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AUTOR: Agenda Latinoamericana
 
AGENDA LATINOAMERICANA AÑO: 2017

Invitación a la Ecología Integral

Agenda Latinoamericana


Este año 2017 nuestra Agenda invita a los lectores, los militantes y las comunidades, a asumir este desafío: confrontémomos con una actitud ecológica integral. Es verdad que estamos preocupados por la ecología hace mucho tiempo. Pero ahora estamos siendo desafiados a dar un paso más: asumir esta Causa de un modo tan consciente y coherente, que se convierta en un marco de referencia central, de modo que nuestra vida y nuestra praxis sean integralmente ecológicas, estructuralmente integradas en la armonía con la naturaleza que somos, con la comunidad de la vida a la que pertenecemos, con el planeta que habitamos. Lo ecológico no será sólo un elemento en nuestra vida, sino el marco más amplio en el cual queden integradas todas nuestras demás vivencias y preocupaciones.

¿Será demasiado pedir? A primera vista podría parecer que sí, que es demasiado, que los seres humanos somos más que «ecológicos», y que por tanto esta dimensión no puede dar razón integral de nuestra vida y nuestro sentido... Y, según desde qué trasfondo cosmovisional se haga esta objeción, hay que responder, con todo respeto, que sí, que a muchas personas la «ecología integral» puede parecerles demasiada pretensión.

Bien, pero aun así, a esas personas la Agenda Latinoamericana quiere pedirles un voto de confianza: vengan con nosotros, recorran este camino, esta propuesta, y vean cómo, en efecto, es posible ampliar nuestra mirada y descubrir que lo ecológico sí tiene capacidad para abrazar y reorientar todas nuestras dimensiones humanas –incluida la espiritual–, enmarcándolas precisamente en la realidad más real: la naturaleza que somos, el planeta que habitamos, la sacralidad de la que hemos brotado.

A todos/as pide la Agenda Latinoamericana ese voto de confianza, y nos invita a asumir el desafío: confrontar nuestra vida con el desafío ecológico de un modo integral.

Vivir, ser, sentir... de un modo integralmente ecológico, es, sobre todo, un problema de «visión», de forma de ver, de educación de los ojos y del corazón. Se trata de revisar cuidadosamente las ideas anti–ecológicas que podamos seguir arrastrando del viejo paradigma (el que precisamente nos ha llevado a vivir antiecológicamente), y abrir la mirada a la nueva visión que la humanidad está alcanzando. Porque –todos los observadores coinciden– lo que más nos está transformando y nos esta llevando a asumir esa actitud integralmente ecológica, es precisamente el cosmos mismo, su historia ahora descubierta, la naturaleza, su fuerza transformadora evolutiva hasta ahora muy desconocida.

En definitiva, la ciencia, la nueva cosmología, tanto la astrofísica como las nuevas ciencias de la vida, es la que nos está diciendo que estábamos equivocados, que estábamos de espaldas al mundo, mirando tal vez a un cielo sobre nosotros que ahora cuesta saber dónde está. La nueva ciencia nos dice que tenemos que despertar, que hemos vivido soñando al margen y en contra del mundo, y que es al revés como debemos vivir, en plena armonía e integración con lo ecológico. Cosmocentrados, con los pies en el suelo, y con las raíces en la Vida.

Antes de ofrecernos la reflexión y el testimonio de los militantes latinoamericanos que este año se dan cita en sus páginas, la Agenda nos ofrece, en 15 páginas iniciales, una propuesta esquemática de ideas para adquirir esa visión integralmente ecológica. Es el «carisma» de la Agenda: un sencillo instrumento de educación popular que trata de «provocar transformaciones de conciencia necesarias para que surjan prácticas nuevas», prácticas que surjan desde otra visión sistémica, integralmente ecológica en este caso, que ayude a salvar la vida y el planeta.

Esta Agenda de papel continúa en el ciberespacio con su «Página de información y materiales complementarios». Allí pueden tomar esta misma «Propuesta», pero en formato digital, y notablemente ampliada, con más ideas y sugerencias prácticas: latinoamericana.org/2017/info

 

1. ECOLOGÍA INTEGRAL, MUCHO MÁS QUE AMBIENTALISMO

En general los lectores de esta Agenda están todos/as preocupados por el ambiente, por la ecología; son lo que solemos llamar «ambientalistas»: están comprometidos en cuidar el ambiente, la naturaleza, el planeta... Llamamos «ambientalismo» a esa actitud, que afortunadamente ha ido creciendo en los años pasados. Pero ahora se nos pide ir más allá del ambientalismo y pasar a una actitud de «ecología integral»... ¿Cuál es la diferencia entre las dos actitudes?

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El ambientalismo, una actitud ecológica incompleta

Los «ambientalistas» estrictamente tales actúan como bomberos, apagando fuegos: hoy piden que un parque sea declarado nacional, mañana protestan contra la construcción de una represa, pasado mañana contra una mina... Está muy bien lo que hacen, y es necesario hacerlo, pero no basta, no resuelve los problemas; simplemente cura síntomas, pone parches, pero permite que el problema principal, la causa más profunda, continúe ahí.

Este ambientalismo superficial identifica los problemas en aquello que impide el funcionamiento de la «sociedad moderna desarrollada» (agotamiento o contaminación de los recursos, desastres...). Confía en que las soluciones tecnológicas podrán mantener los daños dentro de límites soportables. No se le ocurre cuestionar el mito del desarrollo ilimitado, del crecimiento económico constante... Es decir, mentalmente, el ambientalismo continúa dentro del sistema, es deudor de la misma mentalidad que ha causado los problemas ecológicos. Propone una política de soluciones que no cortan el mal, sino que simplemente tratan de aliviar sus consecuencias, y con ello lo prolongan... Decía Einstein que un mal no se puede arreglar con una solución que está dentro de la misma mentalidad que causó el problema: la actitud ecológica ambientalista –también llamada reformista o superficial– está bien intencionada, pero no deja de ser parte del problema; no es la solución radical; consiente que el problema continúe.

La actitud ecológica radical

Otra actitud es la radical, porque quiere ir a la raíz del problema. Las varias corrientes ecológicas que aquí se agrupan coinciden en identificar esa raíz en las ideas y representaciones que han posibilitado la depredación de la naturaleza y han llevado al mundo occidental hacia la autodestrucción. Ésta es la raíz del problema, porque es la raíz del sistema que lo ha causado.

Por eso, estos ecologistas proponen luchar por un cambio en las ideas profundas que sostienen nuestra civilización y configuran nuestra forma de relación con la naturaleza, relación que nos ha llevado al desastre actual y a la posible catástrofe.

La actitud ecológica radical implica una crítica a los fundamentos culturales de Occidente. Cuestiona fundamentalmente: la primacía absoluta que damos a los criterios económico-materiales para medir la felicidad y el progreso; la creencia en la posibilidad de un crecimiento constante e ilimitado tanto en economía como en comodidades y en población humana, como si no hubiera límites o no los estuviéramos ya sobrepasando; la creencia de que la tecnología y el crecimiento solucionarán todos los problemas; el absurdo de una economía que todo lo cuantifica menos los costos ecológicos, y sobre todo, la ignorancia crasa sobre la complejidad de la vida, la sacralidad de la materia y la fuerza espiritual del Universo.

Esta forma tradicional de pensar, este viejo paradigma, que tiene raíces filosóficas y hasta religiosas, es lo que nos ha puesto históricamente en guerra contra la naturaleza, contra la biodiversidad, contra los bosques, los ríos, la atmósfera, los océanos... Sólo cambiando esa vieja forma de pensar nos podremos reconciliar con el planeta. Si no erradicamos la forma de pensar que es la causa de que estemos destrozando el planeta, no servirán de mucho las actitudes ambientalistas, apagando los fuegos causados por esa mentalidad, dejando que siga en pie la mentalidad vieja, haciendo desastres ecológicos todos los días.

Comparación entre las dos actitudes ecológicas

La ecología integral, radical, busca:

No sólo los síntomas (contaminación, deforestación, destrucción...), sino sobre todo las causas (nuestras ideas, nuestra relación con la naturaleza...).

No sólo el bien de los humanos, sino el bien de la vida, de toda vida, por su propio valor, al margen de que nos sea útil o no a los humanos.

No sólo acciones paliativas (apagafuegos), sino cambio de ideas, de presupuestos filosóficos, de valores éticos, autocomprensión de nosotros mismos... o sea, mentalidad nueva, «cambio de paradigma».

No tanto cambiar la naturaleza, actuando sobre ella, cuanto cambiarnos a nosotros mismos (una ecología también «interior»).

No sólo cambiar el hardware (acciones sobre la naturaleza) cuanto también el software (nuestra cosmovisión, las ideas que tenemos sobre la naturaleza, que dirigen nuestra forma de habérnoslas con ella).

No considerarlo todo en función del ser humano (antropocentrismo), sino respetar el centro real de la realidad, que es la «Comunidad de la Vida» en este planeta, de la cual nosotros mismos dependemos; respetar el cosmobiocentrismo real.

No perder de vista la precedencia de la Vida y de la biosfera de este planeta sobre el bien de los intereses particulares de la especie humana, pues ésta no es posible fuera de esa comunidad de la vida de este planeta (valoración conjunta de todos los seres).

Reevaluar nuestra «superioridad» humana, superando nuestra clásica infravaloración de la naturaleza (por considerarla «materia» inerte, mera despensa o almacén de objetos y recursos a nuestro servicio...), y dejar de considerarnos sus dueños y señores absolutos.

Revisar las creencias religiosas que de hecho nos han alejado de una sintonía profunda con la naturaleza, o nos la han hecho minusvalorar.

Obviamente, estas dos actitudes no son mutuamente excluyentes: se puede asumir las dos a la vez.

Una actitud ecológica integral

No basta, pues, una actitud de «cuida-do» de la naturaleza (no derrochar, ahorrar, calcular e integrar a partir de ahora los costos ecológicos...). Eso está muy bien, pero hace falta mucho más. Es necesario llegar a redescubrir a la Naturaleza...:

-como nuestro ámbito de pertenencia,

-como nuestro nicho biológico, nuestra placenta,

-como camino de desarrollo y camino espiritual,

-como «revelación» mayor para nosotros mismos.

Es una nueva forma de entender no sólo al cosmos, sino a nosotros mismos dentro de él, una verdadera «revolución copernicana». Un nuevo paradigma.

Una visión holística

Todo ello es una visión nueva, no antropocéntrica, sino holística: miramos ahora desde el todo (naturaleza), y no desde la parte (el ser humano). Y creemos en la primacía del todo sobre la parte. El ser humano necesita de la Naturaleza para subsistir, la Naturaleza se las arregla muy bien sin el ser humano. El humanismo clásico postulaba que el ser humano era el único portador de valores y significado, y que todo lo demás era materia bruta a su servicio... Ha sido una visión gravemente equivocada, que nos ha puesto en contra de la naturaleza, y que ha de ser erradicada.

No se trata sólo de «cuidar» el planeta porque nos interesa, o porque está amenazada nuestra vida, o por motivos económicos, ni siquiera para evitar la catástrofe que se avecina... Todos estos motivos son válidos, pero pertenecen todavía al sistema que ha causado el daño, y no van a arreglar la raíz del problema. Sólo si abordamos una «reconversión ecológica» de nuestros estilos de vida, de nuestra mentalidad, incluso de nuestra espiritualidad... estaremos en capacidad de «volver a nuestra Casa Común», a la Naturaleza, de la que, indebidamente, nos autoexiliamos en algún momento del pasado.

Captar estos motivos más profundos, los motivos que van a la raíz, descubrir la ecología como camino integral de sabiduría para nuestra propia realización personal, social y espiritual, eso es lo que significa llegar a descubrir la «ecología integral». Con ella podremos vivir en plenitud la comunión y la armonía con todo lo que existe, y con todo que somos, sabiéndolo y saboreándolo, de una manera integralmente ecológica, sin quedarnos en actitudes cortas, simplemente ambientalistas, a medio camino.

 

2. La nueva cosmología, lo que más nos está cambiando

¿Cuál es el factor más importante que ha causado este crecimiento de conciencia ecológica que la humanidad está experimentando? La mayor parte de los analistas coinciden: es la ciencia, la revolución científica que la humanidad ha realizado en los últimos siglos, a un ritmo acelerado. Y cuando decimos «ciencia» no nos referimos sólo a la cosmología, sino a la nueva física, la física subatómica y la cuántica, la nueva biología, la astrofísica... y los más de mil millones de computadores que hay en el mundo y que trabajan para nosotros, y los supercomputadores, y las más de 17.000 universidades que desarrollan la ciencia en todo el mundo...

Necesitados de explicación y de sentido

En efecto, somos una especie emergente en este planeta. Somos además unos recién llegados. Parece que «Dios no nos creó» como habíamos imaginado, al principio del todo, y de un modo expreso, mediante una pareja primera a la que le habría explicado su voluntad de que no comieran del árbol de la ciencia del bien y del mal... Si Dios nos ha creado, lo ha hecho haciéndonos evolucionar a partir de otras especies, en el mismo proceso evolutivo en el que han surgido todas las especies que han aparecido en este planeta. Sobre esta base, plenamente científica hoy, podemos/debemos reinterpretarlo todo.

Somos un primate que se ha caracterizado por la admiración, el deseo de saber, el preguntar (Aristóteles dijo que éste es el comienzo de la sabiduría). Un primate al que no le basta vivir, sobrevivir... sino que piensa, reflexiona y sabe –y sabe que sabe–. Es una especie en la que el saber se ha convertido en constitutivo (homo sapiens): necesitamos explicarnos lo que vemos, lo que pasa, lo que sentimos, lo que es. Nuestra especie ha echado mano tanto del pensamiento mítico (mythos) como del racional (logos). Con el mythos creamos sentidos para nuestra vida –aunque sea creándolos literalmente de la nada, sin otra base que nuestra propia intuición–; con el logos nos aplicamos sobre todo al pensamiento que busca producir cambios en el exterior de nosotros mismos: cómo manipular la realidad que nos rodea para hacerla más habitable, para ponerla a nuestro servicio.

Pero no teníamos medios. Y lo suplimos con intui-ción, con sentido místico, con corazonadas, con sentimiento religioso... Cada religión elaboró dentro de su cultura su propia explicación, con sus mitos, creencias, reflexiones, ritos, prácticas de sabiduría... no sólo para explicar, sino sobre todo para dar sentido, misión, esperanza y alegría a la vida humana, y para hacerla posible, para hacernos animales viables. Con sus más y sus menos, aquello funcionó; aunque, a la distancia del tiempo y a la altura de la ciencia que hoy tenemos, veamos ahora las grandes limitaciones que tuvieron aquellas representaciones (que nos marcaron indeleblemente, por cierto; aún hoy llevamos esas marcas en nuestra herencia cultural).

Por más que hubiéramos querido, no hubiéramos podido saber más: no teníamos ciencia, no conocíamos realmente, sólo intuíamos, imaginábamos, y con frecuencia, lo hicimos con genialidad respecto a los grandes valores que necesitábamos para vivir y para convivir. Pero en lo que es conocer nuestra propia casa, la naturaleza, la Tierra, el cielo, el cosmos... no podíamos; no podíamos adivinar. Nadie podía adivinar que estábamos sobre una esfera errante que giraba en torno a un eje inclinado sobre el plano de nuestra órbita. Hasta el siglo XVII no tuvimos los instrumentos necesarios para observarlo. Galileo consiguió 20 aumentos con su telescopio; hoy conseguimos varias decenas de miles de aumentos. Él sólo contaba con la luz visible a los ojos; hoy los telescopios son radiotelescopios, utilizan otras muchas luces (infrarroja, rayos alfa, gamma... y desde 2015 las «ondas gravitacionales»); son medios complementariamente combinados para observar todas las luces, incluso las que nuestros ojos no son capaces de captar...

La nueva visión que la ciencia nos da sobre el Universo implica para nosotros algo como un nuevo nacimiento, porque vemos el mundo de otra manera, o, en realidad, vemos otro mundo. El mundo que hoy conocemos es totalmente diferente del mundo en el que pensábamos que estábamos. Si somos unos «seres-en-el-mundo», la ciencia nos ha transformado, porque nos hace conscientes de que estamos en otro mundo. Y este otro mundo no sólo se diferencia en sus dimensiones (infinitamente mayores en espacio, en tiempo), sino en su historia, y sobre todo en su naturaleza y en su complejidad. Es «otro mundo». Y por eso, nosotros, que somos parte y fruto de esta nueva visión del mundo, resultamos ser otra cosa que lo que pensábamos. La ciencia nos ha transformado.

Este cambio no ocurrió en un momento, ni en un siglo. Llevamos cuatro siglos en los que los nuevos conocimientos científicos han sido tantos, tan rápidos y tan revolucionarios, que no ha dado tiempo a la sociedad a socializarlos y asimilarlos debidamente en la profundidad de la cultura. Las teorías, las costumbres, la moral, las religiones, la sabiduría popular... todavía son deudoras en gran parte de la visión tradicional precientífica. Sobre todo en las religiones, que tienen especial resistencia a los cambios.

Estamos en la «edad de la ciencia», un tiempo cultural nuevo marcado por el conocimiento científico, que lo impregna y transforma todo. Es la primera vez que tenemos un relato único del origen del Universo y de nuestro planeta, para todas las culturas y todas las religiones, para toda la humanidad; y también por primera vez, se trata de un relato no mítico ni religioso.

Si la época de la ciencia mecanicista reduccionista desencantó el mundo y nos lo presentó como una mera despensa de recursos materiales, sin alma, sólo valiosos en cuanto puestos a nuestro servicio, listos para comer, comprar o vender, la ciencia actual es muy distinta, y descubre por todas partes los rasgos de su belleza admirable, la sacralidad del misterio que lo atraviesa todo, y nuestro mismo enraizamiento en el misterio cósmico. Ya no estamos decepcionados ante aquel mundo desencantado y totalmente explicable; tampoco necesitamos echar mano de nuevos mitos para reencantarlo; es sobre todo la nueva cosmología la que nos devuelve a horizontes mucho más encantadores y extasiantes, y con profundo fundamento científico. La ciencia y la espiritualidad hace tiempo que vuelven a caminar juntas, de la mano.

Ya no cabe el conflicto entre la ciencia y la fe religiosa, desde que la epistemología actual reconoce que están en diferentes planos, entre los que no puede haber choque. La fe debe saber que ya no puede contradecir nada de lo que corresponde al plano de la ciencia y a su método científico. Alguna religión mundial mayor, como el budismo ha dado ya públicamente su beneplácito anticipado a la ciencia, reconociéndola como incuestionable en principio para la religión. Por su parte, las nuevas informaciones que la ciencia nos proporciona entran muchas veces en confrontación con lo que ya sabíamos, o con lo que «creíamos saber». Experimentamos así la necesidad de replantear, rehacer, recomponer, reelaborar las «explicaciones y los sentidos» con los que hasta entonces veníamos manejándonos. De hecho, la continua recepción de nuevas informaciones de la ciencia en los últimos siglos ha mantenido y probablemente continuará manteniendo a las religiones y a la Humanidad en general en la necesidad de una continua reelaboración de explicaciones, en una permanente recreación de sentidos, en un proceso continuo de reinterpretaciones por causa de los incesantes cambios de paradigma.

No por ese desafío constante vamos a renegar de la ciencia... En realidad, conforme avanza la ciencia, más claro vemos que se trata de un camino sin retorno, sin vuelta atrás.

Para la acción

• Primer imperativo: ya no es posible en estos tiempos vivir de espaldas a la ciencia. Estamos en una sociedad adulta, crítica, profundamente marcada por la ciencia. Debemos ser coherentes con ello.

• Es muy importante leer, estudiar, acompañar los avances científicos. Y no será demasiado difícil, pues hay muchos medios divulgativos hoy día (internet, libros digitales, televisión cultural...) que nos permiten conocer, incluso sin movernos de nuestra casa y con lujo de detalles e imágenes reales maravillosas, los temas científicos antes reservados a los estudiantes de las mejores universidades.

• Fritjof Capra habla de la necesidad de una «alfabetización ecológica» que dé a los ciudadanos una conciencia ecológica y una nueva visión a la altura de la ciencia actual. Ciencia y espiritualidad siguen siendo lo que más nos va a cambiar.

Reconvertirlo todo

Desde esta nueva visión que la ciencia hace posible hoy día –por primera vez en la historia de la humanidad– es preciso ahora «re-convertirlo todo», replantear y reformular todo lo que hasta ahora creíamos: nuestra idea del mundo, del cosmos, de la materia, de la vida, de nosotros mismos, de lo espiritual... Todo es diferente desde la nueva visión.

Nos tenemos que reinventar, reconvirtiéndolo todo, desde la nueva visión de la ecología integral.

 

3. Una nueva visión del mundo

Una única «Comunidad de la VIDA» EN ESTE PLANeTA...

Hasta hace unas décadas, y hasta hoy mismo, allí donde no ha llegado el influjo de la nueva ciencia, las personas y la sociedad son deudoras de la visión tradicional del mundo, que lo concebía como un aglomerado de objetos (no como una comunidad de seres vivos ni, mucho menos, como un cuasi-organismo vivo). Durante los últimos siglos ha sido enteramente dominante la división cartesiana de la realidad en cosas materiales, extensas (físicas, inanimadas, materiales, organizadas mecánicamente) y entidades espirituales, pensantes, con conciencia, incorpóreas. Todo el mundo extenso estaría compuesto de materia, esa realidad física compacta, inanimada, pasiva, sin vida, estéril por sí misma. Los animales mismos no dejarían de ser máquinas bien organizadas, pero desprovistas de entidad mental o espiritual. Todo sería objetos, todo un mundo de objetos, en el que estaríamos decepcionantemente solos, sin nadie con quien compartir fuera de nosotros mismos.

La física actual ha roto los conceptos cartesianos sobre la materia. En realidad, la materia no existe. Lo que existe es la energía. La materia no es sino una forma o estado que puede revestir la energía en la que todo consiste, dándose entre masa y energía una permanente convertibilidad mutua. Por eso, la materia es todo lo contrario a pasividad y esterilidad: tiende naturalmente a la auto-organización, hacia la complejificación, es decir hacia la vida, hacia formas superiores que acaban apareciendo como sensibilidad, conciencia y autoconciencia. La idea de materia ha sido redefinida por la ciencia como «campos y fuerzas inmateriales»; algunos científicos han declarado el concepto clásico de materia como una «idea extinguida»; otros han dicho que en el nivel cuántico el concepto de materia queda transcendido. «La materia parece ser nada más que una energía efímera fluyendo de manera uniforme y con maravillosa coherencia, produciendo tipos de ondas con una estabilidad dinámica y una apariencia sólida...» (Elgin).

Lo mismo ocurre con el espacio y el tiempo, como partes de una continuidad. Para Einstein el tiempo es como una cuarta dimensión que interactúa con el espacio y con la gravedad, que viene a ser una deformación o curvatura del espacio-tiempo. El buen sentido de la visión de la física clásica, tan lógica y razonable, se acabó. El premio Nobel Richard Feynman expresó autorizadamente lo que todos sentimos: «Nadie entiende realmente la mecánica cuántica».

Otro tanto ocurre bajo el nivel atómico. Ya al final del siglo XIX las ciencias demostraron que en el átomo newtoniano, aquel dibujo esquemático de sus órbitas, era pura simplificación. «Los átomos son como galaxias», ha dicho Timothy Ferris.

Otra visión de la vida

La visión tradicional que hemos tenido de los seres vivos es la de seres inferiores a nosotros, clasificados en especies y familias separadas «creadas» de un modo fijo y estable desde el principio, independientes, sin parentesco. Hoy las ciencias ecológicas nos dan una visión totalmente diferente.

Sin que sepamos todavía si la vida brotó en nuestro planeta o llegó aquí desde fuera traída por meteoritos, lo cierto es que toda la vida del planeta está emparentada. Es sólo una, porque es la misma, sólo que evolucionada con una creatividad inimaginable. Surgió hace 3500 millones de años, en aquella primera célula, Aries, en aquel primer mundo de las bacterias que se reproducían por simple división, prácticamente inmortales, que todavía viven hoy. Desde aquellos organismos procariotas se produjo un salto cualitativo descomunal cuando aparecieron las células eucariotas, con núcleo; después los organismos multicelulares, y finalmente los grandes organismos, que ensayaron todas las fórmulas posibles de organización de la vida.

La ciencia hoy nos hace ver que no existen familias vegetales y animales sueltas, independientes, que compartan sólo apariencias externas... sino que todos los seres vivos de este planeta son miembros de una misma y única familia. Sólo hay un árbol genealógico en este planeta, que agrupa e incluye a todos los seres vivos (incluidos los humanos).

No hay ninguna especie vegetal o animal que fuera «creada», originada un día a partir de cero (la afirmación religiosa de la creación por parte de Dios está en otro plano, y no contradice la materialidad del proceso biológico que hoy conocemos científicamente). Ninguna especie ha aparecido en este planeta «un día», como caída del cielo. Hoy sabemos que toda especie ha surgido a partir de otras especies anteriores, por evolución. La Vida, el conjunto de los seres vivos, es en realidad como el gran protagonista histórico-evolutivo que se va transformando a sí mismo, trasmutándose de especie en especie. Toda especie tiene en sus ancestros otras especies. Las actuales aves han sido antes reptiles... y antes anfibios, y antes peces y formas marinas más simples. La Vida no es estática, sino que ha estado siempre evolucionando, metamorfoseándose. Más del 98% de las formas que la Vida ha ensayado en este planeta, desde siempre, tratando de mejorar diseños anteriores, ya desaparecieron. Todas las formas de vida que permanecen, todos los seres vivos actuales, están emparentados, son «de la misma carne»: están hechos de la misma materia viva; comparten la forma nitro-hidro-carbonatada de vida, con los mismos 20 aminoácidos básicos; y se constituyen de la misma manera, replicando en el núcleo de cada una de sus células la información necesaria para funcionar y reproducirse (¡4 gigabytes en 7 billonésimas de gramo!).

Más: el lenguaje o codificación de esa información es el mismo desde el principio, y todavía hoy lo tenemos también los humanos, de manera que la ameba, la medusa, los helechos, el roble, la libélula, el cocodrilo y el orangután llevan su información genética expresada en una idéntica codificación a base de «cuatro letras» en el ADN de todas y cada una de sus células, y partes de mi ADN de ser humano coincide con parte de la información propia del ADN de los árboles, porque se trata, por ejemplo, de la información necesaria para el procesamiento de los hidratos de carbono, que fue una conquista de la vida antes de que los árboles y nuestros ancestros se separaran en el único árbol genealógico de la Vida de este planeta.

La biosfera

No es un aglomerado de seres vivos amontonados en la superficie de este planeta. Es una red de sistemas, de sistemas de sistemas, interdependientes, retroalimentados, que dependen de interacciones de variables sutiles que mantienen estables los equilibrios de los que depende el bienestar común.

La famosa primera fotografía de la Tierra desde el exterior, desde el Apolo 8, en 1968, sobrecogió a la opinión publica, y la hipótesis «Gaia» de James Lovelock nos hizo pensar: ese planeta azul revestido de esa capa sutilísima de vida, la biosfera, está vivo, a su manera, pero manteniendo lo sustancial de lo que llamamos «ser vivo»: una capacidad autoorganizativa y autorreguladora que permite la continuidad estable de la vida dentro de sus propios límites, sin deteriorarse, manteniéndose contra el tiempo.

En un mundo nuevo

Una mirada al mundo, pues, desde una perspectiva integralmente ecológica nos da una visión radicalmente distinta de todo. Todo es diferente a aquella visión cartesiano-newtoniana por la que nos considerábamos subidos a bordo de una roca esférica enorme, errante por el espacio, llena de objetos y de cosas (incluso de máquinas vivientes, como las plantas y los animales) de las que podíamos disponer sin ningún miramiento porque al fin y al cabo eran recursos materiales a nuestra disposición. Al pensar el mundo como lleno de meros objetos, nos convertíamos a nosotros mismos en sujetos desencantados, separados de raíz de la Comunidad de la Vida.

La visión integralmente ecológica, por el contrario, nos ofrece una visión enteramente distinta: un mundo sin objetos, sin «materia inerte», llena de vacío fecundo, de vibraciones subatómicas, de energía autoorganizativa, de vida enteramente emparentada, organizada en redes de sistemas encajados unos dentro de otros, en un conjunto global vivo, Gaia, nuestro hogar, nuestra placenta en la que hemos sido engendrados y vivimos.

La visión ecológica integral nos traslada del viejo mundo desencantado de objetos-recursos, a una Tierra Viva, vibrante de energía autoorganizadora y autoconcienciadora. Ya no estamos solos, rodeados de meros objetos, de puras cosas sin alma. Con esta nueva visión estamos volviendo a nuestro verdadero hogar: una Tierra llena de Vida y de Misteriosidad, a la que sentimos que pertenecemos, y desde la que nos integramos en el Universo entero.

 

4. Una nueva visión de Nosotros mismos

Tomada de una manera integral la ecología también afecta a la forma de entendernos a nosotros mismos, los seres humanos. Desde hace miles de años nos hemos visto como «otra cosa», como algo diferente de todo lo existente en el mundo, un ser infinitamente superior, y por eso mismo con derecho de dominio absoluto sobre todo lo que hay en la tierra.

Para entenderlo y expresarlo fuimos creando creencias y mitos religiosos que lo «justificaban»: habríamos sido creados por Dios aparte, en el 6º día de la creación, «a imagen y semejanza suya», sólo nosotros. Nosotros veníamos de arriba (de Dios), no de abajo (de la Tierra); de fuera de este mundo (somos espirituales, e inmortales), no de dentro... Pero las actuales nuevas ciencias cosmológicas ven las cosas de otra manera:

Somos Tierra

No venimos de fuera, sino de dentro: o sea, venimos de la tierra. Nuestro cuerpo está hecho de elementos, de átomos que no son eternos, que tienen fecha de fabricación, que fueron elaborados por las estrellas, en la explosión de las supernovas, que permitieron la aparición –por primera vez– del calcio para nuestros huesos, del hierro para nuestra sangre, del fósforo para nuestro cerebro... Todos mis átomos tienen ya varios miles de millones de años, desde que explotó la supernova (Tianmat) que dio origen a nuestro Sol. Todo lo que ha pasado en estos miles de millones de años de evolución de la Tierra para hacernos posibles a nosotros, es nuestra propia «historia sagrada», no sólo los apenas 4000 años de los relatos sagrados de nuestras religiones.

No venimos de arriba, no hemos caído como un paquete ya hecho y preparado, sino que somos una especie emergente, formada por evolución a partir de otras anteriores. Somos primates, de la familia de los grandes simios, y somos, eso sí, la única especie que queda de las varias del género homo que hicieron el recorrido evolutivo de una mayor encefalización, con la que hemos accedido a un nivel de conciencia y autoconciencia único en el conjunto de la Comunidad de la Vida de este planeta.

• Somos la especie en la que culmina (por ahora) la ascensión evolutiva de la Vida hacia formas de conciencia, de reflexión y de espiritualidad: en nosotros, la materia organizada, autopoiética, la Tierra en nuestro caso, llega a sentir, a reflexionar, a estremecerse de admiración, a contemplar, a venerar, a adorar. Somos Tierra que llega a contemplarse a sí misma. «Somos hidrógeno del cosmos que llega a contemplar la maravilla del hidrógeno del cosmos», dice el poeta Ernesto Cardenal.

• Nuestro mismo cuerpo, mirado con ojos ecológicos que sepan ver, habla claramente de una larga historia evolutiva, de cuyos logros guarda huellas, casi en cada uno de sus rasgos (verlo detalladamente en el artículo de Manuel Gonzalo, en esta Agenda).

• Nuestra reflexión, nuestra espiritualidad, y quizá la actual secularidad y la pos-religionalidad... son la evolución de la Tierra y de la Vida más allá de la evolución biológica y genética, más allá de la evolución cultural... Es la Tierra, y la Vida que la anima, quien vive y se expresa en nosotros y nos trasciende.

Plantearnos todo esto y replantearnos toda aquella vieja forma de mirarnos como separados del mundo, como superiores a él, como ajenos a todo lo cósmico y ecológico... significa que estamos volviendo a nuestra casa, a nuestro hogar ecológico, de donde nunca debiéramos habernos ido. Es volver a poner los pies en la Tierra, en el suelo de la Vida.

Mirarnos de modo diferente

Desde esta forma de mirar el mundo integralmente ecológica, nos vemos a nosotros también de forma diferente:

• No fuimos creados un día, sino que somos el resultado de la evolución de especies anteriores. Somos una especie emergente.

• No somos seres celestiales, sino terrenales, terrestres, telúricos: somos Tierra, la Tierra misma, que en nosotros culmina su aventura evolutiva y la hace más y más consciente. Somos Tierra, somos como su alma misma, ella es como nuestro cuerpo. En nosotros ella ha llegado a sentir, a reflexionar, a admirar, a sentir responsabilidad.

• No somos el centro del cosmos, ni de la Tierra, ni del Universo. El antropocentrismo (verlo todo desde la perspectiva y los intereses humanos) ha sido un espejismo interesado, ha sido un error que estamos pagando caro, la Tierra, la Comunidad de la Vida, y nosotros mismos.

• Pertenecemos al Cosmos, al Universo, a la Tierra, a la Comunidad de la Vida. Somos parte de ese misterio. Creernos separados, independientes, desligados, diferentes del Cosmos... ha sido un error nefasto, y muy resistente, todavía hoy.

Fin del dualismo tradicional

La filosofía cristiana ha insistido en que el ser humano está formado por dos principios, uno material, y otro espiritual originado directamente por un acto creador extraordinario de Dios. Es el dualismo que ha acompañado al cristianismo secularmente.

Hoy las ciencias optan por una alternativa: la «emergentista», no reduccionista ni dualista. La materia tiende hacia la vida, hacia la complejidad, hacia la conciencia y la espiritualidad. Hay una discontinuidad entre lo material y lo espiritual, entre lo animal y lo humano, pero no una ruptura: es la continuidad característica de la materia con cualidades «emergentes»: el todo es mayor que la suma de las partes, y resulta inexplicable en función de las cualidades de las partes. Hay una continuidad emergentista, sin rupturas dualistas. Todo entonces es diferente: está inter-retro-relacionado en todos los niveles, que se integran e influyen mutuamente. Piedras, plantas, animales, humanos... están en continuidad viva, como sistemas anidados en sistemas superiores... Algo muy diferente a la visión tradicional atomizada, fragmentada, plagada de dualismos...

No somos los únicos seres con conciencia, con sensibilidad, con inteligencia... Éstas no son cualidades nuestras exclusivas, sino cualidades generalizadas en la gama amplia de la vida, que se manifiestan solamente bajo determinadas condiciones de evolución y desarrollo. Estamos mucho más cercanos de lo que pensamos a todos los seres del cosmos y de la Comunidad de la Vida.

Un cambio de «lugar cósmico» también

La teología de la liberación hablaba de la necesidad que teníamos de cambiar de «lugar social», aquel sector o lugar de la sociedad desde el que uno siente que vive y experimenta la historia, ya sea desde el sistema o desde los pobres; la teología de la liberación insistía en que el lugar social adecuado para vivir honestamente es el lugar social de los pobres, de los oprimidos, y la opción por su liberación.

Asumir una visión integralmente ecológica conlleva también un cambio de «lugar cósmico», o sea, un cambio en la forma de sentirse respecto al cosmos. La espiritualidad tradicional nos hizo sentirnos como fuera de la naturaleza (totalmente diferentes), y por encima de ella (espirituales)... No nos considerábamos «naturaleza», sino «sobre-naturales», ciudadanos del cielo, venidos «de afuera, y de arriba». El «lugar» con el que nos identificábamos era el cielo, el fuera del mundo, las cosas de arriba... no el cosmos, la Tierra, la naturaleza, la Vida, su arduo trabajo evolutivo, su incesante despliegue de interioridad.

En el paradigma de la ecología integral pasamos a sentirnos cosmos, a saber que somos –literalmente, sin recurso a la metáfora– «polvo de estrellas», naturaleza evolutiva, Tierra... Y que éste es nuestro hogar, la placenta que nos ha engendrado y con la que nos identificamos, nuestro nuevo «lugar cósmico».

Transformaciones asociadas

La actitud ecológica profunda nos lleva a aceptar una serie de transformaciones asociadas:

-auto-destronamiento: bajarnos del endiosamiento en que nos habíamos situado, y superar el alejamiento y la incomunicación con la naturaleza;

-superar el antropocentrismo, dejar de mirarlo todo en función del interés del ser humano, pasando a considerar la centralidad de la vida, el «biocentrismo», el valor central que toda vida tiene, por lo que todas las formas de vida tienen valor por sí mismas;

-asumir nuestra historia cósmica evolutiva, sabiendo que somos su resultado final, la flor que lleva en síntesis en sí misma toda la historia de este caos-cosmos que estamos comprendiendo ahora gracias a la nueva cosmología, el «nuevo relato» que las ciencias nos están presentando, y no sólo una historia doméstica encerrada en los 3000 últimos años, a la que nos habían reducido las grandes religiones;

-revalorización de «lo natural», es decir, superar el prejuicio de que un «pecado original» lo estropeó todo primordialmente, e hizo pecaminoso y convirtió en «enemigo del alma» al mundo, al sexo, al placer... y recuperar la seguridad de que el principio de todo fue más bien una «bendición original».

 

5. Una nueva visión incluso de lo espiritual

Eco-espiritualidad: un nuevo planteamiento de la religiosidad

La ecología integral es una forma de mirar (un paradigma) que lo incorpora todo al marco de la naturaleza: todo es considerado como parte de la naturaleza, del mundo, de la realidad cósmica. ¿También lo espiritual y lo religioso? Sí, también, todo.

Tradicionalmente no era así. Se consideraba que lo espiritual era totalmente diferente a este mundo material. Espiritual era lo no material, lo no corporal, lo no terrenal. Creíamos que lo espiritual pertenecía a otro mundo, el mundo celestial, o como también se llamaba, lo sobre-natural. Dábamos por supuesto un dualismo, una separación radical, entre esos dos ámbitos. Y por eso, una persona religiosa, o espiritual, era una persona que se alejaba de las cosas materiales, de los intereses corporales y humanos, y consideraba sólo los valores incorpóreos, sobrenaturales, espirituales, que la religión nos decía que pertenecían al cielo, no a esta tierra. Lo ideal para una persona espiritual sería vivir su vida sin distraerse con «las cosas de este mundo», mirando sólo y siempre a su Patria celestial, a la vida posmortal en la que en el cielo, dejando atrás este mundo actual, nos reuniríamos con Dios para cantar ya de un modo puramente espiritual, sus alabanzas eternamente. Es obvio que ese tipo de espiritualidad nos alejaba interiormente de este mundo, alimentaba prejuicios negativos contra él (el mundo como ¡«enemigo del alma»!), dirigía nuestra mirada al cielo, y nos distraía de los problemas del mundo y de la Tierra.

¿Pero la espiritualidad es necesariamente así, o eso fue un modo de entenderla que hoy puede ser sustituido por otro mejor, más a la altura de lo que hoy sabemos y vemos, que nuestros mayores no sabían ni veían? Hoy, en el tiempo de la ciencia y de la ecología integral, es posible redescubrir la espiritualidad.

Valor pedagógico-espiritual del cosmos

Una primera característica de la EE (Eco-Espiritualidad) es que está convencida del valor pedagógico que el cosmos tiene para nuestra espiritualidad. Ya lo hemos dicho: la ciencia, el descubrimiento científico del cosmos es lo que más está transformando nuestra visión, nuestra sensibilidad y nuestra espiritualidad. Hoy vemos que no estamos en el cosmos... sino en una cosmogénesis... El relato de su fantástica historia nos estremece de asombro, hasta extasiarnos. Así, la ciencia y el mismo cosmos tienen «valor revelatorio» (Berry): nos descubren las evoluciones de lo divino de la realidad cósmica. Son muchas personas las que rezan, meditan, contemplan y se extasían con libros «religiosos» de nuevo tipo: libros y videos de ciencia. No en vano la teología nos dice hoy que el primer libro que «Dios» escribió no fueron las Escrituras santas de las diversas religiones, sino el cosmos... (lo dijo incluso san Agustín).

Holismo: todo unido, no dualismos

Desde la EE se ve todo de otra manera, como es, sin dualismos impuestos por nuestra mente analítica. La materia es energía, está interpenetrada de espíritu, tiende hacia él, hacia la autoorganización, hacia la vida, hacia la conciencia y la espiritualidad... Todo está relacionado e inter-vinculado. Igualmente, no existen ya aquellas fronteras entre materia y energía, entre vida y conciencia, biología y cultura, conciencia y espiritualidad, tierra y cielo, vida y más allá de la muerte... Todo está inter-ligado, y el Todo (Divino) está en todo. «Todo es sagrado, para quien sabe ver» (Teilhard de Chardin).

Abiertos a la dimensión espiritual del cosmos

La EE supera el reduccionismo materialista de la visión científica cartesiano-newtoniana, que sólo veía masa, pesos y medidas, todo ello desprovisto de alma, de misterio, de encanto, de interioridad... La ciencia moderna se ha vuelto sensible al misterio que descubre en el cosmos y sus dimensiones infinitas, en la materia y sus profundidades subatómicas y cuánticas, en la mutua implicación entre la materia y la vida y lo espiritual...

Superando este paréntesis de pocos siglos de cientifismo materialista reduccionista de cortos vuelos, recuperamos la intuición que nuestra humanidad cultivó desde antes de que pudiéramos guardar memoria: desde siempre todos los pueblos sintieron veneración por la Madre Tierra; miraron el cielo en las noches estrelladas y sintieron una «experiencia espiritual uránica» (Mircea Elíade). Durante todo el paleolítico (¿más de cien mil años?) nuestra espiritualidad ha estado enraizada en el sentimiento embelesado de dimensión espiritual de nuestra experiencia cósmica, mucho antes de que aparecieran (en el neolítico) las grandes religiones...

Grandes científicos, a veces autoconsiderados «a-teos», confiesan que sienten un «profundo sentimiento cósmico religioso» (Einstein).

Está siendo superada la transcendencia imaginada de la metafísica filosófica tradicional: ahora no la sentimos ni imaginamos como proveniente de un más allá meta-físico, más allá de lo físico, como en una zona fuera del mundo real, sino que la percibimos más bien hacia dentro de la realidad cósmica y mundana. La transcendencia no es «hacia fuera», sino «hacia dentro», hacia la profundidad, la interioridad habitada, sin huir hacia el no-mundo. Thomas Berry decía que el viejo concepto de transcendencia nos ha hecho mucho mal y es necesario superarlo. Algunos autores ya no hablan de transcendencia, sino de inmanensidad. El misterio está aquí, no «fuera».

Así estuvimos sintiendo y adorando los sapiens durante decenas de miles de años, en el paleolítico. ¿Cuándo nos desviamos? ¿Qué fue lo que ocurrió? Los antropólogos apuntan a la revolución agraria, cuando nos volvimos contra la Tierra para explotarla y dominarla –cosa que se hace mejor cuando no se piensa en ella como Madre–. Ahí fue también cuando surgió el patriarcalismo y, por cierto, también las religiones, muchas de las cuales nos alejaron de la espiritualidad cósmica y nos trasladaron a una espiritualidad ritual, «espiritual» –en cuanto opuesta a lo corporal, material y natural–. La EE representa sin duda la vuelta a casa, a nuestro oikos, a nuestro hogar, a nuestra placenta espiritual.

Eco-Espiritualidad: experiencia espiritual

La EE no es un saber intelectual, un conjunto de ideas, sino un saber-sabor cordial, procesado con la inteligencia eco-sensible, con el corazón. Es una experiencia de admiración extasiada de la belleza sobrecogedora del cosmos percibida como verdadera epifanía del misterio. Es una experiencia contemplativa transformadora, unitiva, fruitiva y a la vez de éxtasis, que nos saca de nosotros mismos y nos traslada a un mundo inefable)... Acaba produciendo un sentido de comunión no dual (no estamos separados del Misterio que nos arroba y extasía), y con ello un sentido de pertenencia a la Naturaleza, a la Tierra, a la Vida, al Universo, al Todo Misterioso. No se necesita apartarse del mundo (¡todo lo contrario!), ni someterse a un proceso iniciático complicado: está al alcance de cualquiera que ponga manos a la obra.

Eco-Espiritualidad transformadora

La EE es una experiencia y un aprendizaje práctico, una experiencia eco-espiritual que poco a poco nos va convirtiendo en seres ecocentrados, todo lo contrario a lo que el viejo paradigma cartesiano-newtoniano había hecho de nosotros. Y con ello, muchas otras dimensiones espirituales se transforman, se «eco-centran» también:

• La EE no se siente muy cómoda con el teísmo, que considera que el Misterio fundamental es una divinidad externa al mundo, un alguien que habita en los cielos, un Ente, un Señor, un Theos... La EE prefiere una visión más bien panenteísta...

• La EE exige a cada religión una «reconversión» del patrimonio simbólico que elaboraron en sus Escrituras sagradas en aquellos tiempos en que el primer libro (la Naturaleza y el cosmos) nos estaba casi completamente cerrado. Aquellos mitos y creencias deben ser ahora reconvertidos desde lo que sabemos del cosmos y de toda la realidad.

• La EE permite recomprender según la ciencia los misterios de la conciencia, la autoconciencia, la vida más allá de la muerte, la religiosidad/espiritualidad... sin recurrir al mito o a las creencias.

Eco-Espiritualidad y praxis

Ver y sentir de otra manera, nos lleva inevitablemente a actuar de modo diferente. Ojos que ven, corazón que siente, y manos que actúan. Sentirnos pertenecientes a la Tierra nos lleva a sentirla y defenderla como a nuestro propio cuerpo, como a nuestra Casa Común. Recuperar una espiritualidad ecocentrada, libre de aquella milenaria alienación por la que estuvimos sentiéndonos más hijos del cielo que de la Tierra, es la única esperanza para salvar la Vida y el Planeta, porque sólo dejaremos de destruir la Tierra cuando sintamos su carácter sagrado, y nos sintamos a nosotros integralmente parte de su Cuerpo divino.

 

6. La Máxima Urgencia de todo esto

Reconversión ecológica y revolución cultural, o catástrofe

Resistencia ante el cambio climático

Se han cumplido 60 años del profético libro de Rachel Carston, Silent Spring, el primero que lanzó la alarma de que con nuestros pesticidas estábamos causando una terrible destrucción invisible en la naturaleza, lo que preanunciaba una primavera silenciosa, sin cantos de pájaros, sin vida. Pero el impacto de aquel libro visionario tardó en cristalizar, todavía era muy temprano.

Hubo otros adelantados, como Clair Patterson, el primero que luchó contra la contaminación por plomo por medio de los combustibles. Tuvo que soportar el ataque de las grandes compañías, que preferían el lucro de sus negocios a la salud pública. Consiguió que se aprobara la Ley de Aire Limpio estadounidense, de 1970, hoy aceptada en casi todo el mundo.

Ha sido con el comienzo del siglo XXI cuando ha saltado a la opinión pública el tema del cambio climático y sus consecuencias devastadoras para la vida en el planeta. Hoy ya son conocidas las actividades «científicas» que las compañías petroleras promovieron para confundir a la opinión pública sobre el tema. Incluso administraciones de EEUU, como la de Bush, batallaron contra el IPCC coordinado por la ONU... Siempre ha habido científicos que se han vendido para producir seudociencia interesada al servicio de las grandes compañías. A pesar de todo, la verdad científica –y la obviedad de los hechos– se ha impuesto: hoy ya no se puede negar que la causa del actual cambio climático es antrópica, que somos los humanos quienes lo estamos provocando.

El punto de no retorno

En el acercamiento y aumento del calentamiento planetario, hay algo que se llama «el punto de no retorno». Conforme pasa el tiempo y continuamos con nuestro estilo de vida y nuestro patrón de energía, que envenena la atmósfera con el CO2, se va acercando ese momento en el que la temperatura ha alcanzado una magnitud tal, que desata unos procesos automáticos, que se retroalimentan unos a otros sin que ya nos sea posible actuar sobre ellos. Como una bola de nieve con la que estábamos jugando, hasta que empieza a rodar por sí misma y se nos escapa. Más allá de ese punto ya no es posible controlar la situación: la catástrofe se acelera por su propia dinámica.

El IPCC lo ha dejado claro y hoy ya nadie lo duda: para que no sobrepasemos ese punto de no retorno, la temperatura no debe sobrepasar los 2ºC. Y para asegurar que no sobrepasemos esos 2º, será necesario reducir las emisiones de carbono en un 70% antes de 2050... ¿Alguien lo cree posible? Al ritmo actual, para el 2030 ya habremos completado todo el margen de CO2 que nos resta: en esa fecha deberíamos llegar al objetivo del «cero CO2».

La pregunta es cómo es posible que la Humanidad entera esté ante la amenaza del colapso de su civilización y de la extinción misma de la vida, causada por su modo de producción y su estilo de vida, y no se decida a corregirlos. ¿Cómo se explica eso?

Por dos razones fundamentales

• Porque hay una minoría, un 1% de la población mundial, que retiene el 50% de los recursos, que domina las financias mundiales y las pone a trabajar para producir el máximo dinero en el menor tiempo posible, aunque sea destruyendo montañas, contaminando ríos, talando bosques, apropiándose las fuentes de agua, provocando desertificación...

• Porque la otra parte, la inmensa mayoría de la población, el 99%, a pesar de que sufrimos las consecuencias de esa codicia del 1%, estamos como anestesiados, no reaccionamos, nos parece increíble que estemos ante una catástrofe causada por nosotros mismos, embarcados en un estilo de vida loco que arrastra al desastre a la entera «comunidad de Vida» de este planeta.

Una ideología económica hegemónica

Cada día los medios de comunicación apelan al «crecimiento económico», como lo único importante. Crecer en renta económica, en dinero, a costa de lo que sea. Es un discurso hegemónico en nuestra sociedad. Como en el cuento de Andersen: es ya bastante gente la que intuye que es falso, que es precisamente lo contrario lo que estamos necesitando: no tanto crecer, cuanto simplemente desarrollarnos, es decir, organizarnos mejor, distribuir más equitativamente, y dejar de destruir nuestro propio hábitat, cuidar nuestro nicho ecológico, romper con hábitos y lujos superfluos y dañinos. Y sobre todo, cambiar el patrón energético actual, a base de energías fósiles que envenenan constantemente el aire que respiramos, que contaminan las grandes ciudades hasta hacerlas irrespirables, que han elevado el nivel de CO2 en la atmósfera ya hasta los 400 ppm (!), y que hacen ya prácticamente seguro que el calentamiento climático va a llegar a los 3’5ºC...

Atrevernos a decir la verdad: estamos en emergencia

Llevamos unos diez años en los que aun los más valientes profetas de la ecología no querían pasar por agoreros de desventuras, anunciadores de catástrofes que parecían imposibles en el imaginario popular. La mayor parte de estos valientes profetas no lo han sido tanto como para decir la verdad desnuda: que estamos ya muy cerca del punto de no retorno, y que ese punto no es precisamente «un punto», sino un resbaladizo trayecto en el que no se puede frenar en seco.

Estamos ya entrando en esa parte resbaladiza donde ya no se puede frenar y parar, simplemente con el hecho de decidirlo. Nuestro ritmo de vida y nuestro patrón productivo y energético son tales, que hoy ya no podríamos detenernos, aunque viéramos que nos vamos a morir, porque detenernos sería otra forma de muerte igual o peor. No podemos mañana prescindir de golpe de las energías fósiles, porque nos quedaríamos también sin electricidad; no serían posibles los trasportes, se paralizarían las fábricas, comenzaría a escasear todo tipo de bienes, no funcionarían los hospitales... se colapsaría la sociedad. No, no podemos parar en un momento. Pero según el IPCC, para asegurar el límite de 2ºC, la reducción tendría que ser del 70% ¡antes de 2050! (cfr el texto de los naturalistas de Girona en esta Agenda).

Pero para realizar esa sustitución de las energías fósiles contaminantes por energías limpias necesitamos décadas, muchísima voluntad política –que no tenemos– y más tecnología de la que actualmente disponemos. No es posible hacerlo en poco tiempo.

Además de esta dificultad para frenar, ocurre que no queremos hacerlo: que la COOP 21 realmente no decidió frenar; que los políticos no están por la labor sino por seguir ciegamente el juego de los poderes financieros internacionales, poderes que a su vez no sólo no quieren sustituir las energías fósiles sino que se están frotando las manos ante la perspectiva de poder hacer prospecciones petrolíferas en el Ártico, ahora que con el calentamiento climático se están derritiendo los casquetes polares...

Si todo esto es así, digámonos la verdad: ya estamos en la cuesta abajo resbaladiza en la que los frenos no obedecen y es prácticamente imposible detenerse. Estamos abocándonos a la catástrofe. Sólo en teoría sería posible parar; en la práctica, en la realidad, no lo es. Decir que todavía hay esperanza y que todavía hay tiempo para enmendar la dirección... en la mayor parte de las personas que lo dicen es desconocimiento, falta de rigor en el planteamiento, y tal vez miedo a parecer pesimista, o buena intención de no desanimar a la gente, pensando que con estímulos positivos van a reaccionar mejor que diciéndoles la verdad amarga de la catástrofe que tenemos ya ahí delante, dentro de «cuatro días», geológicamente hablando.

Seamos realistas y digamos la verdad: ya estamos en la 6ª gran extinción, en el camino cierto que conduce a la gran catástrofe. Otra cosa es que «teóricamente» pudiéramos detenernos... La realidad es que llevamos una gran inercia que nos hace dificilísimo parar, y para colmo, no estamos convencidos de la necesidad de hacerlo, ni estamos dispuestos a asumir los grandes sacrificios que habría que hacer para conseguir ir frenando y finalmente detenernos en la carrera hacia la catástrofe.

Sólo si lográramos hacer una reconversión socio-político-económico-productiva descomunal de nuestra sociedad, y una transformación radical de nuestro estilo de vida, de nuestro patrón energético y de nuestro sistema de producción, podríamos detenernos. Sólo si cambiáramos mucho, muchísimo, y sólo si lo hiciéramos muy rápidamente, podríamos evitar esa catástrofe que ahora mismo es lo más probable. Si no lo conseguimos, o –lo que es peor– si simplemente no hacemos nada –aunque sea sin dejar de «hablar» del tema– la catástrofe está garantizada. Continuar teniendo miedo a decirlo es un error, y un falso servicio a la humanidad. Hay que decirlo.

 

7. Ecología integral en nuestra práctica

La Gran Transformación

Dada la nueva visión ecológica crítica a la que hoy hemos llegado, es obvio que tenemos que cambiar. Si sabemos que el mundo no es como habíamos imaginado; si nos percibimos a nosotros mismos de otra manera; si nuestra conducta equivocada nos ha metido en un camino de autodestrucción... debemos ser coherentes con esta nueva visión ecológica: urge abandonar el actual modelo de civilización, volcado enteramente hacia el «crecimiento económico», a costa de la vida –que estamos destruyendo en la nueva extinción masiva que hemos desatado–. Urge poner en marcha un nuevo sistema económico que sea integralmente funcional a la conservación y al crecimiento de la Comunidad de la Vida en este planeta, y al Buen Vivir de la humanidad en armonía con nuestra hermana Madre Tierra. Ésta es la gran transformación que urge poner en marcha.

Con los nuevos fundamentos teóricos (la nueva visión que la ciencia ha hecho posible), y con la fuerza interior que nos da la nueva sensibilidad espiritual hacia la naturaleza, podemos/debemos poner en marcha nuevas prácticas integradas con esta visión integralmente ecológica. Hemos de asumirlas con plena convicción, en nuestra propia vida en primer lugar, y tratar de difundirlas militantemente.

¿Cuáles serían las opciones prácticas mayores, y las más importantes, urgentes e innegociables? Proponemos este elenco para debatir/mejorar/alargar...

Un cambio radical de SISTEMA ENERGÉTICO

Obviamente necesitamos energía para vivir, y en la Tierra, y sobre todo en los rayos del sol, la hay más que suficiente, sobreabundantísima. El problema es que ingenuamente, hemos montado nuestra civilización sobre la energía del carbono, cuyo dióxido (CO2) sólo muy tarde hemos sabido que envenena la atmósfera y produce el efecto invernadero, que ya está en marcha hace tiempo, y que hoy sabemos que se acelera indubitablemente: todos los años de este siglo XXI son de los más calientes conocidos. Ya no hay tiempo para discutir, sólo urge cortar radicalmente la emisión de más CO2. Hay que reducir drásticamente el uso de los combustibles fósiles (petróleo, gasolina, gas, carbón...) en favor de energías limpias y renovables:

- instalar paneles solares y energía eólica,

- urgir la construcción de automóviles eléctricos (híbridos al menos), preferirlos aunque todavía no sean tan eficientes,

- contratar electricidad sólo de estas fuentes,

- apostar por la opción «Cero CO2»: preguntar ya en todos los artículos por su «huella de carbono»; elegir el medio de transporte (o la compañía aérea) que menos huella produzca o al menos la que manifieste más preocupación por el tema; protestar contra las empresas altamente contaminantes...

- preferir el trasporte público. No utilizar el automóvil si no es necesario. Combinar varios viajes en uno. Compartir vehículo...

- tener muy en cuenta este aspecto en el voto de mi participación política...

Colaborar con esta necesidad urgente de la Humanidad participando en algún tipo de militancia concientizadora: en los medios de comunicación, participando en alguna ONG y en campañas de mentalización, asumiéndolo como el compromiso político quizá más necesario y urgente en este momento de la historia de la Vida en este planeta.

Concienciar a otros siempre que podamos en los círculos a los que tenemos acceso: plataforma profesional, relaciones personales, conversaciones privadas... aunque nos puedan tomar por obsesionados.

Un cambio de ESTILO DE VIDA

Muchas personas, en muchos lugares, haciendo cosas pequeñas, en todos los aspectos de su vida, marcarán un cambio profundo en la vida de este planeta y darán comienzo a una civilización nueva, civilización de la austeridad compartida y del Vivir Bien y en armonía con la Madre Tierra:

- Vivir con austeridad, sin lujos innecesarios, sin niveles de vida ofensivos para la inmensa mayor parte de la población mundial, que vive en la pobreza. Erradicar en mí el consumismo. No comprar lo que no necesito. No pretender tener «el último modelo». Cero gastos innecesarios. Recortar comodidades innecesarias e invertirlas a favor de la ecología.

- Utilizar menos agua caliente.

- Cero comida tirada a la basura. No a la dieta obsesivamente cárnica.

- Apagar las luces innecesarias, no utilizar el standby de los electrodomésticos. No comprar nuevos aparatos cuando no nos son necesarios.

- Las «cinco erres»: reutilizar, reducir, reparar, reciclar, regular –cfr en google–.

Se trata de una «reconversión ecológica», tanto como de una «revolución cultural»: todo es distinto, y es la única salida. El viejo estilo de vida es «ecocida»: si no nos convertimos, nos suicidamos.

Una opción por el DECRECIMIENTO

El «decrecimiento» es una corrección del estilo de vida que hoy se hace imprescindible para desandar parte del camino recorrido en la autodestrucción del planeta. Es un tema delicado, porque tiene muchos enemigos, ya que toca uno de los «dogmas» más sensibles del sistema económico, el del «crecimiento continuo, ilimitado». Pero en un planeta finito, donde ya hemos ocupado mucho de lo que él necesita para reponer nuestro consumo, abogar por un crecimiento ilimitado resulta insostenible (suicida incluso). Continuar reivindicando el crecimiento ilimitado para dar a toda la población mundial el nivel de vida actual de los países desarrollados implicaría poder disponer de varios planetas; pero sólo tenemos éste. Pretender continuar creciendo de ese modo es optar por autoasfixiarnos. Necesitamos:

- desacreditar el mito de la modernidad del crecimiento ilimitado,

- tratar de vivir mejor con menos;

- no crecimiento, sino desarrollo en otro nivel,

- no la buena vida, sino el buen vivir/convivir.

Sobre el decrecimiento: http://www.decrecimiento.info

y es.wikipedia.org/wiki/Decrecimiento

Una nueva VISIÓN, integralmente ecológica

Para una buena práctica, dos cambios previos:

Cambio de pensamiento. Ojos que no ven, corazón que no siente... Una persona que todavía tiene la vieja imagen, que todavía está pensando que es un ser celestial que vive en medio de un mundo de meros objetos y animales inferiores, va a despreciar el mundo, sin percatarse de las maravillas que le rodean en medio de la Comunidad de la Vida de este planeta, y sin prestar atención a los misterios insondables del Cosmos del que somos parte.

Se impone la necesidad de estudiar, leer cosmología, aficionarse a dar seguimiento a los avances de la ciencia tanto en libros como en las páginas dedicadas a la ciencia en los principales periódicos; tener siempre un libro de cabecera sobre ecología o ciencia en general, y compartir sobre el tema.

Cambio de espiritualidad. La espiritualidad tradicional miraba sólo al cielo de los espíritus, no al mundo natural de esta Tierra, y sólo nos remitía a textos sagrados espirituales. Parecía que se era tanto más espiritual cuanto más se alejaba uno de esta Tierra. Hoy estamos cambiando; intuimos que el espíritu es inmanente a la materia, que el mundo no es enemigo del alma, y que podemos/debemos volver a la Tierra como nuestro hogar espiritual...

Metodologías militantes

• Conseguir que en mi grupo, comunidad de base, grupo de vida, comunidad de vecinos... nos planteemos este tema y tomemos decisiones al respecto.

• Ser de los que no se desaniman y no dejan de propagar estas ideas, a pesar de la resistencias.

• Todo lo que hagamos por replantear ecológicamente todos los temas es un servicio a la Tierra.

• Descubrir amigos, vecinos, compañeros convencidos de esta urgencia, y sugerirles organizar algo:

- Reunir al grupo, a los vecinos, a la comunidad... y que alguien que haga un plan:

- con unos powerpoints de exposición temática,

- con unos temas teóricos a exponer/dialogar,

- o debatir algún artículo de esta Agenda,

- y una propuesta de toma de medidas prácticas.

Muchas otras sugerencias por la red

unmillonporelclima.es

y sugerencias enlazadas en nuestra página INFO.

Hemos preguntado a google «qué podemos hacer contra el cambio climático», y en medio segundo, ¡nos ha encontrado 140.000 resultados!

 

Otras sugerencias pedagógicas de esta Agenda

Como en otros años, toda esta Agenda ha sido concebida principalmente como «herramienta de educación popular», como un repertorio de textos pensados y escritos para ser utilizados tanto como lectura-reflexión personal, cuanto como texto base a partir del cual debatir en grupo el tema, con la presencia orientadora de un educador popular.

Como en algunos años anteriores, en 2017 la Agenda trae su «Propuesta» (cfr las páginas anteriores), con una visión de conjunto del tema, de cara a cómo pensarlo y organizarlo en el trabajo pedagógico.

Además, señalamos aquí varios otros materiales que pueden ser muy útiles para el trabajo de concientización ecológica con la edición de la Agenda de este año. No dudamos que, con sólo algunos de ellos, los que mejor se adapten a las condiciones del grupo al que nos dirigimos, se podrán montar unas actividades educativas y concientizadoras que provocarán la «conversión ecológica» y la «revolución cultural» de la que habla el Papa Francisco, así como la necesaria «reconversión ecológica» que la humanidad tiene que realizar si quiere sobrevivir.

La «Propuesta» de la Agenda, ampliada y digital

Las quince páginas anteriores de esta Agenda son la «propuesta» pedagógica que este año ofrece: un itinerario de ideas, estudiadamente organizado, para quienes deseen organizar una taller, cursillo, o proceso pedagógico comunitario para confrontarse con el tema de la ecología integral orientado a la asimilación de la nueva visión que pretendemos. En quince páginas de papel no se puede hacer más. Pero internet nos permite ofrecer esa misma propuesta, más desarrollada, en formato digital, gratuitamente, para todos los que deseen mayores informaciones y sugerencias para poner en marcha ese proceso pedagógico en su comunidad o grupo de educación popular. Está a libre disposición en nuestra página INFO:

latinoamericana.org/2017/info

Pero hay más ofertas/sugerencias.

La «cartilla popular sobre ecología» de la Agenda

Reedición de la conocida cartilla popular sobre ecología lanzada por la Agenda Latinoamericana de 2010, cuando abordó el tema de «Salvémonos con el Planeta».

En sólo ocho páginas, presenta en síntesis esquemática una argumentación completa de la nueva visión ecológica, desde el latinoamericano esquema del «ver, juzgar y actuar», con unos guiones de preguntas para el diálogo en grupo.

Ideal para imprimir y difundir popularmente –sus ocho páginas se pueden imprimir en un solo pliego de papel–, de cara a la lectura popular de difusión masiva. También para la escuela, la catequesis, el sindicato, la congregación, la parroquia, etc.

Tómela también de nuestra página INFO:

latinoamericana.org/2017/info

Serie televisiva «Cosmos», de 2014

Probablemente es actualmente la serie televisiva de mayor calidad científica sobre ecología general. Estrenada mundialmente el 9 de marzo de 2014, ya ha sido emitida en más de 181 países, en 45 idiomas. Está publicada en DVD y en Blue-Ray (merece la pena comprarla, lo recomendamos), y es fácilmente localizable en la red. Es una actualización, profundamente renovada, de la serie de igual título, de Carl Sagan, de 1984 (cfr wikipedia, donde está también el índice de capítulos). Son 13 episodios, de una hora. Recomendable verlos varias veces y comentarlos en comunidad, en reunión de estudio. Las imágenes están elaboradas con las más avanzadas técnicas gráficas computacionales, pero sobre la base –siempre que se puede– de las imágenes fotográficas...: estamos viendo realmente la realidad.

Serie de Audios sobre la Laudato Si’

http://redamazonica.org/el-cuidado-de-la-casa-comun

Es una adaptación radiofónica de la idea central que atraviesa la encíclica del Papa Francisco: el cambio climático está arruinando a la Madre Tierra y sus terribles consecuencias perjudican a todos los seres vivos, especialmente a los hombres y mujeres empobrecidos por «un sistema que ya no se aguanta»...

La ficción literaria es que Francisco de Asís, que cantó al hermano Sol y a la hermana Agua y que hablaba con las criaturas de Dios, tiene ahora la oportunidad de conversar con el Aire, los Peces y los Pájaros, y también con el Oro, el Maíz Transgénico y la Lluvia Ácida y con tantas criaturas que se ven afectadas por la irresponsabilidad de los humanos y sus empresas depredadoras del ambiente.

Son 20 programas de unos 10 minutos cada uno. Todos tienen el mismo objetivo: crear conciencia sobre la indispensable ciudadanía ecológica. Sobre la urgencia de cambiar de rumbo y superar el estilo de vida consumista, la cultura del descarte, un modelo de civilización tecnocrática y mercantilizada y ambiciosa que no es sostenible.

Para la educación popular, la educación formal e informal, la catequesis o la simple reproducción libre. Ofrece también una «guía metodológica» en línea.

Encíclica Laudato Si’

Mención especial merece la encíclica misma del Papa Francisco, «Laudato Si’, Sobre el Cuidado de la Casa Común». Dirigida también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, la encíclica ha suscitado una acogida casi universal, sólo contrastada por sus críticos neoliberales partidarios a ultranza del capitalismo depredador. La encíclica ha hecho célebre el concepto nuevo de «ecología integral», y ha puesto a la tradicional conversión cristiana un adjetivo nunca antes usado: la «conversión ecológica» (LS 216-221) a la que invita a toda la Humanidad. No se trata de un texto «eclesiástico» tradicional; puede muy bien ser abordado como un texto de inspiración también laica, concientizador y muy inspirador.

El Papa Francisco nos regala la perspectiva sobre la «ecología integral», que abre una nueva etapa para creyentes y personas de buena voluntad, buscando una respuesta hermanada en el reconocimiento de una misión compartida que nos saque de esta ruta acelerada hacia el precipicio.

Los grupos y comunidades que todavía no la hayan estudiado (apareció en julio de 2015) harán bien en dedicarle lectura y debate, que se sumarán perfectamente a los objetivos de esta Agenda.

La Carta de la Tierra

El mundialmente conocido documento es una referencia civil internacional, patrocinado también por la ONU, que comparte la perspectiva de una ecología integral y su consecuente revolución cultural. El texto merece una lectura personal, así como un estudio/comentario en grupo, para compartir/expandir esta nueva mentalidad, avalada al más alto nivel.

Youtube y la red

Hace tiempo que Youtube se ha convertido en una biblioteca de valor inapreciable en cuanto a materiales audiovisuales para la educación y la ciencia. Obviamente, hay mucho material de poco valor, pero los hay también excelentes, científicamente buenos, y muy pedagógicos. Necesitamos sólo «perder» algo de tiempo visionando materiales, para encontrar el que necesitamos para nuestra reunión con el grupo.

Y lo mismo digamos de páginas en la red: hace tiempo que internet se ha convertido en la principal biblioteca mundial. Podemos pensar que casi todo lo que podamos necesitar está en la red... Los buscadores prestan una ayuda hoy día imprescindible.

Textos sobre ecología de anteriores Agendas

En su edición de 2010 la Agenda Latinoamericana abordó por primera vez el tema ecológico. Allí presentó numerosos documentos y reflexiones de valor permanente, que siguen siendo muy útiles para el trabajo de concientización que pretendemos. Señalamos los principales.

- Todo tiene un límite: reflexión muy clara sobre los límites del planeta, que ya hemos sobrepasado

- Nuestra historia sagrada cósmica: considerar la historia del cosmos como nuestra historia sagrada...

- Datos cósmicos a Ver/Contemplar: recopilación de datos sobre el cosmos para meditar y para tener a mano en nuestras exposiciones sobre ecología.

- Raíces históricas de la crisis ecológica: Lynn White que acusa al judeocristianismo, el famoso texto.

- Carta del cacique Seattle...

- El punto Dios en el cerebro... de Boff.

- Pistas para una nueva visión ecológica, de Boff.

Todos estos textos pueden ser recogidos en el archivo digital de la Agenda:

http://servicioskoinonia.org/agenda/archivo

 

 

 


 



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