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FIN DE AÑO INESPERADO

Mateo 5, 38-48

Iraima ARRECHEDERA


 

 

Ese era un país lleno –contradictoria y cínicamente- de riqueza y de pobreza. Un pueblo explotado. Un pueblo testigo del saqueo de la riqueza natural de ese país. Testigo mudo de la destrucción de la naturaleza. Víctima de promesas incumplidas. Doliente de esperanzas sembradas y no cosechadas. Millones de deseos disecados por unos pocos apetitos saciados.

Aún con su estómago vacío, ese pueblo conservaba sus ojos llenos de esperanza y su voz llena de alegría. Años de explotación y de hambre, fortalecieron su espíritu con paciencia y esperanza. Aún cuando sus pasos arrastrados sonaran a resignación, los pasos del alma y de la conciencia eran cada vez más fuertes.

Un día ese pueblo, conoció a un hombre nuevo. No nuevo por lo diferente, sino mas bien por lo parecido a cada uno de ellos.

El hombre nuevo se multiplicaba en millones. Tenía tiempo no sólo para atenderlos, sino para entenderlos. No sólo los escuchaba, sino que los oía. El hombre nuevo dignificó a todo ese pueblo hambriento de atención y de pan. Hambriento de necesidades conocidas y desconocidas también.

El pueblo despertó. El pueblo aprendió. Ese hombre nuevo no sólo les dio pescado, sino que les enseñó a pescar. Ese hombre nuevo, dignificó a su pueblo.

Pero los saqueadores de otrora, no se alegraban con esto. No querían la dignificación del pueblo porque de su hambre, ellos vivían. Los saqueadores convencían al pueblo con discursos vacíos, gracias a su analfabetismo. Gracias a la ceguera del pueblo, es que no podían ver la gula de los saqueadores. Por la ignorancia del pueblo, es que no exigían educación. No. Definitivamente a los saqueadores, a los hombres que vivían en el charco, no les convenía este hombre nuevo.

Por eso, un día nefasto, los hombres del charco, desaparecieron al hombre nuevo. Durante 2 días llenaron sus charcos de banquetes opíparos. Durante 2 días se embriagaron por la satisfacción de haber desaparecido al hombre nuevo. Durante 2 días efectuaron orgías entre ellos celebrando el triunfo. Durante 2 días practicaron la cacería donde el blanco era la cabeza del pueblo digno.

En el imaginario de los hombres del charco, el pueblo seguía dormido e hipnotizado.

Pero el pueblo del hombre nuevo ya había despertado. Ya había sido dignificado. El pueblo del hombre nuevo daba su vida por él y así lo demostró al tercer día, cuando, llevando el amor como única arma, salió a rescatar al hombre nuevo. Muchos quedaron en el camino víctimas de la canalla. Víctimas de los hombres del charco. Pero el pueblo digno, defendiendo su esperanza, y arriesgando su vida, rescató al hombre nuevo.

Los hombres del charco salieron corriendo a sus madrigueras, sudorosos y temblorosos.

Los hombres del charco habían fallado.

De la justicia divina, sólo Dios se encarga. La justicia divina perfecta es. De la justicia en la Tierra, se encargan los hombres. La justicia terrenal imperfecta es. Por eso, los hombres del charco continuaban libres.

Pasaron algunos meses y volvieron a hacerse sentir los hombres del charco. Los saqueadores de otrora intentaban acabar con el hombre nuevo. Pero eran demasiado cobardes para hacerlo de frente, preferían trasladar sus culpas a otros. Pretendían limpiar sus manos como lo hizo Pilatos. Querían que el asesino del hombre nuevo, fuera el pueblo despierto y alegre que lo acompañaba. Por eso, los cobardes volvieron a sus viejas y conocidas tretas. Volvieron al charco donde se regocijaban y destilaban odio por todos lo que no vivieran en el charco como ellos. Allí, en ese charco, tramaron la muerte perfecta para el hombre nuevo. Los dueños del charco secaron las cosechas, derramaron la leche, apagaron los fogones, inhabilitaron las atenciones médicas, y de todo esto culparon al hombre nuevo… en su mente, todo esto llevaría a que el pueblo lo acorralara y de esta manera, matarían al hombre nuevo.

Los hombres del charco no conocían al pueblo.

Los hombres del charco fallaron nuevamente.

El pueblo digno en lugar de reclamarle al hombre nuevo la cosecha quemada, compartieron con él el pan duro que les quedaba. En lugar de exigirle leche al hombre nuevo, le ofrecieron la última gota de agua que tenían. Cuando tuvieron que apagar los fogones, encendieron con más fuerza sus voces en apoyo al hombre nuevo. Cuando alguien murió sin atención médica, las lágrimas se derramaron y encontraron el abrazo consolador del hombre nuevo.

Los hombres del charco no lo entendían. Lejos de matar al hombre nuevo, lo fortalecieron. Esto los enloqueció.

A pesar de todo esto, el pueblo no guardaba rencor en su corazón contra los hombres del charco. Sólo guardaban una leve esperanza de justicia terrenal.

Durante meses, uno a uno los dueños del charco fueron cayendo ante la justicia terrenal. Vivas y hurras gritó el pueblo, quien recordaba las horas vividas de sacrificio, las muertes lloradas, el hambre sufrida. El pueblo no se conformaba con la impunidad. Quería justicia terrenal. Quería que todos los dueños del charco pagaran por los males causados, y ver cómo la justicia llegaba, alegraba al pueblo digno.

Un día, cuando el pueblo se aprestaba para celebrar un nuevo fin de año, esperaba ansioso las palabras del hombre nuevo. El pueblo esperaba el acostumbrado mensaje de aliento y de enseñanza por parte del hombre. En lugar de esto, el pueblo recibió por parte del hombre nuevo el anuncio del perdón terrenal para los hombres del charco. En aquéllos donde la mano de la justicia terrenal había llegado, se imponía ahora el perdón y el indulto.

La alegría inmediata se hizo sentir entre los seguidores de los hombres del charco. Pero entre el pueblo digno no sonaron fuegos artificiales ni se entendía lo acontecido. Algunos aceptaron sin entender. Otros buscaron explicaciones políticas a lo sucedido. Muchos esperaban más palabras del hombre nuevo. Se especuló sobre estrategias posibles de tal medida. Se sospechó de la debilidad del hombre nuevo. Y sin embargo, la causa era más sencilla que todo eso.

La causa era la más sencilla y la más grande de todas.

La causa de esa acción se encuentra en la Biblia.

La causa fue el amor.

El hombre nuevo había invertido muchas horas de su vida enseñando al pueblo sobre economía. Millones de palabras les había dicho para enseñarles un poco de historia. Cientos de discursos había escrito para enseñar sobre geografía.

Sin embargo, ese día, ese Fin de Año, recibieron la enseñanza más profunda por parte del hombre nuevo. Es fácil amar a quien nos ama. Pero es necesario amar también a quien nos odia.

 

Iraima Arrechedera

Caracas, Venezuela

 


 



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