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La Pasión de Cristo

2004-04-09


  La película La Pasión de Cristo de Mel Gibson no es la Pasión de Cristo. Es la Pasion de Mel Gibson por la sangre, el látigo, la tortura y la cruz, a propósito de la crucifixión de Jesús. La forma de dramatizar escogida tiene que ver menos con los relatos evangélicos de la Pasión, que con el espectáculo y el simulacro, tan al gusto de la cultura de comunicación de masas. El film es tan excesivo y aturdidor que el efecto final es : «eso no puede ser; sencillamente, es demasiado».

El problema ni siquiera es la secuencia ininterrumpida de violencia, sino en la capadidad misma de Jesús de soportar todo aquello sin morir, por lo menos en algunos momentos. Todo sufrimiento posee una innegable dignidad, pero, cuando es artificialmente provocado resulta grotesco y repugnante. Es el dolor por el dolor, la sangre por la sangre, la cruz por la cruz. En una palabra, es dolorismo y sadismo. Eso no es humano... ni divino. Nos negamos a creer en un Dios que exija tal precio para redimir a la humanidad.

Pero ése no es el Dios de Jesús: es el Dios de Mel Gibson, un Dios que no se hace merecedor de respeto ni de adoración. Aquí está el talón de Aquiles de la película: su imagen de Dios, cruel y sanguinario.

La obsesión por el dolor y por la sangre contamina a todos los personajes y al propio Cristo. En ningún momento se despega de la cruz. No es Simón Cireneo quien ayuda a Jesús a cargar la cruz: es Jesús quien ayuda a Simón Cireneo. El clímax de esta obsesión se da cuando Jesús se arrastra él mismo hacia la cruz para ser clavado en ella... Las dos caídas de la cruz con él ya clavado son inverosímiles y de una crueldad insoportable.

Todo lo sano puede enfermar. Aquí nos confrontamos con una versión enfermiza de la Pasión de Cristo, lejos de la versión contenida y digna de los cuatro evangelistas. Éstos dicen, sí, que fue abofeteado, escarnecido, desnudado, flagelado y coronado de espinas. Pero no hay en ellos nada de excesivamente cruel y sin piedad como en Mel Gibson. Los cuatro evangelistas, con extrema objetividad, atestiguan: «después de haberse divertido y de haberlo escarnedido... lo llevron fuera para crucificarlo».

El film se encuadra en una de las varias interpretaciones de la Pasión de Cristo, la del sacrificio cruento, prevaleciente en la liturgia de las Iglesias, elaborada después teológicamente por san Anselmo (+1109). En su famoso libro Por qué Dios se hizo hombre, afirma: se hizo ser humano para poder sufrir y derramar su sangre y así expiar la ofensa cometida por la humanidad contra Dios. Siniestramente, dice que Dios, incluso, encontrará bella la muerte de cruz porque así aplaca su sed de justicia. Esta visión gibsoniana es errónea pues destruye la imagen que Jesús nos legó de Dios, como un Padre de infinita ternura. El Padre no quiso la muerte de Jesús. Quiso, sí, su fidelidad hasta el fin, aunque implicase la muerte. Sólo es diga la cruz y la muerte que son consecuencia de la lucha contra la cruz y la muerte impuesta a las personas, y cuando expresan solidaridad con los crucificados.

Seguramente, muchos querrán profundizar las cuestiones que suscita el film de Mel Gibson. Recomiendo mi propio libro «Pasión de Cristo, pasión del mundo. Los hechos, las interpretaciones y el significado, ayer y hoy». No debe ser malo el libro, pues una vez traducido ganó en Estados Unidos el premio al «libro religioso del año» (1978) y la Congregación de la Doctrina de la Fe, la ex-Inquisición, lo analizó y me obligó a un largo proceso de explicación. Importa no aislar la Pasión de Jesús de su vida y de su compromiso. Es ahí donde alcanza su sentido, y en comunión con la Pasión dolorosa del mundo.

(Nota del traductor: El libro ha sido publicado en castellano por Sal Terrae de España, por Indoamerican Press de Bogotá, y otras varias editoriales. Un capítulo del mismo, «Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro Señor Jesucristo», se encuentra disponible en línea en http://servicioskoinonia.org/relat/217.htm).

 

Leonardo Boff




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