativos momentos de extinción a fines del Paleozoico (alrededor de 220 millones de años atrás) y del Mesozoico (65 millones de años atrás). Pero ahora estamos en la fase terminal del Cenozoico, período en que se está destruyendo gran parte del desarrollo de los últimos 65 millones de años. No somos capaces de destruir todo, pero estamos provocando severos daños al proceso terrestre. Hemos puesto en marcha fuerzas que destruyen muchos de los principales sistemas vitales aparecidos durante el Cenozoico

La era cenozoica (estos últimos 65 millones de años) la podríamos llamar período "lírico" de la historia de la tierra. Se han desarrollado plenamente flores, aves e insectos. Muchas de estas especies existían antes del Cenozoico, pero su florecimiento se completó en los últimos 65 millones de años. Entonces aparecimos los humanos, estableciendo una secuencia invertida de las fuerzas que operan. En alguna medida se niega todo el proceso cenozoico. Lo que está sucediendo es de esta magnitud. Estos hechos no ocurren sólo en el mundo occidental, ni sólo a los humanos. Están sucediendo a escala planetaria.

Todas las modalidades humanas de ser que existieron en el pasado están siendo profundamente alteradas. Nosotros mismos estamos cambiando. El cristianismo, que apareció hace cerca de 2.000 años, y nuestra revelación bíblica, que comenzó 3.500 años atrás, deben funcionar ahora dentro del contexto de esta magnitud. Lamentablemente, aún no hay indicios de que los cristianos piensen en esta escala de cambio. Así como el planeta está cambiando más de lo que cambió en un período tan prolongado, el orden humano que provocó estos cambios se deberá modificar de una manera igualmente profunda. Por eso pienso que lo que está ocurriendo con la teología cristiana, con las demás teologías, con la vida religiosa o con cualquier código moral, es el cambio más profundo en los últimos 5.000 años. Todos los aspectos humanos están obligados a cambiar más desde la aparición de las grandes civilizaciones.

Incluso podemos decir que todas las civilizaciones y tradiciones religiosas iniciadas hace 5.000 años han cumplido en gran medida su misión histórica. Esto incluye la civilización cristiana y la experiencia religiosa y humana. No podemos funcionar sin estos logros. Desempeñarán un importante papel en la formación del futuro. Pero deben cambiar a un nivel jamás visto antes. Teilhard de Chardin fue quien manifestó la mayor transformación del pensamiento cristiano desde la época de San Pablo.

En otras palabras, las religiones tradicionales no pueden enfrentar con sus recursos los problemas que nosotros debemos encarar, pero nosotros no podemos enfrentarlos sin las tradiciones. No pueden hacerlo con sus actuales recursos, pero tampoco sin ellos. Se ha sumado algo nuevo, una nueva experiencia o contexto, y debemos funcionar a partir de él. El pasado no puede guiarnos en forma deductiva. En cierto modo, hay una nueva experiencia reveladora que nos ha dado un nuevo sentido del universo, de la tierra, de la vida, de lo humano, e incluso de ser cristiano. Tenemos una nueva experiencia reveladora de lo divino a través de nuestra actual comprensión del universo de tiempo-evolutivo.

La historia del universo es la quintaesencia de la realidad. Percibimos la historia. La ponemos en nuestro lenguaje; las aves y los árboles en el suyo. Podemos leer la historia del universo en los árboles, todo relata su historia. Los vientos la cuentan literalmente, no sólo en forma imaginaria La historia deja su huella en todo lugar, y por eso es tan importante conocerla. Si la desconocemos, en cierto sentido no nos conocemos a nosotros mismos, no conocemos nada.

 

Nuestro universo de tiempo evolutivo como revelador

En la profundidad del darse cuenta psíquico, la revelación es el despertar de un sentido misterioso esencial y de cómo éste se manifiesta. Tomemos a los profetas. Cuando hablaban de revelación, usaban el término "Dios dijo", ¿pero oían o veían algo? ¿A Dios? Nadie puede ver ni oír a Dios. En realidad, no escuchaban ni veían nada, pero, en el fondo de su ser, se daban cuenta de una especial comunicación divina, que provenía de una profundidad más allá de cualquier cosa creada. Así, "Dios dijo" es un darse cuenta profundo, interior, especial. Lo mismo ocurre con nuestra situación. Cuando digo que nuestro nuevo conocimiento del universo es una nueva experiencia reveladora, significa que es cualitativamente diferente, al igual que todas las experiencias reveladoras. No podemos decir, por ejemplo, que el mundo hindú no experimentó la revelación. Tenían plena conciencia de ella. Fe es una palabra clave en todas las tradiciones.

Entre los científicos también hay un creciente darse cuenta de las implicaciones transcientíficas de la ciencia. Existe un elemento de fe en los alcances fundamentales de la experiencia científica. La gravitación, por ejemplo, es una experiencia y en cierta manera también una creencia, porque es un misterio que no podemos manejar adecuadamente. La esencia de la ciencia es transcientífica. La experiencia que tenemos es única. Nuestro actual rol teológico es reconstituir esto dentro de una perspectiva religiosa y relacionarlo con una nueva dimensión más amplia del cristianismo.

Es similar a las primeras etapas del cristianismo, cuando los cristianos conocen el pensamiento griego. Los primeros padres griegos de la Iglesia confrontaron un mundo de conocimientos bastante distinto a la experiencia reveladora bíblica. Tuvieron que enfrentarla, para lo cual desarrollaron los inicios de lo que llamamos teología. La Biblia tiene un aspecto teológico, pero, en rigor, no es una teología estructurada. Sólo la tuvimos después del contacto con el mundo griego. El cristianismo creció y se enriqueció precisamente debido al contacto con un mundo externo. Esto le permitió expandir la comprensión de sí mismo, de lo divino y de los procesos mediante los cuales el ser humano cumplió con sus propósitos divinos. Poco después, San Agustín (354-430) dio un nuevo impulso a la teología a través de su contacto con el neoplatonismo. En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) conoció el mundo de Aristóteles (384-322 AC), incorporando así una nueva expresión teológica cristiana finamente elaborada.

 

Los temas

Religión y teología

La observación científica nos permite conocer nuestro mundo, muy diferente al mundo clásico del cual emergió el cristianismo. En ambos casos hay continuidad y discontinuidad. Hoy día, sin embargo, experimentamos una discontinuidad de inigualable magnitud. Por eso hay tantos problemas en todas las religiones actuales y tantos nuevos fundamentalismos. Vivimos en un mundo de fundamentalismos: islámico, judío, cristiano, budista, hindú, shinto.

El fundamentalismo es una táctica defensiva. Ninguna religión se siente capaz de enfrentar este nuevo desafío. Por eso las religiones del mundo no enfrentan el tema de la ecología. Si dependiéramos de ellas para abordar este tópico, estaríamos mucho peor. Ninguna de las religiones que conozco ha demostrado una verdadera responsabilidad por el destino de la tierra. Al no asumirla, falla la responsabilidad religiosa por lo divino y lo humano. Pareciera que no nos damos cuenta que al dañar el mundo externo, también se degrada nuestro sentido de lo divino.

¿Por qué tenemos una idea tan maravillosa de Dios? Porque vivimos en un mundo maravilloso. Nos sorprendemos ante la grandeza de aquello, sea lo que fuere, que creó el mundo. Esto lleva a un sentido de adoración. Sentimos una inmensa gratitud al participar en un mundo tan hermoso. Esta adoración, esta gratitud, la llamamos religión. Sin embargo, mientras el mundo externo disminuye, nuestro mundo interno se seca.

Si viviéramos en la luna, por ejemplo, nuestro sentido de lo divino reflejaría un paisaje lunar. Nuestra percepción divina no sería como la que tenemos actualmente. Para el desarrollo religioso se requiere imaginación. ¿Qué podríamos imaginar si viviéramos en la luna? Se nos ocurriría algo, pero sería muy pobre. Nuestros sentidos serían apagados, porque nuestro mundo interno reflejaría el mundo externo. La inteligencia estaría tan atrofiada que apenas podría desarrollarse. ¿Por qué? Porque habría muy pocas cosas que discutir, nombrar o comentar. Pero seguiría vigente la gran pregunta sobre la existencia y no existencia, por lo que la inteligencia tendría cierto desarrollo. Habría alguna vida interior. Pero imaginemos nacer en la luna y luego venir a la tierra. ¡Sería una experiencia beatífica y maravillosa!

Al contrario, si viviéramos en la tierra y luego en la luna, ¿qué nos faltaría? Nos desplazaríamos desde un sentido de la existencia, de lo humano, de la belleza en un mundo creativo, del poder que dio vida a todo esto, hacia la extinción de todo lo que tenemos aquí. Una religión que no percibe esto, que no protege la base de su propia sobrevivencia, seres humanos que no aprecian la fuente de su arte, ciencia, danza, vida afectiva e intelectual, la expansión de su alma, mente y corazón, y no sienten que todo corre peligro por lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos: ¡Qué extraño!

 

Dios y el universo de tiempo-evolutivo

Para esta unidad se seleccionaron cinco temas básicos: Dios, la Trinidad, el rol de lo humano, la creación y la revelación. En cierto sentido, todos están unidos: el sentido de Dios, de lo humano, de la creación y de la revelación. No podemos considerarlos en forma separada. No tendríamos un sentido de lo divino sin la creación. En forma especulativa, podríamos hablar de Dios como anterior a, externo a o independiente de la creación, pero en realidad no hay un ser como Dios sin creación. Asociar la creación con lo divino es la prueba existencial de que no hay Dios sin creación, y viceversa.

Quisiera acotar aquí algo que surge constantemente. En general no utilizo la palabra "Dios", porque creo se ha usado en exceso y de maneras tan diferentes que crea muchas ambivalencias. Además, como quiero dirigirme a personas de cualquier creencia, trato de usar palabras que tengan sentido para todas. Cuando escribo, me interesa la sociedad en un sentido amplio, no sólo los cristianos o la gente "religiosa".

El término "Dios" se refiere al misterio supremo de las cosas, algo que trasciende aquello que podemos comprender en forma adecuada. Muchos Pueblos Primitivos lo vivencian como el Gran Espíritu, el poder misterioso, penetrante, presente, que se observa en la salida y puesta del sol, en el crecimiento de los organismos vivos, en la secuencia de las estaciones. Este misterioso poder lleva a su máxima expresión todo lo que observamos: las estrellas, la sensación y experiencia del viento, el oleaje expansivo de los océanos. En general, se vivencia como una presencia aterradora, magnífica, inexpresable en palabras. Al no poder hacerlo, a menudo las personas danzan la experiencia, la expresan en la música, el arte, en la belleza de la vida cotidiana, en la risa de los niños, en el sabor del pan, en la dulzura de una manzana. En todo momento vivenciamos el sobrecogedor misterio de la existencia. Es tan simple como inefable. ¿Qué es lo divino? Es la presencia inefable y penetrante en el mundo que nos rodea.

Debemos reconocer que esta presencia divina en la creación se entiende de un modo diferente en nuestro nuevo contexto histórico. Originalmente, lo divino se percibía en su manifestación en el mundo, en toda la gama de fenómenos naturales; era algo dado. Había una experiencia espacial de la manifestación divina en el mundo natural. Es decir, el tiempo transcurría en ciclos de cambios estacionales en permanente renovación. Era eterno. El universo existía tal como había sido y sería siempre.

En el mundo bíblico, sin embargo, apareció un nuevo sentido de la historia, la percepción de que el universo nació en un momento determinado. Antes de eso, la conciencia humana despertó al universo tal como había sido y sería siempre, en ciclos de permanente renovación. Los humanos no podíamos interferir ni cambiar esto. No podíamos iniciarlo ni terminarlo.

Ahora nuestra experiencia del universo es diferente. Lo captamos con una nueva percepción intelectual. Anteriormente sólo había una experiencia intuitiva inmediata: sólo observábamos el mundo natural que nos rodeaba. Sin embargo, más recientemente, hemos comenzado a verlo en términos de la ciencia empírica, con la ayuda de instrumentos microscópicos y telescópicos. Miramos atentamente el universo, estudiamos, por ejemplo, las estrellas, tratando de descubrir cómo se generaron. Observamos el mundo que nos rodea y analizamos los elementos hasta comprender cómo se desarrollan las cosas. Gradualmente, llegamos a entender que el universo no es simplemente algo dado, y que de hecho tuvo un comienzo. Descubrimos que el tiempo es irreversible. La secuencia en la curva mayor de su desarrollo ha ido de menor a mayor complejidad y conciencia.

Así, nuestra visión científica moderna del universo coincide más con el ámbito bíblico que con el mundo no bíblico, el cual no tiene un sentido tan claro del universo que comenzó en un momento histórico determinado. Al remontarnos hacia atrás, descubrimos que nuestro universo existe desde hace mucho tiempo. Actualmente se calcula que alrededor de 13.700 millones de años. Sin embargo, esta comprensión del universo difiere de otras previas. Es más un tiempo histórico que metafísico. En India, por ejemplo, el universo (como se comprende tradicionalmente) aparece hace trillones de años, existe durante trillones de años y luego se extingue para retornar una y otra vez. Esta visión representa un tipo de tiempo metafísico, y no se basa en un estudio empírico del cosmos material ni de su historia.

Por otro lado, los chinos tienen lo que yo llamaría un tiempo cronológico de la historia humana. Saben mejor que cualquier otro pueblo qué ocurrió hace 3.000 años. Conocen con mucha precisión lo que sucedía entonces. Esto es lo que yo llamo historia cronológica. La historia significativa -es decir, la historia del tiempo evolutivo significativo- aparece con la experiencia reveladora del Medio Oriente, desarrollada en el mundo bíblico y cristiano. Incluso los cristianos veían el universo desde una perspectiva de tiempo estacional y continuo -aunque la esencia del cristianismo es el tiempo evolutivo humano- la determinación de una presencia divina en el mundo humano en los términos del reino de Dios. Ahora tenemos un nuevo sentido del universo, con un inicio preciso y que ha pasado por una secuencia de transformaciones de menor a mayor complejidad y formas más amplias de conciencia. En cierto modo, ambas necesitan relacionarse: la aparición de un universo de conciencia y de una comunidad espiritual. El universo es la expresión básica de comunidad, la comunidad sagrada esencial.

El comienzo del universo no fue una humareda homogénea, sino más bien constelaciones de energía articuladas en una unidad inseparable. Las partes del universo se diferencian externamente, se articulan internamente y se unen en una amplia relación de cada partícula con todas las demás. Hay algo muy importante acerca del inicio del universo tal como lo conocemos ahora. Lo considero una revelación maravillosa, porque nos dice algo de las fuerzas que impulsaron su aparición.

Trataré de explicarlo. En el comienzo está esa fuerza expansiva, diferenciadora, y las entidades articuladas emergentes, lo que ocurre poco después de la radiación primordial. De inmediato aparece la gravitación y las cosas se agrupan en una profunda relación. De modo que tenemos dos fuerzas al comienzo del universo: un proceso emergente de diversificación, especie de explosión, y luego un proceso de contención. Es muy importante la atracción que todo ejerce sobre todo lo demás. Nadie sabe en qué consiste, esta atracción. Isaac Newton (1642-1727), que formuló las leyes de gravitación, ignoraba qué era todo esto. Estableció las leyes de esta atracción, pero no sabía en qué consistía, y aún nadie puede decirnos qué es la gravitación. Pero sí sabemos que las fuerzas atractiva y explosiva constituyen la llamada curvatura del universo. Todo lo que existe lo hace en este contexto, la curvatura del espacio. Si la velocidad de emergencia hubiera sido una trillonésima de fracción más rápida o más lenta, el universo se habría desplomado o explotado. Debía ser precisamente la trillonésima parte de un trillón. ¿Por qué? Porque la curvatura del universo tenía que permitir que éste siguiera expandiéndose sin desplomarse ni explotar. Así, tenemos un universo unido, pero no tanto como para ahogar su expansión y creatividad. Si la atracción sobrepasa la expansión, se desploma. Y si la expansión supera la atracción, explota.

Esta curvatura del espacio la he llamado "la curva compasiva" del universo, o la cuiva compasiva que abraza al universo. ¿Qué hacemos al encontrarnos con otros? Nos acercamos y abrazamos. Este abrazo refleja la curvatura del universo. Hablamos del pensamiento reflexivo de la mente, porque somos el tipo de seres en que se refleja el universo. ¿Qué es ese reflejo? Es la expresión de la curvatura del universo en la inteligencia humana. Es la curvatura del universo que regresa sobre sí misma. Si no fuera por ella, no habría reflejo humano. No habría afecto humano sin la atracción gravitacional. La gravitación, inherente a este proceso, une todo en forma tan estrecha que nada puede separarse de nada. La alienación es un imposible, un imposible cosmológico. Podemos sentir alienación, pero jamás estar alienados.

Otro elemento importante en este proceso es la relación del origen. En el universo, todo está genéticamente emparentado con todo lo demás. Hay literalmente una familia, un vínculo, porque todo desciende de la misma fuente. En este proceso creativo se originan todas las cosas. En la tierra, todos los seres vivos derivan claramente de un solo origen. Literalmente nacemos como comunidad; árboles, aves y todas las criaturas vivas están unidas en una sola comunidad de vida. Esto nos da la sensación de pertenencia. La comunidad no es un sueño ni algo que podría ser hermoso. Literalmente somos una sola comunidad. La tierra es una sola comunidad de existencia, el contexto donde existimos.

 

La Trinidad

Un elemento notable de la fe cristiana es que trasciende el problema de lo divino como el único ser de simplicidad pura, o llama pura de existencia. Todos los demás seres son seres "reunidos". Sólo lo divino es un ser no-reunido. En otras religiones también es así. Simplicidad es una definición metafísica de lo divino. Sin embargo, el mundo cristiano piensa que la vida interna de lo divino es comunidad. ¡Es provocador afirmar que la comunidad está en la esencia de la simplicidad esencial!

Esto se expresa por primera vez en la Biblia, en términos del llamado modelo familiar, Padre, Hijo y Espíritu: el Padre, principio emergente; el Hijo, articulación interna de las cosas; y el Espíritu Santo, fuerza unificadora. Luego tenemos a San Agustín, quien explica la Trinidad con un modelo psicológico: pensamiento que se piensa a sí mismo, que se considera propio de la vida interna del espíritu puro, autopercepción y autovinculación en las profundidades de la realidad esencial. Actualmente tenemos el llamado modelo sociológico de la Trinidad: el ser, el otro y la comunidad. Pero yo propongo un modelo nuevo, y en ciertos aspectos mejor, basado en la cosmología y funcionamiento del universo: el modelo de diferenciación, articulación interna y comunión, que surge de nuestra comprensión científica del universo.

Vivenciamos el mundo como diferenciación y diversificación emergentes; cada partícula tiene su propia interioridad, su estructura interna de identificación, su ser interno. En cierto sentido, todo participa "en persona", por decirlo así, todo tiene voz. Todo se manifiesta y todo recibe algo de todas las otras partículas del universo. Así obtenemos la comunión de las cosas. El volumen de cada átomo es el volumen del universo (si consideramos que todo átomo está donde se siente su influencia). Todo átomo influencia de inmediato a todo otro átomo del universo, aunque estén a miles de millones de años luz. Aún existe el vínculo. Por lo tanto, nuestra explicación de la Trinidad, a la luz del modelo cosmológico, se plantea en términos de un principio de diferenciación: el Padre, principio de articulación interna; el Hijo, principio interno de las cosas; y el Espíritu Santo, el vínculo, el elemento unificador, el espíritu del amor, el spíritus, el espíritu interno de la realidad.

 

La comunidad sagrada primordial

Nuestra nueva comprensión del universo es una nueva experiencia reveladora. No es una revelación en el sentido bíblico, pero es reveladora. Es la forma en que lo divino se nos revela actualmente. Esto no lo encontramos en los Salmos (donde hay ideas maravillosas, hermosas presentaciones en que la naturaleza canta la alabanza divina). Ahora tenemos una nueva percepción de la comunidad sagrada, y por eso digo que el universo es la comunidad sagrada primordial, la realidad religiosa primordial, la autoridad primordial del universo, lo primordial de todo. Y existimos como miembros característicos de este universo.

Esta revelación no proviene del mismo proceso de la revelación tradicional. En otras palabras, este procedimiento racional y analítico que estamos viviendo es totalmente diferente de aquellos procesos intuitivos que experimentaron los profetas. Además, tiene un sentido distinto de cómo se nos presenta lo divino, el misterio supremo de las cosas. Esta experiencia es tan única como la experiencia reveladora del mundo hindú, que también es cualitativamente diferente de la experiencia reveladora del mundo bíblico. ¿Qué permite que estas experiencias sean llamadas revelación? El modo práctico en que se comunica lo divino y cómo lo divino y lo humano se comunican entre sí. Es la dimensión más amplia de la categoría reveladora, pero funciona de distintas maneras. Las flores son flores, pero hay diferencias cualitativas entre ellas. Los árboles son árboles, pero no hay "un árbol" que no sea de un tipo específico, una expresión individual de la especie.

Detrás de todo esto, a menudo está "el escándalo de la elección particular" en la teología cristiana. Es la elección divina de un pueblo escogido, de una revelación única, escogida. Más que escándalo de la particularidad, lo llamaría absurdo de la particularidad, porque el universo es una comunidad integral, tiene esta realidad singular y debe ser la elección primordial. Como dice Santo Tomás en la Parte Uno, Pregunta 47, Artículo Uno, de la Summa Theológica: en el mundo hay cosas tan diferentes porque Dios no puede crear otra deidad. No puede comunicar su ser total a un solo ser, y entonces crea este conjunto de seres para que la perfección que falta en uno sea proporcionada por otro, y el universo total de cosas se manifieste y participe en lo divino más que cualquier ser por sí solo. La elección primordial, la preocupación primordial, debe ser la totalidad, y todo se debe elegir a la luz de la totalidad. No se trata de destruir la diferenciación, porque es la grandeza de la totalidad de las cosas. Dentro de esta elección primordial, todo se elige, cada cosa en su propia modalidad.

En el mundo hindú se vivencia lo mismo. Los hindúes se vivencian a sí mismos como presencia elegida, única, de lo divino, como un modo de ser único. Los budistas también tienen una comunicación espiritual única. En otras palabras, todo se elige según su propia y especial manera, pero también en cuanto a una comunicación única. Las tradiciones hindú y budista tienen su propia particularidad y universalidad. Pienso que quien no se beneficie de estas otras tradiciones carece de algo.

En una oportunidad estaba con un grupo de personas entre las que había una filósofa. Yo hablaba de mis almas budista, hindú y china. Vi que se ponía cada vez más tensa. Al poco rato, golpeó la mesa y dijo: "¿En qué crees tú?". Le dije: "Creo en todo. Dime algo, y creeré en ello. Soy un creyente y me gusta creer. ¿Por qué debo limitar mi creencia?". Como dice San Pablo: "Cree en todo". La norma de mi creencia es en realidad la norma de la comunidad de la tierra, es decir, cómo hemos respondido los humanos a las condiciones de vida a través de los siglos, en diferentes culturas y épocas. Veamos, por ejemplo, algo tan simple como las ceremonias de renacimiento espiritual. No he descubierto ningún pueblo que no las tenga. Cuando nos encontramos con algo tan constante, sabemos que es muy profundo y prevaleciente, una necesidad de la psique humana, un rasgo común de la formación espiritual humana. Hay una manifestación cristiana específica de esta ceremonia, pero en sí tiene un significado mucho más amplio.

Tenemos un "multiverso" y un universo, donde todo se diferencia pero todo y todos son elegidos; en toda elección, hay un aspecto universal y particular. La devastación planetaria se atribuye a esta comprensión exagerada de la particularidad de elección en la tradición bíblica occidental. En este caso, sólo lo humano —y no el mundo natural- es elegido. Esta negligencia hacia el mundo natural no puede perdurar. No puede haber una comunidad sagrada adecuada sin la inclusión del mundo natural.

 

Ideas tradicionales acerca de un Dios trascendente

Generalmente los pueblos vivencian lo divino como una presencia penetrante de fuerzas misteriosas en el universo. Nosotros, un pueblo bíblico, reunimos toda esta presencia penetrante constelándola en un creador personal, divino, trascendente, relacionado mediante un pacto con un pueblo especial. Con esto, ¿qué ganamos, qué perdemos? Ganamos algo. Podría describir las primeras páginas de la Biblia como el triunfo del padre celestial sobre la madre tierra. El Primer Mandamiento es "No tendrás una madre tierra". No rechazo al padre celestial, pero me agrada la idea de una madre tierra y también hablar con los árboles. Este tipo de subjetividad, que los árboles me hablen y yo les hable a ellos, está un tanto ausente en nuestra tradición. Aparece en los Salmos y en partes de la tradición. Pero las tradiciones son su realidad histórica. No podemos decir que hay un "cristianismo ideal" en algún lugar por ahí. Cuando hablo de cristianismo, hablo de su realidad histórica. La realidad histórica es que cristianos, como San Bonifacio (¿680?-755, misionero inglés en Alemania), cortaron los robles que los paganos consideraban sagrados.

¿Por qué se consideraba idólatras a los paganos? Lo divino siempre aparece encarnado; nadie adora la materia como materia. Lo que se adora es una forma de presencia divina. En el Bhagavad Gita (Canto del Señor), el texto más sagrado del mundo hindú, hay un excelente pasaje, uno de los más hermosos y relevantes de la literatura religiosa, que dice: "Cada vez que alguien me adora, me hago presente allí". ¿Por qué lo divino no puede hacerse presente allí donde las personas lo ubican? Intuitivamente sabemos que la bondad divina sí lo hace. Obviamente, lo divino está ahí o nada existiría. San Agustín dice que Dios es más íntimo con nosotros de lo que somos con nosotros mismos. Dios es más íntimo con todo. Toda existencia es un modo de presencia divina. Por cierto hay una diferencia, una distinción, pero si hubiese una diferencia en el sentido de separación, el mundo creado no existiría. No puedo existir salvo por una presencia divina. Siempre está el misterio de las cosas, y al misterio de la existencia se le puede llamar divino, Dios, inmanencia o como se desee. Debemos reconocer el misterio de las cosas. Pocas personas han pensado resolver el misterio de algo. No percibo grandes problemas respecto a la inmanencia y trascendencia. Pareciera, sin embargo, que nuestro excesivo énfasis en la trascendencia nos está llevando a destruir el planeta.

Hoy en día, los pueblos indígenas constituyen un excelente recurso, ya que están asumiendo un rol de Iiderazgo en los asuntos humanos. Esto, luego de que muchos otros pueblos han tomado posesión de la tierra y han estado más al mando de lo que ocurre. Al introducirnos en el tema ecológico, comenzamos a aprender de estos pueblos indígenas. Existen alrededor de 200 millones de indígenas en el mundo, también llamados Primeros Pueblos o Pueblos Primitivos.

Lo primero que aprendemos de ellos es que el universo es una comunidad de sujetos, no una colección de objetos. Hemos tratado al universo como una colección de objetos. Por muy interrelacionados que estén, si no escuchamos la voz de los árboles, aves, animales, peces, montañas y ríos, estamos en problemas. Creo que ésta es una de las cosas más importantes que estamos aprendiendo de los pueblos tribales. Estamos aprendiendo a hablar con el río y que él nos hable a nosotros.

Hace poco conversaba con alumnos de un prestigioso colegio de Nueva York. Les decía que mi generación había sido autista. Les pregunté qué era el autismo. ¡Imagínense preguntarles esto! Un alumno se paró y explicó claramente: "Personas tan encerradas en sí mismas que nada ni nadie les llega". Es un proceso de aislamiento. Esto es lo que ha pasado en la comunidad humana actual. Sólo nos hablamos a nosotros mismos. No hablamos al río, no lo escuchamos. Hemos roto la conversación. Al hacerlo, hemos destrozado el universo. Todo esto es consecuencia del autismo. Mientras tomamos más y más conciencia del trágico destino en que estamos atrapados, nos sentimos cada vez más impulsados hacia la experiencia de los Pueblos Primitivos. En relación a esto, creo que los mensajes de Black Elk son muy importantes, especialmente los de Black Elk Speaks (John Neihardt, Washington Square Press, Nueva York 1972, edición original de 1921). Con Black Elk reaprendemos a escuchar. Obviamente, hay otras cosas que podemos aprender de los Pueblos Primitivos, pero creo que esto tiene gran importancia.

En relación a esto, el animismo es importante. A menudo he señalado que la salvación de los cristianos reside en los elementos no asimilados del paganismo. Asimilamos la sabiduría griega, la mística oriental y las técnicas de meditación de diferentes partes del mundo. Hemos asimilado en gran medida lo que China ha ofrecido. ¿Por qué entonces excluimos la asimilación de la cultura de los "pueblos paganos"? Es otra instancia problemática de estos últimos siglos de aislamiento. De alguna manera nos sentimos amenazados. Nos retiramos. Esto puede ser históricamente comprensible, pero es inaceptable que continúe. Es como San Bonifacio cortando árboles sagrados. Hoy día eso sería absurdo. Los elementos no asimilados del paganismo tienen mucho que ofrecernos para establecer una relación íntima con el mundo natural.

 

El rol de la especie humana

Cuando hablamos de la creación de lo "humano", ¿qué significa exactamente este término? Humano es aquel ser en el cual el universo se refleja y se alaba a sí mismo y a su origen numinoso mediante su modo único de autopercepción consciente. Todos los seres vivos hacen esto a su manera, pero en los humanos se convierte en un modo de funcionamiento dominante. No pensamos en el universo, éste se piensa a si mismo, en nosotros y por medio de nosotros. Esta definición de humano es mejor que la definición clásica que nos identifica como animales racionales. Esta es una buena definición biológica, pero hay otra manera de mirar lo humano. Por ejemplo, los chinos identifican lo humano como el hsin (corazón) del universo. Su escritura es una pictografía del corazón humano, que en este contexto se traduce como "mente" y "corazón" del universo. Para los chinos, lo humano es "la mente y el corazón del universo".

Esto me lleva a algo muy importante. Siempre hay dos modalidades en cualquier ser: microfase y macrofase, o sea, su modalidad todo lo demás. Tenemos muchos seres: personal, familiar, comunitario. Nunca estamos realmente separados de nosotros mismos. No es del todo honesto decir: "Yo hago las cosas por mi familia, no por mí". Las hacemos por nuestro ser familiar y por nuestro ser personal, ya que ambos se identifican Existimos para nuestro ser humano, comunitario, terrenal y universal.

En este sentido, somos parientes genéticos de y tenemos cierta identidad con todo lo demás. No podemos salvarnos sin salvar todo y a todos los demás. A menos que otra persona nos active, no podemos ser verdaderamente. Dependemos de los demás para obtener nuestro ser. Nos convertimos en ser dando y recibiendo. Existimos en este amplio contexto. Si perdemos el mundo externo, perdemos el interno. Siempre regresamos a nuestro ser más amplio. ¿Por qué me atrae determinada persona? Es ahí donde "estoy". Es ahí donde existo. Una persona dice: "Tú eres todo". Es verdad. El otro es todo, pero una persona también debe tener una autoarticulación interna para poder vivenciarlo, experimentar el ser en el otro, el ser en la comunidad, el ser en el universo. Debido a nuestra intimidad con la tierra, si la degradamos, degradamos nuestro ser más extenso. Es un suicidio.

Muchos se preguntan por el nivel de la inteligencia animal y cómo se compara con la humana Debemos reconocer que la inteligencia existe en modalidades muy diferentes. Es mejor no hablar de "niveles", sino de diferencias cualitativas. La inteligencia está muy diversificada en su expresión y funcionamiento. Las diferencias son cualitativas, no cuantitativas. Las diferencias cualitativas no se dan exactamente como mayores o menores, sino en la modalidad de su funcionamiento. Cada uno tiene su máximo desarrollo en relación a su funcionamiento adecuado. Así ocurre en el mundo de la abeja, halcón peregrino, trucha arco iris, delfín, y humano: en cada caso, la inteligencia es apropiada a la función; cada uno es perfecto en su propio orden. Lo especial de la inteligencia humana reside en el alto desarrollo de su conciencia reflexiva. En su estado natural, estas diversas formas de inteligencia están presentes unas para otras en una profunda comprensión y compasiva relación. Lo maravilloso de esta presencia reside precisamente en las diferencias. Debido a que cada una es única, pueden realzarse entre sí, introduciéndose en áreas de experiencia que no existirían si las diferencias fueran menos extensas. Cada una lleva los profundos misterios de la existencia en algún modo especial de expresión. Entre los humanos, los poetas están en comunión más profunda con estas otras formas de comprensión, que solemos vivenciar en la niñez. Nuestro autismo es resultado de nuestra educación.

 

La ciencia y Teilhard de Chardin

La obra del paleontólogo jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin surge frecuentemente en discusiones sobre la relación de los humanos con el mundo creado. Hay buenas razones para ello. Alrededor de 1940, Teilhard escribió la obra básica de la teología del siglo XX. Nunca fue comprendida, aunque posiblemente sigue siendo la más influyente restitución de la teología desde los tiempos de San Pablo.

En su obra, Teilhard muestra que la historia cristiana es idéntica a la historia del universo y que si la comprendiéramos desde este punto de vista, los estudios teológicos serían más integrales e influyentes Podrían manejar en forma más eficiente la confusa comunidad humana y los trastornos ecológicos. Ayudarían mucho a sanar nuestra relación humana con lo divino. Pienso que de aquí en adelante no habrá ninguna relación humana eficiente con lo divino si no se integra con esta historia del universo que ahora conocemos. Si renovamos la teología y nuestra relación religiosa con el universo, podremos ayudar con mayor eficiencia a personas con problemas psíquicos, para que enfrenten la vida en forma adecuada al no encontrar sentido a las cosas. Emergerá una nueva espiritualidad ecológica. Lograremos nuestro bienestar religioso, humano y planetario.

Teilhard tuvo tres logros básicos. Primero, describió las dimensiones psíquico-espiritual y físico-material del universo. Segundo, identificó la historia humana con la universal. Ahora la ciencia sabe que lo humano está integrado a la historia universal y se pregunta sobre la relación entre la mente que el universo produce y la mente que conoce el universo. En la actualidad, los-científicos hablan del "principio antrópico cosmológico", un principio muy significativo que incluye estructura y funcionamiento internos del universo en sus dimensiones de microfase. Freeman Dyson, profesor de física en Princeton, dice que mientras más estudia la estructura del universo, más se convence de que éste sabía desde el principio que nosotros vendríamos. Esto concuerda con todos los elementos de azar y selección natural que dieron al universo su forma actual. Como dice Teilhard, en el universo hay, en definitiva, una dirección hacia la "complejidad-centralización".

Tercero, Teilhard enfatiza la importancia de avanzar desde una excesiva preocupación por el proceso de redención a un mayor énfasis en el proceso de creación. Ya en 1931 escribió con gran claridad acerca de "la dimensión autorganizadora del universo".

Esta dimensión no significa que no haya un misterio más profundo en el origen de esta fuerza dentro del universo. En otras palabras, no excluye el misterio de cómo se comunica o funciona esta dimensión autorganizadora, porque en el mundo de los fenómenos el universo es la única realidad autorreferente. No podemos conocer el universo adecuadamente porque no tenemos nada con lo cual compararlo, relacionarlo -es la única realidad autorreferente en el mundo de los fenómenos. Es el único texto sin contexto. Todo lo demás se debe observar en el contexto del universo. Por eso nuestro sentido de creación es tan distinto, y por eso los fundamentalistas no aceptan que el universo sea una autocreación dentro del contexto divino. Se puede hablar de un contexto en cuanto al misterio o trascendencia, o al contexto numinoso del universo, que podría considerarse la dimensión divina. Pero Dios no dirige el espectáculo como si el universo fuera un show de marionetas; es una realidad que funciona espontáneamente.

Es maravilloso comprender este proceso. Lo divino permite que el universo funcione de este modo notable. En el universo hay una capacidad de autoarticulación inherente, y mientras más sabemos al respecto, más nos convencemos que lograremos un sentido del universo y del funcionamiento divino en relación a él totalmente diferente.

Sin embargo, tengo que hacerle algunas críticas a Teilhard. Es un tanto trágico que no esté "disponible" para los ecologistas actuales, pues estaba intensamente involucrado con el mundo tecnológico. Para él, el proceso evolutivo se concentraba en lo humano. No podía comprender el aspecto devastador de lo humano. Cuando Henry Fairfield Osborne, en su libro Our Plundered Planet (1947), sostuvo que el mundo estaba sufriendo una grave destrucción ecológica por la acción humana, Teilhard se negó a aceptarlo. Otros lo veían, pero él no. Era excesivamente optimista, basado, creo, en la obra de espiritualidad Abandonment to Divine Providence (1861) de Jean de Caussade. De Caussade proponía abandonarse a la voluntad de Dios. Durante la Primera Guerra Mundial, Teilhard sentía entusiasmo por estar en el frente de batalla. Para él, lo peor era lo mejor, porque significaba que Dios aún tenía planes mayores. Teilhard no podía tomar en serio la destrucción del mundo natural. En una oportunidad, alguien le señaló la destrucción del planeta, a lo cual respondió que la ciencia descubriría otras formas de vida.

Quisiera situar la teología en términos que permitan comprender el significado de la ciencia.

La ciencia es en definitiva una forma mítica de comprensión. El físico Wolfgang Pauli (1900-1958), por ejemplo, atribuyó sus descubrimientos a sueños arquetípicos. Curiosamente, Sir Isaac Newton, el científico arquetípico, no fue mecanicista. Más tarde se le consideró mecanicista, pero en realidad fue más que nada alquimista. Pasó la mayor parte de su vida estudiando los misterios de las cosas y tratando de elucidarlos mediante la alquimia. Ingenuamente reconoció que no sabía lo que era gravitación. Para él, era un misterio demasiado profundo que lo llevaba al mundo del misterio.

Con la ciencia contemporánea y nuestro nuevo sentido de las cosas (desde la física cuántica y Werner Heisenberg [1901-1976]), estamos muy lejos del mecanicismo. Hay científicos mecanicistas, pero los científicos reflexivos en un contexto amplio perciben los misterios profundos de la existencia. Es como el "principio de incertidumbre" de Heisenberg: nuestro contacto con las cosas las cambia. No las conocemos en su realidad objetiva, sino más bien mediante una intercomunión.

Toda fórmula científica es mito, misterio y comprensión racional. ¿Qué unifica a la fórmula? Esta no es nada sin su interpretación, de modo que la comprensión no está en la fórmula. (Ninguna fórmula se autointerpreta). Los científicos piensan que está ahí porque la ecuación funciona. No digo que el proceso científico racional sea onírico, pero funciona en un contexto de misterio aún más profundo que muchos científicos comienzan a reconocer. Al reconocerlo, tenemos un misterio mayor. Nuestra ciencia no reduce el misterio, lo realza.

Debido a que los cristianos no pudieron apreciar nuestra nueva comprensión del universo, no llegaron a nuevos modos de revelación divina. Los cristianos desean comprender en forma deductiva, sólo con sus propios recursos. En consecuencia, aún no pueden aceptar la visión científica ni ver su valor religioso. En la nueva historia del universo hay grandes valores religiosos, pero la teología cristiana todavía no la aprecia como su propia historia sagrada. Si la teología misma no está en una situación sana, ¿cómo puede ayudar a sanar la confusa situación actual? Los pueblos indígenas generalmente tienen rituales de sanación de base cosmológica. Por ejemplo, en ellos, los navajos cuentan la historia del universo. Incluso lo pintan, y ahí aparece la persona que quiere sanar Luego el proceso de sanación se resuelve invocando las fuerzas del universo en relación al problema específico de esa persona. Así, el proceso de sanación es un proceso comunitario cosmológico, la comunidad del agua, aire, suelo, hierbas e insectos. Nuestras medicinas provienen de estas fuentes, de las formas vivas, plantas, insectos, etc. Necesitamos restablecer una relación con el universo y sus misteriosos poderes.

El problema es que la teología, con su fidelidad al pasado, se ha aislado de la gran comunidad de vida y existencia en el presente. Sin embargo, no siempre fue así durante los grandes períodos de creatividad teológica. En la época de los primeros padres de la Iglesia, sorprendió que Clemente de Alejandría (¿150?-¿220?) relacionara la fe cristiana con el mundo griego, orden humano y cosmológico más extenso en el contexto de ese tiempo. Más tarde, San Agustín ubicó la teología en relación al neoplatonismo de su época. En cierto sentido creó la Edad Media, en gran medida a través de su obra The City of God. Es la historia del universo y de los humanos en él. En el contexto de esta historia nació el cristianismo medieval.

En la época de Santo Tomás se requería un contacto y una reinterpretación del mundo griego de la metafísica, la mente y la ley natural. Entonces resumió la teología en su Summa Theologica. Gracias a su contacto con la notable obra de Aristóteles, formuló esta amplia interpretación de la fe cristiana. Más tarde, durante el Renacimiento, la Iglesia elaboró más sus enseñanzas.

En el último tiempo, la teología ha perdido contacto con la historia actual del universo y con la comunidad humana global. Nuestra historia tradicional se ha vuelto disfuncional. Las ciencias empíricas nos han enseñado una nueva historia. El problema es que ésta se ha contado como un proceso mecanicista, casual, puramente racional, sin mística, sin cualidad numinosa. No posee espíritu, por así decirlo, no tiene cualidad "personal". Debemos descubrir esta historia de un universo emergente -en una secuencia de transformaciones de tiempo-evolutivo- como nuestra historia sagrada. Tenemos nuestra historia, pero aún no se acepta como nuestra historia sagrada.

Debido a su percepción de un universo emergente, para mí, Teilhard es más importante que Alfred North Whitehead (1861-1947). Whitehead, contrariamente a Teilhard, no tenía una idea clara del tiempo real, histórico. Era filósofo-científico, no historiador, naturalista o paleontólogo. Entendía el tiempo como proceso, pero no comprendía la historia integral en su realidad fenomenal. Para él, el universo era un organismo, algo holístico, integral, interactivo, un proceso, pero no llegó a ninguna parte. En Whitehead falta la historia; Teilhard la tiene. También es una de las diferencias entre Thomas Merton (1915-1968) y Teilhard. La fuerza de Merton está en su visión espiritual; la de Teilhard, en su amplia historia del universo psíquico y material, es decir, espiritual y físico. ¿Por qué Hegel (1770-1831) y Marx (1818-1883) fueron tan influyentes? Tenían la historia del proceso emergente. Sin una historia, es difícil ejercer una amplia y sostenida influencia en el mundo actual.

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