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Jesús, el Evangelio y la Iglesia

Jesús PELÁEZ


 

Jesús anunció el reino y lo que vino fue la iglesia (Alfred Loisy).

 

No la iglesia, sino el reino de Dios, es el último fin del plan divino de salvación y la figura consumada de la salvación para el mundo entero. (Rudolf Schnackenburg).

 

El tema de esta ponencia es tan amplio que hablar de “Jesús, el evangelio y la iglesia” que decir algo que no sean generalidades en tan poco espacio, resulta difícil. Aunque en realidad el título de este texto no tiene tres partes, sino dos, ya que Jesús y el evangelio se identifican: Jesús es el evangelio o la buena noticia de la llegada del reinado de Dios[1].

 

Jesús anunció el reino (?) y lo que vino fue la iglesia

La iglesia, si es que debemos hablar de ella en singular y no en plural, merece capítulo aparte, pues, como institución, no se ha encontrado a lo largo de la historia a la altura del evangelio de Jesús. Si entre Jesús y el evangelio podemos poner el signo de “igual”, no es posible hacer otro tanto entre el evangelio y la iglesia. Ya lo dijo Loisy: “Jesús anunció el reino y lo que vino fue la iglesia”, una realidad distinta y distante de la anunciada. La frase de Loisy -que ha sido motivo de preocupación para unos y de liberación para otros- no es a mi juicio acertada, pues lo que Jesús anunció -y esto sería conveniente saberlo para evitar malentendidos- no fue el reino, sino el comienzo del reinado de Dios. La palabra griega basileia, que las biblias traducen de modo uniforme por reino, significa también reinado y realeza[2]. El comienzo del reinado de Dios abriría el paso a la implantación progresiva de su reino en la tierra en la medida en que hubiese grupos o comunidades que se adhirieran al programa de Jesús. Al traducir de modo uniforme la palabra basileia por reino, los estudiosos se vieron forzados a reconocer que la predicación de Jesús sobre la segunda venida del Hijo del hombre al final de los tiempos y sobre la inminencia del reino fue un cálculo errado que las comunidades cristianas primitivas se encargaron de ir corrigiendo en la medida en que constataban que ni el fin ni el reino anunciado llegaban[3].

Lo que Jesús anunció fue, por tanto, el comienzo del reinado de Dios y no la iglesia, esa macro-institución que nos puede y con la que no sabemos qué hacer, que es nuestra madre (porque, gracias a ella, nacimos a la fe y ella fue la primera que nos habló de Jesús y de nuestro padre Dios), pero que ejerce también de madrastra hacia muchos de sus hijos, mostrando con más frecuencia de la debida un rostro más severo e intransigente del que corresponde a una madre hacia sus hijos.

 

¿Creo en la iglesia una, santa, católica y apostólica?

Además, dejándonos de galimatías de eruditos y de abstracciones que no vienen al caso, a mí no me ha parecido nunca que la iglesia dé la imagen de ser una, santa, católica y apostólica, aunque sí bastante -tal vez demasiado- romana.

Yo no creo que la iglesia sea una ni en creencias ni en vivencias, pues está dividida. Pueblo llano, sacerdotes, religiosos, teólogos y jerarquía, cuando dicen tener fe, ¿profesan la misma fe en la vida de cada día? Los kikos, el opus, la acción católica, los cursillos de cristiandad, comunión y liberación, la religiosidad popular, las comunidades de base, los movimientos especializados, el movimiento apostólico seglar o los cristianos por libre -que también los hay-, ¿creen todos en el mismo Jesús o hay entre ellos un abismo tan insondable como el que había entre el rico y Lázaro en la parábola?

Yo no pienso que la Iglesia, como institución, equiparable grosso modo a otras instituciones (sindicatos, ejército o partidos políticos, con afiliados o simpatizantes) aparezca a los ojos del pueblo muy santa que digamos. La frase de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24) es todavía piedra de toque de una iglesia que con frecuencia da la impresión de estar más empeñada en plantar la cruz en el casillero de la declaración de la renta, como he leído en el periódico, que en las pateras de africanos que se arriesgan a la muerte, para poder disfrutar de las migajas de la mesa de los amos de un mundo que fabrica oprimidos y deprimidos en serie, hacia fuera y hacia dentro[4].

Tampoco parece la Iglesia muy católica, pues este calificativo ha perdido su significado originario de “universal” y se utiliza para distinguirla de las otras iglesias cristianas.

Ni tan apostólica, como se dice, pues gran parte de sus esfuerzos y medios van destinados a mantener su estructura, más que a anunciar el evangelio. Baste con observar que de los cerca de diez y nueve mil millones que la iglesia española recibe en concepto de “Dotación y asignación tributaria del Estado”, diecisiete mil, -en los que se incluye el pago de la contribución “empresarial” a la Seguridad social del clero, según cifras publicadas en el Boletín de la Conferencia Episcopal-, van destinados al mantenimiento de obispos y sacerdotes con rango pastoral[5]. Lo que Jesús encomienda en el evangelio a sus discípulos es una misión y no una institución. La iglesia-institución, como cualquier institución, tiende a esclerotizarse -si no lo está ya- y a convertirse en fin en sí misma.

Romana sí que ha sido la iglesia, y tal vez demasiado. A lo de romana no le he tenido nunca demasiadas simpatías, a pesar de haber vivido algunos años en Roma, pues esta ciudad, como alguien dijo, “ha tenido la osadía de quitarle el aguijón al evangelio”, y el primado de Pedro allí establecido ha dejado mucho que desear a lo largo de la historia.

Respecto al primado es necesario precisar que el poder de atar y desatar que da Jesús a Pedro, como prototipo de la comunidad en el capítulo 16,16 del evangelio de Mateo, no es exclusivo de éste, sino que se otorga también a la comunidad dos capítulos más adelante en el mismo evangelio (18, 18). La persona de Pedro (petros, en griego) no es la roca (petra, en griego) sobre la que se edifica la iglesia, sino una piedra, importante si se quiere, para la construcción de la casa de la comunidad. La roca sobre la que hay que edificar la comunidad o la ciudad (esto es la iglesia o nueva sociedad humana) es la fe / adhesión a Jesús Mesías, hijo de Dios vivo y la conducta del cristiano acorde con el mensaje de las bienaventuranzas (7, 24s)[6].

 

Una iglesia plural

Por lo demás, de la lectura del Nuevo Testamento no se deduce una estructura determinada de iglesia o comunidad, sino más bien una iglesia plural con un referente originario: Jesús, pero con unos destinatarios y un mensaje continuamente adaptado a las nuevas circunstancias de tiempo y lugar. Ya desde el principio se puede hablar de la comunidad de Marcos, de Mateo, de Pablo, de los apócrifos etc., cada una con sus características peculiares en creencias y modo de actuar. La tendencia a uniformar dentro de la iglesia va en contra del Nuevo Testamento. De hecho, de la lectura del evangelio se han deducido estructuras de iglesias cristianas diferentes: la católica, con una estructura con primado universal de jurisdicción; la anglicana, con primado nacional; otras iglesias admiten sólo presbiterado y no episcopado; otras ni siquiera esto; los cuáqueros, por ejemplo, hacen de la iglesia una sociedad de amigos, sin culto externo ni jerarquía eclesiástica.

 

Invitación a permanecer en la iglesia

A pesar de lo dicho, yo no me he salido de la iglesia, no os invito a saliros, ni siquiera a gastar muchas fuerzas en luchar contra ella, sino más bien a permanecer en ella, a potenciar lo bueno que, sin duda, tiene, a disentir en público y en privado, oportune et importune, cuando creáis que no actúa evangélicamente y, sobre todo, a convivir con ella; tal vez esto último sea lo único que se pueda conseguir de una madre tan anciana. Dice Pedro Casaldáliga que “en Europa, con cierta frecuencia, algunas comunidades o ciertos cristianos descontentos, medio desesperados de sus obispos y de las estructuras eclesiásticas, optaron por soluciones que a nosotros nos parece que no son soluciones: ‘Cristo, sí, la iglesia no’. No se trata de eso. Cristo sí, y la iglesia también, pero una iglesia al servicio de Cristo y del pueblo, como una comunidad de seguidores de Jesús, como un sacramento, como el sacramento del Reino. Ahora bien, para que podamos continuar en la iglesia, para ayudar a que la iglesia sea lo que debe ser, hay que radicalizar nuestra actitud eclesial”[7].

Como instancia crítica, las comunidades cristianas tienen un lugar dentro de esta iglesia, el lugar de los pobres. Ese lugar difícilmente os lo va a quitar nadie, porque pocos lo quieren. Este tendría que haber sido desde siempre el lugar preferido de toda la iglesia.

A esa vieja iglesia que no nos gusta, que creemos que vive de espaldas al evangelio, burocratizada, teledirigida, super-jerarquizada, que exige sumisión y no brinda libertad, ayudémosle a bien morir, para que nazca otra iglesia, la iglesia-comunidad de comunidades, metida y perdida en el pueblo para anunciarle su liberación y llevarlo a la plenitud humana. Teología de la liberación, como primer paso, hacia la teología de la plenitud humana, hacia la plena realización del ser humano. Pero baste ya de digresiones y comencemos con el tema de fondo.

 

Un nuevo éxodo: “De la iglesia al Reino”

Para hablar de Jesús, del evangelio y de la iglesia, -que entiendo a partir de ahora como una realidad plural, como comunidad de comunidades cristianas- yo no voy a elaborar un discurso teórico, como aquél al que me he referido al principio, sino que me voy a limitar a comentar algunas parábolas del reino[8], que son fiel reflejo de quién es Jesús, en qué consiste el núcleo de su evangelio y cuál el ser y la tarea prioritaria de la comunidad cristiana en el mundo.

Si Loisy dijo que “Jesús anunció el reino y lo que vino fue la iglesia”, algunas parábolas indican el camino o éxodo que conducirá de nuevo a la iglesia hacia el reino. ¿Qué pasos tendrá que dar para ello? A continuación, propongo cuatro, que considero fundamentales, aunque no todo se queda en lo que voy a decir, pues el mensaje de las parábolas no se limita a éstos. Para ilustrarlos he elegido cinco parábolas que representan gráficamente el talante del Dios de Jesús y de Jesús mismo, en qué consiste el núcleo último al que se puede reducir su evangelio y cómo tiene que ser la iglesia o comunidad de los que se adhieren a él. Son las parábolas del grano de mostaza (Mc 4, 30-32) y de la levadura (Lc 13,20-21), y las parábolas de los invitados al banquete (Lc 14, 7-14.15-24), de los jornaleros invitados a la viña ( (Mt 19, 30-20,16) y del padre pródigo (Lc 15, 11-32). De estas parábolas voy a resaltar su aspecto más sobresaliente, dado que una explicación pormenorizada sería muy larga.

 

-Primer paso: Hacia una iglesia modesta (=una comunidad de comunidades), sin pretensiones de grandeza, pero acogedora.

Parábolas del grano de mostaza (Mc 4, 30-32) y de la levadura (Lc 13, 20-21).

El reino de Dios se puede comparar con un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, aun siendo la semilla más pequeña de todas las que hay en la tierra, sin embargo, cuando se siembra, va subiendo, se hace más alta que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden acampar a su sombra (Mc 4, 30-32).

 

Esta semejanza -puesto que no es propiamente una parábola, ya que no tiene personajes- debe curarnos para siempre en salud a los cristianos y quitarnos los sueños de grandeza, la añoranza de poder, el deseo de destacar y dominar sobre los demás.

La parábola opone la semilla más pequeña no a un árbol, sino a una planta que echa ramas grandes y se hace más alta que las hortalizas[9]. Todo se mantiene dentro de los límites de la modestia. Cuando se siembra en la tierra (esto es, cuando el mensaje se siembra en los individuos, sin excluir a ninguno; carácter universal de la tierra), la mostaza tiene un crecimiento sorprendente, pues se eleva sobre las hortalizas (en Palestina puede alcanzar más de metro y medio de altura). Además, la mostaza es una planta que, según Plinio el Viejo, “una vez sembrada en un terreno es muy difícil hacerla desaparecer de él, pues su semilla germina tan pronto como es plantada”[10].

El mensaje de la parábola, sin embargo, no se agota aquí, pues menciona a los pájaros que anidan a su sombra, aludiendo a la profecía de Ezequiel (17, 22ss) donde se anuncia la restauración de Israel con estas palabras:

Esto dice el Señor:
‘Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado;
del vástago cimero arrancaré un esqueje
y yo lo plantaré en un monte elevado y señero,
lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.
Echará ramas, se pondrá frondoso
 y llegará a ser un cedro magnífico;
anidarán en él todos los pájaros,
a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves’” .

 

Por el contexto, sabemos que, estando el pueblo en el destierro, Dios decidió devolverlo a la tierra anunciándole que se convertiría en un gran imperio (un cedro magnífico) bajo cuyo amparo se cobijarían los hombres y pueblos de la tierra[11].

Pero la parábola corrige en varios puntos la profecía de Ezequiel, como ha mostrado Juan Mateos[12].

El reino de Dios no procede de un árbol grande ya existente, sino de una semilla mínima e insignificante; es algo totalmente nuevo; y no será plantado en lo alto del monte encumbrado de Israel, sino en la tierra, en el mundo entero. El reino de Dios no se circunscribe a un pueblo, ni tendrá en él su centro ni estará condicionado por su historia. El reino de Dios no prolonga el pasado ni en su índole ni en su grandeza.

En Ezequiel la guía del cogollo del cedro alto llegaría a ser un cedro magnífico, el rey de los árboles. El reino de Dios, sin embargo, según Marcos, no llegará ni siquiera a árbol, sino que se elevará por encima de las hortalizas. Pero, al igual que la profecía de Ezequiel, este arbusto servirá para dar cobijo a los que no tienen donde cobijarse: los pájaros del cielo.

La comunidad de Jesús o reino de Dios es una comunidad humana de comienzos insignificantes y que, incluso en su máximo desarrollo, carecerá de esplendor mundano. Renuncia a la grandeza, pero no a la acogida. El aspecto social del reino de Dios contradice todas las expectativas de gloria del judaísmo. Nuestras comunidades, la iglesia como comunidad de comunidades, necesitan una cura de modestia y sencillez.

El carácter modesto y acogedor de esta comunidad es fiel reflejo de la práctica de Jesús que acoge a su lado a todos los que no tienen cabida en la sociedad; de su compañía no están excluidos ni los niños ni los pobres, ni los cojos, ni los lisiados, ni los sordos ni los ciegos, ni los cautivos, ni los publicanos, ni los samaritanos, ni las prostitutas, ni los ladrones ni los paganos, o lo que es igual, ni los últimos, los que no contaban para la sociedad y la religión de Israel.

Esta -y no otra- es la buena nueva del evangelio: “Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor” (Lc 4,18-19).

 

E insistió: -¿Con qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que metió una mujer en medio quintal de harina, y todo acabó por fermentar (Lc 13, 20).

No sólo mostaza; la comunidad cristiana tiene que ser también como un puñado de levadura, suficiente para transformar la masa (con medio quintal de harina había para saciar a 150 personas); una comunidad-levadura, o sea, una comunidad de pocos, que no de muchos; la comunidad-levadura, cuando está en el mundo, no se hace notar; cuando no está, se nota su falta. La comunidad cristiana ha de incidir fuertemente en la sociedad desde una posición escondida, apenas visible, pero con gran capacidad de penetración y de vivificación de las estructuras sociales; no por su presencia masiva e imponente sino por su vitalidad y fuerza de cambio del medio en el que se inserta; la presencia de la comunidad cristiana en el mundo hará madurar a la humanidad, actuando desde dentro de ella, sin que se note cómo[13].

 

-Segundo paso: Hacia una iglesia de iguales que no excluye ni discrimina.

Parábola de los invitados al banquete (Lc 14,7-14.15-24).

Antes de contar la parábola, Jesús da dos recomendaciones a los convidados:

Deben renunciar a la ambición de honores como condición para entrar en el reino. La comida o banquete se presenta como la confirmación del honor del invitado. A mejor puesto, más honor. Jesús invita a renunciar al honor y a colocarse en el último puesto.

Cuando den una comida o cena, invitarán a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Estos marginados, que no pueden corresponder invitando a su vez, deben ser el centro de atención de los seguidores de Jesús.

Pero la parábola de los invitados al banquete no se limita a estas dos enseñanzas, sino que va más allá: propone una alternativa de sociedad con el símil de un banquete un tanto extraño. El texto dice así:

Al oír aquello, uno de los comensales le dijo: -(Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!

Jesús le repuso:

-Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: -Venid, que ya está preparado.

Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: -He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor. Otro dijo: -He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor. Otro dijo: -Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir.

El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de la casa, indignado, le dijo: -Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, lisiados, ciegos y cojos. El criado dijo: -Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio.

Entonces el señor le dijo al criado: -Sal a los caminos y senderos y aprémiales a entrar hasta que se llene la casa; porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi banquete.

 

Veamos en qué consiste la alternativa de sociedad que propone la parábola. Esta parábola no debe interpretarse como una cena de caridad en la que el señor, al negarse a venir los primeros invitados, manda a su criado para que siente a la mesa a los pobres, lisiados, ciegos y cojos, pues la parábola no termina ahí, sino que continúa con una nueva orden del amo a su criado: “Cuando el criado cumplió aquella orden le dijo a su señor: -Se ha hecho lo que mandaste y todavía queda sitio. Entonces el señor le dijo al criado: Sal a los caminos y senderos y aprémiales a entrar hasta que se llene la casa; porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi banquete”.

Esta tercera orden -a la de tres va la vencida- es sumamente importante para comprender el meollo de la parábola, pues aclara que lo que el señor aquél hace no es un acto de beneficencia o una obra buena para que no se desperdicie la comida; ni siquiera un acto para restaurar su honor perdido, pues invitando a los pobres, difícilmente se puede restaurar el honor. La orden que da es extraña y revolucionaria: “apremia a entrar a los que encuentres por caminos y senderos para que se llene la casa”.

Los sustitutos de los primeros invitados son, en primer lugar, los sin techo de la ciudad: pobres (ptôkhós, miserable), lisiados, ciegos y cojos (marginados en general que se encuentran en calles y plazas); y en segundo lugar, los de fuera de la ciudad: “apremia a entrar a los que encuentres por caminos y senderos”.

El resultado es un banquete extraño, como ha mostrado John D. Crossan[14] en el que pueden participar todos los que acepten la invitación, sean quienes fueren. Consecuencia de este tipo de invitación es que todos podrían sentarse juntos a la mesa: mujeres junto a hombres, libres junto a esclavos, los que ocupan los puestos más altos de la sociedad junto a los que están abajo o los puros según ordena el rito con los que no lo son. Este tipo de banquete acabaría con la función social de la mesa en la cultura mediterránea, que no es otra sino establecer un ranking social o escala según lo que uno come, cómo come y con quién come. Al banquete se invita siempre a una determinada gente; dentro del banquete hay una determinada jerarquía: unos primeros puestos y unos últimos puestos, ocupados según el rango social.

Y si la mesa es símbolo de la organización social, el resultado es una nueva sociedad en la que todos, independientemente de quienes sean, pueden sentarse a la mesa, aboliéndose de este modo las discriminaciones de todo tipo.

Así debe ser la iglesia o comunidad cristiana. En esta nueva sociedad no hay excluidos dentro del pueblo (calles y plazas) ni pueblos excluidos (caminos y senderos). Este banquete es imagen de la comunidad cristiana en la que se manifiesta el reinado de Dios.

Jesús practicó este estilo de vida. Pero le costó caro: lo acusaron de comilón y borracho, de amigo de publicanos y descreídos. Jesús, cuyo comportamiento refleja el del señor de la parábola, no sólo no restablece su honor al no hacer distinciones ni discriminaciones, sino que lo pierde. Quien actúa como el señor de la parábola, o como Jesús, no tiene honor, ni siente vergüenza.

La comunidad cristiana tiene que seguir el camino de Jesús; tiene que perder el honor y la vergüenza y sentarse a comer sin hacer distinciones ni discriminaciones. Mientras no intente hacerlo en la vida de cada día, no será cristiana. No se trata de algo accidental, sino del núcleo del evangelio. De este modo se subvierte el orden de valores de la cultura: donde estaba antes el honor, que engendra discriminación, ahora se sitúa la igualdad, que da paso a una sociedad de iguales que celebran la fiesta de la vida.

Esta es la praxis de Jesús, esta es la buena noticia del evangelio, y este debe ser el estilo de vida de la comunidad cristiana.

 

-Tercer paso: Hacia una iglesia sin últimos ni primeros, que altera escandalosamente el orden establecido como generador de injusticia.

Parábola de los jornaleros invitados a la viña (Mt 19,30 - 20,16).

Pero todos, aunque sean primeros serán últimos, y aunque sean últimos, serán primeros, porque el reinado de Dios se parece a un propietario que salió al amanecer a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en el jornal de costumbre, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: -Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo que sea justo. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.

Saliendo a última hora, encontró a otros parados y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. El les dijo: -Id también vosotros a la viña.

Caída la tarde, dijo el dueño de la viña a su encargado: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Llegaron los de la última hora y cobraron cada uno el jornal entero. Al llegar los primeros pensaban que les darían más, pero también ellos cobraron el mismo jornal por cabeza. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el propietario: -Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día y el bochorno.

El repuso a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo mío?, )o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?

Así es como los últimos serán primeros y los primeros últimos.

 

Ayer. La parábola refleja unas circunstancias en las que el paro estaba a la orden del día en un país que “manaba leche y miel”. En la plaza del pueblo -como en las plazas de nuestros pueblos de Andalucía o en las oficinas del INEM- se arremolinaban los jornaleros esperando un contrato de trabajo. El capital -entonces tierra y dinero- estaba en manos de los menos (como hoy); como resultado, paro, pobreza y miseria era la experiencia de los más.

Por documentos ajenos a la Biblia tenemos indicios de que en el siglo I empeoró la situación de las clases modestas a causa del aumento de los impuestos, de la concentración de posesiones en manos de los poderosos y de diversas catástrofes ecológicas que cogieron cada vez más desguarnecidas a las capas inferiores de la sociedad, condenadas al paro, al hambre, a la enfermedad, a la marginación y, en la mayor parte de los casos, al robo para sobrevivir[15]

Debemos, por tanto, pensar que, en la Palestina de tiempos de Jesús, unos cuantos ricos se enriquecieron todavía más (pensemos en los bancos y las grandes fortunas de hoy) mientras que las clases humildes, pequeños labradores, arrendatarios, pescadores y artesanos se encontraron en los mayores apuros. No hablamos ahora de los grupos que no tenían acceso al trabajo y que vivían de la limosna o del colectivo de la juventud, un grupo notoriamente marginado, del que dice Flavio Josefo que “era terreno abonado para las arengas de los militantes de la resistencia” (Ant 18,10; Bell 4,128). La práctica inexistencia de clase media hacía que la mayoría de la población se debatiese a diario en el hambre y la miseria.

Hoy. La situación en nuestro mundo moderno, globalmente considerada, no sólo no ha mejorado, sino que se ha agravado. Copio parte de una columna periodística de Vicente Verdú[16] en la que comenta estadísticas de la ONU sobre la situación económica mundial:

...Las cifras de la ONU no sólo denuncian el hambre crónica de 1.000 millones de habitantes, la muerte de 40.000 personas diarias por inanición. Pronostican además que esta matanza se ha acelerado en los últimos años y el progreso de la aniquilación coincide con lo que se llama globalización y neoliberalismo. La gente se muere de hambre y de enfermedades no porque no haya bienes para atenderlas [en tiempos de Jesús no había bienes para todos], sino porque el sistema de mercado declara de antemano muertos a quienes no poseen capacidad de compra y niega ayudas en provecho de reducir impuestos al capital. Apenas un 2% de la producción mundial de grano bastaría para alimentar a los 1.000 millones de personas que lo necesitan, pero sin un céntimo para adquirir un puñado de trigo o de maíz su identidad es irrelevante.

Las desigualdades sociales se han incrementado en los últimos treinta años al punto de que actualmente las fortunas de las 358 familias más ricas del planeta suman más que los 2.500 millones de personas más pobres del mundo. El 20% de los habitantes pobres de la Tierra sumaban apenas el 2,3% de los ingresos totales en 1963 pero, actualmente, sólo llegan a poseer el 1,4%. Entretanto, el 20% de los más ricos han pasado de retener del 70% al 85% de las rentas. El estancamiento o el crecimiento negativo de algunos países como Mozambique o Niger es tal que tardarían dos siglos en alcanzar el nivel medio de los países desarrollados si no hay cambios en la política económica internacional.

¿Puede haberlos? Lo que está ocurriendo a escala planetaria se reproduce también dentro de cada sociedad “avanzada”. Incluso en naciones como Estados Unidos, una de las tres con el grado de desarrollo mayor del mundo, las diferencias entre los ricos y pobres han creado un abismo cada vez más dramático. La concentración de riqueza dentro del país permaneció más o menos estable desde 1963 a 1983, pero en la última década se ha producido un trasvase de recursos desde los miserables a los acaudalados favorecida por las concentraciones de empresas y los despidos masivos, por las políticas fiscales y por el recorte de prestaciones sociales.

Las consecuencias de esta tendencia empiezan a vislumbrarse. Habrá gente que muera sin remedio en un remedo de las masacres que en otros momentos del siglo produjeron las guerras. Muertes por causa de la indigencia para millones en África, en los países del Este de Europa, en los países árabes, en áreas marginales de occidente. Pero muertes también por desesperación en las calles céntricas de Nueva York, de París, de Madrid o de Tokio...

 

Hasta aquí la fría y escalofriante estadística que puede servir de nuevo contexto para la interpretación de la parábola.

En ésta, como en nuestro mundo, todo parece estar enfocado a que cada uno de los grupos, contratados de tres en tres horas, va a percibir un salario de acuerdo con el tiempo trabajado. El oyente espera que los últimos reciban menos que los primeros, por haber trabajado menos, o que los primeros reciban más que los últimos por haber trabajado más. Sin embargo, el dueño de la viña manda pagar a todos lo mismo, un denario, o sea el jornal completo estipulado como necesario para vivir un día una familia en tiempos de Jesús.

La parábola subvierte de este modo el orden establecido y se convierte en una crítica inaudita de los usos sociales y en una provocación.

Por eso cuando los últimos ven que cobran como los primeros, se rompen sus expectativas y surge la protesta: “Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día y el bochorno”.

Sin embargo la parábola no sólo se limita a subvertir el orden usual, pues en ese caso podía haber terminado en el v. 10, con la paga del jornal a todos. Los primeros contratados no ven mal la generosidad del propietario; lo que no les parece bien es que se les trate como a los otros. Exigen un tratamiento diferenciado. Viven en un mundo de privilegios.

Pero el propietario los invita a cambiar de registro o de nivel: si antes se habían movido en el de trabajo-remuneración = justicia, el propietario los invita a moverse en el plano de la generosidad, superando la estricta relación de justicia. Este nivel de la generosidad es el adecuado para entender al propietario y éste es el que debe subrayarse. El de la justicia no se niega, pero se supera. La parábola está destinada a mover al oyente a percibir la realidad con los ojos y con el corazón y a sustraerlo de ese modo a una visión que se inspira en el cálculo de un orden de méritos. Invita a percibir un mundo transformado milagrosamente a la luz del amor, en el que todos perciban lo necesario (un denario) para vivir. Un mundo de ensueño.

En la comunidad de Jesús, en el nuevo orden, la retribución no está en proporción directa con el rendimiento. El propietario de la viña da a todos lo necesario: a los primeros, según lo pactado, en justicia; a los restantes con una medida generosa, porque todos tienen derecho al salario necesario para vivir. Dios es generosidad; no desdeña la justicia, pero invita a ver con sus ojos la realidad, acabando con los privilegios de los que exigen un tratamiento diferenciado en atención a sus méritos. Y si Dios es así, todos estamos invitados a crear un nuevo estilo de relaciones humanas en el que la generosidad del amor hacia los últimos nos haga salir de nuestros esquemas de méritos y privilegios.

La frase: “toma lo tuyo y vete” invita al alejamiento entre el propietario y el representante del grupo de los contratados a primera hora; sin embargo, este final no lleva al alejamiento o ruptura entre ambos, sino que invita a la cercanía o aceptación de la verdadera imagen del propietario que da a todos lo necesario.

De este modo el acusador se convierte en acusado e interpelado, invitado a aceptar la generosidad del propietario, al tiempo que su justicia. Porque el propietario sea generoso con los últimos, no ha dejado de ser justo con los restantes. No había otra salida para posibilitar la vida de todos.

Este es el desafío de nuestras comunidades, esta es la voluntad de Jesús, reflejada en el propietario de la parábola y en esto consiste el núcleo del evangelio: sobrepasar la justicia con una generosidad que supera todas las expectativas y hace posible el remedio de la miseria humana en un mundo, como el nuestro, donde gran parte de sus habitantes mueren de hambre no porque se les haya contratado a última hora, sino porque ni siquiera han sido contratados, lo que es más grave todavía.

 

Cuarto paso: Hacia una iglesia esencialmente extrovertida: preocupada por los que se han ido de casa y por los que no quieren entrar.

Parábola del padre pródigo (Lc 15, 11-32).

La actitud del propietario de la parábola de los invitados al banquete, resulta tradicional y conservadora: comienza invitando a los de siempre; sólo cuando éstos son rechazados, se abre a los que nadie invita e inventa un banquete atípico donde todos son invitados, sin excepción. En esta parábola el señor es extrovertido, por así decirlo, a la fuerza. Las circunstancias le obligan.

Otras parábolas de Jesús representan un estadio más avanzado de la praxis cristiana, aquél en el que el centro de atención se desplaza a los que están fuera de la casa-comunidad.

Las parábolas de la oveja y de la dracma o moneda perdida y la del padre pródigo (Lc 15, 1-10) son ejemplo de la actitud que debe guardar la comunidad hacia lo que estaba perdido, hacia los que se han ido de casa o hacia los que no quieren entrar.

El que tiene cien ovejas y se le pierde una, deja en el campo las noventa y nueve; la mujer que tiene diez monedas de plata y se le pierde una, concentra toda su atención en buscarla. El extravío de uno hace aumentar en la comunidad su amor por él, convencida de que fuera de la comunidad corre peligro serio de perderse.

Pero es sobre todo la parábola del padre pródigo la que escenifica mejor lo que debe ser la actitud principal de la comunidad, la práctica de Jesús y el núcleo del evangelio.

Y añadió: -Un hombre tenía dos hijos; el menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte de la fortuna que me toca.

El padre les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido. Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces se dijo: -Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir: “Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”.

Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

El hijo empezó: -Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.

Pero el padre dijo a sus criados: -Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha encontrado. Y empezaron el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la música y el baile; llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: -Ha vuelto tu hermano y tu padre ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y salvo.

Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo, pero él replicó a su padre: -A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.

El padre le respondió: -Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se le ha encontrado.

 

He llamado a esta parábola la parábola del padre pródigo, como la titula M. Gourgues[17] y no del hijo pródigo ni siquiera del hermano mayor o de los dos hermanos. Pues el protagonista no es el hijo menor que se va y dilapida su hacienda, ni el mayor que se niega a entrar en casa, sino el padre que espera al hijo menor hasta que vuelve, lo perdona y lo restablece en su condición anterior de hijo y no de jornalero, como esperaba; y el mismo padre que, ante la negativa del mayor a entrar en casa y celebrar el banquete por la vuelta de su hermano, sale e intenta persuadirlo para que entre, y lo sigue considerando hijo y heredero, a pesar de que no quiere entrar: “Hijo, le dice, si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”. La actitud del padre no puede ser otra, sino la de quien desea ardientemente tener a sus hijos bajo un mismo techo y celebrar con ellos la fiesta.

La parábola termina sin condenar al hijo mayor, sino más bien tendiéndole la mano para que entre en casa y celebre la fiesta (“había que hacer fiesta y alegrarse”).

Los dos hijos de la parábola estaban igualmente perdidos: uno porque a lo más que aspiraba era a que su padre lo tratase como jornalero, a cambio de comer; otro porque no tenía conciencia de hijo, sino de siervo (“A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo...”) y porque se negaba a ser hermano de su hermano (“En cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo...”). Ninguno de los dos conocía a fondo a su padre.

En esta parábola el hijo menor no triunfa sobre el mayor, ni el mayor es castigado por no querer entrar en la casa. El padre no prefiere a uno sobre el otro, como solía suceder con el Dios del Antiguo Testamento. La puerta se queda abierta para que también entre el hermano mayor. Más aún, la fiesta no es posible si la familia se encuentra dividida. Por esto, es necesario que el hermano mayor entre en casa...

Esta actitud de amor que se prodiga, de padre pródigo, hasta el extremo de poner en peligro el honor y el dinero (representado en la herencia que reparte), de aceptar al hijo menor como hijo, a pesar de su pasado, y de reconocer al mayor como heredero, a pesar de negarse a entrar en la fiesta y a aceptar a su hermano, debe ser la actitud de una comunidad que muestra el prodigio del amor del Padre que quiere que todos estén en casa y formen una familia.

La comunidad cristiana, como el padre pródigo, debe centrar todo su esfuerzos en que todos estén dentro de la casa y bajo techo, como condición para celebrar la fiesta. Tiene que salir a diario de la casa para esperar a los que se han ido y recibirlos con brazos de perdón o para convencer a los que no quieren entrar de modo que entren y se sienten a la mesa a celebrar la vuelta del hermano.

El proyecto de Jesús, como el del padre pródigo, no fue otro sino intentar la reconstrucción de la familia humana desde otras bases: invitando a sus seguidores a formar una nueva familia (3,31-34) basada no en los lazos de sangre y parentesco que crean dependencia y sumisión, sino en el cumplimiento del designio de Dios, padre pródigo en amor.

 

Conclusión

Terminamos aquí este recorrido por algunas parábolas en las que se nos muestra el éxodo que la iglesia debe recorrer para llegar de nuevo al reino. Una vez convocados todos, en la comunidad cristiana no se puede estar de brazos cruzados: habrá que vivir el mensaje de las bienaventuranzas y practicar el amor que no excluye a nadie, como expresión diáfana del proyecto de Jesús y del designio de Dios que no quiere que haya excluidos dentro del pueblo ni pueblos excluidos.

En esto consiste la buena nueva de Jesús; éste y no otro tiene que ser el talante de la comunidad cristiana:

- una comunidad modesta, de gente pobre y sencilla, sin pretensiones de grandeza, pero acogedora,

- una comunidad de iguales que no excluye ni discrimina

- una comunidad sin últimos ni primeros, que altera escandalosamente el orden establecido como generador de injusticia

- una comunidad esencialmente extrovertida: preocupada por los que se han ido y por los que no quieren entrar.

Hoy más que nunca es necesario y urgente gritar, como lo hizo Marx en su día: Cristianos del mundo, uníos... no para converger en teorías ni discutir de teologías y dogmas que a poco conducen, sino para hacer realidad el reino de Dios en la tierra o lo que es igual: para que todos puedan sentarse al banquete de la vida, los contratados a primera hora y los contratatados a última, y lo que es más urgente todavía: toda esa masa de poblaciones que nunca fueron contratadas y no cuentan para nadie.

Por esta causa fue ajusticiado Jesús, éste es el núcleo del mensaje del evangelio y ésta es la misión primordial y urgente de la iglesia como comunidad de comunidades e imagen visible -aunque no la única- del reino de Dios.

Los que hemos hecho del mundo un velatorio, devolvámosle la vida y la alegría, acabando con la marginación y la discriminación a todos los niveles.

Es hora ya de que los miembros de la iglesia, de las iglesias, de las comunidades cristianas nos dejemos de teorías y comencemos este éxodo hacia un reino donde todos podamos rezar, sin sentirnos denunciados, el Padre nuestro.

 

 


[1] He decidido conservar en el cuerpo del texto el tono coloquial de este texto, para hacerlo más vivo y accesible a todos los públicos. En notas, haré algunas precisiones más técnicas y daré algunas indicaciones bibliográficas.

[2] La palabra basileia es un término que tiene en el griego del Nuevo Testamento tres acepciones diferentes y puede traducirse al castellano por tres palabras distintas: reino, reinado o realeza, a saber: 1) Cuando la basileia se presenta como un espacio delimitado tiene el significado de “reino”. Así en Jn 3, 5: “si uno no nace de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”; 2) cuando se anuncia su llegada, significa el “reinado” de Dios sobre la humanidad: “está cerca el reinado de Dios” (Mc 1, 15); ““llegue tu reinado” (Mt 6, 10), y 3) cuando se considera atributo de una persona significa “realeza / dignidad real”. Así en Mt 16,28: *veréis al hijo del hombre que viene en tê basileia, literalmente en su realeza, esto es, como rey. Cf. Juan Mateos, Método de análisis semántico. Aplicado al griego del Nuevo Testamento, El Almendro, Córdoba 1989, 161-163.

H. Braun (Jesús, el hombre de Nazaret y su tiempo, Sígueme, Salamanca 1975, p. 73) que no distingue entre reinado de Dios (que ha comenzado ya) y reino de Dios o nueva sociedad (que sólo se manifestará en plenitud al final de los tiempos), se ve forzado a explicar la tensión entre los diversos textos sobre el reino dentro de cada evangelio y en los evangelios entre sí. Al pronunciarse sobre la anunciada inminencia de la llegada del reino, constata, al igual que otros muchos autores, un progresivo retraso a medida que avanza la tradición hasta aplazarse sine die: “La comunidad primitiva más antigua espera las últimas cosas para ‘esta generación’ (Mc 13,30 par.; Mt 10,23); en una capa más reciente, son ‘algunos’ de los oyentes de Jesús los que experimentarán la llegada del reino de Dios (Mc 9,1 par.), y el tercer evangelista, a diferencia de Marcos (l, 15) y Mateo (4,17), hace que Jesús no predique ya la cercanía de los sucesos finales, sino el tiempo de salvación que se realiza con la aparición terrena de Jesús (Lc 4, 18-21). Según el tercer evangelio, cosa que no sucede ni en Marcos (14,62) ni en Mateo (26, 64), los jueces judíos ya no van a experimentar por sí mismos la llegada del Hijo del hombre Jesús (Lc 22,69) y, consecuentemente, el cuarto evangelio introduce ya el comienzo de las últimas cosas en la actual predicación cristiana (Jn 3,18; 5,24; 11,25s)... Este renunciar a saber el fin lo expresa ya claramente Lc 17,20s: ‘La llegada del reino de Dios no está sujeta a cálculos, ni podrán decir: ‘Míralo aquí o allí’; porque el reino de Dios está a vuestro alcance’“. La frase está mal traducida, pues Lucas se refiere al reinado de Dios y no a su reino.

[3] La inminencia del fin la deducen los teólogos de la frase de Marcos 13,30: “Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo eso se cumpla”, pero este versículo no se refiere a la venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos, sino a la ruina de la institución judía, con su templo, y a la extensión del evangelio a los paganos. Cf. J. Mateos, Marcos 13. El grupo cristiano en la historia, Cristiandad, Madrid 1987, 373-397.

[4] Cf. Manuel Vicent, “La Cruz”, El País, 28 de Julio de 1996, pág. 48: “Existe un increíble despilfarro de energía espiritual en la iglesia católica: por un lado, sus misioneros entregan la vida en el corazón de la selva; por otro, las jerarquías desperdician la ocasión de compadecerse en público ante unos simples repatriados africanos que han sido tratados de forma inhumana contra las leyes del Evangelio y de la decencia política. Se trata de elegir el lugar prioritario para plantar la Cruz: bien en el casillero de Hacienda, bien en los depósitos de inmigrantes de Ceuta y Melilla”.

[5] Cf. Joaquim Gomis, “La cruz de la crucecita”, El ciervo, LXV (Julio-Agosto 1996) 12.

[6] Pedro es el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, y de este modo se hace pionero de todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento (cf. 1 Cor 3), la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas representadas por los perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella (llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan; Sus decisiones están refrendadas por Dios. Cf. J. Mateos-L. Alonso Schökel, Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1987; también J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo, Lectura comentada, Cristiandad, Madrid 1981, 162-166; 187.

[7] Pedro Casaldáliga, “El vuelo del Quetzal”, en “Pedro Casaldáliga en el 25 aniversario de la prelazia de Sao Felix do Araguaio”, Papeles Cristianisme i justícia, n1.107 (Febrero 1996) 131.

[8] Un excelente estudio sobre las parábolas desde el punto de vista literario es el de Wolfgang Harnisch, Las parábolas de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989. Para la explicación de las parábolas he tenido presente, además de la obra citada, los siguientes trabajos: B. Brandon. Scott, Hear then the Parable. A commentary on the parables of Jesus, Fortress Press, Philadelphia 1989; J. Jeremias, Las parábolas de Jesús, Verbo Divino 1970; H. Weder, Metafore del regno, Paideia Editrice, Brescia 1991 (ed. alemana original, 1978); J. Delorme (ed.), Les paraboles evangéliques. Perspectives nouvelles, Du Cerf, Paris 1989; J. Mateos - F. Camacho, El evangelio de Mateo, Cristiandad, Madrid 1981; J. Mateos-L. Alonso Schökel, Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1987 (utilizamos esta traducción y algunos de sus comentarios al texto de las parábolas); Grupo de Entrevernes, Signos y parábolas. Semiótica y texto evangelico, Cristiandad, Madrid 1979; Maurice Baumann, “Les paraboles el le langage de changement”, ETR 68(1993)185-202; A.-J. Greimas, “La Parabole: une forme de vie”, en Louis Panier (ed.), Le temps de la lecture. Exégèse biblique et sémiotique, Du Cerf, Paris 1993, 381-87; M. Gourgues, “Le père prodigue (Lc 15, 11-32). De l’exégèse à l’actualisation”, NRT 114(1992)3-20; John Dominic Crossan, Biblical Research XXXVI(1991)6-18; Id., Jesús, biografía revolucionaria, Grijalbo Mondadori, Barcelona 1996; J. Peláez, “El paro... rompe el plan de Dios. La parábola de los jornaleros enviados a la viña (Mt 19, 30-20,16)”, Caritas, Madrid 1989.

[9] Mateo (13, 31-32) y Lucas (13, 18-19) hablan, sin embargo, del grano de mostaza plantado en un campo o en un huerto que, cuando crece, se hace un árbol; pero en ningún caso, se habla de un gran árbol o de un cedro.

[10] “La mostaza... con su sabor picante y sus fogosos efectos, es enormemente beneficiosa para la salud. Puede crecer silvestre, aunque mejora mucho al ser cultivada; ahora bien, una vez sembrada en un terreno, resulta muy difícil hacerla desaparecer de él, pues su semilla germina tan pronto como es plantada” (Plinio el Viejo, Historia Natural XIX, 170-171)

[11] Cf. Ez 31, 6 contra Egipto y Dn 4, 12 contra Nabucodonosor, en los que se usa la misma imagen del árbol corpulento a cuya sombra anidan los pájaros del cielo.

[12] Cf. J. Mateos, Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1987, notas a Mc 4, 30-32. Véase también J. Mateos - F. Camacho, El evangelio de Marcos. Análisis lingüístico y comentario exegético, El Almendro-Fundación Épsilon, Córdoba 1993, 400-404.

[13] Cf. J. Rius Camps, El éxodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, El Almendro, Córdoba 1991, 240.

[14] Cf. John D. Crossan, Jesús: biografía revolucionaria, Grijalbo Mondadori, Barcelona 1996, 82-86. Este tipo de banquete es descrito por el autor como “comensalía abierta” y conduce a un “igualitarismo radical”.

[15] Véase a este respecto una descripción pormenorizada de la situación social en el siglo I en G. Theissen, Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1985, 73-76.

[16] Titulada “El crimen capital” y publicado en El País del 15 de Agosto de 1996, pág. 16.

[17] Cf. M. Gourgues, Le père prodigue (Lc 15, 11-32). De l’exégèse a l’actualisation, NRT (1992) 3-20.

 

Conferencia de apertura del XVI Congreso de Teología de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
Publicada en: Evangelio e iglesia”, Madrid 1996, Centro Evangelio y Liberación, pp. 15-32.

Jesús Peláez
jpelaez@uco.es
Universidad de Córdoba. Cátedra de Filología Griega (Filología Neotestamentaria)




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