A los 25 años
de monseñor Romero:
Memoria, discernimiento, futuro
José María
VIGIL
Veinticinco años después del martirio
de Romero nos encontramos con un panorama realmente nuevo. Partiendo del significado
peculiar de Romero, vamos a tratar de extrapolarlo, poniéndolo en relación
con la crisis que experimenta hoy día la religión, sobre todo en Europa. Esa
crisis europea, que con el tiempo tal vez vaya a ser mundial, no nos puede
dejar indiferentes en América Latina.
MEMORIA
Romero: símbolo emblemático de la opción
por los pobres latinoamericana
Tras 25 años se puede afirmar sin miedo:
Romero ha cristalizado en la memoria popular y eclesial y hasta en la opinión
pública de la sociedad en general como «el mártir latinoamericano por antonomasia»,
el más conocido y el más universalmente querido, querido hasta por las personas
alejadas de la religión.
Nos preguntamos: ¿Por qué? ¿Por pura
simpatía suya? No, sino por méritos propios. ¿Cuáles?
Romero no abrazó de entrada la teología
y la espiritualidad de la liberación; al contrario, fue un gran conservador
(por eso fue nombrado arzobispo), pero, al final de su vida, a los 60 años,
«se convirtió»[1]. Se dejó interpelar y cambió[2]. Asumió muy personalmente esa teología y esa espiritualidad y las
vivió con toda coherencia, hasta en grado heroico.
Más: como arzobispo logró institucionalizar
la opción por los pobres en su Iglesia local, de forma que la práctica pastoral
de su arquidiócesis fue de hecho una encarnación o aplicación concreta de
esa teología y espiritualidad[3]. No fue la suya una vivencia personal meramente individual, sino
que arrastró consigo la vivencia comunitaria de toda una Iglesia local.
Su posición liberadora no fue simplemente
práctica, sino que incursionó a fondo en el mundo teológico dando muestras
de una lucidez notable. Sus homilías y escritos ocupan hoy ocho volúmenes
y son toda una referencia teológica. Su discurso[4] como doctor honoris causa por la Universidad de
Lovaina es una pieza antológica de la teología de la liberación.
Es por todo ello, y no por mera simpatía
o por fama aleatoria injustificada, por lo que Romero es, como decimos, un
símbolo máximo de la opción por los pobres, o lo que es lo mismo, de la teología
y de la espiritualidad de la liberación latinoamericanas. Hay otros muchos
mártires latinoamericanos, pero ninguno reúne en sí esta realización eminente
de la opción por los pobres, tanto en su propia persona como, a través de
ella, en una Iglesia local, con un respaldo teológico tan serio, y con la
rúbrica y el aval del martirio.
Romero: símbolo emblemático del conflicto
con el Estado
Hay que releer la biografía de Romero
para recordar la exasperada tensión del conflicto que vivió el pueblo y la
Iglesia de San Salvador con el poder del Estado. De hecho, los años del arzobispado
de Romero fueron años de guerra, no declarada pero real. Persecuciones, allanamientos,
desapariciones masivas, torturas, ejecuciones extrajudiciales, masacres...
fueron «el pan nuestro de cada día» durante su labor pastoral.
El Salvador era el país llamado de «las
catorce familias»: la desigualdad social era tan fuerte, que 14 apellidos
retenían la inmensa parte de las riquezas del país más pequeño y a la vez
más densamente poblado de la América continental. 30.000 fueron los campesinos
masacrados en 1932 por reclamar justicia. Mayor fue el número de muertos en
la guerra que se iniciaba en los días de Romero y que él no pudo detener.
Si el conflicto ya era máximo de por sí, tuvo un agravante mayor en el involucramiento
de EEUU con su decisiva ayuda técnica y económica al gobierno y al ejército
salvadoreños en su represión contra el pueblo[5].
Pero no se trataba de un gobierno materialista,
comunista, ateo... sino, muy al contrario, un gobierno dirigido por unas oligarquías
muy «católicas», para las que muchos sacerdotes y obispos fungían como capellanes.
Este Estado católico gobernado por la ultraderecha capitalista y conservadora,
se empleó a fondo, con toda su fuerza, en una guerra contra su pueblo, para
defender su hegemonía y su sistema económico de explotación. Esta represión
no sólo fue dirigida contra el pueblo organizado, sino específicamente contra
la Iglesia liberadora. «Haga Patria, mate un cura», fue un lema que hizo célebre
la derecha salvadoreña en aquellos días. La persecución emprendida contra
la Iglesia de San Salvador podría ser comparada a la llevada a cabo por el
imperio romano contra los primeros cristianos. Todavía se podría comparar
mejor con la persecución sufrida por el primer testigo, Jesús: como se ha
dicho y repetido, los mártires latinoamericanos -Romero mismo el primero-
son mártires «jesuánicos»[6], no simplemente
«cristianos». Como Jesús, que fue ejecutado por
el poder, Romero ejemplifica el conflicto entre el seguimiento de Jesús en
la opción por los pobres y el poder establecido en una sociedad burguesa.
Romero: símbolo emblemático del conflicto
con la Iglesia institucional
Romero mantuvo un sentido de Iglesia
y una fidelidad a la misma, a toda prueba. Su lema episcopal, «Sentir con
la Iglesia», definió de principio a fin su identidad más profunda. Aún hoy
preside su tumba.
Sin embargo, el Romero ya convertido
a la opción por los pobres experimentó notables dificultades con la institución
eclesiástica superior, la vaticana. Romero sólo conoció los 17 primeros meses
del pontificado de Juan Pablo II, pero este corto tiempo fue suficiente para
manifestar el conflicto.
El primero en intuirlo fue el propio
Romero. A los pocos días de la elección de Karol Vojtila como papa, en una
celebración con sacerdotes, en Opico, los testigos afirman que manifestó:
«Yo tengo temor con este nuevo Papa. Me da miedo que no entienda la realidad
de nuestros pueblos latinoamericanos. Él viene de Polonia, viene del otro
lado... Y, a saber si le da por respaldar al gobierno de Estados Unidos. Para
combatir el comunismo, pues. Creyendo que así defiende la fe, que así le conviene
a la Iglesia...»[7].
El tiempo se encargaría de darle la razón,
y de hacerle experimentar a él el conflicto personalmente. Cuando fue a Roma,
la Curia vaticana le puso dificultades para concederle entrevista con Juan
Pablo II, teniéndola que arrancar él mismo a base de llegar físicamente al
Papa en la audiencia general y reclamarla[8].
El testimonio que María López Vigil da[9] de lo que el propio Romero le contó, entre lágrimas, sobre su entrevista
personal con Juan Pablo II es extremadamente llamativo: un Juan Pablo II serio
y distante, que no acoge la angustia de Romero, y que no cree en su testimonio
personal sobre el sacerdote Octavio Ortiz, asesinado por el Gobierno, sacerdote
al que el Papa considera guerrillero. Vojtyla le pide a Romero que tenga buenas
relaciones con el Gobierno que está asesinando a sus sacerdotes y campesinos,
y se lo pide él, que durante toda su vida en Polonia fue un opositor acérrimo
de su gobierno...
No entramos a recordar el caso de la
carta de Romero que fue filtrada desde la Curia Vaticana hasta la Embajada
norteamericana de San Salvador, que le hizo preguntarse a Romero angustiado:
«Pero entonces, ¿Roma de qué lado está?», ¿del lado del pueblo y de la Iglesia
de San Salvador, o del lado del Gobierno asesino y la Embajada de EEUU?[10].
Se puede decir que el conflicto prosiguió
después de su muerte: Juan Pablo II excluyó del programa de su visita a San
Salvador la visita a la tumba de Romero, incluyéndola luego imprevistamente
y fuera de programa, con lo que por una parte «cumplió» pero por otra no consintió
compartir con el pueblo salvadoreño su devoción por Romero, dejando claro
que no la avalaba.
También podemos ver prolongado el conflicto
en el nombramiento del actual arzobispo Lacalle para ocupar más tarde la sede
de Romero: un obispo extranjero (en una diócesis superabundante de clero nativo),
del Opus Dei (esencialmente contrario a la espiritualidad latinoamericana
de la liberación) y general del ejército que asesinó a su antecesor... Es
conocida la política conservadora de Juan Pablo II en la selección de los
obispos impuestos a las Iglesias locales; el caso de Lacalle, junto con el
del sucesor de Hélder Câmara, son probablemente los casos más extremosos,
de los que la historia difícilmente se olvidará.
Este conflicto eclesiástico institucional
con Romero, no fue con él personalmente, sino con toda la Iglesia de los pobres
martirial de América Latina. Juan Pablo II, que, inexplicablemente, ha beatificado
y canonizado a más de la mitad de los santos registrados en el santoral romano,
no ha beatificado a uno solo de los miembros de la «inmensa nube de testigos»
que forman la pléyade martirial latinoamericana. Ni uno solo. Se trata de
un martirio colectivo rechazado, no reconocido, aunque Karol Vojtyla ha efectuado,
simultáneamente, algunas de las canonizaciones más contestadas de la historia
(la del Marqués de Peralta, José María Escrivá, o la del Emperador Carlos
de Habsburgo por ejemplo). Las últimas noticias hablan de que el proceso de
beatificación de Romero -que no ha podido menos de ser incoado diocesanamente-
se propondría reconocerlo no como mártir, sino como «confesor»...
A nuestro juicio, las palabras de Casaldáliga
a Jon Sobrino continúan siendo de plena actualidad: «"Que no canonicen
nunca a san Romero de América, porque le harían una ofensa. Él es santo de
un modo muy particular. Ya está canonizado. Por el Pueblo. No hace falta nada
más"... Se lo decía yo a Jon Sobrino cuando visité el sepulcro del arzobispo
mártir. Le decía: "Mira, Jon, que a nadie se le ocurra canonizar a Romero,
porque sería como pensar que la primera canonización no sirvió"...»[11].
DISCERNIMIENTO
Hemos dicho por una parte que Romero
es símbolo emblemático de la opción por los pobres. Y decimos también que
vivió un conflicto máximo con el Estado y con la Iglesia institución. ¿Son
dos afirmaciones independientes o ligadas causalmente?
Romero no vivió ese conflicto durante
toda su vida, sino sólo «después de su conversión», cuando abrazó convencida
y coherentemente la opción por los pobres; el conflicto fue tan grave que
lo llevó a la muerte, al martirio, y -como decimos- todavía se prolonga hoy.
Veinticinco años después de su martirio,
cuando el martirologio latinoamericano ya puede ser mirado con perspectiva
histórica suficiente como para evaluar y discernir, queda claro para nosotros
que el de Romero no fue un caso personal peculiar, ni mucho menos excepcional,
sino la expresión simbólicamente máxima de una ley general: «La opción por
los pobres comporta esencialmente una incompatibilidad utópica tanto con el
Estado oligárquico capitalista, como con una Iglesia "de cristiandad"».
Creemos que ese conflicto es inevitable e irresoluble. Ahondemos en esta conclusión.
La opción por los pobres y la teología
y la espiritualidad que la acompañan, no son una teología más, ni una espiritualidad
entre tantas, dentro del mismo sistema de la "Iglesia de cristiandad".
Significan más bien un salto cualitativo, un nuevo paradigma, una novedad
sistémica, una forma de cristianismo cualitativamente distinta. Ha dicho Leonardo
Boff muchas veces que la opción por los pobres es «el mayor acontecimiento
de la historia del cristianismo desde los tiempos de la Reforma Protestante»...
Tal vez esa apreciación se queda corta: en algún sentido, la forma de cristianismo
que la opción por los pobres representa, significa el comienzo de la superación
de la forma de cristianismo que solemos llamar «cristianismo de cristiandad»,
aquel cristianismo que se formó en el siglo IV como sucesor heredero de la
religión de Estado del Imperio romano, un «movimiento de Jesús» que acabó
convertido en religión de sociedad, religión de Estado, Imperio cristiano,
«cristiandad» medieval. La opción por los pobres de la Iglesia latinoamericana
aparece en la historia como la primera superación radical de la clásica alianza
entre la institución religiosa y el poder de la sociedad, en pro de una alianza
directa con los pobres. La opción por los pobres representa el fin de la "Iglesia
de cristiandad" a favor de una recuperación del cristianismo como «movimiento
de Jesús», como religión de los pobres y de los que hacen alianza con ellos,
como movimiento popular profético para la consecución de otro mundo posible,
el mundo introducido en el orden de la voluntad de Dios, la utopía que Jesús
llamaba «Reinado de Dios».
Hace treinta años, surgió entre las Iglesias
cristianas la espiritualidad y la teología de la liberación, un movimiento
de renovación que postulaba de hecho la reconciliación del cristianismo con
sus propias fuentes jesuánicas[12], una posibilidad de volver a ser lo que fue al principio: el «movimiento
de Jesús», libre (frente a los poderes) y liberador (de todos los oprimidos).
¿Podría este movimiento transformar y renovar efectivamente a la Iglesia?
El movimiento surgía además dentro del continente donde habita la mayoría
católica, y prendió en él con mucha fuerza y con prometedoras realizaciones.
La experiencia se desarrolló y durante varias décadas ofreció su carisma floreciente
a la Iglesia universal y a la sociedad civil. Ésta, por cierto, saludó con
júbilo la novedad...
Pero la institución eclesiástica, con
el viraje de retroceso anticonciliar que Karol Vojtyla de hecho le impuso,
no fue capaz acoger la posibilidad de renovación y conversión que se le ofrecía;
al contrario, se retrotrajo a las estructuras de «cristiandad», o sea, hacia
la alianza con el poder establecido: por su orientación capitalista, antisocialista
y de refuerzo institucional. La Iglesia de la liberación latinoamericana sufrió
una represión sangrienta por obra de los intereses capitalistas estadounidenses
y mundiales, vivida bajo los regímenes militares de seguridad nacional como
terrorismo de Estado en la mayor parte de los países latinoamericanos. En
este conflicto la institución católica central abandonó a la Iglesia latinoamericana
defensora de su pueblo y se alineó del lado de EEUU, en connivencia con las
fuerzas capitalistas y antisocialistas y antipopulares occidentales. Chile,
Argentina, Perú serían los casos más sangrantemente clamorosos de la connivencia
eclesiástica jerárquica con este terrorismo de Estado; Nicaragua y El Salvador
lo serían de su alineación con EEUU en el aplastamiento de los movimientos
revolucionarios populares. El futuro será muy duro en su crítica a esas páginas
trágicas de la historia reciente. El martirio de Mons. Romero destaca ahí
-como hemos dicho- como el símbolo emblemático del conflicto entre el nuevo
y el viejo modelo de cristianismo, el de la "Iglesia de cristiandad"
y el de la opción por los pobres.
No fue posible una Iglesia de la liberación
asumida y reconocida dentro de la Iglesia católica ni de otras muchas Iglesias
cristianas. Tampoco fue posible evitarla y erradicarla (tan fuerte era su
arraigo popular, su verdad y profecía). Y ahí está todavía hoy, marginada
e invisibilizada, rechazada por los poderes centrales, no reconocida, perseguida
y sofocada con las armas del poder eclesiástico, como -por ejemplo, dentro
de la Iglesia católica- el nombramiento e imposición de obispos militantemente
contrarios a su espiritualidad y su opción por los pobres.
Preguntémonos, tratando de acercarnos
a la problemática religiosa actual: esta inviabilidad de una Iglesia liberadora
dentro de la Iglesia católica, ¿ha sido cuyuntural o es estructural? ¿Se ha
dado simplemente de hecho, o por necesidad intrínseca? ¿Por causa del gobierno
del papa concreto que ha sido Karol Vojtyla, o a pesar de él, más allá de
él? ¿Con una jefatura de otro tipo al frente de la institución eclesiástica,
hubiera sido viable la conversión de una "Iglesia de cristiandad"
en una Iglesia liberadora y de opción por los pobres? ¿Sigue siendo posible
esa conversión, o es inviable?
Durante estos 40 años que han pasado
desde el Concilio Vaticano II, hemos estado pensando que esa inviabilidad
era coyuntural, que era debida -entre otros motivos- a una aleatoria y lastimosa
contradicción entre las exigencias de los signos de los tiempos y la idiosincrasia
concreta de la persona detentadora del poder máximo (que ya sabemos que es
personalista y absoluto) en la Iglesia católica, pero que el día en que esa
jefatura fuese coherente con las necesidades reales de la Iglesia y del Evangelio,
dicha inviabilidad desaparecería. Pensábamos que una Iglesia abiertamente
instalada en las orientaciones del Vaticano II desembocaría espontáneamente
en la conversión a los pobres. Precisamente, la Iglesia latinoamericana de
la liberación, surgida tras Medellín, no era sino la aplicación del Vaticano
II a la realidad de América Latina, su prolongación más coherentemente evangélica.
Durante 40 años -digo- hemos venido pensando que cuando el espíritu del Vaticano
II, autoritariamente puesto en entredicho por Karol Vojtyla, recupere en la
Iglesia el lugar que le corresponde, volverá la Iglesia como institución a
acoger la opción por los pobres y la espiritualidad liberadora[13]. Hemos venido considerando que la principal tarea pendiente era
la de la recuperación del espíritu conciliar y su «aggionamento» interrumpido,
la «puesta al día» tras el tiempo perdido. Pero, ¿realmente se ven así las
cosas todavía? Respondamos mirando al futuro.
FUTURO
A los 25 años de Romero y 40 del Vaticano
II, la perspectiva ha cambiado. También aquí ocurre aquello de que «cuando
ya teníamos la respuesta nos cambiaron la pregunta». En lo más profundo del
cristianismo y de la sociedad las preguntas se han transformado sustancialmente
en los últimos años[14]. La crisis de la religión en
Europa[15] es quizá el punto visible de un inmenso iceberg epocal que está
creciendo silencioso y casi invisible: una masiva deserción de fieles cristianos
que se aparta de la Iglesia, una generación joven que en prácticamente en
bloque renuncia a entrar, una pérdida casi total de credibilidad[16] y de reconocimiento social, un confinamiento de lo eclesiástico
al campo de lo tradicional-cultural, y una imponente indiferencia social ante
la Iglesia[17], configuran hoy los rasgos mayores de la actitud de la sociedad
moderna europea[18]. En esta sociedad europea avanzada, postindustrial, «del conocimiento»,
las «religiones»[19] van apareciendo cada vez más como formas superadas, configuraciones
sociales que la religiosidad permanente del ser humano ha revestido en este
último período de la historia, desde hace apenas menos de cinco mil años[20]. Por su parte, la religiosidad arqueológicamente datada del ser
humano se remonta a más de 150.000 años. «Religiones», en el concreto sentido
en que utilizamos la palabra, sólo las ha habido en los últimos 5000, como
la forma de religiosidad connatural de las sociedades agrarias, las que se
formaron con el Neolítico. Las instituciones religiosas han sido en ellas
como el software que ha servido de programación para los miembros de cada sociedad
al darles identidad, pertenencia, ideología profunda, control, sometimiento...
mediante una cosmovisión totalizante aportada por unas «creencias» propuestas
como indiscutibles a las que se debe sumisión absoluta e incuestionable[21]...
«Religiones»: ésta ha sido la forma que
ha revestido la eterna dimensión religiosa del ser humano desde la época agraria,
época que, precisamente, está acabando en la actualidad. Asistimos, en efecto,
al momento histórico en el que, en Europa, como el lugar de realización más
avanzada, están desapareciendo los últimos vestigios de la sociedad agraria.
Entramos en una etapa nueva[22] de la evolución humana, en una sociedad sustancialmente distinta
y con una epistemología radicalmente diversa. Los datos parecen avalar la
previsión de que las «religiones» -siempre en este preciso sentido que estamos
dando a la palabra- conforme avance la implantación cultural de la sociedad
postindustrial, la sociedad del conocimiento, van a entrar en una aguda crisis,
quedando como realidades del pasado, aunque, lógicamente, esto no vaya a ocurrir
ni hoy ni mañana, sino que van a permanecer un buen tiempo todavía, mientras
perdure la presencia de la sociedad agraria en nuestro mundo actual... La
religiosidad va a permanecer, consustancial como es con el ser humano; las
«religiones», por el contrario, como configuraciones concretas sociales de
la religiosidad de la edad agraria, van a entrar en franco declive.
No podemos en la brevedad de este texto
entrar a presentar ni a debatir a fondo esta reinterpretación de la significación
de Romero al ponerlo en relación la nueva problemática apenas vislumbrada
actualmente respecto a la crisis de la religión, pero queremos concluir soltando
al aire unos cuantos interrogantes que puedan descubrir caminos de reflexión
que la figura de Romero nos sugiere.
En la Europa que rechaza las «religiones»,
Romero sigue siendo una luz, y el gesto martirial suyo y de su Iglesia siguen
siendo admirados y acogidos. ¿Será que la espiritualidad y la opción por los
pobres eran ya de alguna manera una respuesta anticipada para la crisis de
las religiones en su confrontación con la modernidad? ¿Serán la opción por
los pobres y la espiritualidad de la liberación la dimensión más profunda
de la religión, y serán por ello las que mejor se van a salvar del declive
de las religiones institucionales? ¿Ha sido por eso por lo que la religión-institución
se ha llevado y se lleva tan mal con ellas? ¿Será verdad que son incompatibles
con la «Iglesia de cristiandad», con las religiones-institución, en cuanto
que éstas llevan inscrito en sus propios genes su identidad de «poder religioso-social
a la búsqueda de alianza con el poder social» (religión de Estado, religión
de sociedad, religión de institución)? ¿Será que la forma de «religión» no
es la más adecuada para el Evangelio de Jesús? ¿Será que el cristianismo de
liberación debería afrontar el tema de la crisis de la religión y plantearse
el paso a una nueva «forma» religiosa, más allá de la forma «religión», más
allá de las «religiones»[23]?
¿Será que la renovación futura del cristianismo dentro de la sociedad
post-agraria y del conocimiento consistirá en recuperar jesuánicamente su
carácter de «movimiento de Jesús»? ¿Será que la opción por los pobres es la
versión actualizada de la «regla de oro»[24], como mínimo y más
profundo común denominador ético de las religiones,
y que está llamada a salir a la plaza pública de la nueva sociedad mundial
más allá del control de una institución religiosa, para convertirse en el
fundamento de una ética mundial y una nueva religiosidad mundial?
Aparte de todas estas preguntas que suscita,
el aniversario de Romero nos recuerda que sus 25 años se celebran todavía
bajo el pontificado de aquel papa «venido del otro lado»[25] que Romero temía que «tal vez no iba a comprender a la Iglesia latinoamericana»,
y nos recuerda también que, por eso mismo, todavía la Iglesia institucional
no está en condiciones de (re)descubrir la opción por los pobres. Pero nos
invita a ir más allá. Nos invita a considerar la posibilidad de que la opción
por los pobres y la espiritualidad de la liberación tal vez pudieran seguir
siendo inviables en la Iglesia-«religión» incluso bajo un Papado reformado,
democráticamente elegido, colegialmente desempeñado, evangélicamente convertido
a la Causa de los pobres. ¿Podría pensarse que la opción por los pobres y
la espiritualidad de la liberación tal vez están en un nivel de utopía tan
elevado -o tan profundo- que su realización plena resulta inviable dentro
de la forma histórica institucional de las «religiones»? ¿Podríamos pensar
que ese Romero «inviable» y por eso mártir, pero profundamente vivo en la
memoria y la acogida de la sociedad civil -incluso la más laica- sería como
la punta de ese iceberg enorme, invisible por sumergido, que está pidiendo
salir a flote «creyendo de otra manera», dando el paso que el cristianismo
todavía no ha dado verdaderamente hacia el tercer milenio, creando esa nueva
forma de religiosidad que los más avizorados estudiosos de la religión comienzan
a detectar como un clamor sordo pero ensordecedor?
Son las reflexiones y las preguntas que
me suscita la celebración del aniversario del martirio de Romero, en un mundo
que 25 años después está alumbrando una mutación religiosa epocal, cuya manifestación
mayor tal vez hoy día se está dando en Europa, pero que en un mundo mundializado
-que en la medida en que lo sea verdaderamente es ya «un solo mundo»-, esa
problemática ya no es sólo europea, sino compartidamente mundial. Dejo muchas
preguntas abiertas y prometo volver sobre ellas, invitando también al lector
y a las comunidades -sobre todo de Europa- a afrontarlas.
[1] María LÓPEZ VIGIL, Piezas para un retrato, UCA Editores,
San Salvador 1993, introducción, pág. 9. El libro puede ser recogido en
http://servicioskoinonia.org/romero
[2] Zacarías DÍEZ, En Santiago de María me topé con la miseria. Dos
años de la vida de Romero (1975-1976), ¿años del cambio?, edición telemática
disponible en http://servicioskoinonia.org/romero
[3] Jon SOBRINO, Mons. Romero, UCA Editores, San Salvador 1989,
pág. 79.
[4] Véase en http://servicioskoinonia.org/relat/135.htm o en http://servicioskoinonia.org/romero
[5] Fue célebremente conocida la media de la ayuda económica en armamento
al ejército salvadoreño por parte de EEUU: un millón de dólares diario.
[6] En varios lugares Jon SOBRINO ha elaborado significativamente el
tema del carácter jesuánico de los mártires latinoamericanos.
[7] LÓPEZ VIGIL, ibid., pág. 217-218.
[8] Ibid., pág. 282-283.
[9] Ibid., pág. 282-285.
[10] Ibid., pág. 219.
[11] CASALDÁLIGA, P., El Vuelo del Quetzal, Maíz Nuestro, Managua,
1988, pág. 10. Puede ser recogido en la biblioteca de los Servicios Koinonía
(http://servicioskoinonia.org/biblioteca).
[12] Era, una vez más, la «vuelta al Jesús histórico».
[13] Ahora, a la altura del tercer milenio, se tratará de una espiritualidad
y una teología cruzada con la teología del pluralismo como nuevo paradigma
adicional emergente, abierta a la reconsideración del estatuto de la religión
misma -como luego diremos-...
[14] VIGIL, José María, «Adiós al Vaticano II. No aggiornamento sino
mutación»: en la revista telemática «Discípulos»,
http://www.ciberiglesia.net/discipulos/07/07eclesiologia-adiosvaticanoII.htm
[15] Véase el número monográfico de la revista teológica «Alternativas»
sobre «La crisis de la religión en Europa, nuevo lugar teológico».
[16] «La televisión y la Iglesia son las dos instituciones en las que
menos confían los españoles, según una encuesta elaborada por el CIS (Centro
de Investigaciones Sociológicas) simultáneamente con 17 países latinoamericanos
para poder comparar las opiniones en todos ellos». El País, 21 de octubre
de 2004, Madrid.
[17] «No creo que la
Iglesia española tenga enfrente, hablando propiamente,
una ofensiva laicista. Lo que tiene es algo mucho más serio: una enorme indiferencia
religiosa; un desprestigo social sin equiparación en Europa; una sociedad
que no acepta ya su tutela moral; un descenso en picado de sus recursos humanos;
un problema de financiación gravísimo a medio plazo»: Rafael AGUIRRE, «El
Correo», 6 de octubre de 2004.
[18] Aunque lo digo extrapolando lo que más conozco, la Iglesia católica
española.
[19] Hablamos de las «religiones» en un sentido preciso que luego concretamos,
no nos referimos simplemente a la religiosidad, la espiritualidad o la búsqueda
religiosa del ser humano...
[20] La religión más antigua, el hinduismo, no sobrepasa los 4500 años...
[21] Cfr Marià CORBÍ, Religión sin religión, PPC, Madrid 1996,
21-22.
[22] Estaríamos en un nuevo «tiempo axial», al decir de Karl JASPERS
(Von Ursprung und Ziel der Geschichte, 1949), o en una «metamorfosis»
de la religiosidad, según Juan MARTÍN VELASCO (Metamorfosis de lo sagrado y el futuro del cristianismo
, Sal Terrae, Santander 1998).
[23] Una vez más: en el sentido preciso que estamos dando a la palabra,
no en un sentido genérico.
[24] Lc 6,31: «Traten a los demás como quisieran que ellos les tratasen
a ustedes» (traducción de la Biblia Latinoamericana.
[25] LÓPEZ VIGIL, M., ibid., págs. 217-218.
{referencia}
|