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LA DIVISIÓN DE LOS PANES

Mateo 14, 13-21

Carlos HERRERA


 

  Premio honorífico del «Concurso de Páginas Neobíblicas» convocado por la Agenda Latinoamericana'2006, otorgado y publicado en la Agenda Latinoamericana'2007

 

La Tormenta Stan azotó varios lugares del Altiplano y la Costa de Guatemala, afectando, como siempre, a los más pobres y abandonados. Los datos oficiales minimizaron las cifras y la ayuda fluyó con demasiada lentitud. Como siempre también, los intereses políticos trataron de capitalizar su caudal electoral a cambio de víveres y comprar votos con el hambre y la necesidad del pueblo.

Sin embargo comunidades, igualmente pobres, acudieron al llamado con verdadera solidaridad y haciéndose prójimos, hermanas y hermanos.

Desde su pobreza siguen todavía compartiendo lo que tienen, ¡lo que necesitan!, con tal de hacer “una Guatemala distinta”, como decía nuestro obispo mártir Mons. Juan Gerardi, donde “no haya ningún necesitado o necesitada”.

Viajaron hasta allá, con sus propios recursos, colaborando las comunidades para cubrir los pasajes. Con este grupo de discípulas y discípulos iban, naturalmente, Jesús y su mamá:

Escogieron la aldea más afectada: Panabaj, situada a las orillas del bellísimo Lago de Atitlán. Se fueron en silencio, sin que la prensa se enterara. Agarraron unas barquitas que los llevarían desde San Lucas Tolimán hasta Santiago Atitlán. Pero, como en todos los pueblos, ahí también había una doñita chismosa que avisó a la gente y, cuando iban pasando por el Cerro de Oro, los estaba esperando un gran gentío que quería conocerlos y escuchar su palabra.

Jesús y sus discípulas y discípulos se pusieron a platicar y compartir con esas sencillas personas. Después de un buen rato, Tomás, que ya tenía hambre, se acercó a Jesús y le dijo: Por si no te has dado cuenta, ya está entrando la noche. Despide a esta gente para que se vayan a buscar comida.

Pero Jesús le dijo: No tienen por qué irse; denles ustedes de comer. Judas, mirando la flaca billetera de la comunidad, pensó: Ay Diosito, ni que tuviéramos 200 quetzales… y ni así alcanzaría. Lástima que no me traje las tortillas con frijol que sobraron del almuerzo. Con el hambre que tiene esta gente, podría ponerlas en subasta y sacaría buena plata… con suerte y hasta estoy inventando el neoliberalismo económico.

Registrando la bolsa de la comunidad, encontró unos panes dulces… y rápidamente los escondió: No les vayan a echar el ojo… uno para mí, otro para Jesús…

No había terminado de hacer mentalmente el reparto, cuando una niñita gritó: ¡Yo tengo dos pescados que puedo compartir! Y se los entregó. Otros también empezaron a sacar bananos, mangos, y no faltaron las señoras precavidas que llevaban tamalitos de chipilín, chiles rellenos y hasta pupusas salvadoreñas.

Judas sintió vergüenza y sacó los panes, gritando para estar seguro de que lo oyeran todos: ¡Yo tengo 5 panes! ¿Quién da más?

Entonces Jesús les sugirió que se organizaran y se sentaran por grupos en la gramita. Con la experiencia de pueblos que se han organizado hasta en los momentos más difíciles, rápidamente se formaron los grupos donde había personas de distintas comunidades, mujeres y hombres. Todos los niños, niñas, ancianas y ancianos tuvieron quién los atendiera…

Judas se acercó sigilosamente a Jesús y le aconsejó: Ten cuidado con lo que haces, o vamos a tener que salir corriendo, si no alcanza para todos. Fíjate que hay como 5000 hombres, sin contar las mujeres y los niños…

Jesús lo interrumpió: ¿Y por qué no cuentas a las mujeres? ¿Acaso ellas no comen? ¿Acaso no son ellas las que traen la comida? ¿O sólo sirven para prepararla? ¿Y los niños? ¿Y las niñas?

Judas cambió rápidamente la conversación y dijo: Mira qué bonito: ya todos están sentados por grupos y están compartiendo.

Marta, que por una vez no tenía que estar sirviendo, recibió un rellenito de plátano que le trajo un niño e hizo notar: Miren, hasta de un grupo a otro se comparten la comida. Esto es maravilloso. Es una multiplicación de los panes.

Jesús la corrigió: No es una multiplicación, sino una división. A veces es más difícil dividir el pan que multiplicarlo.

Marta prosiguió: Pero esto es un milagro.

Jesús asintió complacido: Sí, Marta, es un milagro… pero no por los panes, sino porque se multiplicó el amor, se abrieron los corazones y brotó el compartir. El problema en Latinoamérica no es la falta de recursos, sino la falta de solidaridad.

Todas y todos comieron y quedaron más que satisfechos. Entonces recogieron los pedazos que sobraron: ¡y llenaron doce canastos más de los que llevaban al principio! Rápidamente hubo personas que pusieron a disposición otras barquitas para llevar todos los víveres.

Judas exclamó: ¡Doce canastos! Esto ya da como para poner una tiendita en la playa del Mar de Galilea y venderlo con agua de coco, hasta con piquete.

Jesús le preguntó: Doce… ¿qué significa el número doce?

Judas, que como buen judío se sabía bien las Escrituras, sus signos y significados, le contestó: Las 12 tribus de Israel… los 12 apóstoles…

Jesús lo miró con cariño y le sonrió, explicándole: Eso quiere decir: todo el pueblo. Este fue sólo un signo, pero cuando toda la gente sea solidaria y cada quien tenga lo necesario para alimentarse y vivir con dignidad, será el cumplimiento del Reino de mi Padre. Esa es mi misión y la misión de ustedes.

María Magdalena, muy atenta a todo lo que estaba pasando, aportó: Jesús, tus palabras son un manjar más delicioso que los panes y los peces. Toda esta gente te siguió por escucharte y tú les diste el pan de tu palabra y también el pan que quita el hambre y da fuerzas para seguir trabajando.

Jesús concluyó: Mi pueblo tiene hambre de Dios, pero también hambre de tortilla o de pan. Quien quiere ser mi discípulo tiene que trabajar para que a nadie le falten esos panes, sólo así harán presente el Reino de Dios y su justicia.

La gente decía: Qué diferente es Jesús de muchos predicadores: habla con autoridad y no con gritos. Su palabra despierta los mejores sentimientos en cada uno de nosotros: amor, generosidad, alegría. Por eso tratamos de amar a Jesús con el mismo amor con que él nos ama: Un amor que se concreta en las obras de la comunidad: compasión, cooperación, solidaridad…

Y el pan se continúa dividiendo milagrosamente día a día en las pequeñas comunidades, donde Jesús vive, enseña y comparte con alegría y sencillez.

 

Carlos Herrera

Comunidades Eclesiales de Base - GUATEMALA

 


 



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