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Placer sexual e Iglesia

2004-10-15


  Suele decirse que la Iglesia Católica tiene fobia sexual y que trata los temas de la moral familiar y de la sexualidad con excesivo rigor. No falta razón al decirlo, pues la palabra «placer» suscita en ella preocupaciones y si se trata de «placer sexual», sospechas. En realidad ha educado más para la renuncia que para la alegre celebración de la vida.

Pero no siempre fue así. Dentro de la misma Iglesia hay tradiciones y doctrinas que ven en el placer y en la sexualidad una manifestación de la creación buena de Dios, una chispa de lo Divino, una participación en el propio ser de Dios. Esta línea se liga más bien a la tradición bíblica que ve con naturalidad y hasta con entusiasmo el amor entre un hombre y una mujer, con toda su carga erótica, como plásticamente lo describe el Cantar de los Cantares, con senos, labios, vulvas y besos.

Esta línea, sin embargo, no prosperó en la cristiandad. Al contrario, predominó la negativa por causa de la poderosa influencia que el genio de San Agustín (354-430) ejerció sobre toda la Iglesia Romana. No cabe aquí identificar la base material y sociocultural que permitió esta incorporación, pero hay que reconocer el carácter fuertemente negativo de su visión, aunque de joven haya sido muy activo sexualmente, hasta el punto de haber tenido un hijo, Deodato. En sus Soliloquios dice: «En cuanto a mí, pienso que las relaciones sexuales deben ser radicalmente evitadas. Estimo que nada envilece tanto el espíritu de un hombre como las caricias sensuales de una mujer y las relaciones corporales que forman parte del matrimonio». ¿Puede una Iglesia que afirma el amor humano asumir tal doctrina?

Pero no debemos absolutizar la posición rigorista de la Iglesia oficial. Al lado de ella también ha estado siempre presente la otra, positiva y animosa. En efecto, una ideología, por más incisiva que sea, como la de San Agustín, no tiene fuerza suficiente para reprimir el placer sexual, ya que éste se enraiza en propio misterio de la creación de Dios y, quiera la Iglesia o no, siempre hará valer aquí y allí sus reclamaciones.

Para ilustrar la tradición positiva de la sexualidad cabe citar aquí una manifestación que perduró en la Iglesia por más de mil años conocida con el nombre de "risus paschalis", de "risa pascual". Representa la presencia del placer sexual en el espacio de lo sagrado, en la celebración de la mayor fiesta cristiana, la Pascua. Se trata del siguiente hecho, estudiado con gran erudición por una teóloga italiana, Maria Caterina Jacobelli (Il risus paschalis e il fondamento teologico del piacere sessuale, Brescia 2004): para resaltar la explosión de alegría de la Pascua en contraposición a la tristeza de la Cuaresma, el sacerdote en la misa de la mañana de Pascua debía suscitar la risa en el pueblo. Y lo hacía por todos los medios, pero sobre todo recurriendo al imaginario sexual. Contaba chistes picantes, usaba expresiones eróticas y simulaba gestos obscenos, remedando relaciones sexuales. Y el pueblo reía y reía. Esta costumbre se encuentra ya en 852 en Reims, Francia, y fue extendiéndose por todo el Norte de Europa, Italia y España, hasta 1911 en Alemania. El celebrante asumía la cultura de los fieles en su forma más popular, plebeya y obscena. Para expresar la vida nueva inaugurada por la Resurrección, decía esta tradición, nada mejor que apelar a la fuente de donde nace la vida humana: la sexualidad con el placer que la acompaña.

Se puede discutir la conveniencia de este método, pero no deja de revelar la existencia en la Iglesia de otra postura, positiva y alegre, frente a la sexualidad.

 

Leonardo Boff




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