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Una espiritualidad de misión en un contexto asiático

Samuel Rayan


Estamos escuchando el murmullo de tres ríos: espiritualidad, misión y Asia. Deseamos ver desde dónde fluyen y hacia dónde confluyen, y responder a su misterio lo mejor que podamos.

Avanzamos por etapas: en las tres primeras comentaremos sobre los tres componentes que nos interesan: espiritualidad, misión, el contexto asiático; en la cuarta, intentaremos unirlos.
 
A. ESPIRITUALIDAD

1. El mundo es problemático, y hasta peligroso. Parece excluir las realidades materiales y sus actividades. Sugiere lo inmaterial, lo no corporal, lo no social, lo a-histórico, lo interior, el otro mundo. Huele a dualismo y docetismo que en el pasado han infectado ciertas tradiciones religiosas y hasta cristianas. Solían recomendar el desprecio por y la fuga del mundo -del mundo de la materia, de los sentidos, de las necesidades corporales, de lo temporal y efímero...-. Los diccionarios indican que "espiritualidad define lo espiritual distinto de lo físico o material". Un Diccionario de Espiritualidad Cristiana (Wakefield, 1985) nos dice que el término se usa para describir "actitudes, beneficios, prácticas que animan la vida de la gente y la ayudan y la elevan hacia las realidades sobrenaturales". Mónica Furlong, sin embargo, lamenta en el corazón del cristianismo la presencia de una 'ruptura entre sensualidad y espiritualidad' (Furlong, 245). En los siglos XV y XVI en Inglaterra 'espiritualidad' indicaba al clero como grupo distinto de la sociedad, la propiedad eclesiástica y los ingresos del clero. La tendencia de la clase rica ha sido, por lo general, igualar espiritualidad y religión con lo sobrenatural y hacerlos cohabitar a gusto con la práctica de la opresión, de la explotación, del comercio de los esclavos, del racismo de las conquistas imperiales, de la represión colonial y del saqueo, del sexismo, de las divisiones de clases, de los mecanismos de mercado, del provecho y de la codicia sin límites y de la guerra. Esta espiritualidad trans-mundana promete la salvación individual, y no ve contradicción entre la cruz de Cristo y el poder del dinero.

2. Una interpretación menos adulterada de espiritualidad la identifica casi exclusivamente con la religión explícita -con la piedad, las devociones, las oraciones, los dogmas, los ritos, el culto y su organización, o con elementos relacionados con el alma individual y su salvación como distintos de lo que atañe el cuerpo o la comunidad humana-. Y así rezar, meditar, confesar serían ejercicios espirituales, pero no representar a Hamlet o cavar un pozo para una aldea sedienta. La Biblia o la Imitación de Cristo o la Santa Regla de la Congregación serían lectura espiritual, pero no los Hermanos Karamazov o Los viajes de Marco Polo o los Cuentos de Grimm. La espiritualidad tendía a definirse en oposición a lo político, lo económico, lo social, lo activo, lo exterior y se asociaba íntimamente con ascetismo y monasterios, monjes y monjas. O se pensaba que fuese algo a disposición en los ashrams, en las casas de retiro o en cursos para sacar un diploma. El resultado fue que para mucha buena gente, en particular para la juventud, la espiritualidad olía demasiado a claustro y sacristía, o a incienso y velas; parecía como algo abstracto, algo que mata la alegría, que niega la plenitud de vida y la implicación total en la construcción de un mundo bello. La diablura se debía, probablemente, a una mala interpretación de una frase paulina. Pablo menciona a veces el término 'carnal'. Por carnal Pablo no entiende el cuerpo en contra del alma, sino toda la realidad humana pecadora, desobediente a Dios, corruptible. Pero en un contexto neo-platónico significó, erróneamente, el cuerpo. Y lo 'espiritual' en Pablo se refiere al Espíritu Santo; esto también fue mal interpretado y considerado como interioridad humana. Sin embargo, se reciben bien algunos términos relacionados con lo espiritual y una 'conversación animada' gusta a todos. Se puede añadir que hoy la espiritualidad está recobrando credibilidad y popularidad. Es algo que la gente busca, y lo hace a veces viajando al extranjero, saturada como está del vacío de la opulencia materialista. (Hardy y Sedwig: 198).

3. Sin embargo, algunos atisbos de dualismo siguen pegados a la palabra 'espiritualidad'. La palabra se ha hecho ambigua y, en un cierto sentido, se presta a confusión. Por esto hemos buscado otras expresiones no tanto para reemplazar espiritualidad sino para destacar su intento real y su significado. Y así se habla de la vida de Dios, o del vivir ante Dios, o de caminar con Dios y con los demás, o de la unión personal con Dios, o de tener conciencia de Dios. Para algunos la espiritualidad tiene que ver con el poner orden en la propia vida, con la forma que le damos y con fijar prioridades. Otros la describen como la experiencia primordial del arraigo, como una sensibilidad radical; o como aquello que da sentido a la vida humana, o como el liberarse para liberar a los demás, o como el amor de lo que es bello (philokalia), o como la experiencia de desierto según el Exodo o Oseas 2. Según María Teresa Porcile la espiritualidad es "un tipo de añoranza de Dios, del silencio, de la belleza, de la liturgia, del canto, de la teología, que se convierte en adoración... y en una manera de mirar el mundo que está siendo transformado en compasión y en himno, anticipación de Jerusalén." (Porcile, 35). A.Schmeman aclara que esta espiritualidad cristiana no sirve exclusivamente para la vida interior o la persona interior. Es para el alma, así como para el cuerpo, para la sociedad como para el individuo. Consiste en poner en práctica los dos mandamientos de amar a Dios y a los hermanos, naturaleza inclusive. (Schmeman, 107). W. Pannenberg presenta la espiritualidad como una realización paulatina del Evangelio que afirma la transformación de la persona humana y de la historia humana por medio del amor de Dios (Pannenberg, 108f). El profeta Miqueas contestaría que la espiritualidad consiste en actuar con justicia, amar con ternura y caminar humildemente con el Dios de todos nosotros (Mc 6,8). O, según la frase de Jesús, ser espiritual significa 'pensar en las cosas de Dios', pensar como Dios piensa y vivir conforme (Mt 16,23).

4. Para algunos espiritualidad es algo esencialmente racional. Es una relación entre el discípulo y el maestro, entre el fiel y su Dios personal. "Una relación de intimidad", dice Kroeger, "está en el centro de la espiritualidad bíblica" (Kroeger, 1990,259, 1994,21; cf Exodo 19,4-6; Lv 26,12). Describe la espiritualidad como una "fuerza operativa humano-divina en nuestras vidas", y habla de ella en términos de procesos de crecimiento y evolución hacia la madurez. La espiritualidad tiene que ver con amplios horizontes de conciencia espiritual o conciencia de Dios o vida de fe" (Kroeger, 1994,22). Mary Grey, al citar a Martín Buber, indica que "la categoría fundamental de la existencia es la racionalidad"; que es "mutualidad, dinamismo, una respuesta expresada de distintas maneras" (Grey, 84). Con Tomas Merton el acento de la espiritualidad cae sobre la transformación de la conciencia que pasa de estar centrada en sí misma a estar centrada en el otro: "uno deja de ser su propio centro para centrarse en Dios" (cf Kroeger, 1994, 23). Elizabeth Fiorenza pone el acento sobre la relacionalidad. "El punto focal", escribe, "de la primera auto-interpretación cristiana no fue un libro sagrado, o un rito cúltico, ni tampoco experiencias místicas e invocaciones mágicas, sino un conjunto de relaciones: la experiencia de la presencia de Dios entre y través de los demás....". Por consiguiente la espiritualidad cristiana vino a significar "comer juntos, compartir juntos, beber juntos, hablar con los demás, recibir de los demás, experimentar la presencia de Dios a través de los demás y, al hacerlo, proclamar el Evangelio como visión alternativa de Dios para todos, especialmente para los pobres, los marginados y los oprimidos" (Fiorenza, 345).

5. Otros, aparentemente, descuidan la relacionalidad y sitúan la espiritualidad en la estructura y en el dinamismo de lo Humano: en la libertad humana y en la creatividad humana, en la capacidad de transcenderse a uno mismo. Y así se nos dice que todos los seres humanos son espirituales, creyentes o no. Todos "tienen un campo en el que son libres para la trascendencia con nuevas posibilidades en el centro de su ser desde donde pueden formular un respuesta total con voluntad, intelecto y sentimientos" (Hardy y Sedwig, 198). Michael C. Reilly afirma que el ser humano es espiritual porque dicho ser es un espíritu encarnado con conciencia reflexiva, pensamiento crítico y auto- expresión creativa. "La espiritualidad es la vida interior del ser que sabe y hace. La vida interior hace posible que el ser se exprese en símbolos de cultura, para pensar, meditar, asombrarse, hacer proyectos, alcanzar, criticar, innovar y auto- sacrificarse". (Reilly, 22). La espiritualidad, por consiguiente, es la actitud fundamental, práctica, existencial de los seres humanos que es consecuencia y expresión de la manera de entender su existencia y el significado de la realidad. Es la manera en que actúan o reaccionan en su vida según unos objetivos fundamentales que fluyen de su visión del mundo. La espiritualidad cristiana "es el cómo uno vive según la propia visión de fe en el Dios Creador que asume el mundo y su historia en la persona de Jesús Nazareno, crucificado y resucitado... en el Espíritu" (Reilly, 24). Para M.M. Tomas "la espiritualidad humana es el camino en el que el ser, en la libertad de la auto- trascendencia, busca una estructura del significado último y en lo sagrado en el que uno puede realizarse a si mismo en y a través de su propia implicación en las realidades corporales, materiales y sociales y en sus relaciones de vida sobre la tierra". (Tomas, 95).

6. Esto nos lleva al núcleo de la cuestión. La espiritualidad es la vida en el Espíritu, el vivir impulsados por el Soplo del Espíritu. En la Biblia, la mayoría de las veces, Espíritu no significa el alma humana, sino el Espíritu Santo de Dios. Espiritual es aquello que el Espíritu crea, inicia, inspira, da, guía, sostiene, bendice, aprueba, anima, acepta y con lo que se regocija. Por consiguiente, toda la creación es radicalmente espiritual: la tierra y el cielo, los pájaros y las bestias del campo, hombres y mujeres todos son espirituales desde sus fundamentos y en su apertura esencial a la moción del Espíritu. Esta percepción es vital para una interpretación auténtica y olística de espiritualidad que evita cualquier error dualista y docetista. Pero tiene también sus límites. Esta visión proporciona el horizonte necesario para cualquier interpretación y aplicación de espiritualidad. Pero tiene sus límites también. Indica la función y la actividad del Espíritu más que la parte que nosotros, los humanos, debemos desempeñar en la historia de nuestra vida en el Espíritu. Debe ser completada; o, más bien, esta rica descripción de espiritualidad desde el Espíritu ha de ser contada desde nosotros.

7. Esto es posible hacerlo afirmando que ser espirituales significa estar abiertos a la realidad y responder a ella lo mejor que se puede. Desde la perspectiva de la praxis humana, la vida en el Espíritu se define en términos de apertura y de respuesta a la realidad. La realidad hay que entenderla de manera inclusiva: lo abarca todo, desde la arena y la hierba, pasando por el canto de los pájaros y el aullido de los tigres en los bosques, de noche, a través del sistema solar y las constelaciones en un universo que se expande; el universo estructurado y complejo dentro de cada molécula; al mundo del pensamiento, del duelo y del amor, la fragilidad en las profundidades de los corazones humanos, el hambre y la miseria y las lágrimas de hombres y mujeres; la experiencia de perdón y el Misterio Ultimo de vida y de amor que llamamos Dios, Brahma, Alá. Ser espiritual significa estar abiertos a estas realidades, a todas ellas, a cualquiera de ellas y a todas las ulteriores posibilidades, sin rechazar ninguna de ellas, sin excluir ninguna. Apertura significa escuchar al otro, la profundidad y el silencio de las cosas y de los acontecimientos, rehusar cerrar la puerta a las posibilidades por muy desconocidas, no apetecibles, interpelantes y molestas que sean. Apertura significa estar dispuestos a la sorpresa de la historia y del cosmos. El materialismo es una opción que perjudica la estrechez mientras que los cuentos de hadas afirman que nada de lo que se nos da dentro de nuestra experiencia agota las posibilidades de lo real. Estar abierto significa dejar que la realidad nos inunde con toda su belleza, fealdad, asombro, terror; dejarla entrar, invadir nuestra vida, tocarnos en profundidad, afectarnos, despertarnos, alegrarnos, herirnos, y movernos al gozo, al canto, al dolor, a las lágrimas, a la rabia, a la acción. A una acción relevante, acción que responde a la realidad y su condición actual, que afirma, fomenta, niega, se resiste, trastorna, transforma como lo requiere el caso. La responsabilidad (respuesta-hábil) afrontará no sólo la realidad actual sino que también su pasado y su futuro; hablará a lo personal así como a lo estructural. Ser espiritual quiere decir estar abiertos y responder a la realidad de la tierra, de la historia, de la vida, de la gente, del Espíritu.

8. La parábola del Buen Samaritano (Lc 10,29-37) podría ilustrar el punto. Dos hombres religiosos, dos personas de culto, un sacerdote y un levita, vieron al viajero al borde del camino, despojado de sus bienes, golpeado, medio muerto: lo vieron y pasaron de largo. Luego llegó un no-Judío, un no creyente, un samaritano, alguien que las personas religiosas despreciaban. El también vio lo que había visto el sacerdote y respondió de una manera distinta a la del sacerdote. Movido a compasión se acercó al hombre moribundo, vendó sus heridas, le montó en su cabalgadura, lo llevó a la posada más cercana y se ocupó de que alguien le cuidara hasta que recobrara la salud, pagando él todos los gastos. El samaritano era un hombre abierto: la suya fue una respuesta-hábil; él amaba a su prójimo, tenía una fe auténtica, la suya era una religión verdadera, su culto verdaderamente espiritual. Fue la suya una respuesta mucho más consistente que la del sacerdote, aún pensando que el sacerdote se estaría, quizá, apresurando por ir al templo para rezar por la víctima del bandido. El sacerdote no estaba abierto: la suya no fue una respuesta. Lo que el Samaritano hizo, lo fue. Y Jesús dijo a los doctores de la ley: Id y haced lo mismo, seguid al Samaritano, tomad de él esta lección.

De la Biblia podrían sacarse muchas más ilustraciones de una espiritualidad auténtica, pero son también ilustraciones de una espiritualidad para la misión. Por esto, antes de presentarlas, diremos una palabra sobre misión.
 
B. MISIÓN

9. "Vete y haz tú lo mismo" del relato del Samaritano es una palabra de misión; y la espiritualidad que la historia describe en términos de humanidad rota, de indiferencia religiosa, de sensibilidad , vino, aceite, dinero, humanidad, responsabilidad y amor, transmite fielmente el rostro auténtico de una espiritualidad de misión.

Tradicionalmente Mt 28,18-20 ha sido considerado y obedecido como el gran mandato misionero del Señor. Pero debates y dudas descritos en los Hechos indican que el pasaje de Mateo es una palabra de Jesús que inaugura una misión del mundo; es una palabra de la primitiva Iglesia, que prevé la feliz conclusión de las primeras controversias cristianas. El hecho es que Jesús limitó su ministerio y el de sus discípulos a la casa de Israel y a sus ovejas perdidas. (Mt 10,5-6; Mc 7,26-27; Hc 10,11). Pero Jesús no nos deja sin palabras directas sobre la misión. La palabra la tenemos en el "Vete y haz tú lo mismo" del relato del Samaritano. Otra, absolutamente central y decisiva es el mandamiento de amor de Jesús:

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros (Jn 13,34).

La palabra sobre la misión de parte de Jesús resume todas las enseñanzas y sintetiza el significado de su vida y de su muerte. Amar es el ministerio y la misión de los discípulos; debe ser el sello de distinción de la iglesia: "Por el amor que os tenéis, reconocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13,35). Luego el mandamiento se repite en una estructura trinitaria dinámica: está el Padre, está Jesús, está su Amor compartido que nos atrae:

Igual que mi Padre me amó os he amado yo... Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado... esto es todo lo que os mando: que os améis unos a otros (Jn 15, 9-12-17).

Y el amor tiene que convertirse en servicio relevante concreto y en aceptación de responsabilidades por los demás:

Si yo os he lavado los pies, debéis hacer lo mismo unos con otros. (Jn 13,14; Mc 10,41-45).

Pero aquel 'unos a otros' no tendría que limitarse a un círculo cerrado: los discípulos no deben convertirse en un gueto. Somos enviados a romper los círculos para difundir amor y servicio y transformar el mundo. La palabra de la misión es ésta:

Amad a los enemigos, rezad por los que os persiguen (Mt 5,44). Descubre un nuevo camino de vida, un nuevo estilo de relaciones, un nuevo conjunto de valores, una nueva práctica económica, que sorprende al mundo:

Si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos; al que te pide dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda" (Mt 5,39-42).

Esta milla gratuita, después de la milla que uno se ve obligado a recorrer por miedo o por dinero, será la milla de la sorpresa, la milla evangélica, y el significado y la manera de la misión de gracia. Porque si amamos sólo a los que nos aman o a los que son amables ¿qué hay en nuestro comportamiento de excepcional y sorprendente? Cualquiera podría hacerlo independientemente de la misión del Evangelio y de la noticia asombrosa de Jesús. Seguir, pues, los caminos del Padre. Su amor-justicia sorprende dando a todos sol y lluvia, tierra y alimentos; no dando lo que merecemos, sino aquello que necesitamos para existir y crecer. Estas palabras describen la misión y su método y encierran una espiritualidad para la misión.

10. Semejante a éste es el mandamiento en Mt 5,23-24 sobre la interrupción del culto para dar prioridad al quehacer evangélico de construir la comunidad, ser artífices de paz y de reconciliación, echar las bases de un mundo nuevo, bello (cf Mt 5,8; 2 Cor 5,17-19). Del mismo modo, la bendición pronunciada sobre los que tienen hambre y sed de justicia (Mt 5,6) y luchan al lado de las víctimas de los sistemas económicos, políticos y sociales inicuos, encierra un mandato misionero. Todas las bienaventuranzas son, en efecto, palabras de misión que indican al lado de quién deben estar los mensajeros del Evangelio, qué valores y objetivos deben perseguir, qué visiones y sueños deben tener para ganarse a la gente, qué estilo de vida deberían adoptar, y qué precio tendrán que pagar para el discipulado. El mandato misionero, que concluye esta parte, es claro: Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará? Ya no sirve más que para tirarla a la calle y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende un candil para meterlo debajo del perol, sino para ponerlo en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre también vuestra luz a los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo (Mt 5,13-16).

El Evangelio de Mateo es misionero y tiene una perspectiva global empezando por la genealogía (cap 1), a través de la historia de los Magos (cap 2), y la historia de la Luz que irrumpe en las tinieblas de la existencia de los Gentiles (4,12-17), a través de la auto-identificación de Jesús con los necesitados (8,20; 25,31-46), y los fenómenos cósmicos que aparecen a la muerte de Jesús (27,51-54) sobre la misión del mundo al final (28,18-20). El Sermón del Monte es una carta formal de la misión. Queremos llamar la atención sobre dos puntos de la misma. La primera es el Padre Nuestro (6,9-13). Esta oración dice que el fin de la misión es la gloria del Padre que en el encuentro con la realidad de Dios se experimentará como significativa, generadora de vida, libertadora. Dice que la misión está al servicio del Reino de Dios. Los valores y las dinámicas de este Reino, que es más antiguo y más amplio que la Iglesia, plasmarán y guiarán la misión. En el corazón de la oración no está el Reino de Dios, sino el Reino y la tierra, el Reino que llega a la Tierra tocándola y transformándola, y la Tierra como el lugar donde el Reino se realiza haciendo la voluntad de Dios, realizando los designios de Dios. La segunda parte de la oración enumera algunos rasgos del Reino, algunas maneras concretas de hacer la voluntad de Dios. La oración pide una reconstrucción radical de nuestros sistemas de fragmentación social y de brechas sociales. Pide plasmar la sociedad de manera que se respete el derecho de todos al pan de cada día, al arroz de cada día, que se compartan los recursos para vivir con dignidad y participar de manera creativa en los procesos históricos. La oración del Padre Nuestro es un acto de compromiso a un programa de acción para rehacer el mundo.

El segundo punto que queremos presentar en la carta de la misión se encuentra en Mt 7,21-23. Reitera la necesidad de hacer la voluntad de Dios, indicada ya en el Padre Nuestro. Pone alerta en contra del peligro de considerar la misión como un ejercicio de retórica religiosa. La misión intenta descubrir y unir a la gente comprometida en los designios de Dios por la tierra, ganar más gente para la causa de Dios, urgir y ayudar a la gente a practicar aquello que cambiaría nuestros corazones y nuestro mundo en algo humanamente bello. Esto no se conseguirá sólo si la gente dice o firma credos, mientras que siguen inalteradas las estructuras del corazón y de la sociedad. El lenguaje de la proclamación y de la predicación encontrado en Mateo y en Marcos empieza a cambiar en Lucas y es reemplazado en Juan con martyrion, dar testimonio al Evangelio con la vida, y hasta con la muerte, y no sencillamente con las palabras. El cambio en la terminología es significativo, como lo es también la referencia de Jesús al bautismo. El discipulado consiste en nuestra participación en el bautismo que Jesús recibe. Y el bautismo de Jesús consiste en su compromiso incondicional a la causa del Reino de Dios aunque esto le cueste la vida (Mc 10,38-39; Lc 12,49-50). Se nos pone alerta de no reducir el bautismo a un rito del agua, y no pasar por alto los pocos o muchos bautizados en el misterio pascual que viven y sirven fuera de las iglesias institucionales.

11. El Cuarto Evangelio también es un evangelio orientado hacia la misión. El tema de la misión está implícito en el anuncio de la llegada en el mundo de la Palabra-Luz que ilumina a todos (1,9). Está presente en la obra de aquel que bautiza y en la función desempeñada por Andrés y Felipe en el capítulo de apertura. Subraya el lenguaje de testimonio que atraviesa toda la obra. Se hace explícito en el encuentro de Jesús con la Samaritana y en el apostolado que ella emprende. Los capítulos de 5 a 11 presentan la misión generadora de vida y libertadora de Jesús que se describe a si mismo muy a menudo como el Enviado del Padre. El capítulo 17, descrito a veces como una oración sacerdotal, es de hecho una oración centrada en la misión. Como Enviado del Padre, Jesús puede decir y hacer solamente aquello que el Padre le manda hacer. Y es ésta la misión de Jesús: convencer el mundo de que Dios lo ha amado tanto que le dio a su único Hijo para sanarlo y llevarlo a la plenitud total. Hemos visto cómo el Hijo nos da el amor que El mismo ha recibido del Padre y cómo quisiera que nosotros los diésemos al mundo. El mandato alcanza su clímax en el capítulo conclusivo de Juan cuando Cristo Resucitado sopla sobre sus discípulos y dice: Recibid Espíritu Santo. Como el Padre me ha enviado, os envío yo también (Jn 20,20-23).

En definitiva, el Padre es aquel que envía. La misión es de Dios. Dios envía al Hijo y al Espíritu, y a través del Hijo en el Espíritu Dios envía la creación. La misión toda del universo creado debe ser una traslación, en el lenguaje de la materia, del movimiento, de la energía y de la belleza, del Verbo eterno de Dios. Su misión debe ser una revelación, una manifestación y proclamación del rostro y del espíritu de Dios, de la belleza y sabiduría de Dios, del poder y de la maravilla de Dios, y de la realidad más íntima de Dios que es amor (Rm 1,19-20; Sab 13,1- 9). La misión de la creación es dar testimonio de Dios, de la presencia de Dios, de su interés para con ella (Hc 14,15-17). Un salmista se ha percatado de que los cielos proclaman la gloria de Dios y pregonan la obra de sus manos, el día al día le comunica el mensaje y la noche a la noche le transmite la noticia (Sl 19,1- 4). En esta misión global de la creación, cada realidad particular tiene su parte. Cada una tiene una misión hacia el resto. Cada criatura tiene algo especial, un don, una experiencia, una promesa o un reto o una buena noticia para las demás criaturas. Los dones variados de Dios están tan distribuidos que las criaturas no necesitan sólo de Dios sino que también de las demás en una urdimbre de interdependencia cósmica, de dar y recibir, de misión y ministerio. Y esto porque la creación tiene sus raíces en la Misión Trinitaria en lo Divino.

12. Todo esto es verdad no sólo de la creación de Dios sino que también de todas las culturas humanas. No hay cultura, raza, lengua, época o sistema que puedan agotar de manera exhaustiva todas las posibilidades humanas y todas las promesas de la vida. Las percepciones y los logros de cada época, raza, cultura tienen sus propios límites y diferencias. Sirven para complementarse mutuamente, buscarse y encontrarse en el tiempo y en el espacio, y así, paulatinamente, comprender y completar lo Humano. Cada cultura tiene algo que aprender de las demás culturas, y algo que ofrecerles también.

Lo mismo ¿acaso no se aplica también a las religiones? Dios habla a todos los grupos y épocas, y comunica con ellos en una variedad de sonidos y símbolos. Los dones y las gracias divinos no están concentrados y hacinados en un único lugar y en un tiempo determinados, o en un único grupo humano o en una experiencia espiritual o tradición religiosa. Nada de esto agota la verdad de Dios, ni tampoco la verdad de la relación que Dios construye en nosotros, ni la verdad de la condición humana, ni del corazón humano, ni los sueños que Dios ha puesto en él. Cada tradición religiosa es parcial e imperfecta, y contribuye a distorsionar el mensaje de Dios y a desfigurar el rostro de Dios, a hacer fracasar la obra de Dios en la historia. Dios habla a cada una de ellas a través del resto. Dios coloca en muchas manos y corazones los dones necesarios y significativos para todos. Dios envía cada una de estas tradiciones a las demás para aprender su propio nombre, porque ninguna religión es una isla, separada y auto-suficiente. Todas las tradiciones religiosas y espirituales necesitan la palabra de revelación, de afirmación, de reto, de corrección, de promesa y de asistencia de la otra. Los logros de cada tradición, sus símbolos, sus santos, sus escrituras, su arte y sus intuiciones pertenecen a todos en la medida en que generan vida y liberan. Deben buscarse, ofrecerse, recibirse, asimilarse, integrarse y vivirse con respeto para provecho de la familia humana y de su hogar, la tierra. Esta es misión.

Y la misión cristiana debe ser colocada y vivida en estos horizontes más anchos de la interdependencia y mutualidad de la misión y de la buena noticia entre las religiones, las culturas y las varias esferas y fenómenos de la creación. El diálogo inter e intra, cósmico, cultural y religioso es hoy el contexto y el método de la misión. La espiritualidad para la misión consiste en abrirse a las dimensiones misioneras, a las culturas y religiones en diálogo respuesta-hábil con realidades concretas.
 
C. EL CONTEXTO ASIÁTICO

13. Asia significa gente. El continente alberga a más del 60% de la raza humana, es decir casi dos tercios de la población mundial, aunque corresponda sólo al 15% de la superficie del planeta. Entre los Asiáticos hay una variedad de razas y grupos étnicos, muchas familias de lenguas y una multiplicidad de culturas. Desde el punto de vista organizativo también, el continente muestra un pluralismo asombroso. Políticamente, en el continente se encuentran democracias parlamentarias con o sin reyes; y dinastías reales; gobiernos de partido único; regímenes militares y de un sólo hombre que frisan la dictadura. Desde el punto de vista económico, el sistema feudal sigue en muchas regiones; millones son los terratenientes o los campesinos sin tierra; este sistema es usado por el capitalismo liberal y la economía de mercado que recientemente ha apretado la mano sobre el continente; desequilibrios y disparidades aumentan entre los países asiáticos y en cada nación. Existen también economías planificadas a nivel central, y hay reminiscencias de tradiciones indígenas igualitarias, así como de pequeños movimientos vacilantes de socialismo participativo, auténtico. Política y económicamente abundan situaciones conflictivas tanto internacional como intra-nacionalmente: entre India y Pakistán, las dos Coreas, Irak y Kuwait, Afganistán, Sri Lanka, India nororiental, Birmania, Filipinas, Indonesia, Camboya, etc. Socialmente hay varias Asias: super rica, rica, clase media, pobre, miserable. Esta división de clase se apoya en el sistema de castas o de su pariente, el racismo, fuerte en Asia meridional, pero no desconocido en Asia oriental.

14. Hay, sin embargo, siete factores en el escenario asiático que deberían llamar la atención de la misión cristiana y que tienen un cierto peso en la cuestión de la espiritualidad de la misión sobre el continente.

a) Asia es religión. Es el lugar de nacimiento y el hogar de casi todas las religiones del mundo basadas en la escritura. Judaísmo, Cristianismo e Islamismo encuentran su origen en Asia occidental; el Hinduismo, Budismo, Jainismo y Sikismo nacieron en Asia meridional; el Confucionismo, el Taoísmo y el Shintoismo pertenecen a Asia oriental. Es también la cuna de religiones de pueblos indígenas, con tradiciones aún no encarceladas en textos escritos. Hay que tener presente que los pueblos con escrituras sagradas raramente cambian de afiliación religiosa. Y, además, que los cristianos de todas las denominaciones constituyen el 2% de la población asiática: la mitad de ellos en un único país, Filipinas. El hecho más notorio es que, en general, los Asiáticos tienen un sentido muy fuerte de la transcendencia y de la profundidad y misterio de las cosas.

b) Grandes masas de gente son económicamente pobres. Si recordamos la verdad bíblica según la cual los pobres son objeto de interés prioritario para Dios, debemos reconocer con Aloysius Pieris que la mayoría de los pobres de Dios está fuera de las iglesias cristianas.

c) Entre las causas históricas principales de la pobreza asiática hay las siguientes:

i) explotación secular por señores feudales y dinastías reales;

ii) conquista, subyugación y saqueo de tierras asiáticas y el secuestro de su historia y cultura sobre todo por cristianos europeos y americanos. Las iglesias a menudo han ayudado o permitido la aventura colonial en vista de la posible evangelización de los "paganos" y de la expansión eclesial.

iii) la introducción de modelos de desarrollo planificados en Occidente que han resultado ir en contra de los pobres y ser un desastre para la ecología.

d) Todas las tierras asiáticas, excepto Japón y en parte Tailandia, son ex-colonias. Su economía, plasmada por los poderes coloniales y hecha sierva de los intereses imperiales, sigue, tras una independencia política aparente, siendo controlada y usada por grandes instituciones occidentales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio que intervienen y dictan directamente o a través de multinacionales y élites colonialmente cultivadas y a través de los medios de comunicación invadiendo desde los cielos. En Hong Kong hay más de 1000 compañías USA con un capital de inversión de unos 13 billones de $ con más de 250.000 empleados y 40.000 ciudadanos americanos. (The Hindu, 5 de mayo de 1997, información de Economic Journal, de Hong Kong).

e) No olvidemos la presencia permanente de los militares estadounidenses en Japón y Corea desde hace medio siglo, más recientemente en los países del Golfo, y la Voz de América en Sri Lanka. Asia recuerda con desconcierto la conquista y colonización de Filipinas por Estados Unidos, la caída de las bombas nucleares sobre dos ciudades asiáticas, y la invasión de Vietnam y su destrucción gratuita.

f) La mayoría de las iglesias asiáticas ha sido implantada colonialmente, y tiene un rostro extranjero. Los intentos de inculturación e indigenización de la Iglesia, hechos por misioneros con visión, han sido oficialmente eliminados como en el caso de los ritos chinos, los ritos malabáricos y los movimientos de los Upadhyay. A nuestras iglesias han sido aplicados modelos de Asia y Europa occidentales en lo relativo a liturgia, arte, ley, y en buena parte de su historia, en el campo del liderazgo.

g) Pero es cierto que existen también movimientos, pequeños pero esparcidos y significativos, en toda Asia, tanto en la sociedad como en las iglesias, que critican con sabiduría los sistemas existentes, explorando alternativas económicas y políticas, con experiencias de socialismo y auto-gobierno auténticos para substituir las pseudo democracias capitalistas y su endémica corrupción. Aprenden de la historia de los pueblos indígenas la igualdad y la cooperación y se movilizan para desafiar la cultura deshumanizadora del consumo, de la tecnocracia y del poder del estado. Y se empeñan en dar vida a iglesias locales y teologías libres y responsables, culturalmente integradas, y a fomentar el nuevo despertar de las mujeres, de la juventud y de los seglares.
 
D. UNA ESPIRITUALIDAD DE MISIÓN EN UN CONTEXTO ASIÁTICO

15. Según nuestra definición la espiritualidad consiste en estar abiertos y responder a la realidad. Una espiritualidad de misión en un contexto asiático pide apertura y respuestas al mensaje y al misterio de Jesús y a la realidad de Asia. Consistiría en contemplar a Asia con una mirada que ha contemplado a Jesús crucificado y resucitado; consistiría en atravesar en espíritu y con el corazón el continente a lo ancho y a lo largo, visitando sus pueblos y culturas; consistiría en dejar entrar a Asia en nuestro corazón, dejando que sus ríos fluyan en nosotros, sus vientos soplen en los rincones de nuestra mente, sus perfumes de loto y de incienso penetren en nuestro espíritu, y sus montañas y sus árboles se eleven en nosotros como la oración de la tierra hacia el Misterio infinito de Vida y Amor. La espiritualidad de la misión empieza con amar a Asia, llevarla en nuestro corazón, querer sus rasgos, sanar sus heridas y creer en su futuro.

I. Los enviados de Cristo estarán al lado de los asiáticos, cerca de su realidad, sin tener en cuenta su color, cultura y credo, amándolos por ellos mismos, por lo que son, por lo que han llegado a ser; sabiendo que los más pequeños y los últimos entre ellos están hechos a imagen y semejanza de Dios, y son más importantes que cualquiera verdad, ritual, ley, tabú y autoridad. Porque la espiritualidad tiene que ver con esa dimensión de lo humano a la que la Biblia apunta cuando habla de la persona hecha a imagen de Dios; llamada por Dios y empeñada en el diálogo con él; cuestionada por Dios e interpelada, hecha capaz de una respuesta; enviada por Dios a cultivar la tierra y a guardarla, a nombrar las cosas y a nombrar a los demás, a liberar a los esclavos, a dejar que la justicia fluya como un río, y a imaginarse y crear lo nuevo y lo bello; capaz sobre todo de sueños y de visiones, y de amar profundamente hasta dar la vida por los amigos. La gente es espiritual en sus luchas por el arroz de cada día, en su entrega hacia sus hijos, en su amor por los demás, en sus oraciones sencillas, en su confianza en Dios, en la responsabilidad que asumen por las nuevas generaciones. El responder a la gente con respeto y cariño es acción evangelizadora y espiritualidad de misión a la vez.

II. Nuestra fe misionera nos educa a responder al hecho que Dios no ha dejado nunca a estos ni a otros pueblos sin evidencia de su interés hacia ellos, que Dios está presente y que se ocupa de ellos 'dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, llenado de alimentos y de alegría sus corazones' (Hc 14,17-18). Responder también al hecho que Dios ha hablado siempre a la gente abriendo su corazón en el lenguaje simbólico de la creación (Rm 1,19-20), así como en la verdad de la ley divina grabada en los corazones de la gente (Rm 2,15).

III. La apertura misionera considerará sagrada la historia asiática, como historia de salvación, incluida en el plan de salvación universal de Dios. Dios es el libertador y el líder, no solamente de Israel sino que también de los Filisteos y de los Arameos (Amós 9,7); Dios es el Dios de Job, el Edomita; Dios es un Dios que unge a Ciro el persa, el Mesías que pastorea Israel (Is 45,1-7).

IV. La misión no puede ser entendida en términos de llevar a Dios o dar Cristo a Asia. La misión será, más bien, el humilde intento de percibir la presencia de Dios entre su gente y discernir lo que Dios ha hecho y sigue haciendo a través de los siglos; las gracias y los carismas con que Dios ha enriquecido a cada nación; los santos que Dios ha dado, la fe que Dios ha alimentado, la justicia que Dios ha fomentado, las transformaciones sociales que Dios ha conducido, para dar mayor libertad, para alcanzar una vida más llena. La misión está aquí para discernir y agradecer. Esta Eucaristía constituye la parte más relevante y la tarea de la misión.

V. La misión enseñará a aceptar las escrituras sagradas de todas las religiones como Palabra de Dios, hablada a la familia de Dios en Asia, dones hechos para toda la familia humana de Dios. La colección de cristianos asiáticos de los escritos sagrados será mucho más numerosa que la de sus compañeros cristianos de Europa, así como hoy en Occidente la Biblia Católica es un poco mayor respecto a la Protestante. Pero todos nosotros llegaremos a conocer el don de Dios y a beber del agua viva de los manantiales del Salvador (cf Jn 4,10). El rechazar la herencia sagrada de Asia y el prohibir su uso en la liturgia cristiana es señal de actitudes cerradas y de falta de sensibilidad que contradice las tradiciones bíblicas y excluye la espiritualidad.

VI. Cristo resucitado que precede a los apóstoles en Galilea (Mc 16,7) ha precedido de muchos siglos a los misioneros en Asia. En primer lugar, nace asiático. En segundo lugar, al identificarse con los hambrientos y los sin hogar (Mt 25,31-46), está seguramente allí donde hoy las masas pobres de Asia luchan por sobrevivir. Hay que descubrir al Cristo de Asia, ponerse a su lado y trabajar con él por la liberación de los pobres.

VII. El mundo rico pretende poseer a Cristo. Un Cristo ¿con o sin la cruz? Asia seguramente tiene la cruz, y la semejanza es que el Crucificado cuelga de ella. La nuestra es estar a los pies de la cruz de Asia en compañía de la madre de Jesús. La nuestra es tocar, con Tomás, las heridas del pueblo y reconocer a Mi Señor y a mi Dios (Jn 20,24-28). La espiritualidad de la misión asume la forma de solidaridad con los pobres de Asia y la participación en sus movimientos y luchas por la comida, la libertad, la dignidad y la comunidad.

VIII. La misión en Asia llorará con Jesús la muerte de los hijos de Asia a causa del hambre y de la miseria causadas por las políticas de desarrollo de la codicia y de los poderosos. Los misioneros recogerán en el cáliz de su corazón las lágrimas de los pobres de Asia, levantándolo para que Dios lo vea, lo bendiga y lo transforme en una copa de vida abundante.

IX. Y mientras no perderemos ocasión de nombrar el Nombre de aquel que optó por los pobres con los pobres, los sin techo, que optó por la piedra rechazada y fue el Siervo sufriente de todos. Nombraremos al Santo que está presente y da sentido y valor a las heridas y al llanto de todos, que planta las semillas de la resurrección en el corazón de nuestra muerte. Lo nombramos con humildad; lo presentamos como nuestro tesoro y no como un martillo con el que amenazar a los pueblos y aplastarlos. Presentamos a Jesús en su kénosis y en su amor y en la solidaridad de la resurrección, como un amigo de los pueblos y un dador de libertad, y no como un Julio Cesar religioso que conquista, destruye y domina.

X. Mientras que la crítica académica (histórica, redaccional, etc) de las escrituras y de las teologías tendrán su lugar en Asia, la verdadera crítica vendrá de los pobres de Asia. La habilidad técnica de los expertos será necesaria y apreciada. Pero la crítica vital (o fatal) vendrá de la situación de pobreza y opresión, del militarismo y de la ocupación por ejércitos extranjeros y sus multinacionales; la crítica real vendrá de la situación de dominio sutil o no y del pillaje de nuestras tierras, de los recursos y de la gente por aquellos que durante los cinco siglos de saqueo han acumulado suficiente riqueza y armas por medio de las cuales controlan globalmente la vida. La espiritualidad de misión conocerá cuáles voces críticas tendrá que levantar y qué apartar.

XI. Es la poesía del pueblo, su intuición de las condiciones de vida y de amor, las intuiciones de las mujeres, la sabiduría y el genio de los creadores de los lenguajes asiáticos que aportarán la crítica mejor y su obra crítica es un ingrediente esencial de misión.

XII. La espiritualidad de misión en Asia se alegrará de rezar con el pueblo, con los campesinos, con los obreros, las mujeres, los aldeanos, los analfabetos, en el contexto de sus palabras, cantos y símbolos, de sus bhajans y kirtans, y sobre todo en medio de sus silencios que resuenan del Silencio Eterno del que nació el Verbo, el Vac, el Sabdabrahman y nos adentran en el Silencio Eterno.

XIII. La espiritualidad de la Misión se preocupará más de presentar el Evangelio encarnado en el testimonio de vida que en la proclamación verbal. Sabe que la gente presta mucha más atención a los testigos que a los maestros. Buscará superar aquello que Kosuke Koyama ha diagnosticado como el mal del que sufren las iglesias: a saber, un complejo académico, una fuerte preocupación por una terminología culturalmente correcta en lugar de una vivencia de amor, de relaciones. Ser y hacer en su intercambio dialéctico serán más importantes que hablar.

XIV. Recordemos, al respecto, cuatro símbolos evangélicos que encarnan la realidad y el misterio de la misión y de la espiritualidad. Estos símbolos son la luz, la sal, la levadura y la fragancia (Mt 5,13-16; 13,33; 2 Cor 2,14-16). La misión consiste en la luz que la comunidad misionera irradia por la novedad y la belleza de su vida; y en la calidad de la sal que la comunidad tiene para evitar que el mundo caiga en el blanco de la violencia y de la vulgaridad. Los creyentes están llamados a ser levadura capaz de transformar los corazones y las estructuras, y hacer que la tierra se convierta en buen pan para la fiesta de Dios, la fiesta de todos los pueblos. Nosotros somos la fragancia de Cristo. Es ésta nuestra misión y la espiritualidad de la misión. A través de nosotros y de todos los creyentes Dios "expande doquiera la fragancia de su conocimiento". Parece ser que Ghandi dijo a un grupo de misioneros cristianos: "Ustedes hablan demasiado. Miren la rosa. Ella también tiene un evangelio que narrar, pero lo hace en silencio, y de manera eficiente. La gente se le acerca con gozo. Imiten la rosa".

XV. La misión celebrará con y para la gente. Su apertura y responsabilidad serán fieles a la memoria de Jesús en lo relativo al significado central de la liturgia. Pero la encarnación histórica de la celebración vendrá de la respuesta-habilidad (responsabilidad) de la comunidad a la cultura local con su poesía, música y mitos, sus lámparas, sus flores y frutos, sus danzas y saludos, su compañerismo, su partir juntos el pan.

XVI. La espiritualidad de misión nos sitúa al lado de la justicia. Los intentos de dejar fluir la justicia como un río son mucho más vitales, espirituales, divinos que las liturgias del templo y los ritos solemnes (Amós 5). Debemos educarnos y educar a la gente en una experiencia creciente de gracia y en un sentido de gratuidad de la vida, de la tierra, de la cultura y de la amistad que será la senda espiritual que lleva al compromiso por la justicia en casa, en la aldea, en la ciudad, en el comercio internacional, en la anulación de las deudas, en el desarme voluntario y en el compartir gozoso. La espiritualidad de misión es esencialmente una espiritualidad de gracia abundante. La misión nos insta a ponernos con todos nuestros límites delante de Dios al lado de los pobres y a poner nuestros recursos a su disposición en la lucha en contra del mal en nosotros mismos, en el ambiente que nos rodea, en el mundo. El obispo Paulose Mar Paulose observa que "subyacente a este compromiso de los pueblos por la justicia, hay un anhelo humano nuevo por Dios, o por lo que significa el término simbólico 'Dios'. Yo lo llamo espiritualidad. Cada ser humano parece necesitar y querer la integridad espiritual, la capacidad de conocer y dar culto que es en última instancia real y que nos crea y recrea a su propia imagen. Esta añoranza cultural, en este momento también, nos está llamando... hacia fronteras nuevas, a nuevas formas, mientras intentamos responder a la búsqueda humana por la justicia." (Info, Manila).

El encuentro con los pobres de Dios y con Jesús en los pobres en su experiencia de vida y muerte es la mística cristiana de base, y la espiritualidad de la gente que vive en simbiosis con el misterio de la vida.

XVII. La espiritualidad de misión está dentro de nuestra búsqueda común, dentro de nuestro interrogante común: "Maestro, ¿dónde vives?" Jesús responde con un "Ven y lo verás" y nos lleva donde las víctimas de nuestros grandes sistemas luchan por sobrevivir en las chabolas, en las aldeas de los dalits, donde están las mujeres y los niños abusados, la gente que se muere de hambre. Es allí donde Jesús vive. Somos espirituales si optamos por estar con él en el corazón de la miseria y el degrado, al borde de la acción para cambiar las cosas en algo humano.

XVIII. La espiritualidad de misión es la conciencia y la preocupación de las mujeres por la escasez de vino, de pan, de arroz, de alegría, de vida y de y de dignidad en la iglesia y en la sociedad. Es su postura decidida al lado del crucificado desafiando el palacio y el templo; su estar cerca de los heridos, de los maltratados, del cuerpo roto de la humanidad con amor y compasión desmedidos. La espiritualidad de misión es las mujeres que vuelven del sepulcro con palabras de esperanza y una historia de vida y una danza de alegría aunque hombres sombríos no lleguen a entender o apreciar. La espiritualidad es donde las mujeres están descubriendo al Salvador del mundo en medio de su vida diaria y se vuelven ellas mismas apóstoles y llevan a la gente al Pozo, al Manantial de Vida, a las Aguas místicas. La espiritualidad es las mujeres que lloran por la muerte de sus seres queridos y descubren a un Dios que llora y que está cerca de sus vidas implorando con lágrimas a la muerte que abandone su presa.

XIX. La espiritualidad de María, Madre de Jesús, revela el corazón de la espiritualidad de misión en Asia. Desde el comienzo María es asociada con la kénosis del Hijo de Dios, y con la pequeñez, la pobreza y la insignificancia social del Salvador. Está muy preocupada con el desconcierto posible de una familia pobre que no puede permitirse el lujo de tener vino suficiente para la boda, la única celebración en la vida de los pobres. Cuando a su hijo le llevan a la cárcel, se ríen de él, lo torturan, lo humillan y lo reducen a la nada. María está al lado de su cruz, respaldando sus opciones, apreciando su manera de vivir y de participar en su destino. Su Magnificat ilustra los contrastes dramáticos entre los orgullosos, los ricos y los entronizados de un lado y los pequeños, los pobres, los hambrientos de otro lado. Ella misma ha experimentado el contraste candente entre su Niño indefenso y Herodes, el rey cruel; entre los Magos, los sabios, y Herodes mismo; entre su familia humilde y el Cesar distante que emite edictos para facilitar la recaudación de ulteriores impuestos; entre su hijo en la cruz y el poder del palacio y del templo. El Magnificat de María, aquel 'canto de alta rebeldía', no nos deja ninguna duda sobre el dónde si sitúa y qué tipo de Dios subversivo ella celebra.

XX. Mónica Furlong nos recuerda que "cualquier espiritualidad que debe ser sal tiene que ir profundamente enlazada con la preocupación ecológica". Esta preocupación debe estar dictada por el miedo a la destrucción total del planeta. Pero actualmente debemos estar poseídos por un "profundo sentido del duelo". Furlong cree que "debemos reconocer un proceso de duelo en nosotros mismos por todo lo que está perdido y se ha destruido, por la gente que se muere de hambre, por la muerte de las criaturas, de los bosques, de los océanos, por la pérdida descorazonada de lo que es inocente, bello e impotente" (Furlong, 243-244). No ocuparse del corazón, sino del dinero y preocuparse por el poder, el éxito, los bienes de consumo quiere decir no ser espirituales. Lo contrario, ser espirituales, cuesta. Cuesta ir contracorriente en el sistema capitalista, en la economía de mercado, y ser una rareza como los primeros cristianos. Pero los miedos y las defensas pueden erosionar cuando nos percibimos a nosotros mismos como ecosistemas y mantenemos las partes a la obra en armonía recíproca, para mantener un equilibrio delicado con otros ecosistemas. "Nuestra espiritualidad, nuestro crecimiento, nuestra oración, empiezan con amarnos entrañablemente a nosotros mismos y a los demás, sean ellos un enfermo, un niño hambriento, o la tierra enferma y moribunda (Furlong 244). Forma parte de la misión de la espiritualidad fomentar en todos la capacidad de asombrarse como los niños, de dejarse tocar en profundidad, ver el misterio de la naturaleza, de las realidades sencillas como las flores, los pájaros, los rostros humanos o el amor (cf. Wijngaards 134). Una línea ricamente sugerente de Tagore puede resumir la ecoespiritualidad a la que estamos apuntando:

"Cállate alma mía; estos árboles son mis oraciones".

16. La misión es la extensión en el espacio y en el tiempo de la Encarnación de la Palabra de Dios. Es como la encarnación, la obra del Espíritu (Lc 1,15;35;41;67;80; 2,25-27; Hc 1,2;5;8; 2,1- 4,14-24,38). Los que se empeñan en ella son cooperadores del Espíritu. Y lo pueden ser sólo en la medida en que viven en el Espíritu, están abiertos a la presencia, a la libertad y a las creaciones del Espíritu en el corazón de la gente, de la tierra y de la historia humana. El Espíritu Santo es el Agente principal de la Misión (Hc 13,1-3; RM 21,30; EN 75). Por esto está presente en el envío público de Jesús en el Jordán (Lc 3,21-22; Jn 1,32-34). Dirige la vida de Jesús, le lleva al desierto y luego a Galilea (Lc 4,1-14). Al comienzo de su ministerio, Jesús es consciente de la unción del Espíritu que lo capacitaba y urgía a dedicarse a una misión libertadora (Lc 4,18-19). Entre las pruebas de su ministerio es en el Espíritu que el Padre derramó sobre él sin reservas, en quien Jesús encuentra consuelo; es en el Espíritu en quien exulta de gozo (Lc 10,21; Jn 3,34). Todos los apóstoles y discípulos son ungidos y reciben el Soplo del Espíritu de Jesús (Jn 20,21-22) y son bautizados con el fuego que Jesús viene a echar sobre la tierra (Lc 3,16; 12,49-50; Hc 2,3). El Espíritu y el misionero son compañeros de equipo; comparten la labor del testimonio (Jn 15,26-27; Hc 1,8). De aquí la necesidad de parte del misionero de ser consciente de y estar unido al Espíritu y apropiarse de su perspectiva. (Kroeger, 1994; 35).

(b) La actividad del Espíritu se derrama más allá de los límites de la comunidad cristiana. El Espíritu llena toda la tierra y toda la historia. Está presente de manera creativa en las vidas de los seguidores de otras tradiciones religiosas así como en los movimientos seculares y en las luchas por la justicia, la libertad y la unidad, y por la creación de lo que es bello, sea físico que social. (GS 22,26; RM 28,32; DV 53,54). No solamente la Iglesia sino la Humanidad rebosa de los dones del Espíritu (1 Cor 12,4- 11). Tanto la iglesia como la comunidad humana son carismáticas en su estructura. La espiritualidad de la misión debe discernir, respetar, fomentar y evocar esos dones y tesoros ya que existen para ayudar a la gente a responder a las necesidades del Reino de Dios a lo largo de la historia, y a pasar por las experiencias de dolor, de alegría, de decepción y de muerte que pueden estar al servicio de la vida y de la esperanza (RM 61-67; Kroeger 1994, 48-52).

(c) Es en el contexto de esta acción universal del Espíritu que actúa en el mundo, en los individuos, en la sociedad, en la historia, entre la gente, las culturas y las religiones que "el diálogo interreligioso se convierte en una clave importante para descubrir la presencia amistosa del Espíritu", y colaborar con El en el proyecto de transformación del mundo. (DP 21,26,35 etc). Como indica José Comblin, al Espíritu se le conoce en la actividad concreta de construir un mundo nuevo. Y esto define la espiritualidad de misión para todos los contextos. El Espíritu no nos encierra en nosotros mismos, no nos dirige hacia dentro. "La experiencia del Espíritu lanza a hombres y a mujeres en el mundo... para asumir las tareas que superan lo humano". "El Espíritu no nos aparta del mundo y de sus exigencias". El Espíritu hace a la gente "más dinámica y más implicada en el amor activo hacia su prójimo. Y... es ésta preocupación que, según la Biblia, debe ser considerada como la señal de autenticidad" (Comblin 4,8).

(d) El Espíritu no separa, no divide o compartimenta. Permea todos los aspectos de la vida y todas las esferas de la realidad, y da integridad y armonía aunque a veces de manera dialéctica a través del conflicto y del dolor, de las dinámicas de la Cruz. Une a Dios con la creación y nos lleva a experimentar a Dios en la creación y la creación en Dios. Experimentamos a Dios como a "alguien que actúa sobre nosotros y el mundo al mismo tiempo, relacionando al mundo con nosotros y a nosotros con el mundo, no de una manera cósmica vaga, sino en el curso de una acción específica y limitada". No hay brecha entre la experiencia de la acción y la experiencia del Espíritu, ni tampoco entre la acción y la oración, ni entre la práctica y la celebración de la práctica, ni entre la persona y la comunidad (Comblin, 31). Esta integración marca la vida del misionero en el Espíritu.

(e) En la experiencia asiática, el Espíritu es más importante que los textos creados por personas inspiradas por el Espíritu. El Espíritu inspira no solamente los textos "religiosos" sino también los poemas seculares, el teatro, las leyes, las filosofías y todas las búsquedas sobre el sentido, los valores, las relaciones y las preocupaciones últimas. El Espíritu critica todos los textos y nuestras interpretaciones de los mismos. Interpela nuestras creaciones, trastorna lo establecido y nos invita a tener intuiciones nuevas, sueños nuevos y profundidades insospechadas, una praxis sorprendente.

(f) La espiritualidad asiática se regocija bajo la guía del Espíritu que "nos lleva hacia la verdad completa". Se regocija en la Unción que recibimos del Señor y que nos enseña todas las cosas y es verídica (Jn 16,13; 1 Jn 2,27). Todos aquellos que aman a sus hermanos y hermanas conocen a Dios porque Dios es amor; si no se ama no se le conoce a Dios. Esto define tanto el contenido de la misión como el pulso de la espiritualidad misionera. El corazón que ama testimonia de la verdad, de la realidad de Dios, y de la forma que Dios quiere que el mundo tenga. El conocimiento de Yavé y el hesed van juntos (Os 2,21- 22). Ya que la ley del Espíritu está plantada en nosotros y la nueva alianza está escrita en nuestros corazones, seremos propiedad de Dios, y "no habrá necesidad de que nadie enseñe a los vecinos". No, todos conoceremos a Dios desde el más pequeño hasta el más grande, y daremos testimonio unos de otros y celebraremos juntos (Jn 14,26; 15,26-27; 16,13; 1 Jn 2,27; Jr 31,31-34; Mt 23,8).

(g) Kroeger cita al Patriarca Atenágoras como a aquel "que expresa la función especial de salvación y misión del Espíritu Santo en los más felices de los términos":

"Sin el Espíritu Santo

- Dios está lejos,

- Cristo mora en el pasado,

- el Evangelio es letra muerta,

- la Iglesia es sencillamente una organización,

- la autoridad es una cuestión de dominio,- la misión, una cuestión de propaganda,

- la liturgia nada más que una evocación,

- la vivencia cristiana una moralidad que esclaviza.

Pero en el Espíritu Santo

- el cosmos resucita

- y gime con los dolores de parto del reino,

- Cristo resucitado está allí,

- el Evangelio es fuerza de vida,

- la Iglesia es señal de la vida trinitaria,

- la autoridad es un servicio que libera,

- la misión es una Pentecostés,

- la liturgia es memorial y anticipación,

- la acción humana es deificada." (Kroeger, Signposts, 18).

17. La espiritualidad es, pues, una realidad amplia y compleja que incluye todas las maneras y las modalidades de la vida del Reino restaurada en Jesucristo. Incluye un dinamismo interior que impulsa esa vida y los valores que la orientan, y el estilo de vida en el que los valores se expresan concretamente. Esta configuración global se ha llamado, tradicionalmente, el seguimiento de Jesús (Driver,14).

"La espiritualidad de la misión" concluye Kroeger "es, en sus cimientos, una experiencias trinitaria inspirada en el Espíritu. La reflexión y la oración permiten que el Espíritu transforme y consagre para la misión y el envío por el poder del Espíritu mismo. La persona llena del Espíritu entra en el plan de salvación (mysterion) que Dios tiene para todos los pueblos." (Kroeger, Signpost, 15). Es una espiritualidad enraizada en la experiencia de la gracia de Dios y de la gracia que Asia constituye. Se expresa en el seguimiento de Jesús por el camino asiático, y vivido bajo el poder del Espíritu Santo activo desde hace siglos en la historia de Asia. Saca alimento de la comunidad de Cristo que abarca a todos los pueblos de Asia. Se encarna en todas las búsquedas por una humanidad nueva.

Una espiritualidad de misión es la respuesta adecuada que damos a los hechos del Evangelio y a los hechos de Asia, hechos posibles por el Espíritu Santo. Es la vida que el Espíritu Santo derrama a lo largo de la peregrinación asiática.

 



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