Nueva forma de legitimación
de la Economía:
Desafíos para la Ética y la Teología[1]
Jung Mo SUNG
Ya es un hecho conocido que el discurso dominante hoy presenta el
capitalismo contemporáneo como un sistema social al cual no hay alternativa.
Los neoliberales y otros pensadores pro-capitalistas elaboran las
más varias teorías para decirnos la misma cosa: no hay alternativa
al sistema de mercado capitalista. Sin embargo, este tipo de discurso
no es ninguna novedad en la historia. Todos los sistemas de dominación,
sea un imperio o un régimen autoritario, se presentan como un modelo
social sin alternativa. Esto porque ellos serían una expresión de
la voluntad divina, de la evolución de la naturaleza o del orden racional
de la historia, o simplemente porque todas las otras alternativas
serían inviables. Lo que varía es sólo la forma concreta con que un
sistema social dominante se legitima cómo siendo “sin alternativa.”
Hoy día, la presentación del capitalismo, de corte neoliberal, como
un modelo sin alternativa se da en torno a la articulación de dos
conceptos fundamentales: la auto-organización y la evolución. La legitimación
y la explicación del sistema del mercado en torno de esos dos conceptos
no es, realmente, una idea reciente. Paul A. Samuelson, por ejemplo,
en su libro Introducción a la economía – uno de los manuales
más influyentes y utilizados en la formación de los economistas del
siglo XX, cuya primera edición es de 1948–, dice que “un sistema competitivo
es un esmerado mecanismo para la coordinación inconsciente
a través de un sistema de precios y mercados, un dispositivo de comunicación
que busca combinar el conocimiento y las acciones de millones de individuos
diversos. Sin contar con una inteligencia central, resuelve uno de
los más complejos problemas que se puede imaginar, involucrando miles
de variables y relaciones desconocidas. Nadie lo proyectó . Él
simplemente evolucionó y, como la naturaleza humana, está sufriendo
modificaciones, pero supera la primera prueba de cualquier organización
social: tiene condiciones de sobrevivir.”[2]
En este texto, a pesar de no ser explicitamente usadas, aparecen
claramente dos ideas: la de auto-organización y la de evolución. Primero,
la noción de coordinación inconsciente de los conocimientos y acciones
de millones de individuos diversos que actúan en el mercado remite
directamente a la noción de auto-organización, o a la teoría del orden
espontáneo, que tiene una tradición larga en la historia del pensamiento
social, pero que sólo adquirió fuerza a partir de la década de 1970.
La teoría del orden espontáneo está basada en la noción de que la
mayoría de las cosas que producen beneficios generales en los sistemas
sociales o que posibilitan la reproducción de éstos no está bajo el
control directo de las personas o de planes conscientes.
Segunda, la afirmación de Samuelson de que el sistema del mercado
“simplemente evolucionó y, como la naturaleza humana, está sufriendo
modificaciones” está vinculada, como es facilmente observable, a la
teoría de la evolución de las especies.
La articulación de esas dos teorías, la de la auto-organización y
la de la evolución, esto es, la hipótesis de que el sistema de mercado
capitalista es un sistema auto-organizativo que evoluciona como la
naturaleza ocupa un lugar central hoy en el análisis y en el discurso
de legitimación del capitalismo.
I. “Mano invisible” del mercado y auto-organización.
Paul Krugman, uno de los economistas más influyentes en el mundo
hoy, dice que los científicos sociales normalmente sospechan, con
buena razón, de las personas que quieren importar conceptos de la
física o la biología. Sin embargo, afirma que en esta ocasión hay
un movimiento interdisciplinar muy interesante en que los economistas
deberían participar. Este movimiento se da en torno al concepto de
sistemas auto-organizativos – sistemas complejos en los cuales la
aleatoriedad y el caos parecen evolucionar espontáneamente hacia un
orden no esperado – que se ha tornado en los últimos años una idea
cada vez más influyente, juntando investigadores de muchos campos
diversos, de la inteligencia artificial a la química, de la evolución
a la geología. Krugman, sin embargo, reconoce que, por alguna razón,
los economistas no han estado participando en este movimiento y propone
que se vea como esas nuevas ideas pueden aplicarse a este inmensamente
complejo, pero indiscutiblemente auto-organizativo sistema que se
llama economía.[3]
Y según él, cuando Adam Smith escribió sobre cómo el mercado lleva
a sus participantes, “como una mano invisible”, a resultados que nadie
pretendió él no estaba describiendo nada más que una propiedad emergente,
una de las características fundamentales de los sistemas auto-organizativos.
Krugman no es el único que ve en la teoría de “la mano invisible”
de Adam Smith la noción de auto-organización. F. Capra, un pensador
bastante crítico de la modernidad y del capitalismo, tiene también
una posición similar. Para él, “a lo largo de la historia entera de
las ciencias sociales, se han usado numerosas metáforas para describir
procesos auto-reguladores en la vida social. Quizás el más conocido
de ellos sea “la mano invisible” que regulaba el mercado en la teoría
económica de Adam Smith.”[4]
Krugman, como tantos teóricos que participan de lo que él llamó el
movimiento interdisciplinar en torno al concepto de auto-organización,
afirma que “lo que liga el estudio de embriones y huracanes, de materiales
magnéticos y colecciones de neuronas, es que ellos son todos sistemas
auto-organizativos: sistemas que, aun cuando empiezan en un estado
casi homogéneo o casi aleatorio, forman espontáneamente modelos a
gran escala.”[5] Y concluye
esta reflexión diciendo que la economía es, sin duda, un sistema auto-organizativo
en este sentido.De esta manera, Krugman, como tantos otros autores,
no establece diferencias cualitativas entre sistemas físicos, biológicos
o sociales al hablar de auto-organización. Es como si nuevas propiedades
no surgieran en el pasaje del nivel físico al biológico, y de éste
al humano y social, que nos forzaran, por lo menos, a adjetivar o
cualificar el concepto de auto-organización o de sistemas auto-organizativos
para dar cuenta de esas emergencias que nos permiten percibir diferencias
entre el nivel físico, el biológico y el social.
Un punto importante a resaltar en el pensamiento de Krugman es que,
a pesar de no hacer distinción, por lo menos explicitamente, entre
los niveles físico, biológico y social, él no considera la auto-organización
como algo necesariamente, o siquiera presumiblemente, una cosa buena.
Para él, “auto-organización es algo que observamos e intentamos entender,
no necesariamente algo que nosotros queremos.”[6] Con eso, él no legitima el mercado
como algo bueno o irreemplazable por el simple hecho de ser auto-organizativo.
Aunque en el libro Globalización y globobagens[7]
defiende y legitima el sistema de mercado con la declaración de que
todos los otros sistemas sociales son peores.
Paulo Guedes, uno de los economistas más influyentes hoy en Brasil,
es otro ejemplo[8] de como los economistas han estado
usando cada vez más de conceptos provenientes de la física o de la
biología y que podemos llamar interdisciplinares, como los de orden
espontáneo, auto-organización y evolución. Él escribió, en su columna
en la Revista Exame, un artículo con el título: Biología
de los negocios: las especies virtuales incapaces de adaptarse desaparecerán.
Guedes empieza este artículo diciendo: “la gran contribución de Adam
Smith para la comprensión de las ideas de competición y mercados fue
la percepción de que los sistemas sumamente complejos de coordinación
podrían resultar de mecanismos descentralizados de decisión. Biógrafos
de Darwin sugieren que la poderosa imagen de la mano invisible que
esculpe instrumentos complejos de coordinación en ambientes aparentemente
caóticos de choques de intereses individuales pudiera haber inspirado
el proceso de selección natural como escultor de la evolución de las
especies. Ese acercamiento histórico entre Smith y Darwin hace pensar
en analogías adicionales entre la biología y el mundo de los negocios.”[9]
Después de trazar esta analogía, Guedes traza otra entre la “teoría
del equilibrio puntuado” del biólogo Stephen Jay Gould, –theoría que
cuestiona la hipótesis de la evolución gradual, sin romper con la
teoría de la evolución – con la “teoría de los ciclos largos de la
economía”– que dice que los periodos de equilibrio basados en la consolidación
de tecnologías viejas son perturbados por una rápida aceleración de
innovaciones tecnológicas. Después de desarrollar algunas reflexiones
sobre esta analogía, Guedes concluye el artículo diciendo: “Las nuevas
tecnologías, como las mutaciones genéticas, dependen de un proceso
competitivo de selección natural para ser aprobadas. [...] Las grandes
tecnologías en empresas sin gobierno corporativo eficiente son animales
biomorficamente bien diseñados, pero desprovistos de cerebro y amenazados
de extinción.”
II. De los instintos a las instituciones de mercado.
Hay también otro movimiento en este “matrimonio” entre la biología
y la economía, el que viene del campo de la biología a la economía.
Matt Ridley es un ejemplo típico de científico del área de la biología
que hace un puente a la economía. En su libro, de título bastante
sugestivo, Los orígenes de la virtud. Un estudio biológico de la
solidaridad,[10] él dice que “los biólogos, si nada añadieran
a la teoría propuesta por Smith, por lo menos la comprobaron.Smith
mantiene lo siguiente acerca de la división de trabajo en la sociedad:
que ella aumenta con el tamaño del mercado y que en un mercado de
determinado tamaño ella aumenta con la mejora de los transportes y
de las comunicaciones. Las dos máximas se revelaron verdaderas en
las sociedades simples de las células” y que “prácticamente nada importante
sobre la división del trabajo ha sido escrito después de Smith, sea
por biólogos o por economistas.”[11]
A partir de las teorías del campo de la biología y de la teoría de
los juegos, Ridlley afirma que la teoría de Smith de que los beneficios
sociales nacen de los vicios privados es probablemente el descubrimiento
menos valorado de toda la historia de las ideas y que “hay un bello
paralelo entre lo que Smith quiso decir y el sistema imunológico del
hombre. [...] El sistema entero está hermosamente proyectado, de modo
que las ambiciones egoístas de cada célula sólo pueden ser satisfechas
si la célula cumple sus deberes para con el cuerpo. Las ambiciones
egoístas son dominadas en nombre del bien común, del mismo modo que
los individuos egoístas son dominados por el mercado en nombre del
bien general de la sociedad.”[12] Para él, “el orden surge perfectamente del
caos, no porque las personas reciban órdenes, sino porque reaccionan
racionalmente a los incentivos. [...] todo sin la menor influencia
de una autoridad central”[13] y que “la mente humana contiene
numerosos instintos para promover la cooperación social y querer la
reputación de la bondad. No somos tan viles al punto que necesitemos
ser domesticados por gobiernos intrusos, ni tan buenos que el exceso
de gobierno no despierte lo peor que hay en nosotros, sea como sus
empleados, sea como sus clientes.”[14]
A partir de la biología, de la teoría de la evolución y de la teoría
de los juegos, él llega a una “verdad”económico-social que, si no
es lo mismo, está muy próxima a la propuesta neoliberal: “si queremos
recuperar la armonía y la virtud social, debemos restituir a la sociedad
las virtudes que la hicieron funcionar, es fundamental que reduzcamos
el poder y el alcance del Estado. Eso no significa una guerra violenta
de todos contra todos. Significa devolver:: devolver el poder sobre
la vida de las personas a la parroquia, a las redes de computadores,
a los clubes, a los equipos, a los grupos de auto-ayuda, a las pequeñas
empresas – todo lo que sea pequeño y local. Significa un gran desmantelamiento
de la burocracia del servicio público. [...] Las raíces del orden
social están en nuestra cabeza donde tenemos la capacidad instintiva
de crear no una sociedad absolutamente armoniosa y virtuosa, sino
una sociedad mejor que la que tenemos. Necesitamos construir nuestras
instituciones de tal manera que ellas se alimenten de esos instintos.
Eso significa, principalmente, estimular el intercambio entre iguales.
Así como el intercambio entre los países es la mejor receta para la
amistad, el cambio entre individuos dotados de amplios derechos civiles
y políticos es la mejor receta para la cooperación. Necesitamos animar
el cambio social y material entre iguales, porque esta es la materia
prima de la confianza y la confianza es la base de la virtud.”[15]
El camino para la armonía y las virtudes sociales sería, según Ridlley,
la disminución del Estado y la liberalización de la economía. La fundamentación
de esta propuesta no está alejada de las teorías económicas, pero
sí de las ciencias biológicas. Las raíces del orden social armonioso
y de las virtudes sociales no están, según él, en la intervención
social consciente o planificada por parte del estado y/o de la sociedad
civil, sino en los instintos humanos que llevamos dentro de nosotros.
Las instituciones sociales favorables a la implementación de políticas
neoliberales serían instituciones que se alimentan de nuestros instintos,
instintos estos que nos llevarían a la armonía social.
Su propuesta de “devolver el poder sobre la vida de las personas
a la parroquia, a las redes de computadores, a los clubes, a los equipos,
a los grupos de auto-ayuda, a las pequeñas empresas – todo lo que
es pequeño y local”, es un discurso romántico sobre el pasado y sobre
lo “local.” Un discurso, sin duda, que está en sintonía con muchos
grupos ecológicos de tendencia romántica, pero que esconde u oscurece
el eje fundamental de su propuesta: hacer del “instinto” de intercambio
en el mercado libre el criterio de todo y, más importante, la base
de la virtud. Cuando la virtud de la solidaridad social sólo se busca
a través del comercio libre, no hay para qué hablar más de virtudes
o de solidaridad. Basta hacer negocios en el mercado libre, siguiendo
nuestros instintos.
III. Hayek y la fe en la evolución.
Los autores que vimos hasta aquí son un ejemplo de como las teorías
de la auto-organización y de la evolución superaron sus campos científicos
específicos o de origen y están influyendo cada vez más en el discurso
económico y social. Pero, sin duda, el autor principal en este tema
es F. Hayek.
En primer lugar, es importante señalar aquí una diferencia fundamental
aquí entre el pensamiento de Adam Smith y de Hayek acerca del mercado
como un orden espontáneo y productor de efectos no intencionales benéficos.
Adam Smith y sus seguidores consideraban que el mercado coordinaba
el interés personal de los individuos para producir un resultado benéfico
no intencional para todos. El énfasis se da en la importancia de la
división social del trabajo como productor del progreso económico
y en el mercado como productor del bien-común a partir del propio
interés.
Hayek también comparte la visión sobre el papel de la división del
trabajo en el progreso económico, pero introduce el problema del conocimiento
que surge a partir del hecho de que las acciones de un sistema socio-económico
amplio están dispersas entre miles o millones de agentes económicos.
La coordinación de la “división del conocimiento” pasa a ser tan importante
como la de la división del trabajo. Para Hayek, la coordinación de
este conocimiento difuso a través del mercado permitiría usar una
cantidad mucho mayor de conocimiento que bajo los sistemas sociales
alternativos conocidos. Así, él habla de la coordinación de las acciones
de personas necesariamente ignorantes o con conocimiento insuficiente.
De esta manera, la validez de su teoría del orden espontáneo no depende
más de las llamadas suposiciones “egoístas” de la teoría económica
tradicional, porque el problema universal de la coordinación persiste
independientemente de si las personas se motivan por el egoísmo o
por el altruísmo/solidaridad. En otros términos, incluso en la hipótesis
de una sociedad sólo formada por personas solidarias y comprometidas
con el bien común, todavía persistiría el problema de la coordinación
de la división del trabajo y de la coordinación de los conocimientos
necesariamente fragmentados de los agentes económicos.
Éste es un tema importante, porque uno de los problemas principales
de los Marxismos y de los socialismos era la presuposición que la
alienación y la explotación económica eran productos de la propiedad
privada de los medios de la producción. Con eso se creyó, al principio,
que la desaparición de la propiedad privada sería el camino primordial
para la superación de la alienación y explotación económicas. Con
la implantación de los estados socialistas, se verificó que el final
de la propiedad privada de los medios de producción no solucionaba
o no superaba el problema de la coordinación de la división social
del trabajo. La solución probada fue la planificación centralizada
de la economía, buscando una planificación cada vez más perfecta del
sistema económico; lo que presuponía la posibilidad del conocimiento
perfecto de todos los factores involucrados en un sistema económico
amplio y complejo; además de la posibilidad de una planificación perfecta
a partir de este conocimiento. Cosas humanamente imposibles.[16]
Además de la imposibilidad humana de ese conocimiento, una planificación
presupone la estabilidad o la no modificación de los factores involucrados
por un tiempo susceptible de ser planeado y ejecutado. El problema
es que las necesidades materiales humanas son “estables” para un periodo
razonable, pero los deseos no. Por eso, las economías socialistas
de planificación centralizada eran y todavía son tan ineficientes
en la tarea de satisfacer, por lo menos en parte, los deseos de consumo
de su población. Y no podemos olvidarnos que nosotros los seres humanos
somos seres de necesidad y de deseos; y que los deseos del consumo
no sólo son deseos por objetos-mercancías, sino por símbolos que tienen
que ver con el lugar social y el sentido de la existencia.[17]
Volviendo a Hayek, la tesis de que el mercado es la mejor forma posible,
si no la única posible, de coordinar ls acciones de personas necesariamente
ignorantes plantea un problema: ¿quién y como puede llegarse a ese
juicio? Si esa tesis fuese científicamente demostrada por una persona
o por una comunidad científica, esto presupondría un nivel de conocimiento
que pudiese medir y comparar, desde el exterior del mercado y de otros
sistemas sociales, todos los factores envueltos y llegar a una conclusión
inequívoca sobre la eficiencia del mercado y de otros modelos alternativos
en la función de coordinar la división del trabajo y de los conocimientos.
Hayek intenta argumentar sobre la validez de ese juicio no demostrado
de la verdad de su declaración, sino criticando los desórdenes económicos
supuestamente provocados por las intervenciones conscientes, esto
es, planeadas por los gobiernos o por las instituciones sociales.
En otros términos, no es una prueba directa, en el sentido de comprobar
a partir del funcionamiento del propio mercado, sino una comprobación
por la negación de todas las otras alternativas. Simplificando sería
gusta más o menos esto: no tenemos como demostrar que el mercado es
la única forma eficiente de coordinar el conocimiento y la división
social del trabajo, porque esto requiere un conocimiento que es imposible
por sí mismo, pero sabemos que esta tesis es verdadera porque todos
los otros modelos de coordinación económica que presuponen una intervención
del mercado experimentan más desórdenes económicos.
Sin embargo, Hayec explica esos mismos desórdenes económicos como
causados por estas intervenciones. Y no se puede demostrar eso empíricamente
de una manera definitiva, porque rompería con la tesis de que no se
puede saber todos los factores que compone la economía. Siendo así,
la tesis de Hayek que el sistema del mercado es el mejor modelo económico
se funda en la hipótesis de que todas las intervenciones sólo pueden
provocar desorden y perjuicios económicos, porque se basa en la pretensión
de saber lo que es imposible. Es un argumento circular.
Aun cuando podemos tener divergencias con la propuesta general de
Hayek, debemos aceptar la tesis de que no es posible conocer todos
los factores y relaciones del mercado, en la medida en que éste es
un sistema amplio y complejo. Sin embargo, partiendo de este mismo
principio, podemos sacar una conclusión diferente: la de que no podemos,
debido a nuestra ignorancia respecto al mercado, saber si el mercado
es o no la mejor forma de coordinación, mucho menos llegar a la conclusión
de que el mercado debe ser dejado intocado, sin ninguna intervención
o control, pues eso produciría el mejor de los resultados posibles.
La propia ignorancia respecto al funcionamiento del mercado podría
llevarnos a la tesis de que, porque no podemos saber de los resultados
del mercado, necesitamos estar atentos a la necesidad de hacer correcciones,
es decir, a intervenir en el mercado.[18]
La conclusión de Hayek, y de tantos otros, de que el orden espontáneo
del mercado es siempre el mejor posible no es comprensible sin una
teoría más amplia que el concepto de sistemas complejos auto-organizativos.
Es necesario dar un salto del concepto de la auto-organización o del
orden espontáneo a la teoría de la evolución. Es necesario ligar,
conectar, la teoría del orden espontáneo o de auto-organización con
la teoría de la evolución para que el juicio necesariamente positivo
sobre este proceso sea posible y comprensible. En otros términos,
la conexión entre la teoría del orden espontáneo o de la auto-organización
con el juicio siempre positivo de tipo neoliberal sobre el mercado
presupone un acto de fe, un salto epistemológico impropio, en una
“mano invisible” providencial guiando la evolución de las especies
vivas. Veamos eso con más detalles.
Hayek, presentando el argumento fundamental del último libro de su
vida, dice que “nuestra civilización depende, tanto en sus orígenes
como en su mantenimiento, de la existencia de lo que sólo con precisión
relativa puede describirse como ‘un amplio orden de cooperación humana',
más conocido por el término poco afortunado “capitalismo”. Para captar
adecuadamente el íntimo contenido del orden que caracteriza a la sociedad
civilizada, conviene advertir que este orden, lejos de ser fruto de
designio o intención, deriva de la incidencia de ciertos procesos
de carácter espontáneo.”[19]
Así, él presenta el capitalismo no como una sociedad o un sistema
de competencia de todos contra todos, como sus críticos acentúan,
sino como “un orden amplio de cooperación humana.” Pero como él mismo
precisa, no un orden de cooperación fruto de una solidaridad intencional
o fruto de un acuerdo social, o cosas de ese tipo, sino un orden de
carácter espontáneo. Es decir, la cooperación es resultado de la auto-organización
del sistema de mercado, no un efecto intencional de las acciones o
intenciones de grupos o individuos.
El hecho de no ser fruto de la intencionalidad humana no significa
que este orden no tenga nada que ver con las conductas y los valores
de los seres humanos. Para Hayek, “vivimos en una sociedad civilizada
porque llegamos a asumir, de forma no deliberada, determinados hábitos
heredados de carácter fundamentalmente moral, muchos de los
cuales tienen resultados poco gratos para el ser humano y sobre cuya
validez y efectividad intrínseca nada se sabe.” Es decir, para Hayek,
estos valores y hábitos surgirán y posibilitarán formar sociedades
civilizadas sin que los seres humanos involucrados supiesen lo que
estaba pasando y sin que les gustasen los resultados. En otros términos,
no sólo fue un proceso inconsciente, sino también contra la voluntad
de los individuos involucrados. Y como el resultado no esperado fue
la civilización, podemos deducir que este proceso de generación de
este orden espontáneo fue conducido por una especie de “mano invisible/providencia.”
La práctica de esas acciones de resultados no agradables, por lo
menos de modo inmediato, y de efectividad ignorada fue, según Hayek,
generalizándose a través de procesos evolutivos basados en la selección
y facilitó tanto el aumento demográfico como un mayor bienestar material
de aquellos grupos que se resignaron a aceptar este tipo de comportamiento.
“La no deliberada, renuente e incluso dolorosa sumisión del ser humano
a tales normas facilitó a dichos entornos sociales la cohesión necesaria
gracias a la que sus miembros accedieron a un nivel superior de bienestar
y conocimiento de varias especies, lo que les permitió ‘multiplicarse,
poblar y llenar la tierra' (Gn 1,28). Quizá sea este proceso la faceta
más desconocida de la evolución humana.”[20]
La cuestión que aparece entonces es: ¿Cómo fue que estas tradiciones
y valores no agradables y no comprensibles fueran transmitidos y asumidos?
Para intentar explicar esto, Hayek, introduce explícitamente el papel
de la religión en este proceso. Como las cualidades culturales no
se transmiten automáticamente como las genéticas, él alzó la hipótesis
de que “ciertas creencias míticas fueron tal vez necesarias para conseguir
ese efecto, sobre todo cuando se trataba de normas de conducta que
chocaban contra los instintos” y que, “nos guste o no, debemos en
parte la persistencia de ciertas prácticas, y la civilización que
resulta de ellas, al apoyo de ciertas creencias de las que no se puede
decir que sean verdaderas – o verificables, o constatables - en el
sentido en que lo son las declaraciones científicas”, pero que merecen
ser llamadas “verdades simbólicas” y que “incluso ahora, la pérdida
de estas creeencias, verdaderas o falsas, crearía graves dificultades.”[21]
Las creencias míticas, mitos y teologías de carácter sacrificial,
son presentadas como una de las piedras angulares que explican la
evolución de las sociedades humanas a nuestras sociedades de sistema
de mercado amplio y complejo. Y una de las “verdades simbólicas” que
aparece en esta reflexión es una noción de Dios o de la providencia
divina, sea en el lenguaje religioso tradicional o en un lenguaje
pseudo-científico secularizado que estaría detrás de esta ley de la
evolución vista como la supervivencia del más fuerte o del más apto
en las competencias del mercado. Una noción de Dios que se manifiesta
en el vencedor y que es transmitida a través de mitos o de teologías
sacrificiales.
Como dice Normam Barry, un defensor de las ideas liberales, la creencia
de Hayek en la evolución espontánea y el aspecto evolucionista de
su teoría de orden espontáneo hacen de él un autor que se “distingue
de otros escritores en esa tradición (por ejemplo, Menger), que no
desechan el uso de la razón en la evaluación crítica de los resultados
de un proceso no diseñado.”[22]
El hecho de que reconozcamos que sistemas sociales y económicos amplios
y complejos son sistemas auto-organizativos no quiere decir que este
sistema sea bueno o deseable sólo a causa de este hecho. Vimos anteriormente
como el propio Krugman, un defensor del sistema capitalista, también
reconoce eso. El problema es que una comprobación analítica simple
de ese tipo no genera bastante motivación para mantener el sistema
social funcionando de modo razonablemente cohesionado. Para eso es
necesaria la fe. Según S. Moscovici, “poco importa que esa creencia
sea sustentada por un mito, una ideología o una ciencia, desde que
existe, los hombre sienten la vitalidad del lazo que los une, la fuerza
única de su convicción y el imán del propósito que los hace actuar
juntos.”[23] Y debemos reconocer, es esta fe en la evolución-providencia
la que da la firmeza, fuerza política y ciertos aspectos mesiánicos
a los seguidores del neoliberalismo.
Esta última crítica no puede llevarnos a la equivocación de considerar
cada tesis de Hayek como totalmente infundada y equivocada. No podemos
negar que los sistemas complejos funcionan de hecho de modo auto-organizativo,
o por lo menos las evidencias parecen mostrar esto. Además, Hayek
hace una distinción correcta entre el nivel micro-social y el macro-social.
Él dice: “si pretendemos aplicar las rígidas pautas de conducta propias
del microcosmos (es decir, el orden que caracteriza la convivencia
en el pequeño grupo o rebaño, e incluso en la propia unidad familiar)
al macrocosmos (es decir, al propio orden de la sociedad civilizada
en toda su complejidad y extension) – como tan reiteradamente nos
recomiendan nuestras propias tendencias profundas -, pondríamos
en peligro a ese segundo tipo de orden. Y si, a la inversa, Pretendiéramos
aplicar la normativa propia del orden extenso a esas agrupaciones
más reducidas, acabaríamos con la propia cohesión que las aglutina.
Por consiguiente, es inevitable que el hombre permanezca sometido
a esa realidad dicotómica..”[24]
El problema es que él mantiene este dicotomia de forma tan rígida
que llega a afirmar que “el orden extenso nunca habría llegado a surgir
si no hubiera sido ignorada la recomendación de que todo semejante
sea tratado con el mismo espíritu de solidaridad que se otorga a quién
habita en el entorno más próximo. [...] integrados en el orden extenso
resultamos beneficiados de que no se trate a todos con idéntico
espíritu de solidaridad; a todos interesa que nuestras relaciones
interpersonales se ajusten a esa otra normativa que corresponde al
orden abierto, es decir, a ese conjunto de normas que regulan la propiedad
plural y el respeto a los pactos libremente establecidos y que a lo
largo del tiempo fueron paulatinamente sustituyendo la solidaridad
y el altruismo.”[25] Con eso él no sólo niega la
noción de solidaridad en el ámbito macro-social, sino que llega a
decir que proponer la solidaridad en este ámbito es poner en riesgo
el futuro de la humanidad.
IV: Desafíos a la ética y la teología.
Esta nueva forma de legitimar el sistema del mercado y de oponerse
al reclamo de la solidaridad en el ámbito macro-social supone desafíos
serios a la teología y la reflexión ética. Quiero apuntar aquí apenas
algunas cuestiones.
La primera se refiere al concepto de auto-organización, concepto
que no puede ignorarse hoy en las reflexiones éticas y teológicas
y que pone en jaque la teoría de la causalidad que, en un modo u otro,
está presente en la mayoría de nuestras reflexiones teológicas y éticas.[26]
Conceptos como “sujeto histórico”, individual o social que “construirían”
una nueva sociedad o conformarían la historia a partir de sus acciones
conscientes, o análisis sociales que buscan la determinación de las
causas exactas y de los responsables de la exclusión social, por ejemplo,
son profundamente cuestionados por la teoría de auto-organización
aplicada a los sistemas sociales.
Hugo Assmann es uno de los autores que repensó profundamente sus
reflexiones teológicas y éticas a partir de la teoría de la auto-organización.
Él, que en los años setenta era conocido por su rechazo radical al
mercado, nos presenta hoy una posición como mínimo interesante y polémica:
“entre las cosas innegables, en el terreno de las interacciones humanas
en las sociedades complejas, está la existencia y la funcionalidad
de sistemas dinámicos parcialmente auto-reguladores, en lo que se
refiere a las conductas humanas. En economía, ese asunto tiene un
nombre, al que muchos sectores de izquierda apenas últimamente le
han dado reconocimiento: el mercado.”[27]
Él reconoce como innegable, no sólo la existencia de los sistemas
dinámicos auto-reguladores, sino también el mercado como el nombre
de este mecanismo en la economía. Lo que no quiere dice que él no
critique más el sistema de mercado capitalista, pero afirma - corriendo
el riesgo de ser malentendido por muchos de “izquierda” - que es necesario
“aceptar, crítica, pero positivamente, el mercado, sin dejar las metas
solidarias” y que esto “exige una nueva reflexión sobre la propia
concepción del sujeto ético, individual y colectivo. (...) Se trata
de pensar conjuntamente las opciones éticas individuales y la objetivación,
material e institucional, de valores, bajo la forma de normatización
de la convivencia humana con fuertes connotaciones auto-reguladoras.”[28]
Este repensar la ética pasa necesariamente por repensar el sujeto
ético: “en la práctica, el sujeto ético, en un economía-con-mercado,
está siempre, por un lado envuelto por los niveles de auto-regulación
efectivamente existentes (en la economía, en la política, en la cultura,
en la educación, etc.), o sea, por las normatizaciones que se dan
en el plano objetivo; y, por otro, se supone que, a pesar de los órdenes
objetivos, sobreviva en él algo (quizás no mucho) de libre autodeterminación
subjetiva.” Y, para él, “esta subjetividad está configurada por la
unidad inseparable entre necesidades y deseos. Es con la mezcla de
pasiones e intereses, y no sin ellos, que puede impregnarse de sensibilidad
por los semejantes. Cabe, por tanto preguntar: ¿en esas circunstancias,
a qué nos referimos propiamente cuando hablamos de opción/acción ética?
Exclusivamente al aspecto subjetivo (por ejemplo, la volición intencional),
o conjuntamente, a la intencionalidad ética subjetiva en cuanto inserta
en procesos objetivos de (parcial) auto-regulación?”[29]
Es importante reafirmar aquí, para evitar posibles malentendidos,
que Assmann no está defendiendo el sistema de mercado capitalista
vigente, sino una “economía-con-mercado” conviviendo con metas sociales,
lo que es muy diferente.
La segunda cuestión tiene que ver con la diferencia cualitativa entre
el ámbito micro y el macro-social. Es verdad que normas y prácticas
que funcionan en el ámbito de grupos sociales pequeños no funcionan
de la misma manera en un ámbito macro-social. Esto porque el pasaje
de un nivel a otro no se da de una manera lineal, sino que en este
proceso emergen nuevas propiedades que modifican el funcionamiento
del sistema. Es la emergencia de estas nuevas propiedades la que nos
permite percibir que pasamos de un nivel a otro. Siendo así, prácticas
de solidaridad que funcionan en las pequeñas comunidades no funcionan
de la misma manera o simplemente no funcionan en el ámbito de la sociedad,
de la misma manera como las prácticas eficaces en pequeñas comunidades
religiosas de base se tornan ineficaces o impracticables en el ámbito
de las instituciones religiosas de gran tamaño. Es obvio que refugiarse
en el ámbito de las pequeñas comunidades para huir de este problema
no es solución, en la medida que hoy ya no es posible vivir en una
comunidad sin estar al mismo tiempo dentro de la sociedad, con todo
lo que eso implica.
El gran desafío es que nuestras nociones de solidaridad (y mucho
de las sabidurías teológicas o éticas), fueron, en gran parte, forjadas
en las experiencias de pequeñas comunidades o grupos sociales, por
no decir en sociedades pre-modernas, y ellas no funcionan bien en
las actuales sociedades amplias y complejas.[30]
La tercera cuestión tiene que ver con el concepto de providencia.
Quizás aquí esté uno de los desafíos más fundamentales para la teología
comprometida con la vida de los pobres. Como vimos antes, la teoría
de la auto-organización permite dos acercamientos. Uno que simplemente
constata el funcionamiento auto-organizativo de sistemas complejos,
y el otro que, además de eso, afirma que los órdenes espontáneos que
surgen son expresiones de un proceso de evolución biológico-humano-social.
Este juicio está basado en un acto de fe, una adhesión a la metáfora
de la providencia divina, una “mano invisible” que gobernaría la historia,
quizá toda la evolución del universo, una metáfora bien presente en
el mundo Occidental.
Por ser un asunto bastante complejo y difícil, que está más allá
de lo que se propone este artículo, sólo presentaremos de modo abreviado
algunas reflexiones problematizadoras.
Leonardo Boff es, sin duda, en América Latina, uno de los autores
del campo de la teología y de la reflexión ética que más ha estado
asumiendo y trabajando con conceptos provenientes de las nuevas teorías
de la física y la biología, al mismo tiempo en que profesa un optimismo
profundo respecto al futuro, sin negar la dramaticidad del presente.
Como un ejemplo de su optimismo profundo, tomemos el texto siguiente:
“la tendencia global de todos los seres y del universo entero, como
físicos quánticos como W. Heisenberg observan, es realizar la tendencia
que ellos poseen rumbo a su propia plenitud y perfección. La violencia
se somete a esta lógica bienhechora, a pesar de la magnitud de su
misteriosidad.”[31]
¿Dónde basa él su fe en esta “ lógica bienhechora” que orienta toda
la evolución? Él busca este fundamento tanto en la ciencia como en
la teología. Él dice: “hay un calibraje meticuloso de medidas sin
el cual nunca habrían aparecido las estrellas ni habría eclosionado
la vida en el universo. Esta comprensión supone que el universo no
es ciego, sino cargado de propósito e intencionalidad. Así un conocido
astrofísico ateo como Fred Hoyle reconoce que la evolución sólo puede
entenderse en la presuposición que exista un Agente supremamente inteligente.
Dios, el nombre para este Agente supremamente inteligente y ordenador,
está umbilicalmente implicado en el proceso evolutivo y cosmogénico.”[32]
Según L. Boff, el mundo físico nos mostraría como este mundo está
cargado de propósito cargado e intencionalidad del Agente ordenador
que es Dios, y que la ley o la intencionalidad que gobierna la expansión
del universo es la misma que gobierna el proceso evolucionario. Realmente,
lo que supone que el universo está cargado de intencionalidad no es
el mundo físico como tal, sino como él mismo dice es “esta comprensión”
sobre el universo y el surgimiento de la vida.
Siguiendo su reflexión, él dice que “en el espíritu humano el mismo
Espíritu moldea su templo. A pesar de la diversidad, el universo no
deja de ser uno, constituyendo una totalidad orgánica, dinámica y
armónica. Él se revela como motor del proceso cosmogénico, como la
flecha del tiempo, cargada de propósito y como convergencia en la
diversidad.”[33] Más, “la evolución necesita alcanzar cierta convergencia, alcanzar
un punto omega. Sólo entonces tiene sentido el discurso de la encarnación
como lo entienden los cristianos y el permitir el paso de lo crístico
a lo cristológico. Es aquí donde entra la fe cristiana, punta de
lanza de la conciencia cósmica. La fe ve en el punto omega de la evolución
al Cristo de la fe, aquel que es creído y anunciado como la cabeza
del cosmos y de la Iglesia, punto de encuentro de todos los seres.
Si lo que la fe proclama no es mera ideología ni pura fantasía inconsciente,
entonces eso debe mostrarse de alguna forma en el proceso evolutivo
del universo.”[34]
Como conclusión de esta argumentación, podemos citar: “Eco-espiritualmente
la esperanza nos asegura que, a pesar de todas las amenazas de destrucción
que la máquina de agresión de la especie humana construyó y usa contra
Gaia, el futuro bueno y sano está garantizado porque este Cosmos y
esta Tierra son del Espíritu y del Verbo.”[35]
Son realmente palabras optimistas. Pero, un optimismo tan lleno de
certeza nos plantea una pregunta: si el universo necesariamente está
guiado por una lógica bienhechora ¿dónde encajan las muertes y sufrimientos
de los inocentes en esta evolución? ¿Serían sólo los dolores de parto?
Si es así, ¿No es exactamente eso, o casi eso, lo que dicen Hayek
y otros que presentan las muertes de los pobres y de los débiles como
dolores necesarios, resultados no agradables del proceso de una evolución
siempre bienhechora? Esta visión providencial de la evolución ¿no
es otra forma de rescatar las metanarrativas de la historia de la
modernidad, que el propio L. Boff critica? En esta visión de la historia
marcada por la “ necesidad” de un futuro bueno ¿dónde quedan la contingencia,
la libertad humana y el pecado?
L. Boff hace del punto ómega de la evolución en que la fe cristiana
vería al Cristo de la fe, el sentido de la evolución del Cosmos y
de las especies vivas. Una evolución que confirmaría que “a pesar
de la diversidad, el universo no deja de ser uno, constituyendo una
totalidad orgánica, dinámica y armónica.” Es decir, un orden detrás
de todo. Aunque el mundo físico y biológico constituyese esta totalidad
orgánica y armónica, - lo que es también discutible -, ¿es eso garantía
de que hay un orden que mueve las conciencias humanas y la sociedad
rumbo a esta misma armonía? ¿Será que con el surgimiento de la conciencia
humana, no hay emergencia de nuevas propiedades que no permiten esta
aplicación lineal de teorías del campo de la astrofísica o de la biología
al campo humano-social?
Para Freeman Dyson, la tiranía o la determinación de los genes sobre
los organismos duró 3.000 millones de años y sólo fue precariamente
superada en los últimos 100 mil años con la aparición del Homo
sapiens que desarrolló el lenguaje simbólico y la cultura. Con
eso, “nuestros patrones de conducta son ahora, en gran medida, determinados
culturalmente y no más genéticamente. Podemos optar por mantener un
gen defectuoso en circulación porque nuestra cultura no permite que
dejemos morir a los niños hemofílicos. Robamos a nuestros genes la
libertad de hacer opciones y de cometer errores.”[36] Lo que quiere decir que las supuestas leyes
que gobernarían la expansión del Cosmos y la evolución de las especies
vivas ya no determinan o han perdido su fuerza en la determinación
de los comportamientos y, por eso, del futuro de la humanidad.
Es nuestra capacidad de producir símbolos y culturas la que nos dió
la posibilidad de libertad (pequeña, pero libertad) y, con eso, la
capacidad de soñar y desear una realidad todavía no existente. Es
eso lo que nos permite sentir indignación ética ante la realidad,
ante el mundo tal como está. Incluso somos capaces de desear y soñar
con cosas y relaciones que no somos capaces de realizar, que están
más allá de la posibilidad humana. Esta libertad, claro, también nos
da la posibilidad de errar, de fracasar y, por tanto, ella nos recuerda
que no tenemos garantizado un futuro necesariamente armonioso y pleno.
A menos que esta (escasa) libertad sea apenas una ilusión, y la historia
humana sea sólo una farsa que simplemente reproduce una trama pre-establecida
por un ser superior.
La indignación ética que contesta las injusticias y los males del
mundo nace de una apuesta, de un acto de fe que rompe con la noción
de destino – sea un destino bueno o malo–, con la lógica del sistema
vigente y con el proceso de “evolución” que ha guiado la sucesión
de culturas, civilizaciones e imperios.
Para J. Comblin, la tradición bíblica difiere de la filosofía griega
que buscaba en Dios el fundamento del orden y pensaba que el ser humano
cumplía su destino ocupando su lugar en el orden cósmico, sometiéndose
al orden universal establecido y movido por Dios. “En la Biblia, sin
embargo, todo es diferente porque Dios es amor. El amor no funda orden,
sino desorden. El amor rompe toda estructura de orden. El amor funda
la libertad y, por consiguiente, el desorden. El pecado es consecuencia
del amor de Dios.”[37]
Cuando la Biblia dice que Dios es amor, está afirmando que la vocación
humana es a la libertad, que ésta es más que una cualidad o un atributo
del ser humano, es la propia razón de ser de la humanidad, el eje
central de toda la existencia humana. Porque, “que Dios es amor y
que la vocación humana es a la libertad son las dos caras de la misma
realidad, las dos vertientes del mismo movimiento.”[38]
Según esta forma de ver a Dios y al sentido de la existencia humana,
Dios que era omnipotente se volvió impotente ante el ser humano libre,
y viene al mundo, no en su poder omnipotente para imponer su voluntad
en la historia humana, sino como alguien que “se vació a sí mismo,
y asumió la condición de siervo, tomando apariencia humana” (Fl 2,7).
Como no es posible que vivamos la libertad sin la posibilidad del
mal (éticamente hablando) y del pecado, Dios hizo el mundo tal que
el pecado es una posibilidad inevitable. Por eso, Comblin retoma un
texto bíblico muy citado por Juan Luis Segundo, “Ya estoy llegando
y llamando a la puerta. Si alguien oye mi voz y abra la puerta, entraré
a su casa y comeré con él, y él conmigo” (Ap 3,20) y dice: “si nadie
abre, Dios acepta la derrota sabiendo que su creación fracasó. Dios
creó un mundo que podía fracasar.”[39]
En un texto más reciente, L. Boff continúa profesando optimismo y
certeza, al mismo tiempo que abre espacio para la duda. De un lado
dice: “queramos o no, ya se está anunciando el día en que la mundialización
no será solamente económica. Ella se hará también bajo el signo de
las ética, del sentido de compasión universal, del descubrimiento
de la familia humana y de las personas de los más diferentes pueblos
[...] Todos estaremos bajo el mismo arco iris de la solidaridad, del
respeto y de la valoración de las diferencias y movidos por la amonización
que nos hace a todos hermanos y hermanas. Será la era ecozóica, como
ya la llaman algunos.”[40]
Este “queramos o no” revela su concepción de una historia marcada
por la necesidad, una dirección necesaria independiente de la voluntad,
la adhesión o las prácticas de los seres humanos. Probablemente es
una concepción marcada profundamente por su deseo de un mundo armonioso.
Pero, por otro, él también afirma en este mismo artículo que “ésta
es la gran lección que debemos sacar: o cambiamos o perecemos. O transitamos
el camino de Emaús del compartir y de la hospitalidad con todos los
habitantes de la nave-espacial Tierra, o probaremos el camino de Babilonia,
de la tribulación y de la desolación. Esta vez no podemos hacernos
una falsa ilusión acerca de la gravedad de la situación actual. No
obstante, fortalece en nosotros una esperanza indescriptible.”[41]
Esperanza no es lo mismo que optimismo. Somos optimistas “debido
a”, es decir, tenemos razones científicas o religiosas para nuestro
optimismo. Por otro lado, nosotros tenemos esperanza “a pesar de”,
es decir, sin razones para el optimismo. La esperanza nace de un acto
de fe.
Una solución al dilema presentado – sea a partir la ciencia o de
la teología - está mucho más allá de mi capacidad y de la intención
de este artículo. Presenté aquí dos posiciones posibles sólo con el
propósito de ponernos el desafío de repensar los temas teológicos
fundamentales como la providencia divina, la encarnación y el significado
de Cristo en la historia frente a las nuevas formas de legitimación
del capitalismo contemporáneo.
Es posible entender la fe en la encarnación de Cristo como la base
de una visión optimista de desarollar la historia rumbo al punto Omega,
pero también podemos entender la encarnación como acto de “vaciamiento
de la divinidad”, es decir, la entrada de un Dios sin poderes divinos
dentro de la historia humana. Una encarnación que revela la solidaridad
de Dios con las víctimas de la historia, pero eso no garantiza ni
la victoria de los pobres ni la evolución – en el sentido de un caminar
hacia la plenitud o el desenvolvimiento cualitativo - de la historia.
Porque éstos presuponen una fuerza divina que Cristo “vaciado” ya
no posee más.
Una última idea. La racionalidad teológica o ética son importantes
en la fundamentación de una nueva cosmovisión o de un nuevo conjunto
de valores éticos y morales. Sin embargo, no son suficientes para
“mover multitudes”, para cambiar la dirección en que se está moviendo
nuestra sociedad y nuestra civilización. Necesitamos personas y grupos
que encarnen estos valores en sus vidas y prácticas religiosas y sociales
y que, esta forma, sirvan de modelos de deseo, como atractores de
nuevos movimientos sociales y religiosos. Personas que no hacen de
la certeza ni de la victoria la razón principal de sus acciones solidarias,
personas que simplemente viven su libertad humana respondiendo a la
llamada de solidaridad que viene de los rostros de las personas.
* * *
Jung Mó Sung. Post-doctorado en Educación y doctor en las Ciencias
de la Religión. Profesor del Programa de Post-grado en Ciencias de
la Religión de PUC-SP y de UMESP. Es también investigador de IFAN-USF.
Autor de diversos libros, entre ellos, Competencia y sensibilidad
solidaria: educar para la esperanza, 2ª ed., 2001,Vozes (en co-autoría
con Hugo Assmann); Deseo, mercado y religión, 3ª ed., 1998, Vozes;
Teología y Economía, 2ª ed., 1995, Vozes.
[1]Texto presentado
en el I Simposio Teológico Internacional promovido por la Universidad
Católica de Pernambuco, UNICAP, en Recife, el día 08/05/2001.
[2] SAMUELSON, Paul
A. Introducción al análisis económico. Vol. 1, 8ª ed. Río de
Janeiro: Agir, 1977. P.45. (la cursiva es nuestra)
[3]Cf. KRUGMAN, Paul.
The Self-organizing Economy. Malden-Oxford: Blackwell, 1996.
El Instituto Santa Fe es hoy, probablemente, uno de los centros más
importantes en el estudio de la aplicación de las teorías de la complejidad
y de la auto-organización al campo de la economía. Vide por ej. The
Economy as an Evolving Complex System II: Santa Fe Institute Studies
in the Sciences of Complexity, 1997.
[4] CAPRA, Fritjof.
A teia da vida. Uma nova compreensão científica dos sietemas vivos.
São Paulo: Cultrix, 1997, p.64
[5] KRUGMAN, P. Op.
Cit. P.3.
[6] Idem. Ibidem,
p.6.
[7] Río de janeiro:
Campus, 1999. (orig. Ingl. The Accidental Theorists, 1998)
[8]Algunos otros ejemplos:
John Henry Clippinger (Editor). The Biology of Business: Decoding
The Natural Laws of Enterprise, 1999; Kevin T. Kelly. Out of
Control: The New Biology of Machines, Social Systems and the Economic
World, 1995; Ken Baski. Corporate DNA: Learning from Life,
1998; Pierre N. V. Tu. Dynamical Systems: An Introduction with
Applications in Economics and Biology, 1998; Gary F. Bargatze.
Exploring Corporate DNA: A Business Handbook for the New Millenium,
1999.
[9] Exame. N.
279, 13/12/2001, São Paulo, p. 36. La cita siguiente es también de
este artículo.
[10]RIDLEY, Matt.
As origens da virtude. Um estudo biológico da solidariedade.
Río de Janeiro: Record, 2000.
[11]Idem. Ibidem,
pp. 53-54.
[12]Idem, Ibidem,
pp. 56-57.
[13]Idem, Ibidem, p.269.
[14]Idem, Ibidem. P. 296.
[15]Idem. Ibidem, p.298
[16]Sobre este problema,
ver el libro fundamental de Franz Hinkelammert. Crítica de la razón
utópica. São Paulo: Paulinas, 1985; especialmente el capítulo
3, dedicado al análisis del modelo soviético.
[17]Sobre el tema
de deseo, necesidad, economía y teología, ver: Jung Mo Sung. Deseo,
mercado y religión. 3ª ed., Petrópolis: Vozes, 1998.
[18]George Soros,
el mega inversor/especulador en el mercado financiero mundial, defiende,
a partir de una relectura de Popper, ideas semejantes en su libro
La crisis del capitalismo. Río de Janeiro: Campus. 1999
[19]HAYEK, F. La fatal arrogancia: los errores del
socialismo. Madrid Unión Editorial, 1990, p. 33.
[20]Idem, Ibidem, p. 33
[21]Idem, Ibidem,
pp. 212-213.
[22]BARRY, Norman.
La tradición del orden espontáneo. Revista Acta Académica,
nov/1997. Disponible en internet: www.uaca.ac.cr/acta/., jul/2001.
[23]MOSCOVICI, Serge,
La máquina de hacer dioses. Río de Janeiro: Imago, 1990, p.
27.
[24]HAYEK, F. Op.
Cit., pp. 50-51.
[25]Idem, Ibidem,
pp. 43-44.
[26]Ver, por ej.
SEGUNDO, Juan Luis ¿Qué mundo? ¿Qué hombre? ¿Qué Dios?. Santander:
Sal Terrae, 1993.
[27]ASSMANN, Hugo.
Metáforas novas para reencantar a educacãa: epistemologia e didática.
Piracicaba: Unimep, 1996. P. 64
[28]Idem. Ibidem, p.64.
[29]Idem. Ibidem, p.66.
[30]Sobre este tema,
ver por ej., ASSMANN, H. & SUNG, J. M. Competência e sensibilidades
solidária: educar para esperança. 2ª. ed., Petrópolis: Vozes,
2001, especialmente la Parte I.
[31]BOFF, L. Ecología:
grito da Terra, grito dos pobres. São Paulo: Ática, 1995. P. 41
[32]Idem, Ibidem,
p. 226
[33]Idem, Ibidem,
p. 259.
[34]Idem, Ibidem,
p. 273.
[35]Idem, Ibidem, p. 306.
[36]DYSON, Freeman.
Infinito em todas as direções. São Paulo: Companhia das Letras,
2000, pp. 120-121.
[37]COMBLIN, José,
Cristãos rumo ao século XXI: nova caminhada da libertação, São
Paulo: Paulus, 1996, p. 65.
[38]Idem, Ibidem, p. 67.
[39]Idem, Ibidem, p. 66.
[40]BOFF, L. El pecado
capital del ecocidio y del biocidio. En: DUQUE, José & GUTIERREZ,
Germán. Itinerario de la razón crítica: homenaje a Franz Hinkelammert
en sus 70 años. San José (Costa Rica): DEI, 2001, pp. 213-227.
Cit. p. 225.
[41]Idem. ibidem, p. 227.
{referencia}
|