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UN MILAGRO DE HOY

Lucas 13, 10-16

María BAFFUNDO


 

 

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.

 

Aquí estoy yo, encorvada por años y años de humillaciones, de exclusiones, de maltratos y olvidos voluntarios... así ha sido durante tanto tiempo!.

Recuerdo como en otras oportunidades podía mirar a la gente cara a cara, leer la mirada de los jóvenes enamorados, la picardía en el rostro de los niños, ahora la vejez y el simple hecho de ser mujer me condenan, y me hace mendigar cariño, atención, cuidados, en una sociedad fría y distante, que prefiere lo perfecto, lo nuevo, lo útil, lo impecable y se arrastra tras un ideal vacío de contenido.

Me gritan loca, enferma, sé que muchos esperan mi muerte, sin contar los que me la sugieren día a día: «Para que esperar algo que hoy es tan fácil de adelantar», «Que sentido tiene tu presencia, si ya no sirves para nada»...

Aquí estoy yo encerrada entre cuatro paredes, húmedas, frías y malolientes de un hogar de salud, o de ancianos, o como se usa ahora «Residencia para la tercera edad».

De una u otra forma es el basurero que obtenido como premio por la vida entregada... a mi familia, a mis hijos, a mi esposo. La renuncia a una carrera universitaria, mal vista a los ojos de los demás, y que me iba a proyectar más allá, en calidad y cantidad, del trabajo del que fue mi esposo. La renuncia a un trabajo mío y solo mío, en el cual podía desarrollar mis capacidades intelectuales, por cuidar a los niños. La renuncia a relaciones interpersonales positivas y enriquecedoras, por el temor a los que iban a decir de mí y de mi familia... Eso ha sido mi vida, solo renuncias. Y espera; a que mi marido llegara cada jornada, y tener la cena pronta, y no atosigarlo con los problemas de los hijos... espera, a llegar a la cama por la noche, y estar siempre disponible para «el uso» que mi esposo quisiera, sin tener ganas o sin experimentar placer personal, en el acto sexual, goce que solo él podía sentir.

Esperar que los niños crecieran para abrir mis puertas y ventanas a otra vida, y encontrar que de adolescentes y jóvenes requieren más atención y desgaste.

Así en la espera se me pasó el tiempo de vivir, y nadie nunca me preguntó sobre mis gustos, o sentimientos, o dolores o alegrías... se me pasó el tiempo de buscar plenitud, de elegir por mí misma, de pensar un corto tiempo en mis necesidades, de cortar la historia de sobrevivencia y darle alma y espíritu a mi vida.

Claro, poco a poco se fueron marchando de casa, por otras opciones, por querer hacer su vida, por compartirlas con otros, y ese silencio y frío que iba invadiendo el hogar llegaba muy profundamente a mis huesos.

Cuando quise acordar me había acostumbrado tanto a bajar la mirada, a tener la cabeza gacha, a susurrar tímidas respuestas, a oír los gritos cargados de violencia y mandatos, que no pude más contemplar las noches estrelladas, no pude más escuchar el canto de los grillos y el croar de las ranas, no pude más abrazar, porque mis brazos estaban atrofiados y porque nadie quería recibir mis abrazos, y el llanto!!!. A quién le importa que una mujer desdentada, arrugada, sin fuerzas, llore!

Creo que mi madre tenía razón al decir que nacer mujer, no importa en que siglo sea, ni en que país, ni en que época, es un castigo... y nada ni nadie te prepara para afrontarlo, es más todo te enseña a ser sumisa a esa «lotería» que te tocó en suerte, y a sentir que el otro, por ser varón, tiene poder y libertad de opción sobre ti.

Esta es hoy mi enfermedad y mi cruz, ya no tengo marido, el murió hace tiempo, y a pesar de parir en cuatro oportunidades, me he quedado sin hijos e hijas... que corren tras su suerte, sin tenerme en cuenta a mí.

 

Al verla Jesús, la llamó...

 

Hoy domingo es día de visitas aquí en el hogar, y Julia, una de las últimas ancianas que llegaron, esperó este día con ansias... Cada vez que transcurría una jornada, ella se alegraba, «Uno menos...» y tachaba en su almanaque.

Hoy es domingo y las hijas de Julia vienen con sus nietos... y cuánto gozo producen los pequeños que corren por toda la casa!!! Una de las niñas, se da cuenta que varias estamos sin visitas, y se acerca despacio a nuestra mesa para ofrecernos caramelos... Comienza con un parloteo agradable y contagioso que hace que todas nos involucremos en la charla. Le da gracia la decoración de la silla de ruedas de Elena, llena de adhesivos de colores;juega con el tejido de Norma, ese que nunca termina, porque el pulso le falla una y otra vez, limpia con su propio pañuelo la boca de Lucía, ya que ella no ve, y nunca encuentra la servilleta a tiempo...

Yo sigo sentada... mirando como puedo y desde «afuera» esta escena y cuando quiero acordar, siento en mi cuello, en mi cabeza unas manos pequeñas y cálidas que me dan masajes suavemente y se enredan en la mata de cabellos blancos.

Cierro los ojos; y quiero encontrar al abrirlos, un rostro querido, familiar... lentamente las lágrimas caen por mi rostro... no es ninguno de mis nietos y tampoco de mis hijos, pero ¡que bien se siente!

 

Jesús le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos.

 

En un instante, ya no eran solo dos manos, sino varias que se entretenían en frotar mi espalda, en jugar con mi cabeza y como la descuido, abrazar mi cuello... Y otras tantas manos, y pies y rostros poblaron nuestra mesa de sonrisas y voces cantarinas; quién dando la leche a Lucía, sin derramarla en su ropa, o improvisando una pelota con la lana de Norma, y no faltó quién hizo de la silla de Elena, el mejor coche de carreras que raudo y veloz, volaba por los corredores.

 

Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.

 

Mientras tanto, mi corazón se fue esponjando, latiendo con otro ritmo, y mi respiración pacificando. Las lágrimas dieron paso a la sonrisa, mis manos torpes fueron acariciando las cabezas de aquellos pequeños, que no huían de mí, sino que buscaban el contacto de las mismas. Y me encontré nuevamente con un regazo cubierto de migas y caramelos, de muñecas y figuritas, y colores variados.

Aquí en la mesa de la esquina, y durante dos largas horas, se armó la revolución, y mientras sentía que la vida volvía a mi cuerpo, volví a cerrar mis ojos, no para llorar, sino para guardar en la memoria del corazón estos minutos. Para llenar de este aire mis pulmones, para conservar entre mis brazos el calor y la ternura recibida. Y también para dar gracias, a quién fuera responsable de este mágico momento.

 

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: Hay seis días en que se puede trabajar; vengan, esos días a curarse, y no en día de sábado.

 

Desde la mesa de Julia, reclamaban a los nietos, y ellos divertidos y felices iban y venían sin importarles los rezongos de sus madres o padres, ni las quejas de sus hermanos y hermanas mayores.

¡Pero vinieron a visitar a la abuela y ahora se pasan todo el tiempo corriendo! ¡Estos niños, saben que en la semana estamos muy ocupados y no aprovechan a sentarse y comer junto con Julia, hoy que podemos estar con ella!.

 

El Señor les contestó: ¡Hipócritas! ¿No desatan del pesebre ustedes en sábado al buey o al burro para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado? Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

 

Julia, feliz, por el cariño de quienes la rodeaban, los disculpó diciendo: «Son niños y necesitan correr y divertirse, además mis amigas del rincón no tienen visitas seguido, para ellas es una alegría, mientras tanto nosotros, podemos charlar y disfrutar de este tiempo compartido». «Dejen que jueguen, verlos así también me ayuda y hace sentir bien...»

 


 

El mes de julio, ha pasado muy rápido aquí, en el hogar de ancianas y a pesar del frío y de los días grises, todo se ha pintado de colores; cada una de las que integramos la mesa del rincón tenemos un almanaque guardado y a la hora de la merienda o del almuerzo, vamos marcando también las jornadas vividas.

Julia y nosotras esperamos con alegría el fin de semana, sus nietos y nietas, sus hijas, vienen a «visitarnos» y tenemos que estar preparadas. Lucía sigue sin ver; Elena no ha dejado su silla de ruedas decorada; a Norma las manos le siguen temblando; Julia, continúa su lucha contra las canas y las arrugas; yo, sigo a veces un poco encorvada, mirando el piso o haciendo un gran esfuerzo para echar un vistazo por la ventana. Aparentemente nada a cambiado, pero sabemos que el cariño, la alegría, las caricias y los abrazos son una buena medicina para el espíritu. Poco a poco vamos recobrando de nuevo las ganas, las fuerzas, la esperanza. Y recobramos nuestra dignidad de mujeres, de personas, de sentirnos valoradas y no tiradas en un rincón; ellos los más pequeños son los responsables de este milagro...

Y quién dice quizás puedan arrancar algún otro milagro entre nosotras... miren si Elena caminara...

A propósito, ¿cuánto falta para el domingo?

 

María Baffundo

Montevideo - URUGUAY

 


 



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