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¿CONOCES A ESA MUJER?

Marcos 6, 45 ss.

Gerardo MORENO


 

 

- ¿Señor, qué vas a hacer más tarde? ¿Cómo al medio día?

- Hasta los momentos proclamar la verdad y la justicia. También la sanación, la conversión y el perdón. ¿Por qué Simón?

- Para que vayas a almorzar en la casa. Estará mi familia y otros invitados más. ¿Señor?

- Sí, Simón.

- En caso de que tu respuesta sea positiva, por favor, lleva una botella de ese vino bueno que solo tú tienes. Del mismo con que sacaste de apuros a los esposos en las bodas de Caná.

- Está bien, Simón, no hay problema, ahí estaré.

- Okey, Señor, te esperamos. Recuerda traer el vinito, no se te olvide, por favor, porque estoy ansioso por saborear el vino que preparan en tus viñedos (celestiales).

Doce en punto marca el reloj del campanario del templo, ni un minuto más ni un minuto menos. Jesús ha llegado puntual a la invitación. Al entrar, Simón, le dice: Señor ¿y la botella?

- ¿Qué botella? Jesús estaba haciendo cómo el que no sabía.

- La de vino. La que te dije, por favor, trajeras. De esa que llevaste para las bodas de Caná

- ¡Ah! sí, la botella de vino. Tienes razón Simón. La botella la dejé donde los esposos.

- ¿Y el vino?

- Se lo tomaron durante esa boda. Vamos a hacer algo, Simón, cuando tu hija mayor contraiga matrimonio el vino correrá por mi cuenta ¿Te parece?

- Está bien, Señor, pero no se te vaya a olvidar. Dejo el vino a tu cuenta.

De tanto hablar de vino Simón ya estaba medio rascado. Le dice a Jesús: Señor, estás en tu casa. Jesús que no conoce la palabra pena, nunca se la enseñaron, ni siquiera cuando estaba con sus padres: La Virgen María y San José, pasa directo a la cocina, prepara una arepa con jamón. ¿Y el queso? con queso también y un juguito de mango; luego se dirige al sofá. Se reclina para estar más cómodo, conversa con Simón y los otros invitados, mientras la esposa de Simón se esmeraba en preparar la comida. Los niños estaban alrededor de Jesús, Simón quiso impedírselo, pero Jesús al igual que la semana pasada, dice: Déjalos que vengan, no se lo impidas. Los hijos jóvenes hablaban entre sí y las muchachas ayudaban un poco en la cocina. Preparaban la mesa para el gran banquete.

En aquel pueblo había una mujer muy famosa sin ser artista y muy buscada por los hombres. Se disponía a trabajar cuando le llegó la Buena Noticia de que Jesús estaba a tres calles de distancia. No podía creer que el Hombre de quien tanto le han hablado y dicho que acoge a los pecadores está muy cerca de ella. Tomó su cartera, un frasco y salió apresurada hacia donde estaba el Hombre que sanaba, específicamente en casa de Simón el fariseo, el mismo que la había expulsado del templo a la fuerza porque según él, no era digna de estar ahí. El camino se hizo corto y en escasos minutos toca la puerta de la casa de Simón, apenas le abren pasa y se encuentra frente a frente con el Señor. Dijo en su interior: Es Él. No hay en el pueblo hombre que refleje tanta bondad y perdón como éste. Sin duda alguna… es Él. Sin pensarlo dos veces tomó el frasco con perfume que todavía no había utilizado como era su costumbre sobre los hombres que visitaban su lugar de trabajo. Lo roció sobre el cuerpo de Jesús, el Maestro de maestros. Fue tanta la emoción que se puso a llorar y sus lágrimas junto al perfume se hicieron uno solo en Jesús. Un poco apenada con el Señor, intentó secarlo con su propia cabellera larga y hermosa como el azabache; pero Jesús le dice: Mujer, no te preocupes, tranquila. Sé porque has venido. Antes de que entraras a la casa ya te conocía y te perdonaba. Te esperaba, mujer.

Simón, el fariseo, después de escuchar las palabras de Jesús, pensó en su interior: Si este hombre fuera en realidad profeta, el Mesías, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, prostituta. Una mujer de la calle, perdida y especialista en que los hombres también se pierdan. Conocería que esa mujer no vale más que unos cuantos bolívares y un poco de tiempo. Solo eso…

Jesús, que conocía el pensamiento de Simón, tomó la palabra y le dice: Simón, tengo algo que decirte.

- Habla Maestro, te escucho.

Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía un millón de bolívares y otro cinco millones. Como no tenían con que pagarle, les perdonó la deuda a los dos ¿Cuál de los dos lo querrá más?

Simón contestó: Pienso que aquel a quien le perdonó más.

Jesús le dijo: Has juzgado bien. Te felicito. Volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer?

Claro, Maestro, no estoy ciego– responde Simón un poco molesto.

Bueno Simón, cuando entré en tu casa no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella ha gastado todo su perfume en mí, y ha añadido sus lágrimas y me ha secado con su propio cabello. Tú no me recibiste con un beso, en cambio, ella desde que entró no ha dejado de besarme. Tú no me has ungido la cabeza con aceite, en cambio, ella derramó su perfume y sus lágrimas sobre mí. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. Mucho ama, mucho se le perdona. Mirando fijamente a la mujer, le dice: Tus pecados te quedan perdonados.

Los hombres que estaban también almorzando, pensaron: ¿Así que ahora pretende perdonar pecados?. Pero no se atrevieron a decir nada, porque recordaron el episodio donde Jesús había dicho a un grupo de obstinados y cumplidores de la ley por encima de la dignidad de la persona que quería apedrear a una mujer, que quien estuviera libre de pecado comenzara a lanzar piedra, guaratara si era posible para consumar la ley. Esta historia ya la conocemos, todos se retiraron, desde los más viejos a los más jóvenes. Nuevamente, dijo Jesús a la mujer: Tu fe y tu gran amor te han salvado, vete en paz, mujer. Mucho amas, mucho te perdono. La mujer sentía que había ganado el premio mayor de la lotería.

La historia de esta mujer nos recuerda las palabras de Jesús a los fariseos en otra ocasión: Las prostitutas y los publicanos le llevan la delantera en el Reino de los cielos… No, porque son prostitutas y publicanos, sino por no cerrarse a la conversión, a la gracia de Dios. ¿Y los fariseos? tanto los de ayer como los de hoy no están lejos del Reino de Dios por ser fariseos, sino por su prepotencia, soberbia, falso orgullo y discriminación que hacen de las personas ¿Acaso no sucede lo mismo en la actualidad? Fariseos que continúan excluyendo y expulsando a la gente de sus grupos, instituciones y comunidades porque no son como ellos quieren ¿Habrá alguien que no merezca una oportunidad en la vida si se arrepiente de su pecado? ¿Dios lo rechazará y expulsará de su misericordia?

Esta mujer recibió el perdón, una nueva vida y junto con ella una nueva oportunidad. Decía el profeta o algo parecido: Aunque tu pecado sea rojo como escarlata, lo pondré blanco como la nieve. Aunque sea grave, lo perdonaré. Dice otro profeta, Ezequiel: Esto dice el Señor… Los sacaré a ustedes de entre las naciones, los reuniré de todos los países y los llevaré a su tierra. Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus inmundicias e idolatrías. Les daré un corazón nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo… ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios. (Ezequiel 36, 16-28). Aquí no tenemos que ponernos a inventar otra cosa, Papá Dios garantiza el perdón si de verdad somos humildes de corazón. Al final El Maestro nos dice: Mucho has amado, mucho te perdono… Vete en paz…

 

Todos merecemos una oportunidad en la vida, las de Papá Dios están a la puerta. No la echemos en saco roto.

 

Gerardo Moreno

Puerto Ordaz - VENEZUELA

 


 



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