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AUTOR: Verónica Gago y Diego Sztulwark,
 
AGENDA LATINOAMERICANA AÑO: 2012

Sumak Kawsay y postneoliberalismo

el problema no es el neoliberalismo, sino el capitalismo

Verónica Gago y Diego Sztulwark


- Una de las paradojas más visibles en Ecuador es que a la vez que es una economía dolarizada, tiene la legislación más avanzada sobre «el buen vivir». ¿Cómo conviven esas dos realidades? ¿Qué materialidad tiene, más allá de la Constitución, la cuestión del buen vivir?

- Nosotros utilizamos el dólar para todas las transacciones, no tenemos moneda nacional. Los dólares entonces tienen que venir necesariamente por la vía del comercio exterior. Eso ha obligado a que la economía ecuatoriana sea muy abierta para con los mercados mundiales. Al estar muy abiertos, somos muy vulnerables. El esquema de dolarización se ha sostenido, básicamente, por las remesas que envían los migrantes. Y, además, por la coyuntura de los altos precios del petróleo...

- Es decir, que la dolarización se sostiene por ingresos externos...

- Estas dos fuentes, el petróleo y las remesas, han sostenido la dolarización, lo que ha significado que la economía ecuatoriana se convierta en una economía de rentistas, de consumo, en la que no hay producción. Eso también se puede visualizar en el hecho de que el desempleo -abierto y encubierto- alcanza el 60% de la población activa. Es decir, de cada 100 ecuatorianos en capacidad de trabajar apenas 40 tienen empleo formal.

- ¿Qué tipo de propuesta surge de los movimientos?

- Ante eso, los movimientos sociales, y en especial el movimiento indígena, han propuesto un nuevo paradigma de vivencia y convivencia que no se asienta ni en el desarrollo, ni en la noción de crecimiento, sino en nociones diferentes como la convivialidad, el respeto a la naturaleza, la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad. Este nuevo paradigma o esta nueva cosmovisión es denominada como la teoría de sumak kawsay o el «buen vivir» y efectivamente ha sido recogida en la Constitución ecuatoriana como régimen alternativo de desarrollo.

- ¿Los puntos centrales de su carácter alternativo?

- En primer lugar, hay que romper las individuali-dades estratégicas, porque en el capitalismo uno piensa primero en sí mismo, uno dice «primero yo, yo soy ciudadano, yo soy consumidor, yo maximizo mis beneficios y utilidades...». El sumak kawsay plantea una solidaridad de los seres humanos consigo mismos, que ha sido rota por el discurso del liberalismo. Pero, a diferencia del discurso del socialismo -que planteaba una relación con una sociedad más grande, y de esta sociedad con el Estado-, en el sumak kawsay la relación del individuo ya no es con el Estado sino con su sociedad más inmediata, con su comunidad, donde los seres humanos tienen sus referentes más cercanos. Y esta sociedad a su vez se relaciona con otras sociedades más grandes de tal manera que las estructuras de poder se construyen de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo.

Lo segundo que plantea el sumak kawsay es quitarnos de la cabeza la noción de que «más es preferi-ble a menos». Es decir, de que siempre tenemos que «producir y tener más», según reza el paradigma del desarrollo, del crecimiento, de la acumulación. Y a no ver en los objetos la ontología de los seres humanos.

- Eso supone un cambio radical en los modos de vida...

- Por eso lo tercero tiene que ver con la dimensión del tiempo. Creemos que el tiempo es lineal y, por tanto, creemos en la acumulación. La estructura del tiempo que rige en este momento pertenece al capital. El sumak kawsay plantea devolver a la sociedad el tiempo: una noción de temporalidad en la que el tiempo pueda ser circular abierto.

Un cuarto elemento es conferirle un sentido ético a la convivencia humana. Para el liberalismo puede haber democracia política pero no puede haber democracia económica, por eso la formación de utilidades de las empresas y de los consumidores no tiene absolutamente nada que ver con la ética. El sumak kawsay propone un cambio: ya no puedo enmascarar decisiones sociales en nombre de un consumo individual. Y eso significa que los recursos que han sido producidos por la explotación laboral o la depredación ambiental ya no pueden ser objetos del intercambio social. Hemos ahora logrado cierta legislación, por ejemplo para defendernos de la esclavitud o del trabajo infantil. Pero tenemos que avanzar más allá.

- Cuando se habla de alternativa en el Cono Sur, generalmente se postula al neodesarrollismo contra el neoliberalismo. ¿Cuáles serían los rasgos alternativos a esta vía neodesarrollista que hoy es la que tiene un consenso relativo en la región?

-El centro del problema no es el neoliberalismo, sino el capitalismo. El neoliberalismo es una forma que asume el capitalismo, una forma concentrada en el poder que tienen las corporaciones y el capital financiero-especulativo. El capitalismo puede crear nuevas formas ideológicas, políticas, simbólicas, y un modo de reinventarse y lograr legitimidad a través de estas formas que ni siquiera son keynesianas, sino neodesarrollistas. Fundamentalmente implican pensar que si nosotros explotamos la naturaleza vamos a tener recursos para hacer obra social. Eso es un engaño; como fue aquello que se decía en la época del neoliberalismo: que si privatizábamos absolutamente todo, íbamos a tener estabilidad económica. Nunca la tuvimos. Igual ahora: si explotamos todos los recursos de la naturaleza, tampoco vamos a tener recursos para el sector social, ni para el pleno empleo.

- ¿Usted advierte sobre la capacidad del neoliberalismo para reinventarse?

- Estamos viendo cómo América Latina entra en un proceso de reconversión caracterizado por la desindus-trialización y la producción de commodities basadas en materias primas, donde los gobiernos utilizan el monopolio legítimo de la violencia para garantizar el despojo territorial, que significa la propiedad de pueblos ancestrales, para poner esos recur-sos naturales a circular en la órbita del capital. El neoliberalismo, a través del Consenso de Washington y las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), adecuaron las economías en función de las necesidades del sistema-mundo, pero eso no significa que el neoliberalismo haya alcanzado las metas de estabilidad macroeconómica, ni mucho menos. Ahora estamos pasando a una nueva dinámica sustentada en la producción y en la renta de materias primas. Hay que estar atentos a los discursos que quieren justificar estas derivas extracti-vistas. El sistema que llamamos capitalismo tiene que ser cambiado, con las relaciones de poder que lo atraviesan, con los imaginarios que lo constituyen. El capitalismo tiene que ir al archivo de la historia de la humanidad, porque si sigue, va a poner en riesgo a la vida humana sobre el planeta Tierra.

- Desde su perspectiva, el neodesarrollismo es compatible con el liberalismo. ¿Tiene esto que ver con cierto giro en las «recetas» de los organismos internacionales como el Banco Mundial?

- El neoinstitucionalismo económico es la doctrina, el corpus teórico-analítico-epistemológico que está conduciendo las transformaciones y el cambio institucional de A.L. y el mundo. El institucionalismo plantea un discurso crítico a los mercados. Hay un texto de Stiglitz, «El malestar en la globalización», publicado a inicios de 2000, donde se convierte en el más duro crítico del FMI y lo acusa de cosas que nosotros desde la izquierda lo habíamos acusado ya en la década del 80. ¡Pero resulta que entonces Stiglitz era presidente del BM! Es decir, trabajaba en Washington en la oficina de enfrente a la del FMI. Esto explica por qué tienes al BM realizando estudios a propósito de la reactivación del Estado; hay uno de 1997, «Reconstruyendo el Estado», que plantea la forma de reconstruir el Estado y la institucionalidad pública. Pero también recomienda la participación ciudadana, la democracia directa, el respeto a la naturaleza, la eliminación de la flexibilización laboral, etc. Entonces, una de dos: o el Banco Mundial se hizo de izquierdas, o la izquierda se hizo del Banco Mundial.

- ¿Cuál es su respuesta?

- Es necesario empezar a indagar y a posicionar los debates económicos. Porque en la década de los 80 teníamos en claro lo que significaba el Consenso de Washington y el neoliberalismo. En la versión de Friedman, Hayek, Von Mises o de los neoliberales criollos, como Cavallo. Resulta que el neoliberalismo va cambiando, mutando; el capitalismo de 2000 no es el de 1990, en absoluto. Por eso acude ahora a otros expedientes teóricos mucho más complejos, con una episteme más interdisciplinar. ¿Y qué hacemos en la izquierda? ¡Nos quedamos criticando el Consenso de Washington, cuando ya ha sido criticado ¡por el mismo FMI e incluso por el BM! Y resulta que ahora, en la década del 2010 vemos cómo los cambios teóricos se dan hacia el neoinstitucionalismo y la izquierda latinoamericana no han creado su oportunidad de analizar y discutir con el neo-institucionalismo económico. No podemos quedarnos en los marcos epistemológicos que justifican la nueva imposición neoliberal. Por eso, aquí en Ecuador hablamos de postneoliberalismo, para referirnos a la etapa del cambio institucional.

Verónica Gago y Diego Sztulwark,

Página 12, Buenos Aires.

 

 

 


 



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