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Ética y formación de valores

2003-06-06


  La mala calidad general de la vida y la creciente violencia en todos los niveles derivan, en gran parte, de una amplia crisis de valores que afecta a los fundamentos de la ética. Los mapas al uso ya no sirven y la brújula ya no encuentra su Norte.

Dos fuentes de la moral han orientado a las sociedades hasta hoy: las religiones y la razón. Las religiones siguen siendo los nichos de valor privilegiados para la mayoría de la humanidad. La razón, desde que irrumpió en todas las culturas mundiales en el siglo VI AC. en el llamado tiempo-eje (Jaspers) trató de establecer códigos éticos universalmente válidos. Estos dos paradigmas no quedan invalidados por la crisis, pero necesitan ser enriquecidos si queremos estar a la altura de las presiones provenientes de la realidad hoy globalizada.

La crisis crea la oportunidad de ir hasta las raíces de la ética y bajar hasta aquella instancia donde continuamente se gestan valores. La ética debe nacer de la base última de la existencia humana. Ésta no reside en la razón como Occidente siempre ha pretendido. La razón no es ni el primero ni el último momento de la existencia. Por eso no explica ni abarca todo. Ella se abre hacia abajo, de donde emerge algo más elemental y ancestral: la afectividad. Y se abre hacia arriba, hacia el espíritu que es el momento en el que la conciencia se siente parte de un todo y que culmina en la contemplación. Por eso, la experiencia de base no es \"pienso luego existo\", sino \"siento, luego existo\". En la raíz de todo no está la razón (Logos), sino la pasión (Pathos). David Goleman diría que en el fundamento de todo está la inteligencia emocional. Afecto, emoción, en una palabra, pasión es un sentir profundo. Es entrar en comunión, sin distancia, con todo lo que nos rodea. Por la pasión captamos el valor de las cosas, valor que es el carácter precioso de los seres, lo que los hace dignos de ser y los hace apetecibles. Sólo cuando nos apasionamos vivimos valores y es por valores por lo que nos movemos y somos.

Siguiendo a los griegos, llamamos a esa pasión eros, amor. El mito arcaico lo dice todo: \"Eros, el dios del amor, se levantó para crear la tierra. Antes, todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento\". Ahora todo es precioso, todo tiene valor, por causa del amor y de la pasión.

Pero la pasión está habitada por un demonio. Dejada a sí misma, puede degenerar en formas de gozo destructor. Todos los valores valen, pero no todos valen para todas las circunstancias. La pasión es un caudal fantástico de energía que, como las aguas de un río, necesita márgenes, límites y la justa medida para no ser avasalladora. Y aquí es donde entra la función insustituible de la razón. Es propio de la razón ver claro y ordenar, disciplinar y definir la dirección de la pasión.

Ahí surge una dialéctica dramática entre pasión y razón. Si la razón reprime la pasión, triunfa la rigidez, la tiranía del orden y la ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón, se impone el delirio de las pulsiones y la ética hedonista, del puro placer. Pero si prevalece la justa medida y la pasión se sirve de la razón para un auto-desarrollo medido, entonces surgen las dos fuerzas que sostienen una ética humanitaria: la ternura y el vigor. La ternura es el cuidado con el otro, el gesto amoroso que protege. El vigor es la contención sin la dominación, la dirección sin la intolerancia.

Aquí se funda una ética capaz de incluir a todos en la familia humana. Esa ética se estructura alrededor de los valores fundamentales ligados a la vida, a su cuidado, al trabajo, a las relaciones cooperativas y a la cultura de la no-violencia y de la paz.

 

Leonardo Boff




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