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¿Amar al enemigo en Tierra Santa?

Lucas 6, 27-30

Maria M. DELGADO


 

 

“Escuchen bien lo que tengo que decirles: amen a sus enemigos, y traten bien a quienes los maltraten. (…) Si alguien les da una bofetada en una mejilla, ofrézcanle la otra.” (Lucas 6, 27-30).

 

Siempre me rechinó el pasaje de los Evangelios donde Jesús dice que hay que “poner la otra mejilla”. Como defensora de derechos humanos, durante más de 30 años he vivido en contacto diario con diversas formas de injusticia y violencia; y desde allí, mi sensibilidad hacia la necesidad de hacer justicia me hace difícil entender por qué la víctima de cualquier tipo de violencia tiene que “poner la otra mejilla” en lugar de defenderse -incluso devolviendo el golpe.

Sin embargo, llegué a entender el sentido profundo de esa enseñanza de Jesús de Nazaret en el lugar donde menos lo hubiera esperado: en Palestina, su tierra, sometida desde hace 65 años a un régimen de limpieza étnica, ocupación y apartheid por parte del estado colonial de Israel hacia la población nativa árabe.

Es en esta tierra ultrajada, y en medio de este pueblo que se aferra con uñas y dientes al territorio de donde quieren expulsarlo definitivamente, donde aprendí qué quería decir Jesús. Aunque he vivido nueve meses en Palestina, la lección me llegó cuando apenas llevaba unos días aquí.

Durante mis primeros tres meses fui acompañante internacional con el programa EAPPI en Yanun, Cisjordania, cerca del valle del Jordán. Allí EAPPI mantiene una presencia permanente desde hace 10 años para disuadir o reducir la violencia de los colonos judíos fanáticos asentados en tierras robadas a la diminuta aldea de Yanún (actualmente con menos de 100 pobladores).

Ghassan es desde hace 10 años el chofer y traductor del equipo de EAPPI. Se gana la vida como taxista y vive en Aqraba (un pueblo a 4 km de Yanun) con su esposa, cinco hijos y dos hijas, su cuñada y su madre. Se involucró con Yanun cuando se ofreció como voluntario para apoyar a los pobladores que habían sido expulsados de la aldea en 2002 por los colonos judíos, que pretenden apoderarse de sus tierras (y de hecho lo están consiguiendo gradualmente).

Como tantas familias palestinas, la de Ghassan tenía una considerable cantidad de tierras fértiles y 350 ovejas en el valle del Jordán. Pero después que Israel ocupó Cisjordania en 1967, fueron siendo gradualmente despojados de sus tierras, que ahora están en manos de las colonias israelíes ilegales establecidas a lo largo y ancho de Cisjordania.

Ghassan tenía seis años pero recuerda bien cuando los soldados israelíes instalaron un campamento militar en su tierra, y un día al atardecer un cohete cayó sobre la carpa donde pernoctaba con su familia y la destruyó. Se salvaron porque estaban a la intemperie ordeñando las cabras. Esa noche y las siguientes durmieron en las cuevas que los pastores usan para guardar sus rebaños.

En la primera semana en Yanun, nuestro equipo salió con él a recorrer varias comunidades del valle del Jordán, que sufren todas las privaciones y violencias posibles a manos de las fuerzas de ocupación. Desde los tramposos Acuerdos de Oslo, el 60% de Cisjordania (incluido todo el valle del Jordán, que constituye el 30%) fue declarado “Área C”, es decir, bajo control absoluto del ejército israelí. Allí las comunidades palestinas están en una situación de vulnerabilidad extrema: no tienen agua, no pueden construir ni reparar sus viviendas, y a menudo éstas son demolidas de la noche a la mañana por el ejército israelí, aunque se trate de tierras donde sus ancestros vivieron desde tiempos inmemoriales. Pero la gente se queda a vivir en las cuevas o en carpas, que también son destruidas por el ejército, y vuelve a levantarlas una y otra vez, negándose a abandonar su tierra.

Como Ghassan es un gran asador, planeamos parar al mediodía en un lugar habilitado para picnic y hacer “kebab” con carne de cordero, verduras y pan. Mientras estábamos comiendo las brochetas asadas, vimos llegar frente a nosotros un grupo de colonos israelíes en varios vehículos todo terreno (como es habitual) que venían a hacer 'hicking'. Bajaron con sus enormes armas automáticas a la espalda (como también es habitual) y empezaron a subir la colina, mientras uno quedaba abajo muy cerca nuestro -también armado- cuidando los vehículos, o el área, o quién sabe qué.

Nosotros lo mirábamos mientras comíamos y comentábamos sobre el absurdo de hacer deporte o trepar un cerro con un arma automática a la espalda. Ghassan, agachado en silencio junto a su pequeño brasero, miraba al hombre, daba vuelta las brochetas sobre el fuego, y comía.

De pronto vimos con estupor que le hacía un gesto al colono armado, ofreciéndole un pan de pita con carne asada, que el joven aceptó sorprendido y a la vez encantado. Yo todavía estaba preguntándome por qué había hecho eso, cuando vi que Ghassan le hacía señas al colono para que se acercara. El muchacho asintió y se sentó en el pasto junto al fuego a conversar con Ghassan.

En eso estaban cuando sus compañeros bajaron de la colina. Desde mi lugar vi al colono levantarse, decir adiós y empezar a alejarse para reunirse con su grupo. Y fue ahí cuando volvimos a sorprendernos al ver a Ghassan tomar una pita, rellenarla de carne y ofrecerla al colono para que la llevara a sus amigos. Y como éste no quería aceptar, o dudaba, Ghassan insistió enérgicamente (haciendo honor a la proverbial e inefable hospitalidad palestina), hasta que el joven aceptó y se fue a juntar con su grupo. Una vez allí, vimos que tomaba algo de su auto y volvía hacia nosotros para entregarle a Ghassan dos pomelos, indicando con un gesto que era lo único que tenía para retribuirle.

Cuando se marcharon, corrí hacia Ghassan y le pregunté por qué había insistido en convidar ‘al enemigo’ con la carne (un producto de lujo en Palestina) que él mismo había asado. “Porque son los ocupantes, pero también son seres humanos”, me respondió. Y agregó: “Y porque yo no quiero tratarlos como ellos nos tratan a nosotros”.

También me dijo que cuando él tiene oportunidad, siempre quiere mostrarles que es un ser humano como ellos, y no el “terrorista” que presenta la propaganda israelí. “Hace poco a una familia con dos niños se le rompió el auto en la carretera, y yo paré para ayudarlos, y fui hasta el pueblo a traerles dos cubiertas para las ruedas”.

No supe qué decir. Pero en ese momento recordé lo que un amigo palestino me había dicho hace casi veinte años: “Yo no quiero vivir ni quiero que mi hija crezca en medio del odio, ni le voy a enseñar a odiar. Nosotros no odiamos a los israelíes, odiamos la ocupación”.

Con el paso de las semanas y los meses, fui conociendo muchas otras historias similares: la niña judía de dos años que salió caminando solita de una de las colonias más violentas de Hebrón, y llegó al pueblo palestino cercano (que ha sufrido innumerables ataques de los colonos); y cuando la gente la encontró, la recogió y la llevó de regreso a su hogar, en ‘territorio enemigo’. O la familia cuyo hijo de 12 años fue baleado por un soldado en el campo de refugiados de Jenin, y cuando el niño murió en un hospital israelí, la madre y el padre decidieron donar su corazón al hospital, “como mensaje de paz” hacia el pueblo ocupante cuyo ejército habían matado a su hijo. O la anciana viuda de una comunidad beduina que ha sufrido reiteradas demoliciones por parte del ejército israelí y que, cuando llegan los soldados a la carpa donde vive, les ofrece té o caramelos, al tiempo que les dice: “La próxima vez que vengan, me van a encontrar aquí; porque yo no voy a abandonar mi tierra, y porque no les tengo miedo”. O la otra anciana que, cuando los soldados se iban de su casa con las pertenencias que le habían “confiscado” (en represalia porque todo el pueblo había decidido dejar de pagar impuestos como forma de desobediencia civil), los llamó para entregarles un objeto de valor diciéndoles con serena dignidad: “Se olvidaron de esto”.

Unos días antes del gesto de Ghassan en el valle del Jordán, un pastor luterano de Jerusalén nos había hablado sobre la actitud del pueblo palestino bajo la ocupación, haciendo una analogía con la actitud de Jesús de Nazaret frente a la ocupación romana, justamente para poner en contexto la controvertida enseñanza de “dar la otra mejilla” y “amar al enemigo”: ante la impotencia en que nos coloca la opresión; ante la deshumanización del enemigo; ante los permanentes abusos y humillaciones que nos inflige; ante el odio y el desprecio que nos demuestra; y ante la falta absoluta de libertad y justicia, todavía tenemos una opción: podemos elegir la dignidad como forma de resistencia; podemos “negarnos a odiar” y a deshumanizar al enemigo; y al hacerlo, podemos elegir conservar nuestra humanidad.

Eso es lo que todos los días, de muchas maneras, el pueblo palestino practica y nos enseña en ésta, su tierra. Quizás por eso ellos saben -y también sus enemigos, los ocupantes- que son invencibles.

 

Maria M. Delgado

Belén, PALESTINA OCUPADA

 


 



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