RELAT 59

Carta a los hermanos y hermanas de Centroamérica

a quienes no he podido visitar


La Paz del Dios de la Vida, que siempre es otra Paz; la gracia del hermano Jesucristo, muerto y resucitado, cuya Pascua vamos a celebrar otra vez; y el consuelo, la fuerza y la alegría del Espíritu estén siempre con ustedes.

Les escribo desde México, cerquita de la madre de Guadalupe, cuya ternura no faltará nunca a nuestros pueblos.

Tuve que quedarme en México, para «recauchutarme», como decimos en Brasil. Me he operado de hernia doble en un mismo lado y de próstata. La hernia, por cierto, tiene su pequeña historia gloriosa. La contraje en 1977, durante la construcción del Santuario de los Mártires, en Ribeirão Bonito, cargando y descargando ladrillos. La próstata, sin embargo, no ha sido más que una de esas vulgares novedades de la vejez. Estoy bien, gracias a Dios, y dispuesto a seguir andando. Quiero agradecer la oración y la atención de muchos, desde mis hermanos claretianos y todo el grupo entrañable del SICSAL. Fue precisamente durante la reunión del Consejo Ejecutivo y la Asamblea del SICSAL cuando se me presentó la urgencia de la operación.

Pensaba visitarles en los diferentes países de nuestra Centroamérica y ya había recibido los programas de cada país. Lo importante es que les visite siempre el Espíritu. En todo caso, durante estos días de sosiego, les tengo muy presentes en mis oraciones: a las comunidades y a sus agentes de pastoral, incansables aunque a veces tan golpeados; a los refugiados que ya retornaron y a las comunidades de población en resistencia; a los religiosos y a las religiosas -muchas veces pienso que en esa Centroamérica está lo mejorcito de la vida religiosa del Continente-, y a los aspirantes a la vida religiosa y al sacerdocio, en algunos de cuyos seminarios me siento siempre tan en casa; a los Centros, a los teólogos, a los estudiantes_ en fin, a todos y todas y a cada uno en particular.

Supe que cuando recibió mi última carta circular -«Se impone un nuevo modo de ser»- María López Vigil, exclamó: ¡Se impone un nuevo modo de ser_ feliz! Pues sí. Las dos cosas son una sola cosa para nuestra fe comprometida.

Lo cierto es que a lo largo de estos últimos meses, en encuentros y lecturas, desde los más variados sectores de la Iglesia y de la Sociedad, ha aparecido en la pantalla de la conciencia de casi todos una palabra desafiadora: ética . Ya sé que no todos la entendemos del mismo modo, ni todos estamos dispuestos a vivirla con la misma radicalidad. Pero, en todo caso, la ética está de vuelta, la postergada, la arcaica ética_ Mira por dónde el neoliberalismo del diablo nos hace, de rebote, este favor.

Todos parece que sentimos que por este camino no se puede andar más y todos, o casi todos, estamos intuyendo que lo que debe cambiar radicalmente es la visión de la política y de la economía, el modo de hacer política en los diferentes grados de la responsabilidad pública, la manera vital de ser políticos. Nosotros, los cristianos y cristianas, diríamos, sencillamente, que estamos necesitando santos y santas en la política; eso que nos vienen diciendo los teólogos de la liberación: la «santidad política», tan olvidada quizás a lo largo de los siglos por la misma Iglesia.

Cuántos y cuántas de ustedes están viviendo de cerca el desengaño de ver a ciertos líderes, quizás heroicos en otra hora, acomodados, o interesados, o compitiendo con los compañeros. Hace tiempo que yo pienso que valdría la pena escribir una carta muy abierta a todos esos militantes generosos y que se podría titular así: A los hermanos y hermanas macabeos, bajados de la montaña . Y ustedes ya saben que la montaña es «algo más que una inmensa estepa verde», y algo más que el monte o la guerrilla o la dirección de un partido o de un sindicato. Me refiero a cualquier tipo de liderazgo o de puesto de animación; más político, más pastoral. A todos de vez en cuando el cansancio o la desilusión o los supuestos derechos del egoísmo se nos vienen encima y nos dan ganas de bajar las armas y vivir como la mayoría. En Brasil hay un viejo adagio, bastante sinvergüenza, que todo el mundo ha ido repitiendo durante años o siglos, qué sé yo, con la mayor naturalidad: «cada uno por sí y Dios por todos». Nosotros sabemos que debe ser «cada uno por todos, como por todos está Dios». A la madre Teresa de Jesús yo le decía hace poco, comentándole su famoso poema «Nada te turbe, nada te espante»:

Sólo Dios basta, Teresa,
siempre que sea aquel Dios
que es El y todos y todo
en comunión.
La ética, para nosotros, habrá de ser siempre ese «nuevo modo de ser» que es la vida en el Espíritu; el servicio solidario a los hermanos y hermanas, sobre todo a los pobres, a los marginados, a los prohibidos; el despojamiento, la capacidad de perder y de arriesgarse; la esperanza contra toda esperanza, aun en medio de la decepción que nos provocan ciertos hermanos o hermanas, aun cuando parezca que la Iglesia nos falla; el servicio al Reino que es la utopía mayor, contra todas las voces del pragmatismo o de la comodidad. Ustedes ya saben que para nosotros no ha terminado la historia.

Todo eso, claro, traducido en la fidelidad diaria, desde el propio puesto de combate, sin desfallecimiento.

Y ahí, María y Juana y Luis y quien sea, estaría, para nosotros, la verdadera felicidad. Aquello del Apóstol Pablo, que decía que dijo Jesús: «hay más alegría en dar que en recibir». Con esto no estoy predicando un ascetismo a ultranza, no; se puede y se debe vivir con naturalidad, con simplicidad, y sacándole a la vida el jugo que Dios le puso a esta fruta mayor. Ustedes son más que «sabidos» -decimos en Brasil- para entenderlo.

Aquí en México nos toca vivir de cerca el Acontecimiento Chiapas . Una sacudida profética. Otra vez, la inesperada montaña. Una gran herida puesta al desnudo. Y una gran dignidad puesta de pie. La opinión pública de México y del mundo, mejor informada, reconoce abiertamente la rectitud de las Causas y de las reivindicaciones que el levantamiento de Chiapas defiende:

•los pobres indígenas y su derecho a la alteridad y a la autonomía;

•la marginación, la exclusión, el desespero a que está reduciendo el neoliberalismo a las mayorías de nuestros pueblos;

•la problemática de la tierra como un problema raíz, en México y en todo el Continente;

•el fracaso total y el absoluto descrédito de esas políticas lacayas que nos están malgobernando y los procedimientos pseudodemocráticos con que se gestiona la «cosa pública» entre nosotros, de elecciones en elecciones. Otra es la democracia que necesitamos. Esa no nos va.

•el crecimiento de la conciencia y de la organización de las poblaciones indígenas a lo largo y ancho de toda nuestra Amerindia: esos quinientos años «otros» que ellos están empezando a forjar;

•los otros muchos Chiapas que hay en México y en toda nuestra América y que, sin duda, se irán entrelazando en los años sucesivos. Los zapatistas de este sur mexicano ya están sintiendo una inmensa ola de solidaridad, por parte, sobre todo, de otros pueblos indígenas.

En Chiapas, como no podía ser menos, la Iglesia se ha puesto en evidencia. En hermosa evidencia, sobre todo, la Iglesia que preside el buen pastor Don Samuel Ruiz, apaleado él por todas partes, los últimos meses, como ustedes ya saben -desde el gobierno y el latifundio y la nunciatura- ahora es el hombre indispensable para el diálogo de la paz. Ayer, por cierto, se lanzó su nombre solemnemente, aquí en México, para la candidatura del Premio Nobel de la Paz 1994.

Los periodistas han andado desesperados estos días queriendo saber qué tenía que ver la teología de la liberación con el levantamiento de Chiapas. Nada, y mucho, y todo, diríamos nosotros. Los zapatistas han repetido abiertamente que nadie, ni ideólogos ni teólogos ni obispos ni agentes de pastoral los han llevado a la decisión extrema de tomar las armas. Sin embargo, todos sabemos cómo un trabajo pastoral de concientización lleva a recuperar no sólo la propia conciencia sino también la propia dignidad. Y la Iglesia de San Cristóbal de las Casas viene trabajando muy acertadamente en medio de esas poblaciones indígenas hace como treinta años. Por lo demás, es cierto que la teología de la liberación y el Dios de la liberación quieren la liberación de estos indígenas, y de todo México y de la América entera y de todo el mundo.

Los analistas no se cansan de analizar, dándole vueltas al fenómeno Chiapas. En esa madrugada del primero de enero, precisamente cuando el tan ambiguo Tratado de Libre Comercio se ponía en marcha, en los altos de Chiapas cantó un gallo singular. Algunos han querido ver en esta rebelión la primera revolución «postcomunista» y hasta «postanticomunista» (aunque el tenebroso Kissinger pontificó nuevamente el pasado día 14, llamándola «revolución marxista»). Otros la han calificado como la primera rebelión «posmoderna» y la «primera del siglo XXI». Calificativos aparte, y sea cual fuere el desarrollo del proceso Chiapas, algo hay de irreversible en él: la herida que se destapó, el grito de dignidad de esos pueblos indígenas, la imposibilidad de hacer la política para unos pocos privilegiados, la necesidad de atender primero y siempre a los derechos básicos y más universales: esos diez puntos del programa del EZLN: «tierra, trabajo, vivienda, salud, educación, democracia, justicia, libertad, soberanía y paz»

De todos modos, ya el gobierno, haciendo un juego doble, y el ejército, siempre más dispuesto a la represión que al diálogo, con el respaldo del tal Kissinger y del director de la CIA, están accionando un verdaderoo cerco militar en torno a los levantados. Habremos de estar muy atentos para ser muy eficazmente solidarios. Chiapas es una señal puesta en alto y a todos nosotros nos toca su futuro. Deberemos mantenernos bien informados y propagar por todos los medios la información verídica y una auténtica red de solidaridad. La situación de los indígenas en Guatemala, más concretamente, tendrá mucho que ver con lo que de hecho suceda en Chiapas.

Voy terminando.

Ya saben que a los viejos les toca dar consejos. «Consejo que doy me doy», por lo demás.

No olvidemos la oración: personal, comunitaria; diariamente y en las ocasiones fuertes. Las comunidades tienen necesidad vital de orar en comunidad, de celebrar exultantes, de proclamar su esperanza.

A pesar de los muchos pesares, «no se coman el corazón», que dirían los antiguos chinos. Hay que saber llevar la Vida y la Política y la Iglesia con cierto garbo, sin amarguras, «tirando para adelante» siempre. El Reino, no lo olviden, siempre es mayor.

Cuidadito con las divisiones y los chismorreos y los malhumores. Ustedes ya saben que el Espíritu Santo es el buen humor de Dios, y todos sabemos muy bien que nos conocerán como seguidores de Jesús por el amor fraterno con que sepamos amarnos.

Hay que estudiar también y leer y participar en los encuentros y cursos que aparezcan por ahí. Quien anda sin luz fácilmente tropieza.

Dentro del objetivo mayor y manteniendo la visión alta en orden a la Nueva Sociedad y a la Iglesia nueva que queremos, seamos fieles a los gestos diarios concretos del buen samaritano, que van desde las ollas comunitarias hasta los contactos de persona a persona. Al Reino, ya sabemos, le gusta crecer pequeñito, como la semilla de la mostaza.

No olvidemos nunca a los que nos precedieron con la señal de la fe y el testimonio de la sangre. Celebrermos indefectiblemente a nuestros mártires. Su memoria es nuestro futuro.

Y ya me despido.

Uno se permite el lujo de tener amanuenses, como los tenía el mismísimo san Pablo. José María Vigil me está haciendo de amanuense y de enfermero, mientras preparamos también la Agenda Latinoamericana'95. Y valga lo último de comercial

A todas y todos les abraza con mucho cariño este hermano y compañero de «caminhada», en la Pascua del Hermano Jesús.

Pedro Casaldáliga,monaguillo de Centroamérica. México DF, sábado, 19 febrero 1994


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