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La paz posible

2003-04-18


  Muchos hemos sentido un profundo abatimiento por esta guerra ilegítima y vergonzosa, llevada a cabo contra Irak. En realidad no ha sido una guerra entre combatientes, sino una invasión y una masacre. Dada esa violencia «inteligente», nos preguntamos angustiados: ¿quién somos nosotros, insignificantes seres erráticos de la Tierra, perdidos en la inmensidad del espacio, capaces de tanto odio y de tanta devastación? Y nos avergonzamos de nosotros mismos. ¿Merecemos todavía sobrevivir junto a los demás seres, si nos hemos convertido en el Satán de la Tierra? ¿Aparecerá en el proceso de evolución otro ser con más benevolencia, amorosidad y voluntad de paz?

Pero, de nada sirve cavilar de esta manera, pues sería una fuga de la dura realidad. La realidad es que el gobierno de Bush ha decidido resolver los problemas mundiales utilizando lo que le hace imbatible: la guerra tecnológica. En esta situación, ¿todavía es posible la paz? Nos negamos a aceptar la solución resignada de Freud cuando respondía en 1932 a una consulta de Einstein sobre la posibilidad de evitar la guerra: «hambrientos, pensamos en el molino que muele tan lentamente que podríamos morir de hambre antes de recibir la harina.

Creemos que la paz es posible bajo dos condiciones: primera, que nos acojamos a la polaridad amor-odio, opresión-liberación, casos-cosmos, como perteneciente a la condición humana, pues somos una unidad viva de contrarios; segunda, que reforcemos el polo luminoso de esta contradicción, de forma que ese polo pueda mantener bajo control, limitar e integrar al polo tenebroso. Este es el camino abierto por la sociedad civil mundial, preparado hace siglos por aquel que fue tal vez el «último cristiano» y «el primero después del Único», Francisco de Asís. Lo encontramos en la «Oración de San Francisco por la paz», rezada siempre en los encuentros de líderes religiosos del mundo entero, como un credo en el cual todos comulgan. Esa oración fue elaborada durante la primera guerra mundial por un autor anónimo de Normandía, admirador de san Francisco, de quien tomó el espíritu y las primeras palabras. Pero lo hizo en forma tan fiel y verdadera que se transformó en la oración del propio san Francisco de Asís. El lenguaje es religioso, pero el mensaje es universal.

A pesar de su ternura, que llama hermanos y hermanas a todas las creaturas, Francisco de Asís no pierde el sentido de la realidad contradictoria. No se cuestiona por qué es así. Con la sabiduría de los sencillos, intuye que el mal no está ahí para que tratemos de comprenderlo, sino para que lo superemos con el bien; que la parte sana cura la parte enferma y que la luz integra a las tinieblas en forma de sombra. Sólo en esta medida el mal deja de ser totalmente absurdo y se disuelve en el código de todas las cosas. Entonces suplica: «que donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa lleve yo perdón, donde haya discordia suscite yo unión, donde haya duda aporte yo fe, donde haya error traiga yo verdad, donde haya desesperación inspire yo esperanza, donde haya tristeza comunique yo alegría, donde haya tinieblas encienda yo la luz… porque importa más consolar que ser consolado, comprender que ser comprendido, amar que ser amado».

El efecto de esta estrategia sapiencial es la paz, posible a los seres contradictorios que somos y a esta Tierra conturbada. Es poco, casi nada. Pero representa la fuerza que se esconde en cada simiente, por pequeña que sea…

 

Leonardo Boff




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